Los cristianos solemos ser contradictorios en algunas ocasiones. No solo debido a nuestra vieja naturaleza que sigue haciendo de las suyas, sino también a causa de nuestra idea equivocada de la vida cristiana. Sabemos que en este mundo impera la maldad, que vive de espaldas a Dios y sufre las consecuencias de ello. Y también sabemos que esas consecuencias nos alcanzan a todos y nos provocan aflicción. Recordamos siempre las palabras del Señor Jesús en el evangelio de Juan 16:33: “En el mundo tendréis aflicción…”, pero olvidamos como empieza y acaba este versículo: “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz… pero confiad, yo he vencido al mundo”. En base a esto oímos decir que el cristiano que no sufre debería examinar su fe. Esto es algo que ni siquiera debemos insinuar. Por dos razones, la primera es que nosotros no conocemos el corazón de los demás, solo Dios sabe lo que hay en él. La segunda es que, ¿si Dios quiere que un creyente tenga una vida apacible, sin demasiados sufrimientos, quienes somos nosotros para cuestionarlo?
Así se ha llegado a lo que podríamos llamar la teología del sufrimiento, que dice que si no sufrimos no vamos por el buen camino. Vale decir, llegado a este punto, que no solo hablamos de las aflicciones ocasionadas por el pecado, que también sufren los inconversos, sino también de aquellas que tienen que ver con la manifestación de nuestra fe. Debido a estas ideas muchas veces nos sentimos culpables cuando disfrutamos lo que Dios nos da, tanto en el plano espiritual como en el material.
Opuesto a esto tenemos el mal llamado evangelio de la prosperidad, en el que se cuestiona lo contrario. Si no tienes prosperidad (generalmente económica) probablemente no eres cristiano, lo que es manifiestamente falso. Generalmente la realidad suele encontrarse un punto intermedio, y siempre teniendo en cuenta la voluntad de Dios expresada en su Palabra.
El libro de Eclesiastés, uno de los libros sapienciales, nos habla con claridad meridiana sobre las bendiciones y el disfrute de ellas. Veamos algunos ejemplos:
“No hay cosa mejor para el hombre sino que coma y beba, y que su alma se alegre en su trabajo. También he visto que esto es de la mano de Dios” (Eclesiastés 2:24).
Como cristianos se supone que aceptamos la totalidad de las Escrituras como Palabra revelada por Dios mismo a través de sus escritores humanos. En este pasaje, y en los que veremos a continuación, se nos dice que es bueno que disfrutemos del fruto de nuestro trabajo, que es don de Dios. ¿Dónde queda entonces el sentimiento de culpabilidad que nos asalta en ocasiones al disfrutar de algo, por supuesto lícito?
Pero el escritor sagrado insiste: “Yo he conocido que no hay para ellos cosa mejor que alegrarse, y hacer bien en su vida; y también que es don de Dios que todo hombre coma y beba, y goce el bien de toda su labor” (Eclesiastés 3:12-13). Y añade: “Así, pues, he visto que no hay cosa mejor para el hombre que alegrarse en su trabajo, porque ésta es su parte” (Eclesiastés 3:22a). A la vista de estos textos, ¿tenemos derecho a no disfrutar de las bendiciones que Dios nos da, dejándonos llevar por un sentimiento de culpa?
Por si aun no nos ha quedado claro el escritor de este libro sigue diciendo: “He aquí, pues, el bien que yo he visto: que lo bueno es comer y beber, y gozar uno del bien de todo su trabajo con que se fatiga debajo del sol, todos los días de su vida que Dios le ha dado; porque ésta es su parte. Asimismo, a todo hombre a quien Dios da riquezas y bienes, y le da también facultad para que coma de ellas, y tome su parte, y goce de su trabajo, esto es don de Dios” (Eclesiastés 5:18-19). Vemos aquí que Dios mismo es el que reparte los bienes. El problema no son las riquezas en sí, sino el uso que se les dé. Si tenemos presente que es Dios quien nos da lo que tenemos, incluso riquezas si a Él le place, también hemos de ser conscientes de que el disfrute de todo ello también es algo que Dios nos da.
No obstante también se nos dice que puede suceder lo contrario, tal como leemos en el capítulo 6, versículos 1 y 2: “Hay un mal que he visto debajo del cielo, y muy común entre los hombres: El del hombre a quien Dios da riquezas y bienes y honra, y nada le falta de todo lo que su alma desea; pero Dios no le da facultad de disfrutar de ello, sino que lo disfrutan los extraños”. Está claro que tener riquezas para acabar así es una desgracia muy grande. Pero es lo que suele suceder a aquellos que no reconocen a Dios como la fuente de su bendición material.
Acabaremos con dos citas más:
“Por tanto, alabé yo la alegría; que no tiene el hombre bien debajo del sol, sino que coma y beba y se alegre; y que esto le quede de su trabajo los días de su vida que Dios le concede debajo del sol” (8:15).
“Anda, y come tu pan con gozo, y bebe tu vino con alegre corazón… ” (9:7a).
Vemos como la Biblia considera un don de Dios el disfrute de sus bendiciones materiales. También es cierto que Dios bendice a los inconversos de la misma manera, y ellos sí que lo disfrutan, aunque sea a su manera. La diferencia está en que nosotros sabemos cual es el origen de dichas bendiciones, y que debemos disfrutarlas con un espíritu de agradecimiento, precisamente porque sabemos quien nos las da.
Rechazar las bendiciones materiales, siempre y cuando no nos aparten de Dios y nos dañen espiritualmente, es una afrenta al que nos las da. Dios es generoso, mucho más de lo que podemos imaginar. Ya sufrimos bastante viendo la deriva hacia la destrucción espiritual (y material) de este mundo, porque vemos las cosas como hijos de Dios, desde la perspectiva que su Palabra nos da. No hagamos como los monjes que pensaban que afligiendo y mortificando el cuerpo y el espíritu iban a ser más dignos del Señor.
Como dijo un autor inglés, Jerome K. Jerome1, refiriéndose a los monjes de un monasterio situado en medio de un paisaje maravilloso: “Los monjes del Císter… no llevaban suntuosos trajes, no podían comer carne, ni pescado ni huevos, … sobre sus vidas pesaba un silencio solemne, sepulcral, que solo la muerte rompía… eran unas vidas solitarias en ese rincón donde Dios había derramado tanto encanto y alegría de vivir… Durante días y días esperaban oír una voz celestial, y durante días y días esa misma voz no cesaba de hablarles y no sabían oírla”.
No cometamos ese error nosotros también y estemos atentos a las bendiciones divinas para gozarlas y elevar nuestro espíritu en adoración y gratitud a nuestro Señor por ellas: “… dando siempre gracias por todo al Dios y Padre, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo” (Efesios 5:20).
Ferran Cots, julio 2022.
1 Del libro “Tres hombres en barca (sin contar el perro)”.