«Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir, para instruir en justicia» (2 Timoteo 3:16).
El día 23 de abril fue elegido como «Día Internacional del Libro», pues supuestamente coincide con el fallecimiento de Miguel de Cervantes y William Shakespeare en la misma fecha del año 1616.
Aunque la justificación inicial para haber escogido este día fue la muerte de Cervantes, en realidad este falleció el 22 y fue enterrado el 23, que es cuando se consignó su fallecimiento; por su parte, Shakespeare murió el 23 de abril del calendario juliano, que correspondía al 3 de mayo del calendario gregoriano. Pero, puntualizaciones aparte, la idea de establecer un día del libro fue consecuencia del deseo de fomentar la lectura, algo que cada vez se está perdiendo más.
La lectura es una actividad importante por cuanto amplía nuestra mente, nuestros conocimientos y nuestro vocabulario. Por supuesto el qué leamos es algo fundamental, pero no despreciemos cualquier tipo de literatura de forma automática, sin haberla analizado anteriormente. Recordemos las palabras de Pablo en su primera epístola a los tesalonicenses: «Examinadlo todo y retened lo bueno» (1 Tesalonicenses 5:21).
Pero, ¿qué del libro de los libros? ¿Por qué le llamamos así? Jugando con las palabras podemos decir que es el libro de los libros porque contiene 66 libros. Pero también es el Libro de los libros porque ningún otro ha influido tanto en la historia de la humanidad. La Biblia no contiene la palabra de Dios, como algunos pretenden, de forma que haya partes que no son palabra revelada. La Biblia es la palabra de Dios revelada a la humanidad a través de múltiples autores, todos ellos guiados por el Espíritu divino, para plasmar por escrito la revelación de Dios para el hombre. Aunque hoy en día está de moda polemizar sobre si todo el contenido de la Biblia es o no fiable, si hay partes añadidas, si los autores a los que se atribuye no son los correctos, no vamos a entrar en este tema. Son discusiones que al final pueden llevarnos a dudar de la fiabilidad de las Escrituras y que no resultan nada provechosas. Como dijo Pablo en una de sus epístolas: «Pero evita las discusiones sobre cosas sin importancia, como las genealogías; no pelees ni discutas sobre cuestiones de la ley; pues son discusiones inútiles y sin sentido» (Tito 3:9).
Recordemos dos cosas básicas respecto a la Palabra:
1. El mismo Señor Jesús confirmó que el Antiguo Testamento era palabra de Dios, mencionándola como la ley y los profetas, y que él había venido para cumplirla: «No penséis que he venido para abolir la Ley o los Profetas; no he venido para abolir, sino para cumplir…» (Mateo 5:17) (En el mismo evangelio hay más citas al respecto).
2. El apóstol Pablo afirmó que toda la Escritura (toda) era inspirada por Dios: “Toda Escritura es inspirada por Dios…” (2 Timoteo 3:16a).
Cómo ha llegado la Biblia hasta nuestras manos es una historia realmente fascinante. Los libros que contiene fueron escritos por más de 40 personas a lo largo de cerca de 1.500 años y, sin embargo, el mensaje es el mismo, apunta ya desde el principio (el génesis) a Cristo, finalizando con su venida gloriosa y el sometimiento a él de todas las cosas. En la Biblia encontramos, en realidad, la historia de la redención, sin la cual sería simplemente un libro de historia o de máximas morales. En las Escrituras descubrimos nuestra situación de pecado y perdición, sin esperanza alguna, condenados a una eterna muerte espiritual. Pero también descubrimos el don de Dios, la salvación de nuestras almas para vida eterna. Salvación consumada en la cruz del Calvario por el Señor Jesucristo. No busquemos explicación lógica humana. La lógica divina está a una altura inalcanzable para nosotros. Dios no nos pide que hagamos un examen crítico de la historia de la salvación. Solo nos pide que creamos y aceptemos lo que hizo por nosotros.
Es una cuestión de confianza en él.
Ferran Cots, agosto 2023.