Salmo 73. El destino de los malvados. Salmo de Asaf.
Algo que nos cuesta asimilar es, sin duda, la prosperidad de aquellos que la Biblia llama malvados. Pero esto no es algo nuevo. Desde el inicio de la historia de la humanidad se repite el mismo patrón. Los malvados, los impíos, aquellos que no creen en Dios e incluso se mofan de él, prosperan materialmente. Asaf, que era uno de los directores del coro en el templo de Jerusalén, plasma en el salmo 73, de manera magistral esta realidad.
No obstante Asaf inicia el salmo con una declaración categórica: «Ciertamente es bueno Dios para con Israel, para con los limpios de corazón» (v. 1). El salmista no duda de la bondad de Dios en ningún momento, pero reconoce que él estuvo a punto de dudar.
Asaf confiesa honestamente que se sintió tentado a envidiar la prosperidad de los malvados. Algo que le puede suceder a los cristianos. Desgrana una serie de actitudes de esos malvados y, ante esa situación de aparente injusticia por parte de Dios por permitir semejante prosperidad, reconoce que sintió envidia de ellos. La descripción que hace de la actitud de los malvados en su soberbia es realmente cierta. Nada parece alterarles, ni molestarles en su enriquecimiento y prosperidad, lo consigan cómo lo consigan. Llegan incluso a dudar, no sólo de que Dios pueda tener conocimiento de lo que hacen, sino de su misma existencia.
La gente necia e impía disfruta, a veces, una gran prosperidad. Parecen no tener problemas en esta vida, y tienen todas, o casi todas, las comodidades. Viven sin temor de Dios; no obstante prosperan y progresan. Suelen pasar su vida, en general, sin grandes contratiempos. En cambio, muchas personas, sean o no cristianos, deben hacer frente a grandes sufrimientos durante la suya. Los malos no se atormentan con el recuerdo de sus maldades ni con la perspectiva de su miseria, y mueren sin conciencia de pecado.
Asaf llega a considerar que su fe es vana y todo su esfuerzo en mantener un corazón íntegro parece inútil. Es como si aquello en lo que ha creído toda su vida no tuviera valor para Dios, ya que se siente realmente abatido ante las circunstancias. No obstante, hacia la mitad del salmo se inicia un cambio en la actitud y el ánimo del autor. Se da cuenta que si él hiciera lo mismo estaría engañando a los demás, y metido de lleno en estos pensamientos reconoce por fin la verdad. Se da cuenta, ante la presencia de Dios, de que su razonamiento es erróneo y ve cual será el destino final de aquellos que presumen de prosperidad e impiedad.
La prosperidad del malvado es corta y tiene un final desastroso; no es sino algo vano, corrupto, sin sustancia real, sólo sombras, un sueño. Vemos entonces que la riqueza del malvado pierde de repente su poder en el momento de la muerte y las recompensas del cristiano adquieren un valor eterno. Lo que parecía riqueza, ahora es desperdicio, y lo que parecía no valer la pena, ahora perdura para siempre.
No hemos de desear la prosperidad de los malvados. Algún día ellos desearán tener la nuestra y poseer la riqueza eterna. Asaf se dio cuenta de que los ricos que depositan su esperanza, gozo y confianza en la riqueza, viven en un sueño. Un sueño sólo existe en la mente del soñador. No permitamos que las metas de nuestra vida sean tan irreales como un sueño y despertemos demasiado tarde ante el hecho de haber perdido la realidad de la verdad de Dios. La felicidad y la esperanza pueden ser una realidad, pero sólo cuando se basan en Dios, no en las riquezas. Por lo tanto, debemos acercarnos a él tanto como podamos a fin de ser realistas en cuanto a la vida. Parece oportuno citar aquí las palabras del Señor a través del profeta Malaquías: «Vuestras palabras contra mí han sido violentas, dice el Señor. Y todavía preguntáis: ¿Qué hemos hablado contra ti? Habéis dicho: Por demás es servir a Dios. ¿Qué aprovecha que guardemos su ley y que andemos afligidos en presencia del Señor de los ejércitos? Hemos visto que los soberbios son felices, que los que hacen impiedad no sólo prosperan, sino que tientan a Dios, y no les pasa nada» (Malaquías 3:13-15). No debemos dudar de la justicia divina, no sea que lleguemos al extremo al que llegó el pueblo de Israel y que motivó esta dura reprensión por parte de Dios.
La tentación obra de la envidia y del descontento es muy peligrosa. Reflexionando en ello, el salmista reconoce que fue su necedad e ignorancia lo que le hicieron sufrir.
El final de los malvados también es declarado por Malaquías: «… viene el día ardiente como un horno, y todos los soberbios y todos los que hacen maldad serán estopa. Aquel día que vendrá los abrasará, dice el Señor de los ejércitos, y no les dejará ni raíz ni rama» (Malaquías 4:1).
Acaba el salmo 73 con una declaración de confianza en Dios. Una vez que Asaf ha podido comprender la realidad de la situación, declara: «Pero en cuanto a mí, el acercarme a Dios es el bien. He puesto en el Señor mi esperanza…». Sólo cuando depositamos en Cristo el Señor nuestra esperanza, comprendemos que su voluntad siempre se cumple y que, a pesar de las circunstancias terrenales, el destino de los malvados es la muerte eterna. No seamos como ellos llevados por el deseo de riquezas o poder, porque todo eso desaparecerá. Nuestras riquezas deben estar depositadas en el cielo (Mateo 6:19-21) donde no hay corrupción de ningún tipo.
Cuando afrontemos una situación como la que que le sucedió a Asaf, pensemos que debemos atribuir nuestra seguridad en la tentación y nuestra victoria, no a nuestra sabiduría, sino a la presencia de Dios por gracia junto a nosotros, y a la intercesión de Cristo por nosotros.
Ferran Cots, noviembre 2022.