Mucho se habla de los jueces corruptos. De aquellos que tienen autoridad para juzgar y sentenciar, que son responsables de la aplicación de las leyes de nuestro país, que podrían hacer que se cumplan las reglas, pero son los primeros en incumplirlas. Y el pueblo se queja. Pocos son los que creen en la justícia española. Los ciudadanos la ven como una entidad conservadora, clasista y machista y se preguntan: ¿Exixte algún juez justo?
En la Biblia, los jueces eran gobernantes, jefes o caudillos de Israel porque en ese tiempo no había rey. Su autoridad era más bien militar que judicial. La dignidad de juez era vitalicia pero la sucesión no era constante.
Había tiempos entre juez y juez donde había represión y opresión, y el pueblo gemía sin tener quien los rescatara. Y Dios les dio jueces para librarlos de la servidumbre y atosigamiento porque «cada uno hacía lo que bien le parecía» (Jueces 17:6 ; Jueces 21:25)
Otoniel, Débora y Barac, Gedeón, Jefté, Jair, Abdón, Sansón, fueron algunos de ellos. Jefes supremos en paz y guerra, intercedían con absoluta autoridad, defensores de la religión, castigadores de crímenes e idolatría. No tenían salario, ni pompa ni esplendor, ni guardias ni comitivas.
Desde siempre el hombre ha tenido y tiene un sentido de justicia, rectitud y equidad, y quiere ser gobernado con imparcialidad y derecho. La justícia forma parte del carácter de Dios. Es uno de sus atributos. Y un hombre justo no tiene más que «amar la misericordia y humillarse ante Dios» (Miqueas 6:8).
Por lo que toca a magistrados, jueces, abogados, alcaldes, ministros, gobernantes, reyes, todos ellos – al igual que todos nosotros- seremos juzgados ante el Gran Tribunal de Cristo. Todas las obras -buenas o malas- serán examinadas por Dios con total rectitud.
«Y dijo a los jueces: Mirad lo que hacéis; porque no juzgáis en lugar de hombre, sino en lugar de Jehová, el cual está con vosotros cuando juzgáis. Sea, pues, con vosotros el temor de Jehová; mirad lo que hacéis, porque con Jehová vuestro Dios no hay injustícia, ni acepción de personas, ni admisión de cohecho» (2º Crónicas 19: 6,7). Está en la misma naturaleza de Dios ser recto, justo, incorruptible, infalible. «Justícia y juicio son el cimiento de su trono» (Salmo 89:14; Salmo 97:2).
Dios nos dice: «¿Hasta cuándo juzgaréis injustamente? Defended al débil y al huérfano; haced justícia al afligido y al menesteroso; librad al necesitado» (Salmo 82).
Llegará un día en que el mismo Dios administrará su justícia y ¡ay de aquel que sea hallado injusto e ilegal!
La sentencia del juez justo será ejecutada en el momento. ¿Estamos preparados? Él juzgará la historia y a cada uno de los hombres y mujeres. «Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio» (Hebreos 9:27). ¿Estás listo para el día del juicio? ¿Estás dispuesto a ser juzgado por Dios? En ese día, todos los hombres, pasados, presentes y futuros, comparecerán delante de Dios y serán compensados o condenados «mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia, y acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos, en el día en que Dios juzgará por Jesucristo los secretos de los hombres» (Romanos 2: 15,16)
«Si, pues, nos examinásemos a nosotros mismos, no seríamos juzgados; más siendo juzgados, somos castigados por el Señor, para que no seamos condenados» (1ª Corintios 11:31,32)
«Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos. Y ve si hay en mí camino de perversidad. Y guíame por el camino eterno» (Salmo 139:23,24)
¡Reconcíliate con Dios!
Abigail Rodes. Mayo 2019.