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Ferran Cots

Perseverad

abril 2, 2025 by Ferran Cots

Para llevar a cabo cualquier tarea son necesarias varias cosas, entre ellas el entusiasmo por lo que se quiere hacer. Sin embargo, ¿cuántas veces iniciamos algo con verdadero y genuino entusiasmo y, pasado el tiempo, nos desanimamos y perdemos aquel entusiasmo inicial que nos movía? Más de las que nos gustaría admitir. Pero esto no es algo extraño. Muchas veces emprendemos algo con grandes expectativas y cuando vemos que dichas expectativas no se cumplen de forma rápida, nos desinflamos y perdemos hasta las ganas de seguir adelante. En parte estamos siendo influidos por la sociedad actual, una sociedad que apunta a la inmediatez. Hoy en día todo aquello que no tiene un cumplimiento inmediato parece no ser válido. Lo queremos todo ya, no podemos esperar.

Esta actitud no es buena, puesto que nos hace perder de vista la perspectiva real de las cosas. Hacer algo, para obtener un resultado, requiere esfuerzo y dedicación. Y aquí entra en juego una virtud muy importante, la perseverancia. Un conocido predicador (Spurgeon) dijo que «la perseverancia fue lo que permitió al caracol entrar en el Arca».

Perseverancia es la acción de perseverar, es decir, mantenerse constante en la prosecución de lo comenzado, en una actitud o en una opinión. Esto es muy importante en la vida cristiana. El mismo Señor Jesús, hablando de las persecuciones que habían de sobrevenir a los discípulos les dijo: «pero el que persevere hasta el fin, este será salvo» (Mateo 10:22). Así que, vemos que la perseverancia es una actitud necesaria en la vida del creyente. La perseverancia tiene que ver con la forma de hacer las cosas. Si emprendemos algo y al cabo de poco lo abandonamos, desanimados porque no vemos resultados, entonces lo más probable es que esos resultados no lleguen nunca.

Veamos qué dice la Biblia respecto a en qué hemos de perseverar (además del texto ya leído de Mateo que nos exhorta a perseverar hasta el fin).

Debemos perseverar

• En la oración: «perseveraban unánimes en oración y ruego» (Hechos 1:14). «Perseveraban… en las oraciones» (Hechos 2:42). «Perseverad en la oración…» (Colosenses 4:2).

• En la doctrina apostólica (la doctrina contenida en los escritos del Nuevo Testamento): «Perseveraban en la doctrina de los apóstoles...» (Hechos 2:42).

• En la comunión entre nosotros, el pueblo de Dios: «Perseveraban… en la comunión unos con otros…» (Hechos 2:42).

• En el partimiento del pan, instituido por el propio Señor Jesús para recordar su muerte a favor nuestro: «Perseveraban… en el partimiento del pan» (Hechos 2:42).

• En la gracia de Dios: «Muchos… siguieron a Pablo y a Bernabé, quienes hablándoles los persuadían a que perseveraran en la gracia de Dios» (Hechos 13:43).

• En dar testimonio de nuestra fe: «Pero habiendo obtenido auxilio de Dios, persevero hasta el día de hoy dando testimonio a pequeños y a grandes…: Que el Cristo había de padecer, y ser el primero de la resurrección de los muertos, para anunciar luz al pueblo y a los gentiles» (Hechos 26:22).

• En hacer el bien: «El cual pagará a cada uno conforme a sus obras: vida eterna a los que, perseverando en hacer el bien, buscan gloria, honra e inmortalidad» (Romanos 2:6-7).

• En hacer la obra: «Pero el que mira atentamente en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo sino hacedor de la obra, este será bienaventurado en lo que hace» (Santiago 1:25).

Por el contrario la Palabra de Dios nos exhorta a no perseverar en el pecado, en cualquiera de sus manifestaciones: «¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? ¡De ninguna manera! Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?» (Romanos 6:1-2).

Vemos la importancia de perseverar en todo aquello que tiene que ver con la vida cristiana real. Y esto es algo meramente práctico. ¿Cuántas veces hemos organizado reuniones especiales, conciertos, conferencias…, y no hemos visto jamás los resultados que, a nuestro juicio, serían deseables? Sin duda más de las que nos gustaría reconocer; pero si abandonamos y no perseveramos en ello, porque nos desanimamos, estaremos impidiendo que el mensaje del Evangelio sea proclamado. Así que mantengámonos firmes, perseveremos hasta el fin y no dejemos que el desánimo invada nuestras almas. A nuestro lado está aquél para el que nada es imposible, el Todopoderoso, al que debemos elevar nuestras oraciones con perseverancia y fe. Y él obrará grandes cosas entre nosotros.

Ferran Cots, abril 2025.

Publicado en: Reflexiones

El vino en la Biblia

abril 2, 2025 by Ferran Cots

El vino es una de las bebidas más antiguas de las que se tiene noticia. En la Biblia se le menciona como mosto, fruto de la vid o, simplemente, vino. Junto a la sidra son las dos bebidas alcohólicas que aparecen en los textos bíblicos, aunque la sidra sólo se menciona una vez en el Nuevo Testamento, en relación a Juan el Bautista (Lucas 1:15).

Es necesario hacer una aclaración del término mosto que aparece en la Biblia. El mosto es en realidad el zumo de la vid y generalmente se le llama así cuando no ha fermentado. Sin embargo hemos de pensar que el mosto tal como lo conocemos hoy en día pasa por una serie de procesos industriales para evitar su fermentación. Pero, aun así, si dejamos una botella de mosto ya empezada durante unos días, veremos cómo empieza a fermentar y adquiere un sabor y olor desagradable. A la vista de lo anterior parece claro que a lo largo de la historia el mosto, como bebida natural, debía ser vino, de mayor o menor graduación alcohólica.

Aunque en las Escrituras también se menciona el vino en sentido figurado (en Apocalipsis 19:15 se habla del vino del furor y de la ira de Dios), aquí nos limitaremos al vino como bebida de uso cotidiano.

La primera mención del vino en la Biblia la leemos en Génesis 9:21. Allí se nos dice que Noé se embriaga con el vino que había hecho con las uvas de la viña que había plantado. Más adelante en Génesis 14:18 se menciona a Melquisedec, el cual ofreció pan y vino y lo bendijo. A lo largo del Antiguo Testamento vemos que el vino se menciona centenares de veces como una bebida habitual para acompañar las comidas. También está presente en la Pascua judía; a lo largo de la cena pascual se beben un total de 4 copas de vino, cada una de ellas con un significado específico.

El libro de Proverbios menciona una serie de advertencias sobre el consumo excesivo de vino, y el libro de Eclesiastés lo menciona como algo que se puede disfrutar: «Anda, y come tu pan con gozo, y bebe tu vino con alegre corazón; porque tus obras ya son agradables a Dios» (Eclesiastés 9:7). Beber vino con mesura es algo aceptable.

En el Nuevo Testamento el vino adquiere una dimensión especial. El primer milagro de Cristo fue convertir el agua en vino, un vino de excelente calidad. Recordemos que las bodas judías duraban 7 días y no podía faltar el vino. Si eso sucedía entonces era una deshonra para el esposo no haber previsto la cantidad suficiente para todos los días. Jesús, para evitar que sucediera eso, acude en su ayuda y le ofrece el mejor vino que jamás habían probado. En total unos 700 litros aproximadamente.

Jesús, como buen judío, debía celebrar la Pascua cada año. Eso suponía beber las 4 copas de vino cada vez. La última Pascua, la que celebró con sus apóstoles antes de ser arrestado, no fue una excepción. Tal como relatan los evangelistas, cuando iban a beber la última copa ceremonial, Jesús instituye el memorial en su nombre (que llamamos Santa Cena o Partimiento del Pan) comparando el pan con su cuerpo y el vino con su sangre, que iba a ser derramada para el perdón de los pecados de aquellos que creyeran en él: «De igual manera, después que hubo cenado, tomó la copa, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que por vosotros se derrama» (Lucas 22:20). Algo realmente interesante sobre el vino es lo que el Señor les dijo a sus discípulos: «De cierto os digo que no beberé más del fruto de la vid, hasta aquel día en que lo beba nuevo en el reino de Dios» (Marcos 14:25). ¿Qué significa eso? ¿Beberemos vino en el reino de los cielos? Dado que tendremos un cuerpo físico, aunque glorificado, no parece descabellado que así fuera. Cómo dijo un teólogo español. «La esperanza cristiana no es sólo espiritual, también material. No debemos espiritualizar los banquetes del Cordero» (José de Segovia).

Cuando Pedro hizo su primer discurso después de Pentecostés, algunos de los oyentes se burlaron de él pretendiendo que estaban borrachos. Pablo en su carta a los efesios les advierte que no se embriaguen y a Timoteo le da instrucciones sobre cómo debían ser los guías espirituales de las iglesias: no dados al vino; es decir que no fueran amantes del vino hasta el extremo de llegar a emborracharse. Curiosamente al mismo Timoteo le aconseja beber vino a causa de sus problemas estomacales. La explicación de esto podría ser que como el agua para beber no debía tener unas condiciones sanitarias aceptables, esto provocaría a Timoteo problemas de salud. En conclusión vemos que beber vino con moderación, no es algo contrario al espíritu de la Palabra de Dios, sobre todo si tenemos en cuenta que el propio Señor Jesús probablemente bebía vino, no sólo durante la celebración de la Pascua, si no en la multitud de invitaciones que le fueron hechas para comer.

Es cierto que algunos cristianos creen que beber vino está mal, pero bíblicamente no hay fundamento para apoyar esta postura. No obstante, aquellos que son verdaderamente maduros en la fe deben tener en cuenta las palabras de Pablo en la epístola a los romanos: «No destruyas la obra de Dios por causa de la comida. Todas las cosas a la verdad son limpias; pero es malo que el hombre haga tropezar a otros con lo que come. Bueno es no comer carne, ni beber vino, ni nada en que tu hermano tropiece, o se ofenda, o se debilite» (Romanos 14:20-21).

Ferran Cots, abril 2025

Publicado en: Reflexiones

Abimelec, un falso rey

marzo 1, 2025 by Ferran Cots

Leemos en el libro de los Jueces (capítulo 9) que tras la muerte de Gedeón, Israel entra en un período de apostasía, y la nación es castigada con guerras intestinas entre ellos mismos. Abimelec, hijo bastardo de Gedeón, se constituyó a sí mismo rey en Siquem1, aunque su final desastroso fue profetizado en un alegoría por Jotam, el menor de los hijos legítimos de Gedeón.

Abimelec se valió de medios ilegítimos para conseguir ser rey. En el libro de los Jueces se nos relata de qué forma llevó adelante su ambición, llegando incluso a exterminar a los hijos de su padre, excepto a uno, Jotam, que pudo escapar.

Este, Jotam, no se dedicó a reclutar un ejército para pelear contra Abimelec, sino que habló a los siquemitas con claridad y sinceridad, advirtiéndoles de las consecuencias de la decisión tomada. Jotam introduce su discurso de forma solemne, pasando a exponer una alegoría (que no parábola) sumamente ingeniosa. Dice que cuando los árboles quisieron tener rey, ofrecieron la corona a los más útiles, pero éstos rehusaron, ya que preferían servir a reinar. Puestos a elegir, los árboles no escogieron al cedro o al pino, que sólo servían de adorno y sombra, sino que se decantaron por los de mayor utilidad, a los frutales: la higuera, la vid y el olivo. La enseñanza que podemos extraer de esto es que quienes llevan fruto para el bien común, también deben ser honrados con el respeto de todos.

La razón que dan los árboles para declinar la oferta de ser rey es la misma. El olivo responde: «¿He de dejar mi aceite?». La vid lo hace en términos parecidos: «¿He de dejar mi mosto?». Ambos apelan a su utilidad y servicio, no sólo para los hombres, sino también para Dios, ya que el aceite y el vino se usaban en los altares de Dios, y también en las mesas de los hombres. También la higuera se se expresa de forma similar: «¿Habré de dejar mi dulzura?».

¿Qué conclusiones podemos sacar de esto? El gobierno comporta grandes preocupaciones y fatigas y quienes son puestos en puestos públicos de confianza deben dejar de lado sus intereses personales y ponerse al servicio total de la comunidad. Quienes son exaltados a esos puestos, corren el peligro de perder su utilidad (sus frutos), al verse tentados a la soberbia, la prepotencia y el orgullo. Quienes desean hacer el mayor bien posible sienten temor ante la posibilidad de ser exaltados a posiciones de grandeza y elevación social, precisamente a causa de estos peligros.

Vemos también como Jotam, mediante esta alegoría, expone a la luz la ridícula ambición de Abimelec, a quien compara con la zarza, planta indigna de figurar entre los árboles, no sólo por su inutilidad y su falta de fruto, sino porque sólo sirve para hacer daño.

Acaba Jotam haciendo una aplicación muy clara y certera. Trae a la memoria de los israelitas los servicios que su padre les había hecho, lo que hace destacar más la crueldad con la que habían tratado a su familia. Y les añade que el tiempo demostraría si habían obrado bien o mal. Si prosperaban por mucho tiempo, a pesar del mal cometido, podían decir que habían obrado bien. Pero si realmente habían obrado mal, como era el caso, no debían esperar ningún tipo de prosperidad. Cuando les hubo dicho todo esto, Jotam se vio obligado a huir, para salvar su vida, viviendo en el exilio por miedo a Abimelec.

Aunque al principio pudiera parecer que todo iba bien, ya que Abimelec reinó tres años sin mayores problemas, en ningún lado se dice que prestase al país ningún servicio útil, aunque disfrutó durante ese tiempo del título y dignidad reales. Pero su triunfo duró poco. Dios actuó y sembró la discordia entre aquellos hombres, de forma que se enemistaron completamente entre ellos. La situación desembocó en una cruel guerra civil, en la que Abimelec, al intentar destruir la ciudad de Tebes, encuentra la muerte de la forma más sorprendente. Por una piedra de molino, arrojada por una mujer, que le rompió el cráneo. Ante la muerte inminente la única preocupación de Abimelec fue que no se supiera que había sido muerto por una mujer, por lo que pidió a su escudero que lo rematara. Toda su preocupación en aquel momento fue salvaguardar su orgullo, y no pensar en absoluto sobre el destino de su alma tras la muerte, ni pedir a Dios misericordia, ni arrepentimiento alguno.

El resultado de esta aventura de los siquemitas acaba con la muerte de Abimelec, lo que permitió que la paz fuera restaurada en Israel y acabara aquella guerra civil, siendo además glorificada la justicia divina. Aunque a veces la perversidad pueda prosperar por algún tiempo, no lo ha de hacer para siempre. Ni siempre ha de prosperar necesariamente.

«El malvado pasa como un torbellino, pero el justo permanece para siempre» (Proverbios 10:25).

«Tarde o temprano, el malo será castigado, pero la descendencia de los justos se librará» (Proverbios 11:21).

Ferran Cots, marzo 2025.

1La antigua ciudad de Siquem se encontraba donde hoy está la ciudad de Nablús.

Publicado en: Reflexiones

Creéis en Dios…

marzo 1, 2025 by Ferran Cots

Muchas de las personas que nos rodean dicen creer en Dios. Sin embargo a la hora de concretar su creencia hay muchas que tienen dificultades para hacerlo. Nos encontramos con respuestas tales como que creen en una fuerza que controla el universo, algunos reconocerán a ese Dios en el que dicen creer como el creador de todo y otros, sencillamente, no saben o no pueden concretar en que tipo de dios (en minúscula) creen.

En medio de una sociedad cada vez más incrédula en lo que respecta a Dios (en otros aspectos es demasiado crédula), preguntar a alguien si cree en Dios nos expone a recibir respuestas de las más variadas, y la mayoría de ellas indefinidas.

Claro que también hay quien afirmará contundentemente que no cree en Dios, y expondrá una serie de argumentos para demostrar su afirmación. Sin embargo no nos engañemos, quien dice no creer en Dios ha de creer en otra cosa. El ser humano no puede estar sin ningún «algo» en lo que creer y a lo que adorar. El escritor David Foster Wallace dijo una vez: «Todo el mundo adora a algo. La única elección que tenemos es a qué adorar».

Pero volvamos a aquellos que dicen creer en Dios. La pregunta es en qué Dios creen. Si creen en un Dios impersonal y ausente de sus vidas, que apenas interviene en los avatares de esta vida, que no parece preocuparse de su creación, es porque no han puesto su fe en el verdadero Dios. Creer de esta forma no conduce a nada, y quien así actúa está tan perdido como los que dicen no creer en nada. Su vida está vacía y son presa fácil para el desaliento, la frustración e, incluso, la desesperación.

Creer en Dios significa creer en un ser superior a nosotros, inalcanzable por nuestros propios medios. Un ser así debería haberse dado a conocer al ser humano por sí mismo porque, de otra forma, ¿cómo podemos creer en alguien que no conocemos y del que no sabemos nada? Pero hay buenas noticias para aquellos que sinceramente quieren encontrase con el verdadero Dios para creer en él y adorarle. Sencillamente han de acudir a la revelación que el propio Dios ha dado a la humanidad. Esa revelación se encuentra en la Biblia, a la que se suele mencionar como la Palabra de Dios. Ahí Dios se da a conocer a la raza humana, y sólo ahí podemos conocer al verdadero Dios. Le fe en él deja de ser algo vacío, en una fuerza impersonal, y pasa a ser una fe en un ser personal que se preocupa por sus criaturas e interviene decididamente en el destino de la humanidad.

No obstante no podemos quedarnos solamente en esta fe, porque si bien estamos enfocados correctamente, seguimos estando perdidos, con un futuro eterno de separación de Dios. Sólo una intervención milagrosa de Dios puede ayudarnos a restaurar la relación rota, de forma que nuestro destino final sea el de una vida eterna en la presencia de él. Y esa intervención sucedió, algo extraordinario, impensable para los humanos. Tuvo lugar a cabo en el momento adecuado de la historia. Dios mismo vino a la tierra, se humanó en la persona de Jesucristo, siendo Dios y hombre a la vez (algo totalmente inexplicable para nuestro entendimiento), para restablecer el camino de regreso al reino eterno de Dios. No fue fácil, le costó un gran sufrimiento, llegó hasta el punto de dejarse clavar en una cruz para pagar la deuda que habíamos contraído con el Creador. Pero resucitó y ahora está vivo, en la presencia de Dios el Padre, esperando el momento de recoger a los suyos y llevarlos a ese reino eterno y perfecto.

¿Crees en Dios? Si realmente es así te falta un paso más, debes creer también en el Señor Jesucristo. Él mismo dijo a sus discípulos, que ya creían en el Dios verdadero: «… creéis en Dios, creed también en mí» (Juan 14:1). No basta creer en Dios para salvarse, es necesario creer también en Jesús, porque él es el único que puede restablecer nuestra relación con Dios. Sólo en él hay salvación. El apóstol Pedro dijo en su discurso ante el Concilio de los judíos, relatado en el libro de los hechos: «Y en ningún otro [Jesús] hay salvación, porque no hay otro nombre bajo el cielo dado a los hombres en que podamos ser salvos» (Hechos 4:12).

Si te falta dar este paso de fe no dudes más, acude a Cristo el único que puede darte la vida eterna porque, no lo olvides, él es el Dios eterno que se ha revelado a nosotros por medio de la Biblia, su Palabra. Si ni siquiera crees en Dios entonces tienes un grave problema. Tal vez las cosas te vayan bien (aparentemente) en la vida, pero reflexiona sobre el futuro, sobre el más allá porque aunque no quieras creer eso no va a cambiar la realidad de las cosas. Para ti también es el momento de acudir directamente a Cristo, en busca de su perdón y salvación, y tu vida ya no será lo mismo. Serás hijo de Dios, amado por él y recibirás el regalo de la vida eterna.

Todos adoramos a algo, es cierto, pero podemos elegir. Elige bien, elige a Cristo, y la gracia y la misericordia de Dios te acompañarán todos los días de tu vida en este mundo, no importa las circunstancias que atravieses.

A Dios sea toda la gloria.

Ferran Cots, marzo 2025.

Publicado en: Reflexiones

Vanidad de vanidades

febrero 5, 2025 by Ferran Cots

Uno de los textos más conocidos del libro de Eclesiastés es el que dice: «Vanidad de vanidades —dijo el Predicador—; vanidad de vanidades, todo es vanidad». Es una declaración bastante descorazonadora que parece inadecuada en un libro de la Biblia.

A lo largo de los 12 capítulos de este libro, el escritor, probablemente el rey Salomón, hace una autorreflexión sobre el sentido de la vida asumiendo el papel de un maestro o predicador que busca proporcionar dichos sabios que pudieran ser recordados fácilmente. Finalmente, el libro llega a la conclusión de que Dios es la única fuente de significado y el verdadero propósito de nuestras vidas. El autor ha descubierto esto a través de algunas experiencias muy intensas. Los versículos finales nos muestran la conclusión a la que llega el autor después de estar analizando sus diferentes perspectivas sobre los hechos que hacen referencia a la vida de las personas. El libro trata de diversos temas, que abarcan prácticamente la totalidad de la actividad humana. Pero hay pasajes realmente interesantes —en realidad todos los son— respecto al trabajo y el esfuerzo humano.

En el capítulo 2 leemos: «… aborrecí todo el trabajo que había hecho bajo el sol, y que habré de dejar a otro que vendrá después de mí. Y ¿quién sabe si será sabio o necio el que se adueñe de todo el trabajo en que me afané y en el que ocupé mi sabiduría bajo el sol? Esto también es vanidad» (cap. 2:18-19). Trabajar y esforzarse en algo es bueno, pero que el fruto de ese trabajo luego sea destruido o dañado por aquellos que lo continúan es algo frustrante. Esto, que es válido en cualquier área de la vida, lo es más en el área espiritual. Esforzarse en servir a Dios y a su Iglesia es lo mejor, pero cuando pasamos nuestro legado a los que nos siguen siempre nos queda la duda de qué harán y si sabrán continuar el trabajo y mejorarlo, o simplemente actuarán como necios destruyendo todo lo alcanzado. Debemos desechar ese tipo de pensamientos; cualquier cosa que hagamos para Dios la debemos hacer de corazón, confiando en que él va a preservar los resultados; sin dejarnos agobiar por la preocupación de qué sucederá después. Hay dos motivos para esto, el primero es que la obra (el trabajo) no es nuestra, es de Dios, y él velará por ella. El otro motivo es que el trabajo para el Señor nunca es en vano, tal como Pablo escribió a los corintios: «… hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano» (1 Corintios 15:58). Trabajar para el Señor no es vanidad, no es algo vacío y sin sentido.

Más adelante, en el versículo 21 leemos: «¡Que el ser humano trabaje con sabiduría, con ciencia y rectitud, y que haya de dar sus bienes a otro que nunca trabajó en ello! También es esto vanidad y un gran mal» (cap. 2:21). Aquí el escritor se lamenta de que todo el esfuerzo realizado pueda dar su fruto al que no trabajó en ello. Vuelve la idea de frustración, pensando que después de tanto trabajo y esfuerzo de toda una vida venga alguien y se aproveche de ello sin haber hecho nada. Lamentablemente esto sucede muchas veces. Cuantas personas reciben un legado de alguien y lo dilapidan o destrozan, porque no valoran lo que costó conseguirlo. Por eso mismo actúan como necios, sin ningún tipo de entendimiento. Bien es cierto que hay también personas que, aunque no han participado de aquel trabajo inicial, se esfuerzan en mantenerlo y mejorarlo, haciéndolo suyo. Pero son los menos. Volviendo a las cuestiones espirituales nos encontramos ante una situación bastante triste. Todo el esfuerzo realizado acaba siendo aprovechado por aquel que no hizo absolutamente nada. Es decir alguien que vivirá de las rentas de aquel trabajo, pero no aportará nada nuevo, o destruirá parte o todo de lo hecho. Viene a ser como en la profecía dada por Isaías a Israel: «Hicisteis un foso entre los dos muros para las aguas del estanque viejo; pero no tuvisteis respeto al que lo hizo, ni mirasteis al que desde antiguo lo había planeado» (Isaías 22:11). De nuevo hemos de poner nuestra mirada en Dios. Si nos centramos en las actitudes humanas siempre nos sentiremos decepcionados; todos fallamos así que, parece que no hay solución a estos problemas.

El libro acaba con una amonestación clara: «El fin de todo el discurso que has oído es: Teme a Dios y cumple sus mandamientos. Eso es el todo del ser humano. Porque Dios juzgará toda acción, incluso las ocultas, sean buenas o malas» (cap. 12:13-14). Después de las reflexiones escritas, el escritor llega a la conclusión de que sólo en Dios tiene sentido la vida.

Mil años más tarde hubo un suceso que contribuyó a acercar la verdadera vida y su sentido a la humanidad. Ante el pesimismo y la frustración encontramos gozo e ilusión para nuestras vidas. Dios mismo vino a este mundo en la persona de Cristo para que pudiéramos tener una esperanza real, que nada ni nadie nos pudiera quitar. Sólo a través de Cristo, y su sacrificio en la cruz, superaremos estos momentos de pesimismo, como los que agobiaban al escritor de Eclesiastés, y podremos fijar nuestra mirada en un futuro extraordinario y eterno al lado de Dios.

La vida sin Cristo puede convertirse fácilmente en vanidad, en algo sin sentido. Pero la vida con Cristo tiene verdadero sentido. Cómo dijo el apóstol Juan: «El que tiene al Hijo [a Cristo] tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida» (1 Juan 5:12).

De ti depende vivir una vida vacía o una con verdadero sentido. Acude a Cristo y recíbele como tu salvador. No hay otro camino, no hay atajos, sólo él.

Ferran Cots, febrero 2025.

Publicado en: Reflexiones

San Valentín

febrero 5, 2025 by Ferran Cots

El 14 de febrero se celebraba la festividad de origen católico en conmemoración de San Valentín de Roma. Fue creada para contrarrestar la fiesta de la Lupercalia, festividad pagana romana dedicada a la fertilidad. Es una de las primeras fiestas que marcaron la expansión del cristianismo en el imperio romano. Posteriormente la fiesta fue ganando importancia, desde una perspectiva laica, como el día de los enamorados.

La leyenda dice que Valentín casaba a los soldados con sus prometidas en la cárcel, en la época que el cristianismo fue prohibido por el emperador Claudio II. Por dicho motivo Valentín fue capturado y posteriormente decapitado. Continua la leyenda diciendo que Valentín oró pidiendo a Dios que devolviera la vista a la hija del jefe de la prisión, lo que así fue. Cuando llevaban a Valentín a su ejecución le entregó un papel en el que decía: «tu Valentín», como despedida. Hay historiadores que apoyan este relato como verdadero y aseguran que Valentín se había enamorado de la joven, por eso se le considera el santo del amor. La primera celebración del día de san Valentín de la que se tiene constancia fue el 14 de febrero de 494. Como fiesta oficial católica fue eliminado del calendario litúrgico en 1965.

Popularmente la fiesta de san Valentín se interpreta como una ocasión de celebrar el amor, independientemente del credo que se profese. Bien es cierto que el tipo de celebración fue variando a través de los siglos, siendo en la Edad Media cuando la fiesta se impregnaría con la expresión del amor manifestado de forma sincera y noble, con referencias al dios romano Cupido. Actualmente esta fiesta se celebra prácticamente en todo el mundo, aunque ha sido bastante mercantilizada.

Cuando se habla del amor se tiene la impresión que este sentimiento debería ser el más importante y que, si en el mundo hubiera mucho más amor, los problemas se resolverían. Vana esperanza si pensamos así. El ser humano no es capaz de amar con la intensidad y el desinterés necesario para alcanzar esa meta. Desde que la humanidad le dio la espalda a su Creador la historia está llena de actos de violencia y maldad, con algunas pinceladas, eso sí, de actos de amor, pero que por sí mismos son incapaces de solucionar el mal que aqueja a este mundo.

Sólo hubo un amor capaz de romper esta tendencia hacia el mal, amor que transforma vidas y hace cambiar las prioridades de aquellos que lo reciben. Ese amor sólo Dios puede darlo, y lo hizo haciéndose hombre en la persona de Jesucristo, para mostrarnos el rostro del verdadero amor, el amor eterno de Dios hacia sus criaturas a pesar de haberle desobedecido e ignorado. El apóstol Juan, en su evangelio, plasma esta declaración del mismo Jesús: «Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo único para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna» (Juan 3:16).

Más adelante, en su primera epístola, ahonda en lo que es el verdadero amor, el que proviene de Dios: «Nosotros hemos conocido lo que es el amor en que Cristo entregó su vida por nosotros...» (1 Juan 3:16a).

En todo el Nuevo Testamento vemos abundantes testimonios que nos hablan del amor de Dios hacia la humanidad. Pero, atención, este amor no es algo puramente sentimental. Es un amor real, vivo, que se preocupa por los demás, llegando, en el caso de Cristo, a dar su vida, literalmente, por la humanidad. Sólo permitiendo que el amor de Dios penetre en nosotros podremos ser liberados del mal y su terrible consecuencia, la muerte eterna.

Si ya has aceptado el amor de Dios, creyendo en la obra de Cristo en la cruz, entonces tienes por delante una eternidad de verdadera felicidad y gozo en la presencia de Dios. Si, por el contrario, aún no lo has hecho no esperes más, no sabes qué sucederá mañana y tal vez sea demasiado tarde para ti, lo que sería verdaderamente horrible. El apóstol Pablo en su segunda carta a los corintios, citando un pasaje del profeta Isaías, exclama: «Porque él [Dios] dice: En tiempo aceptable te he oído, y en día de salvación te he socorrido. Ahora es el tiempo aceptable; ahora es el día de salvación» (2 Corintios 6:2). No esperes más ahora es el momento, entrega tu vida a Cristo y recibirás el regalo del mayor amor que jamás hubieras imaginado.

Ferran Cots, febrero 2025.

Publicado en: Reflexiones

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