Últimamente se habla mucho sobre los abrazos. Es como si, a causa del confinamiento, hubiéramos descubierto esta forma de expresión, de la que siempre hemos dispuesto.
El verbo abrazar tiene varias acepciones, algunas de las cuales no nos son muy familiares.
1. Ceñir con los brazos.
2. Estrechar entre los brazos en señal de cariño.
3. Rodear, ceñir.
4. Dicho de una planta trepadora: Dar vueltas al tronco de árbol al que se adhiere.
5. Comprender, contener, incluir.
6. Admitir, escoger, seguir una doctrina, opinión o conducta.
7. Dicho de una persona: Tomar a su cargo algo. Abrazar un negocio, una empresa.
El versículo que probablemente nos venga a la mente de forma inmediata es Eclesiatés 3:5, que dice: “Hay… tiempo de abrazar, y tiempo de abstenerse de abrazar…”. Este texto se encuentra en medio del pasaje tan conocido que nos dice que cada cosa tiene su tiempo. Nos encontramos ahora en el tiempo de abstenerse de abrazar.
Normalmente cuando hablamos de abrazos, o abrazar pensamos, casi siempre, en una muestra de cariño hacia aquel al que estamos abrazando. Y es esta la acepción que vamos a tomar como referencia, buscando las diferentes ocasiones en que se encuentra en la Biblia.
Aunque hay varios versículos que utilizan esta palabra para otras acepciones (p.ej. 2 Crónicas 7:22: “…y han abrazado a dioses ajenos, y los adoraron y sirvieron”, usando el significado de escoger o seguir una doctrina, opinión o conducta. También Proverbios 4:7-8 se aplica en el mismo sentido, aunque en este caso nos insta a abrazar la sabiduría: “Sabiduría ante todo; adquiere sabiduría; y sobre todas tus posesiones adquiere inteligencia. Engrandécela, y ella te engrandecerá; ella te honrará, cuando tú la hayas abrazado”).
También hay abrazos que transmiten bendición y amor de parte de Dios. Como cuando el Señor Jesús en dos ocasiones tomo a los niños en sus brazos (Marcos 9:36; 10:16).
Y hay abrazos muy especiales, abrazos que expresan adoración. Este es un tipo de abrazo que no podemos practicar ahora, porque el objeto de nuestra adoración no está fisicamente a nuestro alcance. Vemos dos ejemplos en el Nuevo Testamento. El primero es cuando Simeón toma a Jesús en sus brazos y adora (bendice) a Dios por haberle permitido aquel privilegio: “… él le tomó en sus brazos, y bendijo a Dios…” (Lucas 2:28). El segundo se encuentra en el evangelio de Mateo, cuando el Señor Jesús se aparece a las mujeres después de su resurrección: “Y ellas, acercándose, abrazaron sus pies, y le adoraron…” (Mateo 28:9).
Pero centrémonos en los abrazos que sí podemos practicar sin limitación alguna. Abrazos que son una muestra de cariño y alegría cuando nos encontramos con alguien querido. Los podemos usar como saludo, como muestra de gozo por el encuentro, independientemente de las circunstancias que lo hayan provocado. En las Escrituras hay varios pasajes en este sentido, teniendo en cuenta que la expresión “se hechó sobre su cuello” significa que le abrazó de forma intensa:
• Génesis 29:13: “Así que oyó Labán las nuevas de Jacob, hijo de su hermana, corrió a recibirlo, y lo abrazó, lo besó, y lo trajo a su casa…”.
• Génesis 33:4: “Pero Esaú corrió a su encuentro y le abrazó, y se echó sobre su cuello, y le besó; y lloraron”.
• Génesis 45:14: “Y (José) se echó sobre el cuello de Benjamín su hermano, y lloró…”.
• Génesis 46:29: “Y José unció su carro y vino a recibir a Israel su padre en Gosén; y se manifestó a él, y se echó sobre su cuello, y lloró sobre su cuello largamente”.
• Génesis 48:10: “Les hizo, pues, acercarse a él, y él les besó y les abrazó (a los hijos de José)”.
• Lucas 15:20: “Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó”.
También hay otro tipo de abrazos que, tal vez, sean los que menos nos gustan. Siguen transmitiendo amor y cariño a aquel a quien abrazamos, pero nos dejan un sabor agridulce; son abrazos de despedida, lo que significa una separación de la que no sabemos cual será su duración.
Tan solo hay dos citas en todo el Nuevo Testamento de este tipo de abrazos. Y los dos tienen que ver con el apóstol Pablo durante sus viajes misioneros.
Cuando Pablo marcha de Éfeso, el libro de los Hechos nos relata lo siguiente: “Después que cesó el alboroto, llamó Pablo a los discípulos, y habiéndolos exhortado y abrazado, se despidió y salió para ir a Macedonia” (Hechos 20:1).
Y en otro pasaje, refiriéndose a la partida de Pablo de Tiro, nos dice: “Y abrazándonos los unos a los otros, subimos al barco y ellos se volvieron a sus casas”.
Sea al encontrarnos, sea al despedirnos, el abrazo es una verdadera muestra de cariño y amor cristiano entre los hermanos. Y, como hemos visto, en algunos de los pasajes mencionados, el abrazo suele ir acompañado de uno o varios besos. Practiquémos los abrazos sin limitaciones, con generosidad.
Hay últimamente bastantes opiniones sobre que, tras la pandemia, vendrá una nueva normalidad; aunque probablemente ni ellos mismos sepan que significa esta expresión. Nueva normalidad que propugna evitar el saludo físico (abrazos, besos…) bajo el pretexto de evitar los contagios. Nos están diciendo que nada volverá a ser igual, etc… Pongámoslo en duda. La humanidad ha atravesado innumerables pandemias con millones de muertos en cada una, como la de la gripe española, hace ya 100 años, que causó cerca de 50.000.000 millones de víctimas. Pero, ¿acaso el ser humano ha cambiado su actitud? Al contrario, el comportamiento ha sido el mismo a lo largo de la historia. Puede que, durante un tiempo, sí haya un sentimiento de cambio pero, al final, todo sigue igual.
Ya lo dijo el predicador “¿Qué es lo que fue? Lo mismo que será. ¿Qué es lo que ha sido hecho? Lo mismo que se hará; y nada hay nuevo debajo del sol. ¿Hay algo de que se puede decir: He aquí esto es nuevo? Ya fue en los siglos que nos han precedido. No hay memoria de lo que precedió, ni tampoco de lo que sucederá habrá memoria en los que serán después” (Eclesiatés 1:9-11).
Porque finalmente el problema reside en el corazón del hombre, y bien sabemos que “engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso…” (Jeremías 17:9).
¿Significa esto que no hay posibilidad de cambio? ¿Que no hay esperanza? En absoluto. Pero el cambio solo puede ser hecho por Dios. Solo si nuestro corazón se vuelve a Dios, a nuestro redentor y salvador, habrá un verdadero cambio en nuestras vidas. Cambio que trastoca nuestras prioridades, nuestros puntos de vista, nuestras opiniones, ya que pasamos a ver la realidad a través del prisma de la revelación divina.
La normalidad del mundo, sea la de antes de esta pandemia o la tan cacareada nueva normalidad, es, ni más, ni menos, vivir de espaldas a Dios, sumergidos en el pecado, y eso, por desgracia, no va a cambiar.
Por el contrario, nuestra normalidad, la verdadera, es vivir en la fe de Cristo Jesús y poder decir con el apóstol Pablo: “… olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Filipenses 3:13b-15).
Ferran Cots, mayo 2020.