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¿Arqueólogos o arquitectos?

Escrito por Ferran Cots

Los arqueólogos investigan las ruinas de civilizaciones antiguas, todo su interés es conocer cómo vivían, su cultura y costumbres, sus creencias… y cualquier otro tipo de conocimiento que se pueda obtener. Es una profesión que estudia el pasado, lo que hubo, o mejor dicho lo que queda de ello. Como mucho intentan reconstruir tal y como ellos entienden que pudo ser tal o cual civilización. Es, sin duda un trabajo muy interesante. Sin embargo muchas veces su conocimiento no aporta nada con perspectiva de futuro. Podemos entender mejor a aquellos hombres y mujeres que vivieron hace miles de años, pero eso no nos ayuda mucho de cara al futuro.

Por otro lado los arquitectos proyectan para el futuro. Viviendas, fábricas, ciudades…, pero siempre de cara al futuro, haciendo algo nuevo. O transformando algo viejo en algo nuevo y útil. Es pues bien diferente del trabajo de los arqueólogos. Los cristianos, en nuestra vida, podemos compararnos a ambas profesiones. ¿Qué queremos ser, arqueólogos o arquitectos? O, planteemos la pregunta de otra forma, ¿qué creemos que deberíamos ser?

Si somos arqueólogos significa que nos quedaremos anclados en el pasado, pensando en aquellos tiempos que pasaron, recordando una y otra vez aquellos momentos vividos, pensando aquello de “cualquier tiempo pasado fue mejor”. Es una actividad que en realidad no reporta nada nuevo a nuestra vida, no trae crecimiento sino un permanecer inmóviles en aquellos recuerdos que lo único que consiguen es mantenernos detenidos en el tiempo y sin posibilidad de progresar. A este respecto recordemos las palabras de Pablo: “Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús” (Filipenses 3:13-14). El apóstol nos advierte seriamente sobre ese quedarnos mirando hacia atrás, viviendo de recuerdos o rentas, ya que nos impediría avanzar en el camino que tenemos por delante. Así que como cristianos no deberíamos contentarnos con ser arqueólogos (aunque una labor de análisis del pasado no está de más, siempre y cuando sea para aprender las lecciones que ese pasado nos puede aportar), sino que deberíamos querer ser arquitectos.

En la Palabra de Dios se menciona a la Iglesia como un edificio. La labor de un arquitecto es la de diseñar el edificio y supervisar la construcción. En este sentido el Arquitecto por excelencia es el mismo Señor, quien ha trazado los planos de lo que ha de ser su Iglesia. Él ha sido quien ha puesto la piedra principal del edificio: “… edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo” (Efesios 2:20), sobre la cual se edifica toda la Iglesia. Nuestra misión es contribuir a levantar ese edificio, no que podamos conseguir acabarlo, puesto que quien finalmente puede hacerlo es el mismo que lo empezó, pero debemos esforzarnos en edificar, sobre el verdadero fundamento. Y ese edificar pasa sin duda por la extensión del Evangelio y el crecimiento espiritual de los creyentes. Pero para poder edificar necesitamos la ayuda del Arquitecto supremo. David así lo reconocía en el Salmo 127:1: “Si Jehová no edificare la casa, en vano trabajan los que la edifican…”. Sin la ayuda del mismo Dios el trabajo es en vano.

Así que, vemos por un lado la necesidad de edificar (evangelizar, crecer en el conocimiento de la Palabra, hacer las buenas obras preparadas por Dios, dar un buen testimonio, trabajar por el futuro de la Iglesia…) y por otro la necesidad de ponernos en las manos de Dios para que Él sea el que lleve adelante la obra. Pero tengamos cuidado como edificamos no sea que nuestra aportación al edificio común sea inútil o inadecuada. Recordemos la advertencia del apóstol Pablo a los corintios en su primera epístola, capítulo 3 y versículos del 9 al 15.

En cualquier caso, ¿qué pensamos que debemos ser, arqueólogos o arquitectos? Si nuestra misión es edificar (o sobreedificar sobre el fundamento puesto) entonces ser arqueólogos nos podrá dar alguna experiencia sobre como evitar errores pasados, pero en ningún caso nos ayudará en nuestra vida diaria, en avanzar en ese camino de fe que tenemos ante nosotros como individuos o como Iglesia. Seamos arquitectos empeñados en edificar y hacer avanzar la obra de Dios, mediante su guía y su poder. Sólo así cumpliremos el propósito para el que estamos aquí en la tierra, ser sal y luz y dar testimonio al mundo del Evangelio de Cristo: el amor, la misericordia y la justicia de Dios.

Ferran Cots, marzo 2021.

Publicado en: Reflexiones

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