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Ferran Cots

C.S. Lewis: el autor de Las Crónicas de Narnia

marzo 12, 2023 by Ferran Cots

Poca gente ha dejado en el mundo la huella que C.S. Lewis dejó. Publicó más de 50 libros, entre ellos: Mero Cristianismo, El problema del dolor, El gran divorcio, Mientras no tengamos rostro, Cartas del diablo a su sobrino y Cautivado por la alegría, en el que narra su conversión al cristianismo. También escribió libros de literatura fantástica, Las Crónicas de Narnia, y de ciencia ficción, la Trilogía cósmica, llamada también Trilogía de Ramson.

Clive Staples Lewis nació el 29 de noviembre de 1898 en Belfast, Irlanda del Norte. Su padre, era abogado en los tribunales de policía de esa ciudad, y su madre era hija de un destacado

pastor de la iglesia de Irlanda. Los primeros años del joven Lewis transcurrieron en un hogar feliz y seguro. Su único hermano, Warren, era tres años mayor que él. Los dos fueron buenos amigos desde temprana edad, y siguieron siéndolo toda su vida. Compartían una gran variedad de intereses y pasaron muchas horas felices juntos dibujando y escribiendo relatos.

De pequeño, Clive se rebautizó con el apodo de Jacksie (más tarde abreviado a Jack), y a partir de ese momento así es como lo llamaron sus familiares y amigos más íntimos. Cuando tenía solo nueve años, su madre enfermó y murió de cáncer. Éste fue uno de los acontecimientos más dolorosos de su vida.

Poco después fue enviado a un internado en Inglaterra con su hermano Warren. Esta separación del hogar en un momento tan difícil contribuyó a ensanchar el abismo que, poco a poco, se iba abriendo entre los dos hermanos y su padre. Lamentablemente, esta separación se unió al hecho de que el internado en cuestión era bastante lamentable, y estaba dirigido por un jefe de estudios mentalmente inestable. Lewis y su hermano lo pasaron mal durante los años que estudiaron en aquel centro. Al final, después de pasar por diversas escuelas, Lewis acabó estudiando con un tutor privado, W.T. Kirkpatrick. Sus años junto a él fueron académicamente provechosos, dado que Lewis, ya adolescente, se benefició de los rigurosos métodos educativos de su brillante profesor.

Como resultado de la excelente enseñanza de Kirkpatrick, Lewis obtuvo en 1916 una beca para estudiar en Oxford. Sin embargo, poco tiempo después de ingresar en la universidad, sus estudios se vieron interrumpidos cuando lo llamaron a filas, para combatir en las trincheras de Francia durante la primera guerra mundial.

Tras resultar herido en la batalla de Arras en 1918, lo licenciaron del ejército por baja médica. Regresó a Oxford, donde fue un estudiante magnífico, recibiendo tres First Class (la máxima puntuación académica). En 1924 fue elegido como miembro de la junta de gobierno del Magdalen Collage de Oxford, donde permaneció durante casi treinta años. En 1954, hacia el final de su carrera docente, aceptó ser profesor en el Magdalen Collage de Cambridge.

La carrera académica de Lewis fue distinguida, y dio origen a la publicación de numerosos textos académicos, incluyendo La alegoría del amor (1936), Un prefacio a «El paraíso perdido» (1942), La literatura inglesa en el siglo XVI, excluyendo el drama (1954) y Crítica literaria: un experimento (1961).

Aunque se crió en un hogar cristiano, Lewis se había vuelto ateo durante su periodo escolar en Inglaterra. La historia completa de su regreso a la fe cristiana, como converso adulto se describe en su autobiografía, Cautivado por la alegría (1955). En su relato describe sus experiencias mediante el concepto de alegría, término con el que definía sus sentimientos periódicos de anhelo incontrolable. Llegó a darse cuenta de que esas experiencias de anhelo insatisfecho eran, en realidad, invitaciones divinas que apuntaban a una realidad trascendente más allá de nuestro mundo material. Además, sus encuentros con obras de autores como George MacDonald y G. K. Chesterton, y sus debates con amigos cristianos tales como J. R. R. Tolkien, le ayudaron a superar las barreras intelectuales y emocionales hacia el cristianismo, recuperando su fe en 1931.

Tras su conversión se propuso emplear sus dones como escritor para transmitir su fe. Estas publicaciones siguen contándose entre sus obras más conocidas e influyentes. Lo cierto es que su singular capacidad para usar el lenguaje imaginativo para definir y clarificar las verdades teológicas, unida a su evitación voluntaria de cuestiones sectarias y su tremenda capacidad de elaborar argumentos racionales, le permitieron ser una voz poderosa a favor de las realidades centrales de la fe cristiana. El más conocido de sus volúmenes apologéticos es Mero Cristianismo. Entre sus obras de ficción, sus siete Crónicas de Narnia son clásicos en el campo de la literatura infantil y demuestran la capacidad distintiva de la fantasía para encarnar verdades espirituales.

No es casualidad que Lewis creara esta historias. Sus íntimas convicciones, su fe en Cristo, explican que el ropaje de esos relatos fantásticos sea perfectamente compatible con la fe en el Jesús de la Biblia. Lewis añadía que la ficción tiene un enorme poder liberador, y esto es porque la búsqueda del hombre por encontrar un mundo mejor y por darle al universo y a la vida un sentido, encuentra a través de esos ropajes, una manera muy eficaz de hacerse comprensible. Por medio de su prosa religiosa y su ficción, Lewis no sólo habla convincentemente a los incrédulos, sino que también fomentó la fe de sus hermanos cristianos.

Soltero durante mucho tiempo, Lewis se casó ya de edad avanzada con una escritora norteamericana, Joy Davidman, una unión que le proporcionó una gran felicidad. Tristemente, su vida matrimonial fue muy breve, dado que Joy murió de cáncer después de tan sólo tres años de convivencia. Lewis quedó muy afectado por esta pérdida, y sólo sobrevivió a su esposa unos pocos años; falleció el 22 de noviembre de 1963. Varias décadas después de su muerte, C. S. Lewis sigue siendo uno de los escritores más leídos de nuestro tiempo.

Aunque un gran desconocido para el público en general en España, aquellos que han podido leer algunas de sus obras, ya sea apologética o de ficción, no pueden ignorar que su fe en Cristo está latente en todas sus páginas. Para él no había otro camino que la salvación a través de la obra de Cristo, y dedicó su vida a proclamarlo a través de sus libros y conferencias públicas. Durante mucho tiempo vivió apartado de Dios pero más tarde dijo:”El hombre cayó por querer ser como Dios y hacer su camino sin Él, sin embargo no podemos vivir sin Dios pues Dios es el combustible que mueve nuestras vidas”.

Busca a Dios y lo encontrarás o, mejor dicho, el vendrá a ti para darte salvación y vida eterna, paz en medio de las dificultades.

Ferran Cots, marzo 2023.

Publicado en: Reflexiones

Sorprendente gracia divina

marzo 12, 2023 by Ferran Cots

 Uno de los rasgos comunes en las salutaciones y despedidas de las cartas de Pablo es la mención de la gracia. En prácticamente todas ellas se menciona la gracia de Dios o la gracia del Señor Jesucristo.

¿Es importante la gracia? Pablo así lo entendía, puesto que en sus epístolas la mencionaba en la introducción y en la despedida de forma asidua. Tenía muy claro que había sido rescatado por medio de la gracia divina. También se cita repetidamente en otros libros de la Biblia; solamente en el Nuevo Testamento aparece mencionada más de 130 veces.

Pero, ¿qué es la gracia? La gracia es un don o favor que se hace sin merecimiento particular; es una concesión gratuita, es decir sin que nosotros tengamos que dar nada a cambio para obtenerla.

Veamos algunos ejemplos (hay muchos más):

• La gracia es un don (regalo) de Dios: “Porque por gracia sois salvos, por medio de la fe; y esto no procede de vosotros, sino que es don de Dios” (Efesios 2:8).

• María halló gracia a los ojos de Dios, y ello le sirvió para ser la madre de Jesús, quien iba a traer la gracia salvadora al mundo: “—María, no tengas miedo, porque Dios te ha concedido su gracia” (Lucas 1:30).

• La gracia de Dios Padre estaba sobre Jesús en su niñez: “El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría, y la gracia de Dios estaba sobre él” (Lucas 2:40). 

• El Señor Jesús fue el vehículo para que la gracia de Dios viniera al mundo: “… la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo” (Juan 1:17b).

• La gracia benefactora de Dios estaba sobre sus discípulos: “Y con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús y gracia abundante se derramaba sobre todos ellos” (Hechos 4:33), “Esteban, lleno de gracia y poder, hacía grandes prodigios y señales entre el pueblo” (Hechos 6:8). 

• Actuaba sobre las personas cuando oían la predicación del evangelio: “Cuando Bernabé llegó [a Antioquía] y vio el resultado de la gracia de Dios, se llenó de alegría y animaba a todos a permanecer fieles al Señor, con todo el fervor de su corazón” (Hechos 11:23). 

• La gracia es la que salva tanto a judíos como a gentiles: “Lo que creemos es que, por la gracia del Señor Jesús seremos salvos lo mismo que ellos” (Hechos 15:11, Concilio de Jerusalén). 

• Es la base del evangelio: “… no considero mi vida de mucho valor, con tal de que pueda terminar con gozo mi carrera y el ministerio que el Señor Jesús me encomendó, de hablar del evangelio y de la gracia de Dios” (Hechos 20:24).

• La gracia es la que justifica mediante la redención en Cristo Jesús: “Pero son justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús” (Romanos 3:24), “… para que, justificados por su gracia, tengamos la esperanza de ser herederos de la vida eterna” (Tito 3:7).

• Por fe se tiene entrada a la gracia divina: “… los herederos lo son por la fe, para que sea por gracia…” (Romanos 4:16); “Por él [Jesucristo] también tenemos entrada por la 2 fe a esta gracia en la cual estamos firmes…” (Romanos 5:2).

• La gracia es la que nos hace trabajar para el Señor: “Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia para conmigo no ha sido en vano, pues he trabajado más que todos ellos; aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios que está conmigo” (1 Corintios 15:10).

• No debe ser recibida en vano: “Por eso, nosotros, como colaboradores suyos, os exhortamos a que no recibáis la gracia de Dios en vano” (2 Corintios 6:1).

• La gracia de nuestro Señor Jesucristo enriquece: “Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre aunque era rico, para que vosotros con su pobreza fuerais enriquecidos” (2 Corintios 8:9).

• La gracia de Dios es suficiente: “Pero él [el Señor] me ha dicho: «Te basta mi gracia, porque mi poder se perfecciona en la debilidad»” (2 Corintios 12:9).

• Es la que justifica y salva: “… aun cuando estábamos nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo —es por gracia que sois salvos—… Porque por gracia sois salvos…” (Efesios 2:5 y 8).

• La gracia no puede ser nunca un pretexto para vivir desordenadamente y en pecado: “Entonces, ¿qué diremos? ¿Seguiremos pecando para que la gracia crezca?” (Romanos 6:1).

Hay muchas más menciones y rasgos característicos de la gracia de Dios, pero esta gracia divina se manifestó de forma definitiva en la persona de Cristo. El Hijo eterno de Dios no dudó en venir a este mundo para traernos esa gracia justificadora, a través de su sacrificio en la cruz. Lo único que debemos hacer es aceptarla, obrar en consecuencia y ser conscientes de que lo que somos y tenemos es por la gracia y la misericordia de Dios. 

Por esa gracia hemos sido hechos hijos de Dios, una nación de reyes y sacerdotes, privilegio enorme que nos exige una responsabilidad también enorme. Solamente por la gracia divina, a pesar de nuestros fallos, flaquezas y pecados, podemos estar seguros de nuestra salvación. Por gracia hemos sido salvos y por gracia la salvación es permanente, actuando día a día, borrando nuestros pecados pasados, presentes y futuros. 

Y, ¿hay mayor manifestación de la gracia divina que el hecho del nacimiento terrenal de Cristo? El Hijo de Dios hecho hombre nació en un pesebre para traernos esa gracia que tanto necesitábamos. Fue semejante a nosotros en todo (“… se despojó a sí mismo, y tomó forma de siervo, y se hizo semejante a los seres humanos…” (Filipenses 2:7) —excepto en que Él nunca pecó— y murió en una cruz por todos y cada uno de nosotros.

De cada uno en particular depende la decisión a tomar. Si alguien no quiere recibir la gracia divina, Dios no le fuerza a ello, pero eso le llevará a un final catastrófico. Solo hay dos opciones: decir sí a Cristo o darle la espalda, con todas sus consecuencias.

Cristo dijo: “El que no está conmigo, está contra mí…” (Mateo 12:30a). ¿Estamos con Él o contra Él? Esa es la decisión que cada uno debe tomar.

Ferran Cots, marzo 2023.

Publicado en: Reflexiones

Navidad eterna

diciembre 23, 2022 by Ferran Cots

Las fiestas son algo que normalmente gustan a todos. Una fiesta es sinónimo de alegría y celebración. Así celebramos los cumpleaños, aniversarios y efemérides de todo tipo. Es tiempo de regocijo y recuerdo. En el fondo no deja de ser un memorial de algo que pasó.

Toda fiesta o celebración humana tiene un inicio en el tiempo. Todo tiene un comienzo; los cumpleaños el día del nacimiento; los aniversarios de boda, el día de la misma; la fundación de alguna entidad el día de su inicio… En el caso del pueblo de Israel las fiestas fueron instituidas por Dios mismo en un momento determinado de la existencia del pueblo elegido. Sin embargo hay una fiesta que existe desde antes de la creación de mundo. Sí, no es ninguna exageración. Esa fiesta existe y es la del nacimiento de Cristo.

Ya desde el capítulo 3 del libro de Génesis se anuncia la venida de un Salvador. A lo largo del Antiguo Testamento se van sucediendo las profecías de su venida. Algunas de ellas son:

• “Pues bien, será el propio Señor quien os dará una señal: La virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emanuel” (Isaías 7:14).

• “Porque un niño nos ha nacido, hijo nos ha sido dado, y el principado sobre su hombro. Se llamará su nombre «Admirable consejero», «Dios fuerte», «Padre eterno», «Príncipe de paz»” (Isaías 9:6).

• “Pero tú, Belén Efrata, tan pequeña entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que será Señor en Israel; sus orígenes se remontan al inicio de los tiempos, a los días de la eternidad” (Miqueas 5:2).

Dios no improvisa. La rebelión del hombre no le pilló desprevenido. Él sabía qué iba a suceder y, ya desde antes de la creación del mundo, en su mente infinita, había provisto la solución. La venida del Salvador como uno de nosotros, como un ser humano. Eso es la Navidad. Este acontecimiento ya estaba en la mente de Dios en la eternidad. Como dice el apóstol Pedro en su primera carta: 

“… sabéis que fuisteis rescatados de una vida sin sentido, … con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación. Yadestinado desde antes de la creación del mundo, pero ha sido manifestado en estos últimos tiempos por amor a vosotros…” (1 Pedro 1:18-20).

El clímax de este acontecimiento, el nacimiento de Cristo, fue el cumplimiento de todas las profecías y promesas de Dios. Fue algo que había planificado la mente de Dios allá en la eternidad, antes de la existencia del tiempo. Y, como dice Pedro, cuando llegó el momento, esos últimos tiempos, el Mesías, Dios hecho hombre, aparece en la historia de la humanidad.

Podemos leer lo relativo al nacimiento de Cristo en el primer capítulo del evangelio de Mateo y en los dos primeros capítulos del evangelio de Lucas.

Aquel niño que nació, profetizado por Isaías ocho siglos antes, lo hizo para darnos vida. Pero no solo fue un niño. Isaías afirma también que fue un hijo. Pero no podía ser un hijo nacido, porque se refería al Hijo eterno de Dios, la segunda persona de la Trinidad, que nos fue dado para reconciliación con Dios mismo. Solo semejante milagro podía abrir el camino de la salvación, que se consumó años más tarde en su muerte en la cruz y posterior resurrección.

¿Es o no Navidad una fiesta eterna? ¿Acaso no estaba ya en la mente de Dios antes del inicio de los tiempos? ¿Vamos a dejar pasar desapercibido semejante acontecimiento? ¿No lo celebraremos con alegría y gozo?

El ángel anunció a los pastores el nacimiento de Cristo con estas palabras:

“No temáis, porque vengo a traeros una buena noticia, que será causa de alegría para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo… Repentinamente apareció con el ángel una multitud de las huestes celestiales que alababan a Dios y decían: —¡Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz entre los hombres que gozan de su buena voluntad!” (Lucas 2:13-14).

Si los seres celestiales alabaron a Dios por semejante acontecimiento, no podemos pasar de puntillas sobre él. Debemos alabar a Dios con alegría y reconocimiento, recordando su venida al mundo para abrir las puertas de la eternidad a aquellos que estábamos perdidos y sin esperanza. A Él, y solo a Él, sea toda la gloria por toda la eternidad.

Ferran Cots, diciembre 2022

Publicado en: Reflexiones

Los doce días de Navidad

diciembre 8, 2022 by Ferran Cots

Hay canciones de Navidad que sorprenden por su letra. Pero cuando conocemos la explicación nos sorprende aún más el ingenio de aquellos que la compusieron. Este es el caso de “Los doce días de Navidad”.

En el siglo IV se eligió el 25 de diciembre como el día de la celebración del nacimiento de Jesús. Y el duodécimo día después de Navidad, el 6 de enero, fue elegido para recordar la visita de los magos a Jesús. A ese día se le llamó la Epifanía. En el siglo VI los doce días entre Navidad y la Epifanía eran días de celebración, finalizando con una gran fiesta la duodécima noche. “Los doce días de Navidad” es una canción dedicada a esos doce días. No se sabe cuándo ni por qué fue escrita, pero dice la leyenda que durante el siglo XVI los funcionarios de la Iglesia oficial de Inglaterra prohibieron todas las enseñanzas sobre Cristo, excepto las suyas. Los padres que se negaron a unirse a esta Iglesia usaron esta canción para enseñar a sus hijos en secreto. Cada vez que se cantaba la canción venía a la memoria de los que lo hacían una serie de enseñanzas sobre la Palabra de Dios, escenificadas mediante una serie de regalos, uno para cada día. Descubramos el significado de cada uno de estos regalos.

Pero, ¿quién da los regalos? La canción le llama “Mi verdadero amor”. ¿Quién puede ser esa persona? ¿Quién nos ama y nos da todas las cosas, día a día? Por supuesto el único que lo hace todo: Dios.

“Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto…” (Santiago 1:17a).

1. “El primer día de Navidad, mi verdadero amor me dio una perdiz en un peral”.

La perdiz es una pequeña ave que está dispuesta a dar su vida para defender a sus crías de cualquier daño. ¿A quién nos recuerda la perdiz? A la única persona que voluntariamente dio su vida por nosotros, a Jesús. La perdiz en un peral recuerda a Jesús, el mejor de todos los regalos de Navidad, que murió por nosotros en la cruz.

“Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo único para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna”(Juan 3:16).

2. “El segundo día de Navidad, mi verdadero amor me dio dos tórtolas”.

Los padres judíos ofrendaban dos tórtolas a Dios cuando llevaban a un recién nacido al templo de Jerusalén. Estas dos tórtolas recuerdan las que ofrendaron José y María, cuando el niño Jesús fue llevado por primera vez al templo.

“Y cuando se cumplieron los días para que, según la ley de Moisés, ellos fueran purificados, llevaron al niño a Jerusalén para presentarlo ante el Señor… y para ofrecer al mismo tiempo el sacrificio prescrito por la ley del Señor: una pareja de tórtolas” (Lucas 2:22, 24).

3. “El tercer día de Navidad, mi verdadero amor me dio tres gallinas francesas”.

En aquella época las gallinas francesas eran mucho más caras que las comunes. Solo la gente adinerada podía comprarlas. Estas tres gallinas recuerdan los regalos que los magos ofrecieron a Jesús: oro, incienso y mirra.

“Al ver la estrella, se llenaron de gran alegría y cuando entraron en la casa vieron al niño con María, su madre, se postraron y lo adoraron. Luego abrieron sus tesoros y le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra” (Mateo 2:10-11).

4. “El cuarto día de Navidad, mi verdadero amor me dio cuatro pájaros cantando”.

Dios creó todo tipo de pájaros, cada uno con un canto especial. Hubo cuatro hombres que escribieron sobre la vida de Jesús. Eran como pájaros cantando (llamando), porque los libros que escribieron llamaban a la gente a creer en Jesús. Los cuatro pájaros cantando recuerdan a los cuatro evangelistas, Mateo, Marcos, Lucas y Juan, y los Evangelios que escribieron.

“Pero éstas (cosas) se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre” (Juan 20:31).

5. “El quinto día de Navidad, mi verdadero amor me dio cinco anillos de oro”.

Los judíos consideran que los primeros libros del Antiguo Testamento (la Torá o la Ley) son cinco grandes tesoros que valen más que el oro. Los cinco anillos de oro recuerdan los cinco libros del Pentateuco: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio.

“… los juicios del Señor son verdad: todos justos. Deseables son más que el oro…” (Salmo 19:9-10).

6. “El sexto día de Navidad, mi verdadero amor me dio seis ocas poniendo”

Los huevos son un símbolo de vida. Los dos primeros capítulos de Génesis nos explican cómo Dios creó el mundo y todo lo que hay en él: las plantas, los pájaros, los peces, los animales, el hombre y la mujer. Las seis ocas sentadas sobre los huevos recuerdan la nueva vida que Dios creó en los seis primeros días de la creación.

“Y vio Dios todo cuanto había hecho, y era bueno en gran manera. Y fue la tarde y la mañana del sexto día” (Génesis 1:31).

7. El séptimo día de Navidad, mi verdadero amor me dio siete cisnes nadando”

¿Cómo crecemos como hijos de Dios? El Espíritu Santo nos cambia por dentro y da siete dones especiales a los hijos de Dios. Estos dones nos ayudan a crecer y a servir a los demás. Los siete cisnes nadando recuerdan los siete dones del Espíritu Santo.

“Dado que tenemos diferentes dones, según la gracia que nos fue dada: el que tiene el don de profecía, úselo conforme a la medida de la fe; el de servicio, en servir; el que enseña, en la enseñanza; el que exhorta, en la exhortación; el que reparte, con sencillez; el que preside, con solicitud; el que hace obras de misericordia, con alegría” (Romanos 12:6-8).

8. “El octavo día de Navidad, mi verdadero amor me dio ocho sirvientas ordeñando”

Leer la Palabra de Dios es como beber leche. Nos ayuda a crecer en nuestro corazón, mente y espíritu. Jesús enseñó a sus seguidores unos dichos especiales llamados las Bienaventuranzas para ayudarlos a crecer fuertes en su fe. Las ocho sirvientas ordeñando recuerdan las ocho primeras Bienaventuranzas.

“Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación. Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mateo 5:3-10).

9. “El noveno día de Navidad, mi verdadero amor me dio nueve señoras bailando”

El baile es símbolo de alegría. El Espíritu Santo de Dios es nuestro ayudador. Él produce una serie de resultados dentro de nosotros. ¡Esas son buenas razones para bailar de alegría! Por eso las nueve mujeres bailando recuerdan las nueve cualidades que el Espíritu Santo de Dios produce en nuestra vida.

“Pero el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, man-sedumbre, templanza” (Gálatas 5:22-23).

10. “El décimo día de Navidad, mi verdadero amor me dio diez señores saltando”

Antaño los señores eran hombres importantes cuyas órdenes debían ser obedecidas. La gente los honraba y obedecía sus reglas. ¿Qué reglas obedecemos nosotros? Los diez mandamientos nos dicen qué hacer y qué no hacer. Nos muestran cómo amar a Dios y a las demás personas. Los diez señores saltando recuerdan los diez mandamientos, que debemos obedecer.

“Yo soy el Señor tu Dios… No tendrás dioses ajenos delante de mí.  No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te inclinarás a ellas, ni las honrarás… No tomarás el nombre del Señor tu Dios en vano… Acuérdate del día de reposo para santificarlo. Honra a tu padre y a tu madre… No matarás. No cometerás adulterio. No hurtarás. No dirás falso testimonio contra tu prójimo. No codiciarás… cosa alguna de tu prójimo” (Éxodo: 20:2-17).

11. “El undécimo día de Navidad, mi verdadero amor me dio once flautistas tocando”

Antiguamente los flautistas viajaban por las aldeas tocando alegres melodías con su flauta. Cuando los niños escuchaban la música lo seguían por todo el pueblo. Doce discípulos siguieron a Jesús, pero solo once permanecieron fieles a Él. Judas traicionó a Jesús. Como flautistas, los once discípulos entonaron el canto del amor de Dios dondequiera que iban. Muchos escucharon su mensaje y siguieron a Jesús. Los once flautistas nos ayudan a recordar seguir a Jesús, como los 11 discípulos fieles.

“Designó entonces a doce… : Pedro…; Jacobo… Juan hermano de Jacobo…; Andrés, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Jacobo hijo de Alfeo, Tadeo, Simón el cananeo, y Judas Iscariote, el que le entregó” (Marcos 3:16-19).

12. “El duodécimo día de Navidad, mi verdadero amor me dio doce tamborileros tocando”

Un tamborilero debe tocar con un ritmo constante para que todos puedan marchar o tocar música al unísono, en armonía. ¿Qué pasaría si dejaran de tocar el tambor? Los cristianos pertenecemos a muchas denominaciones diferentes, pero una cosa nos da unidad, nuestras creencias comunes. El Credo Apostólico (del siglo V, probablemente) enumera lo que los cristianos creen sobre Dios. Esto produce unidad, como una banda que marcha al ritmo del tambor. Los doce tamborileros tocando recuerdan esas creencias comunes tan importantes, reflejadas en el Credo Apostólico.

“Creo en Dios Padre Todopoderoso, creador del cielo y de la tierra; y en Jesucristo, su único Hijo, Señor nuestro; que fue concebido del Espíritu Santo, nació de la virgen María, padeció bajo el poder de Poncio Pilato; fue crucificado, muerto y sepultado; descendió a los infiernos; al tercer día resucitó de entre los muertos; subió al cielo, y está sentado a la diestra de Dios Padre Todopoderoso; y desde allí vendrá al fin del mundo a juzgar a los vivos y a los muertos. Creo en el Espíritu Santo, la Santa Iglesia Universal, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección del cuerpo y la vida eterna. Amén”.

Ferran Cots, diciembre 2022

Publicado en: Reflexiones

El destino de los malvados

noviembre 12, 2022 by Ferran Cots

Salmo 73. El destino de los malvados. Salmo de Asaf.

Algo que nos cuesta asimilar es, sin duda, la prosperidad de aquellos que la Biblia llama malvados. Pero esto nos es algo nuevo. Desde el inicio de la historia de la humanidad se repite el mismo patrón. Los malvados, los impíos, aquellos que no creen en Dios e incluso se mofan de Él, prosperan materialmente. Asaf, que era uno de los directores del coro en el templo de Jerusalén, plasma en el salmo 73, de manera magistral esta realidad. 

No obstante Asaf inicia el salmo con una declaración categórica: “Ciertamente es bueno Dios para con Israel, para con los limpios de corazón” (v. 1). El salmista no duda de la bondad de Dios en ningún momento, pero reconoce que él estuvo a punto de dudar.

Asaf confiesa honestamente que se sintió tentado a envidiar la prosperidad de los malvados. Algo que le puede suceder a los cristianos. Desgrana una serie de actitudes de esos malvados y, ante esa situación de aparente injusticia por parte de Dios por permitir semejante prosperidad, reconoce que sintió envidia de ellos. La descripción que hace de la actitud de los malvados en su soberbia es realmente cierta. Nada parece alterarles, ni molestarles en su enriquecimiento y prosperidad, lo consigan cómo lo consigan. Llegan incluso a dudar, no solo de que Dios pueda tener conocimiento de lo que hacen, sino de su misma existencia.

La gente necia e impía disfruta, a veces, una gran prosperidad. Parecen no tener problemas en esta vida, y tienen todas, o casi todas, las comodidades. Viven sin temor de Dios; no obstante prosperan y progresan. Suelen pasar su vida, en general, sin grandes contratiempos. En cambio, muchas personas, sean o no cristianos, deben hacer frente a grandes sufrimientos durante la suya. Los malos no se atormentan con el recuerdo de sus maldades ni con la perspectiva de su miseria, y mueren sin conciencia de pecado.

Asaf llega a considerar que su fe es vana y todo su esfuerzo en mantener un corazón íntegro parece inútil. Es como si aquello en lo que ha creído toda su vida no tuviera valor para Dios, ya que se siente realmente abatido ante las circunstancias. No obstante, hacia la mitad del salmo se inicia un cambio en la actitud y el ánimo del autor. Se da cuenta que si él hiciera lo mismo estaría engañando a los demás, y metido de lleno en estos pensamientos reconoce por fin la verdad. Se da cuenta, ante la presencia de Dios, de que su razonamiento es erróneo y ve cual será el destino final de aquellos que presumen de prosperidad e impiedad.

La prosperidad del malvado es corta y tiene un final desastroso; no es sino algo vano, corrupto, sin sustancia real, sólo sombras, un sueño. Vemos entonces que la riqueza del malvado pierde de repente su poder en el momento de la muerte y las recompensas del cristiano adquieren un valor eterno. Lo que parecía riqueza, ahora es desperdicio, y lo que parecía no valer la pena, ahora perdura para siempre.

No hemos de desear la prosperidad de los malvados. Algún día ellos desearán tener la nuestra y poseer la riqueza eterna. Asaf se dio cuenta de que los ricos que depositan su esperanza, gozo y confianza en la riqueza, viven en un sueño. Un sueño solo existe en la mente del soñador. No permitamos que las metas de nuestra vida sean tan irreales como un sueño y despertemos demasiado tarde ante el hecho de haber perdido la realidad de la verdad de Dios. La felicidad y la esperanza pueden ser una realidad, pero solo cuando se basan en Dios, no en las riquezas. Por lo tanto, debemos acercarnos a Él tanto como podamos a fin de ser realistas en cuanto a la vida. Parece oportuno citar aquí las palabras del Señor a través del profeta Malaquías: “Vuestras palabras contra mí han sido violentas, dice el Señor. Y todavía preguntáis: ¿Qué hemos hablado contra ti? Habéis dicho: Por demás es servir a Dios. ¿Qué aprovecha que guardemos su ley y que andemos afligidos en presencia del Señor de los ejércitos? Hemos visto que los soberbios son felices, que los que hacen impiedad no solo prosperan, sino que tientan a Dios, y no les pasa nada” (Malaquías 3:13-15). No debemos dudar de la justicia divina, no sea que lleguemos al extremo al que llegó el pueblo de Israel y que motivó esta dura reprensión por parte de Dios.

La tentación obra de la envidia y del descontento es muy peligrosa. Reflexionando en ello, el salmista reconoce que fue su necedad e ignorancia lo que le hicieron sufrir.

El final de los malvados también es declarado por Malaquías: “… viene el día ardiente como un horno, y todos los soberbios y todos los que hacen maldad serán estopa. Aquel día que vendrá los abrasará, dice el Señor de los ejércitos, y no les dejará ni raíz ni rama” (Malaquías 4:1).

Acaba el salmo 73 con una declaración de confianza en Dios. Una vez que Asaf ha podido comprender la realidad de la situación, declara: “Pero en cuanto a mí, el acercarme a Dios es el bien. He puesto en el Señor mi esperanza…”. Solo cuando depositamos en Cristo el Señor nuestra esperanza, comprendemos que su voluntad siempre se cumple y que, a pesar de las circunstancias terrenales, el destino de los malvados es la muerte eterna. No seamos como ellos llevados por el deseo de riquezas o poder, porque todo eso desaparecerá. Nuestras riquezas deben estar depositadas en el cielo (Mateo 6:19-21) donde no hay corrupción de ningún tipo.

Cuando afrontemos una situación como la que que le sucedió a Asaf, pensemos que debemos atribuir nuestra seguridad en la tentación y nuestra victoria, no a nuestra sabiduría, sino a la presencia de Dios por gracia junto a nosotros, y a la intercesión de Cristo por nosotros.

Ferran Cots, noviembre 2022.

Publicado en: Reflexiones

La necedad

noviembre 12, 2022 by Ferran Cots

“La estupidez es más peligrosa que la maldad” (Dietrich Bonhoeffer).

Dietrich Bonhoeffer fue un pastor luterano alemán que se opuso abiertamente al nazismo. Detenido y llevado a un campo de concentración, se dedicó a reflexionar para intentar comprender cómo personas comunes y “de bien” habían llegado a cometer las atrocidades que hicieron bajo el régimen nazi. Y llegó a la conclusión de que la estupidez es el enemigo más peligroso de las personas, incluso más que la maldad.

Bonhoeffer denunció públicamente las atrocidades que se estaban cometiendo contra el pueblo de la Alemania sometida por Adolf Hitler. Tras años de lucha fue detenido por el injusto y severo régimen y comenzó a reflexionar sobre el cambio social que se había producido en su país. Se preguntó cómo podía haber sucedido que el pueblo alemán, gente común y corriente, personas de bien, la mayoría aparentemente cristianas, se convirtieron en criminales dispuestos a cometer atrocidades sin piedad.

Se preguntó, si esta gente que ahora cometía terribles crímenes siempre había sido malvada  y cruel. Pero llegó a una conclusión sorprendente, no era la maldad el factor que llevaba a los alemanes a la crueldad y a perder la piedad, era nada más y nada menos que la estupidez. A partir de ese momento a su desarrollo sobre el tema se le conoce como “La teoría de la estupidez de Bonhoeffer”.

Fue así, en este contexto, que Bonhoeffer comenzó a escribir cartas desde la prisión, explicando el por qué de la conducta alemana, basándose en que aquellas personas no eran particularmente malas, sino estúpidas. Sin embargo no hay que malinterpretar la palabra estupidez. Bonhoeffer se refería a personas sin criterio, que seguían órdenes sin razonar ni evaluar las consecuencias de sus actos. Para él fue de esta forma en la que personas comunes y corrientes llegaron a cometer los peores crímenes de la humanidad. De hecho una de las acepciones de la palabra estúpido es precisamente necio, y así es como la Biblia llama a este tipo de personas.

Bonhoeffer argumentaba que contra el mal puede uno rebelarse. Los pueblos incluso se alían contra él. Sin embargo contra la necedad no existe nada que se pueda hacer. Las protestas y el uso de la fuerza no tienen sentido frente a personas que no están dispuestas a escuchar, o no saben cómo hacerlo. Para Bonhoeffer una persona necia es incluso más peligrosa que alguien malvado. Según él los necios no son conscientes de las consecuencias de sus actos, pudiendo desencadenar consecuencias terribles sin ni siquiera saberlo.

Para Bonhoeffer, el poder infecta. Parecería que ante el poder las personas caen, viéndose privadas de su independencia y autonomía. Así, argumentaba en sus cartas, los estúpidos se vuelven herramientas, títeres ejecutores de las ideas de otros. Por ello son peligrosos, por su falta de comprensión y de visión de la realidad.

Bonhoeffer fue ahorcado por los nazis el 9 de abril de 1945, dos semanas antes de que el campo de concentración donde estaba prisionero fuera liberado por los aliados. Sus últimas palabras fueron: “Este es el fin; para mí el principio de la vida”.  El doctor del campo de concentración —testigo de la ejecución— anotó: “Se arrodilló a orar antes de subir los escalones del cadalso, valiente y sereno. En los cincuenta años que he trabajado como doctor nunca vi morir un hombre tan entregado a la voluntad de Dios”.

Bonhoeffer, como cristiano, tenía muy claro que la necedad, como la llama la Biblia, es un mal muy grande. Como fruto del pecado puede provocar los mayores males sin ser conscientes de ello. Solamente en el libro de los Proverbios podemos leer citas como:

“… la boca del necio es una calamidad cercana” (10:14b).

“… los necios mueren por falta de entendimiento” (10:21b).

“… la insensatez de los necios es locura” (14:24b).

“… la boca de los necios dice sandeces” (15:2b).

Hay muchas más citas sobre el tema en este libro de Proverbios (y en el resto de la Biblia). El escritor sagrado nos está advirtiendo contra la necedad. Hemos de tener cuidado de no caer en la trampa y convertirnos también en necios. ¿Cómo hemos pues de reaccionar ante este tipo de personas? El mismo libro de los Proverbios nos da la clave: “… responde al necio como merece su necedad, para que no se tenga por sabio en su propia opinión” (26:5). 

El necio es alguien que se cree sabio y, generalmente, en posesión de la verdad. ¡Cuántas personas han sido engañadas por partidos políticos, sistemas filosóficos, falsas religiones, líderes religiosos “cristianos” y un largo etcétera! Son personas con las que es imposible razonar sobre el tema que les ocupa y preocupa, no se puede establecer un diálogo, es inútil presentar pruebas fidedignas en contra de su pensamiento, simplemente dejan de lado esos razonamientos y no les hacen el menor caso. Son incapaces de razonar y plantearse si aquello que defienden puede estar equivocado o incluso ser peligroso.

Nos es fácil identificar la necedad en los otros, vemos como se dejan llevar por eslóganes y consignas falsas o manipuladas, jugando con los deseos y aspiraciones de las personas. Sin embargo los cristianos no estamos exentos de caer en la necedad, tal como la retrata Dietrich Bonhoeffer. Analicemos el grado de aceptación de las ideas o propuestas de todo tipo que nos asedian. Probablemente nos quedaríamos, no solo sorprendidos sino también horrorizados. Veríamos cómo nos estamos adaptando a este mundo, sin analizar los hechos e ideas a la luz de la Palabra de Dios; en definitiva, sin utilizar la inteligencia que Dios nos ha dado para que seamos sabios, con la sabiduría que proviene de Él.

Aquí hemos de mencionar que una persona necia no ha de ser necesariamente falta de inteligencia. Bonhoeffer decía que una persona inteligente, con muchos conocimientos, puede ser realmente un necio. Y una persona con una inteligencia menos despierta ser más sabio ante las situaciones de la vida.

Hemos visto que la necedad es, en realidad, no solo la torpeza en comprender las cosas, sino también la falta de interés, por llamarlo de alguna manera, en conocer la verdad y rectificar los errores. Los cristianos nos convertimos en necios cuando discutimos sobre asuntos que no entendemos y nos afirmamos en ellos contra viento y marea, sin escuchar otras voces que nos pueden decir otra cosa, probablemente mejor y más sabia. Incluso los grandes teólogos pueden caer en este tipo de necedad, ya que pretenden llegar a conocer la verdad sobre Dios, y eso es totalmente imposible. Entonces se enzarzan en vanas discusiones, teorizan sin fundamento y emiten opiniones indemostrables.

¡Cuántas veces oímos de cristianos que han sido engañados por pastores o misioneros! Nos preguntamos cómo es posible que sucedan esas cosas, sin darnos cuenta que la respuesta es bien fácil: necedad. Necedad producto de la falta de conocimiento de la Palabra de Dios, y de esa forma son “arrastrados para todos lados por todo viento de doctrina y por aquellos que para engañar emplean con astucia las artimañas del error” (Efesios 4:14). Ese no es el camino a seguir, sino que debemos buscar la sabiduría que está en Cristo. Porque “Cristo es poder de Dios y sabiduría de Dios” (1 Corintios 1:24b).

Pablo, dirigiéndose a los creyentes en Éfeso les decía: “… Ya no viváis como necios sino como sabios… Por tanto, no seáis insensatos, al contrario, tratad de entender cuál es la voluntad de Dios” (Efesios 5:15, 17).

Dios nos ha dado una inteligencia y una capacidad de discernimiento. El problema es que a veces parece que no los utilizamos. Nuestra consigna debe ser analizar todo a través de la revelación divina contenida en la Biblia, sin prestar “… atención a fábulas y genealogías interminables, que mas bien fomentan discusiones…” (1 Timoteo 1:4). Solo de esta forma evitaremos caer en la necedad espiritual que es la peor de las necedades.

Si Cristo murió en la cruz fue para salvarnos del pecado, pero también debemos considerar que tal vez debamos ser salvados de nosotros mismos y nuestra necedad. Y eso solamente lo puede hacer Dios hecho hombre, quien dio su vida para que no muramos, sino para que tengamos vida eterna.

Ferran Cots, noviembre 2022.

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