Saúl fue desechado por Dios, y dejado de lado. Dios quiso reemplazarlo con un rey para Él. Dios conoce las intenciones del corazón, se fija en nosotros, en cómo pensamos, actuamos, qué decisiones tomamos…
Si por la fe nosotros decidimos como Isaías «Heme aquí, envíame a mí», entonces Dios nos forma y prepara con una educación adecuada a la actividad que sólo Él nos quiera confiar después. No se fija en la apariencia, «Jehová no mira lo que el hombre mira, pues que el hombre mira lo que está delante de sus ojos, mas Jehová mira el corazón» (1 Samuel 16:7).
Moisés tuvo que pasar 40 años en el desierto para ser hallado apto para liderar a Israel. Elías tuvo que aprender grandes lecciones antes de ir hacia el Carmelo. Pablo tuvo que pasar por mucho antes que el Espíritu lo pusiera aparte «para la obra para lo cual Él lo llamó» (Hechos 13:2).
David tuvo que aprender a cuidar el rebaño, salvar ovejas que el león se hubiera llevado; demostró varias veces el valor que para él tenía un rebaño antes de llegar a ser pastor de Israel. Y de estas experiencias brotaron admirables Salmos que siglos más tarde siguen siendo de aliento, consolación, exhortación, etc., para todas las generaciones de creyentes de todo el mundo.
Pero este período de formación fue en secreto y en privado.
1 Timoteo 3: «pero es necesario que el obispo sea irreprensible… y de buen testimonio».
Hubo también un período público. La fe de David, ejercitada en secreto y en privado, estuvo puesta a prueba delante de todos cuando Goliat provocó al ejército del Dios viviente (1 Samuel 17:26, 36). Se hizo manifiesto su fe a los ojos de todos que la victoria procedía de Dios, que la batalla era de Jehová, y que allí solo la fe de David contaba. Con una piedra y una honda abatió al filisteo. «Yo vengo a ti en el nombre de Jehová de ejércitos, el Dios de los escuadrones de Israel, a quien tu has provocado» (1 Samuel 17:45).
Pero algo iba a cambiar… los celos de Saúl y la popularidad iban a ser una doble prueba. Saúl ve a David como un gran rival, se llena de celos y lo quiere matar. Además fue infiel a la promesa de dar a su hija Mical, que la dio a otro. Hermoso ejemplo para nosotros que no solemos aceptar ser objeto de celos e ingratitud de los demás. Sin embargo, David prospera y su nombre se hace ilustre, siguiendo humilde y sencillo. A David le faltaba pasar por una larga disciplina: ser rechazado una y otra vez. Para llegar a ser rey de Israel debía adquirir cualidades de un rey según el corazón de Dios, y eso lo debía pasar en su formación. Huyó. Huyó de palacio, de su casa, sin recursos… Trató de buscar una solución, pero finalmente tomó el camino hacia el desierto abandonando a su amigo Jonatán.
La separación, el rechazo, la huida, las lágrimas (1 Samuel 20:41)… todo formaba parte del plan de Dios, para que David aprendiera a confiar solo en Él (Salmo 59 y Salmo 62).
En el curso de las diferentes y sucesivas pruebas, David nos deja escritas sus experiencias de fe, confianza, de tranquilidad, de esperanza…
Su seguridad y su ánimo vienen de Jehová. Antes de que probara la soledad del desierto, David tuvo un tiempo bueno. Dios le quiso brindar un «oasis» y el Espíritu de Dios protegió a David (1 Samuel 19:18-24). Pero llega el capítulo 20 y David huye nuevamente y su fe se debilita; olvidando su confianza en Dios, busca refugio en Aquis, rey de Gat.
¿Resultado? Tuvo gran temor y se fingió loco entre ellos (1 Samuel 21:12,13). No era en el país de los filisteos donde Dios quería formar a su siervo David, debía partir de allí.
Humillado pero restaurado, compone el Salmo 34. Pese a sus caídas, «Busqué a Jehová y Él me oyó». «Este pobre clamó y le oyó Jehová». «Claman los justos y Jehová oye». «Jehová redime el alma de sus siervos». «En mi angustia invoqué a Jehová, y clamé a mi Dios; Él oyó mi voz desde su templo».
¿Resultado? ¡La oración! Derramó su alma a Dios en su angustia y reconoció que Dios estaba con él, y lo protegía de cerca. Dios da canción en la noche. Más tarde, David sería guía de todos los afligidos, amargados de espíritu, tristes, desolados y abatidos.
David salió de sus pruebas y de su aflicción. Aprendió en su sufrimiento pero se ejercitó en agradecer a Dios de todo lo que había sido librado.
No tiene suficiente vocabulario para calificar lo que Jehová ha hecho con él:
• es mi roca
• es mi fortaleza
• es mi libertador
• es mi escudo
• es mi refugio
• es mi salvador
• es mi apoyo
• es mi lámpara
• es mi guardador
• es mi salud
• es mi … llega a la conclusión de que el camino de Dios es perfecto, tal vez duro, incomprensible, pero concluida la prueba y mirando hacia atrás, reconoce que Dios lo ha ido guiando en todo momento.
«Dios es el que me ciñe de fuerza, y quien despeja mi camino» (2 Samuel 22:33). ¡Palabras de triunfo!
También nuestro Señor Jesús fue rechazado y menospreciado y acoge en su seno a todos los que reconocen sus miserias y angustias. Hallan en Él su fuerza, su vigor, fortaleza en los años difíciles, en circunstancias duras, en situaciones arduas y adversas.
En sus últimos años, David no se considera a si mismo, sino al Rey de la Gloria. David, un hombre sencillo y humilde, fue levantado alto en medio de su pueblo, el ungido de Dios, profeta, cantor, rey, libertador de Israel, valiente, apasionado, músico, poeta, elegido por Jehová con quien hizo pacto perpetuo.
La voz de David confesaba sus pecados y culpas y cantaba la bondad de Dios, sus glorias y sus maravillas. Un corazón que manifestaba tanto sus flaquezas y errores como su gran amor por Dios. ¡David!
Abigail Rodés. Septiembre 2024.