Durante este mes de febrero se celebra el carnaval, un período festivo y lúdico con el que, como cristianos, no nos podemos identificar, debido a las múltiples connotaciones de índole amoral o incluso abiertamente inmoral que conlleva.
El origen del carnaval fue, probablemente, una fiesta pagana de la antigua Roma, que después se relacionó con la Cuaresma. El carnaval acaba el llamado Mardi Gras o martes de carnaval, siendo el día siguiente el miércoles de ceniza, en que empieza el período de 40 días que precede a la Pascua. En esas semanas era obligatorio un riguroso ayuno de carne y de relaciones sexuales.
Hoy el carnaval es esa fiesta alocada en la que uno puede ser, durante un corto periodo de tiempo, lo que quiera ser. Etimológicamente el término “carnaval” procede del italiano “carnevale”, que a su vez procede del latín “carnem levare”. Esta palabra se compone del término “carne” y el verbo “levare” (quitar) y podría significar algo así como “quitar la carne”, aunque sería más correcto decir “despedirse de la carne”, por cuanto en el período de Cuaresma que seguía a esta fiesta estaba prohibido comer carne. Curiosamente esta celebración se inició en países de tradición cristiana, precisamente a causa de la Cuaresma, pero hoy en día se ha extendido por todo el mundo, perdiendo totalmente el significado original.
Durante la Edad Media el control y la influencia de la iglesia Católica en la vida privada de las personas era muy grande. Durante la Cuaresma la población debía guardar un estricto ayuno, no solo de comer carne, sino también de relaciones sexuales. Es entonces cuando surge el carnaval, un período (generalmente de tres días) creado como una forma de coger fuerzas ante el período de ayuno y abstinencia que se acercaba. Su celebración popular se centraba en la celebración de grandes banquetes con un consumo de carne exagerado, además de dejarse llevar por cualquier otro tipo de excesos, con el fin de agotar las ansias y permitir resistir durante la Cuaresma. El significado “despedida de la carne” hacía referencia no solo al alimento, sino también a las pasiones del cuerpo.
De vez en cuando surgen extrañas teorías sobre el origen del carnaval, asociándolo a ídolos como Baal, lo cual es totalmente improbable, ya que el culto a Baal ya estaba totalmente extinguido en la época de Roma, por lo que difícilmente se podría asociar a este dios.
Sin embargo una cosa está clara, el carnaval fue en su origen un período de desenfreno y libertinaje, ante la obligación impuesta por la iglesia Católica de unas semanas de ayuno y abstinencia, y con el consentimiento de la misma.
¿Acaso en la Biblia hay alguna mención a la Cuaresma, que valide esta celebración religiosa impuesta? Realmente no. En ningún momento encontramos en la Palabra de Dios nada que nos muestre la necesidad de tal celebración. Cuando en la Biblia se habla de ayuno no tiene nada que ver con la imposición del catolicismo romano, se trata de una decisión personal, por algún motivo determinado, que se afronta con entera convicción por parte del o los que ayunan. Nunca es una penitencia impuesta por motivos religiosos.
Carnaval es una fiesta en la que se ha cambiado totalmente el significado, y no precisamente para mejorarla, si no que se ha convertido en una forma de libertinaje e inmoralidad más que evidente.
Como cristianos nos hemos de aplicar la frase de Pablo a los gálatas: “Porque vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados; solamente que no uséis la libertad como ocasión para la carne, sino servíos por amor los unos a los otros” (Gálatas 5:13). O como Pedro escribía en su primera epístola: “como libres, pero no como los que tienen la libertad como pretexto para hacer lo malo, sino como siervos de Dios” (1 Pedro 2:16).
Ferran Cots, febrero 2020.