Esta locución latina se traduce como «mientras respiro, espero». Significa que mientras respiramos hay esperanza. La versión en castellano sería «mientras hay vida hay esperanza».
¿Es cierto que no hay esperanza alguna, sólo la muerte? Para muchos así es, el término de la vida es el final de toda esperanza. Todo cesa, no hay más vida, no hay más oportunidades, todo desaparece.
Sin embargo para otros la muerte no es el final. Es el inicio de la vida verdadera que se manifiesta de forma arrolladora y por toda la eternidad.
¿Cuál es la diferencia? Durante la vida tenemos infinidad de deseos, ideas, proyectos…, pero ¡tantas veces todo se frustra y nos deja desesperanzados! Parece que entonces ya no hay nada que importe, todo lo vemos gris, incluso algunos pierden las ganas de vivir y deciden poner fin a sus vidas. No hay nada peor que perder la esperanza.
Si basamos nuestra esperanza en nuestros proyectos y deseos, en nosotros mismos o en otras personas, acabaremos decepcionados y sin confianza en el futuro. Tristemente solemos poner nuestra esperanza en cosas pasajeras que, en mucha ocasiones, no nos satisfacen plenamente y nos conducen al desaliento. ¿Qué sentido tiene entonces la vida? ¿Para qué esforzarse en nada? Esta es la postura de aquellos que no ven más allá de este mundo físico, que no tienen en consideración la posibilidad de que exista otra esfera o plano de vida espiritual.
La única forma de tener una esperanza firme e inamovible es depositarla en alguien totalmente fiable y confiable, pero nadie en este mundo es así. Solamente hay uno que puede darnos esa esperanza que tanto necesitamos, Dios. A lo largo de la Biblia, la revelación de Dios para el ser humano, se nos habla repetidas veces de una esperanza inmutable, que no cambia a pesar de nuestro ánimo, o desánimo. Esa esperanza está basada en Dios mismo y en su Hijo Jesucristo, gracias a su muerte en la cruz y posterior resurrección.
Por medio de su entrega, Cristo, ha ganado para nosotros la esperanza de una vida plena, eterna, sin muerte, con la condición de que reconozcamos su obra a favor nuestro y nos entreguemos a él. A partir de ese momento, aunque vengan problemas, enfermedades, catástrofes…, nada ni nadie podrá quitarnos esa esperanza que ha conquistado nuestro espíritu.
El apóstol Pablo, inspirado por el Espíritu de Dios, escribió en muchas ocasiones sobre la esperanza real de los cristianos.
«Pablo, siervo de Dios y apóstol de Jesucristo, para conducir a los elegidos de Dios a la fe y al conocimiento de la verdad que se manifiesta en la piedad, en la esperanza de la vida eterna, la cual Dios, que no miente, prometió desde antes del principio de los siglos…» (Tito 1:1-2).
«… alentados por la esperanza que os está reservada en los cielos. De esta esperanza ya tenéis conocimiento desde que escuchasteis el evangelio, que es la palabra verdadera…» (Colosenses 1:5).
«Nos acordamos sin cesar delante de Dios, nuestro Padre, de los actos de vuestra fe, del trabajo fruto de vuestro amor y de vuestra constancia en la esperanza en nuestro Señor Jesucristo» (1 Tesalonicenses 1:3).
«… para que, justificados por su gracia, tengamos la esperanza de ser herederos de la vida eterna» (Tito 3:7).
Esta es la esperanza de cada cristiano, saber que después de la muerte existe una vida mejor en la presencia de Dios. Si eres de los que aún no tienen esta esperanza, no esperes más. Mientras vivas podrás acogerte a ella, pero con la muerte se acaba la posibilidad de tenerla. Será demasiado tarde y deberás vivir en un perpetua desesperanza, sabiendo que rechazaste la oportunidad que se te dio tantas veces. La solución es bien fácil, aunque requiere fe y valor; cree en el Señor Jesucristo, en su sacrificio en la cruz para perdonar tus pecados y en su resurrección para darte esa vida eterna que los que hemos sido salvados por su gracia y su misericordia, esperamos con alegría y gratitud.
«¡Buscad al Señor mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está cercano!» (Isaías 55:6).
Ferran Cots, noviembre 2024.