“Estudio la ecología del pensamiento. Y como se ha llegado a un Estado de miedo. Quiero ir a parar a la idea de control social… naturalmente sabemos que el control social se administra mejor mediante el miedo… El miedo impregna la sociedad en todos sus aspectos. Permanentemente” Profesor Norman Hoffman.
(Estado de miedo. Michael Crichton. Plaza y Janés 2005)
El miedo es definido como una perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario. La sociedad siempre ha estado dominada por miedos y angustias, temores más o menos reales que casi siempre impiden reaccionar de forma razonable y lógica. El miedo paraliza de tal forma que altera nuestras decisiones. No hay nada peor que decidir algo influenciados por el miedo, cuando no somos capaces de razonar con serenidad. El resultado de esas decisiones suele ser catastrófico.
Cuando Moisés, por orden de Dios, envía doce espías a reconocer la tierra, poco se podía imaginar las consecuencias de aquella expedición. Reconocen que la tierra es buena, pero también descubren que si entraban en ella no se trataría de un paseo triunfal, sino que tendrían que luchar para conseguirla. El problema es que tuvieron miedo, y el miedo no les permitió razonar. Dios les había prometido aquella tierra, por lo tanto deberían haber creído en esa promesa, máxime después de haber visto tantos prodigios de la mano del Señor. Y aquel miedo se extendió entre el pueblo y, a pesar de que Josué y Caleb manifestaron su convencimiento que podrían conquistar la tierra, el pueblo se rebeló contra Dios y recibió su castigo, cuarenta años de vagar en el desierto, por su falta de confianza en el Señor, que los había sacado de Egipto. Israel se colocó bajo un Estado de miedo, actuó presionado por ese miedo, y las consecuencias fueron realmente nefastas.
Pero en las Escrituras hay muchos más ejemplos de situaciones en las que el pueblo, o personas en particular, se situaron bajo un Estado de miedo, que siempre acabó provocando situaciones desagradables y peligrosas, cuando no desembocaron claramente en la comisión de actos censurables, es decir, de pecado.
Cuando el rey David, en vez de cumplir con su obligación, e ir a la guerra con su ejército, se queda en su palacio, ve a Betsabé y comete adulterio con ella. Al ver que su pecado no iba a quedar en secreto, ya que Betsabé queda embarazada, prepara una serie de argucias para ocultar aquel acto, por miedo a que se supiera la verdad. Las decisiones de David, bajo aquel su particular Estado de miedo, le llevaron a preparar las cosas de forma que el resultado fuera la muerte de su fiel general Urías. En vez de cumplir su deber se queda ocioso, sucumbe a la tentación y, en vez de confesar el pecado y pedir el perdón de Dios, actúa por su cuenta y riesgo, y así le fue.
El problema de estar bajo un Estado de miedo es que no solo no tomamos decisiones correctas, sino que olvidamos lo que sabemos, que podría sernos de ayuda en los momentos de temor. Los discípulos del Señor, que habían convivido con Él durante tres largos años, fueron de estos que olvidaron lo que el mismo Jesús les había enseñado. Cuando fue arrestado y crucificado se desmoronaron, se sintieron perdidos y entraron en un angustioso Estado de miedo. Pedro negó al Señor y finalmente todos estaban reunidos en un lugar cerrado, por miedo a los judíos. Su entendimiento estaba oscurecido por el miedo. Para ellos ya no había esperanza ni futuro.
¿No nos sucede algo parecido a nosotros en más ocasiones de las que quisiéramos? Tenemos miedo del famoso coronavirus, de la crisis económica, de los robos, del terrorismo, de tantas y tantas cosas que olvidamos lo que sabemos, las promesas del Señor Dios Todopoderoso. Así que rebelémonos contra este Estado de miedo que nuestro enemigo el diablo quiere imponernos y entreguémonos por completo a otro estado, el Estado de la gracia divina. Es éste un estado liberador, que nos aclara el entendimiento, nos ilumina con la verdad, nos ayuda a tomar decisiones correctas y nos conduce a un fin extraordinario, no en balde somos ciudadanos del cielo, hijos del Dios Creador y Salvador.
Esta gracia ha sido derramada en nosotros a través de Jesús, nos justifica ante Dios por medio de la redención en Cristo, nos enriquece, es suficiente y nos salva.
Si los judíos en vez de dejarse llevar por el miedo al oír a los espías, hubieran confiado en la gracia de Dios, probablemente se hubieran ahorrado el peregrinaje en el desierto. Si David se hubiera confiado antes a la gracia y misericordia divinas no habría llegado a donde llegó, a provocar la muerte de un fiel general. Fue necesario que un profeta de Dios le hiciera entender lo que había hecho, para que se liberara de aquel Estado de miedo y reconociera su pecado, se arrepintiera y pudiera ser restaurado. Fue el mismo Señor quien se apareció en medio de sus discípulos y les liberó de aquel miedo que les oprimía, diciéndoles “Paz a vosotros” y explicándoles lo que tanto tiempo hacía que ellos debían haber entendido.
El personaje creado por Crichton, el profesor Hoffman, decía: “imaginamos que vivimos en naciones distintas… de hecho habitamos el mismo estado, el Estado de miedo”.
Los cristianos, como hijos de Dios y ciudadanos del cielo, podemos vivir en un estado incomparablemente mejor. Podemos vivir bajo un Estado de gracia, de la gracia que el Señor ha derramado en nosotros por medio de la redención en Cristo Jesús. De nosotros depende vivir en uno u otro estado, no hay más opciones.
La pregunta es: ¿quieres vivir bajo el Estado de miedo o prefieres hacerlo en el Estado de gracia? Tú decides. Nadie puede hacerlo por ti.
“Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús…” (Efesios 2:4-6).
Ferran Cots, marzo 2020.