“¿Por qué te abates, oh alma mía, y te turbas dentro de mí?” (Salmo 42:5,11; Salmo 43:5)
Este salmo trata sobre el desánimo y la frustración. Desánimo y frustración al ver las aflicciones que nos suceden, comparándolas con la aparente prosperidad de los impíos (ver también el Salmo 73:2-3).
Muchas veces sentimos desánimo y frustración ante las dificultades que nos desbordan. Como cristianos sabemos que no debería ser así, pero la naturaleza de pecado nos lleva a estas situaciones. Esto no es exclusividad nuestra, ni siquiera se trata de que nuestra fe sea más o menos firme. No pocos fieles hombres y mujeres de Dios atravesaron problemas adversos y desfallecieron. Recordemos a Elías que, después de derrotar a los sacerdotes de Baal, huyó de Jezabel por miedo a que le quitase la vida (ver 1 Reyes 18 y 19). Y qué decir de Jonás, que se aflige por una simple calabacera. Por no citar a los apóstoles que, después de la muerte de Cristo, entran en una espiral de desánimo y frustración por no haber entendido lo que el Señor les había repetido tantas veces durante su ministerio entre ellos. No, no se trata de tener más o menos fe, recordad que Santiago en su carta dice que: “Elías era hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras” (Santiago 5:17), así que la cosa no parece ir por ahí.
¿Entonces, qué es lo que sucede? Básicamente desde que el hombre (la raza humana) se apartó de Dios, al principio de la historia, los pensamientos que llenan su (nuestra mente) son demasiadas veces negativos. Tenemos tendencia a fijarnos en lo malo antes que en lo bueno. Parece que tengamos necesidad de que los demás se compadezcan de nosotros, a riesgo de parecer pesados y repetitivos. Hay quienes hacen de algún tipo de aflicción (real o imaginaria) su motivo de vida y siempre están dándole vueltas a lo mismo, no importa de qué hablen y con quién hablen. ¿Significa esto que su fe es pobre? ¿Tienen poco conocimiento de la Escritura? La respuesta, muchas veces es no. Pero al igual que Elías en aquel momento de su vida, estos creyentes sólo son capaces de ver la parte negativa de lo que les está sucediendo y, por eso, su mente entra en una especie de bucle sin fin, del que son incapaces de salir. Cuidado porque todos estamos expuestos a esto, que nadie piense que a él no le va a suceder nunca. Recordemos lo que Pablo decía a los corintios: “Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga” (1 Corintios 10:12).
La solución, como en todas las situaciones de aflicción, está, como no, en volverse a Dios. Él es el que nos sustenta, el que nos cuida, el que nos ama de forma incomprensible para nosotros, el que nos salvó. En medio de la aflicción hemos de volver la mirada a Él, dejar que Él cambie nuestros pensamientos negativos por otros positivos, enraizados en su gracia y misericordia.
Antes no hemos completado el versículo de los salmos citados, nos hemos quedado en: “¿Por qué te abates, oh alma mía, y te turbas dentro de mí?”. Si nos quedamos aquí nunca vamos a ver la luz de la esperanza. Cada día nos volveremos más pesimistas, cada día nos auto compadeceremos más de nosotros mismos. Cada día bombardearemos a nuestros familiares y hermanos en la fe con nuestro pesimismo y perderemos, paulatinamente, las ganas de vivir y disfrutar aquello que el Señor, tan generosamente pone a nuestra disposición. Y lo peor es que olvidaremos que dependemos de Dios y Él solo tiene para nosotros “pensamientos de paz, y no de mal” (Jeremías 29:11).
Acabemos pues de leer el versículo con el que hemos empezado esta reflexión: “¿Por qué te abates, oh alma mía, y te turbas dentro de mí? Espera en Dios; porque aún he de alabarle, salvación mía y Dios mío”. Esperando en Dios nuestros pensamientos dejan de ser negativos y pasan a ser de alabanza y gratitud porque, a fin de cuentas, no hay nada que valga más que la salvación que Él nos ha dado, y ese es motivo más que suficiente para que, en situaciones de aflicción, ya sea real o imaginaria, elevemos nuestro ánimo hacia Dios y permanezcamos confiados en Él.
Para finalizar recordemos lo que nos dice el rey David: “Encomienda a Dios tu camino, y confía en Él; y Él hará” (Salmo 37:5).
Ferran Cots, enero 2022.