Hace poco recordé una historia que me contaron de pequeña en la Escuela Dominical.
“La Navidad estaba ya muy próxima y los niños de la Escuela Dominical en una misión china contaban los días… Uno de los niños le preguntó a la maestra porque ella no se veía feliz ante las fiestas de Navidad. Ella estaba preocupada pensando en cuántos niños chinos no tenían lo suficiente para comer. Además nunca habían escuchado de Jesús. Les animó a pensar en algo para paliar esta situación. Al día siguiente los niños, después del ensayo general de las poesías de Navidad y la obra de teatro, le dijeron a la maestra que habían pensado en una cosa. Atentamente la maestra escucho su idea. Querían abstenerse ese año de todas las chucherías y golosinas que recibían y con ese dinero comprar alimento para otros niños chinos pobres. Todos estaban de acuerdo menos un niño que no quería quedarse sin ellos porque era muy goloso.
Todos querían realizar ese plan menos él, que estaba muy enfadado y triste. ¡De ninguna manera iba a quedarse sin caramelos! Ese día ni siquiera participó en los juegos.
Llegó Navidad y la fiesta. En la sala había un árbol de Navidad lleno de luces de colores y alegres adornos.
Fueron llegando los padres de los niños y pronto la sala estuvo llena. En un rincón de la sala había una gran mesa llena de tazones de caldo y arroz para los niños hambrientos que llegarían poco después.
El programa se realizó con gran alegría, hubo cánticos, lectura de la Biblia, recital de versículos… y la maestra explicó el verdadero sentido de la Navidad. Al terminar, la maestra les anunció una gran sorpresa:
Otros niños de Europa habían querido compartir con los niños chinos y les habían mandado toda clase de juguetes (muñecas, coches, puzzles, cuentos, colores, pelotas y dulces) Cada niño obtuvo un montón de regalos, todos excepto uno que no se presentó a la fiesta porque pensando que no iba a recibir nada ese año, se quedó en casa. Al ver tantas cosas regaladas por otros niños que ni conocían, dieron gracias a Dios por tan bondadosos amigos.
Por otro lado los niños hambrientos tuvieron su comida, pudieron repetir, y la maestra pudo hablarles del Padre celestial que les había mandado el alimento por medio de otros niños chinos dadivosos que quisieron compartir con ellos lo poco que tenían. Les habló del nacimiento de Jesús y lo que significa, del plan de salvación y de su gran amor”. ¡Qué gran lección!
“De gracia recibisteis, dad de gracia” (Mateo 10:8b).
La Palabra de Dios nos dice que Él nos dio gratuitamente así que, nosotros no podemos esperar oro o plata a cambio cuando ayudamos o damos a alguien.
Los dones materiales nos son dados por Dios, Él nos retribuirá si somos generosos con los demás. Nunca debemos esperar dinero a cambio de dar.
La contribución de cada creyente es de vital importancia para la Iglesia y el prójimo.
Nuestro corazón -egoísta por naturaleza- no se preocupa por los demás. Eso lo cambia Cristo. Cuando tenemos un nuevo corazón -por la gracia de Dios- dar debería ser algo innato en nosotros. Ofrendar es algo transformador. Cuando Dios ve que somos generosos con lo que Él nos da, nos otorga más para que podamos seguir siendo dadivosos. “Para que estéis enriquecidos en todo para toda liberalidad, la cual produce por medio de nosotros acción de gracias a Dios” (2 Corintios 9:11).
Dar gracias a Dios por lo que Él nos da es también alabanza y adoración(Salmo 100).
No darle gracias es ser ingrato con aquel que lo ha dado todo por nosotros, incluso a su único Hijo para nuestra salvación. “Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido” (Romanos 1:21).
Nuestros bienes deben administrarse cuidadosamente, con buen criterio y discernimiento.
Debemos desperdiciar menos en nosotros mismos y ser más generosos con los necesitados (2 Corintios 9:12,13). La ayuda debe darse libremente, gratuitamente, con alegría, nunca con tristeza. Dios es capaz de hacer que toda gracia abunde en nosotros. Dios hace que tengamos lo suficiente en todas las cosas y debemos estar contentos con lo que tenemos. Él nos dará también para que podamos suplir las necesidades de los demás. Eso es siempre para dar alabanza y gloria a Dios. Tratemos de imitar el ejemplo de Jesús, incansable en hacer el bien, porque “mas bienaventurado es dar que recibir” (Hechos 20:35).
Gracias a Dios por el don inefable de su gracia -que nos da sin límite-.
¡Demos con gozo y con amor! Porque Dios ama al dador alegre (2 Corintios 9:7).
Abigail Rodés. Septiembre 2020.