«Bastián le enseñó al león la inscripción del reverso de la alhaja. —¿Qué significa? —preguntó—. «HAZ LO QUE QUIERAS». Eso quiere decir que puedo hacer lo que me da la gana, ¿no crees?
El rostro de Graógraman (el león) pareció de pronto terriblemente serio y sus ojos comenzaron a arder.
—No —dijo con voz profunda y retumbante. Quiere decir que debes hacer tu Verdadera Voluntad. Y no hay nada más difícil» (La historia interminable, Michael Ende).
En «La historia interminable» Bastián, el protagonista, se encuentra de pronto trasladado al reino de Fantasia. Ahí la emperatriz infantil le da una alhaja, el Áuryn, para que le guíe en su camino de regreso a su mundo. Pero la inscripción que figura en el reverso no significa lo que Bastián cree. De hecho su interpretación le lleva a un peregrinar en que, con cada nuevo deseo, olvida cada vez más de dónde viene y a dónde debe regresar. Pierde toda su personalidad, lo que él es en realidad, para convertirse en lo que él cree que es en el reino de Fantasia. Sólo con la ayuda de su amigo Atreyu consigue regresar al mundo real, aunque, eso sí, con una buena lección aprendida.
Las personas tenemos tendencia a querer ser autosuficientes e independientes. No nos hace falta ninguna alhaja con ninguna inscripción para hacer lo que nos de la gana. Y si a veces no hacemos exactamente lo que queremos, es debido a las consecuencias que deberíamos afrontar, lo que no estamos dispuestos a hacer.
Nada hay más peligroso que hacer caso de nuestros deseos, de nuestro corazón. Oímos multitud de veces la frase «haz lo que te dice el corazón», como si fuera la mejor guía para nuestra vida. Sin embargo, y hemos de ser honestos, ¡cuántas veces los deseos del corazón nos meten en problemas y atraen catástrofes sobre nosotros! El corazón humano (los sentimientos) es la peor guía que podemos seguir para tomar buenas decisiones. El profeta Jeremías, allá por el siglo 6 antes de Cristo, e inspirado por Dios, escribió: «Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?» (Jeremías 17:9). Esta sentencia, que proviene del Creador de todo, incluido el ser humano (aunque algunos prefieren negarlo), nos advierte claramente sobre el peligro de hacer caso de nuestros sentimientos humanos. Nuestro corazón es engañoso, no tenemos control sobre él. No hay duda que ante este panorama hacer lo que queramos es un pasaporte a la destrucción.
Cuando Graógraman dice a Bastián lo que realmente significa la inscripción, nos quedamos perplejos. ¿Acaso no intentamos cada día hacer lo que creemos que es nuestra verdadera voluntad? La respuesta es no.
El ser humano fue creado en dependencia de su Creador (aunque a algunos no les guste admitirlo), por lo tanto a partir del momento en que decide dar la espalda a Dios empieza un caminar errante en la vida, con problemas, enfermedades, catástrofes y, finalmente, la muerte. Hacer la Verdadera Voluntad se convierte en una tarea no sólo difícil, sino imposible. Apartados de la verdadera fuente de sabiduría y vida nos encontramos desorientados y perdidos, lo que reconoceremos si somos mínimamente realistas.
Nos encontramos en una situación que no podemos solucionar por nosotros mismos. ¿Significa eso que no hay ninguna solución? ¿Hemos de seguir errando por los caminos de la vida, sin esperanza para el futuro? La respuesta también es no. Hay solución y hay esperanza. Pero requiere de nosotros reconocer que por nuestras propias fuerzas nunca alcanzaremos la Verdadera Voluntad, que necesitamos urgentemente ayuda para evitar el cataclismo final al que se aboca nuestra vida.
Jesús dijo, respondiendo a una pregunta de Tomás: «—Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie viene al Padre sino por mí» (Juan 14:6). El Padre es nuestro Creador, así que, no es posible llegar a él sin la intervención de Jesús. Y solamente en Dios se puede realizar la Verdadera Voluntad que, en definitiva, es la suya. Además llegar hasta el Padre nos da la seguridad de que, después de esta vida, vamos a estar con él, no andaremos perdidos en el infierno eternamente, sino que estaremos en el Reino de los Cielos para siempre.
¿Cómo conseguirlo? No hay más que un camino, Cristo. Como también está escrito: «Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo único para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna. Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él» (Juan 3:16-17).
Esa es la única solución, la que Dios ha provisto, el resto no son más que deseos más o menos bienintencionados que lo único que hacen es arrastrarnos a la perdición. Aún es tiempo de salvación, aún puedes encontrar el verdadero camino. Pablo y Silas lo resumieron magistralmente en su respuesta al carcelero de la ciudad de Filipos: «—Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo…» (Hechos 16:31).
De ti depende, no de tus deseos, sino de tu fe en el Señor Jesucristo, reconociéndolo como Señor y Salvador.
Ferran Cots, enero 2025.