Lucas 15:11-32
La parábola del hijo perdido desde la perspectiva de los sentimientos
Había una vez un hombre que tenía dos hijos… Así empieza una historia contada por Jesús en el evangelio de Lucas.
Personajes de la parábola:
– el narrador: Jesús
– los oyentes: fariseos, escribas, publicanos
– los jornaleros
– un padre
– un hermano mayor
– un hermano menor
– criados y siervos
– el dueño de los cerdos y de la hacienda
En el transcurso de la vida debemos tomar muchas decisiones importantes y otras no tanto. El ser humano tiene libertad para decidir -conscientemente o no- lo que pasará a raíz de sus decisiones. Todo tiene consecuencias.
¿Qué es tomar una decisión? Es la determinación definitiva adoptada en un asunto. Es el producto final de un proceso mental, la seguridad y firmeza con que se hace una cosa.
1. El hijo menor decide pedir su herencia
2. El padre decide repartir la herencia entre los dos hijos
3. El hijo menor decide marchar de casa
4. El padre decide no retenerlo
5. El hijo mayor decide quedarse en casa
6. El hijo menor decide malgastar todos los bienes
7. El hijo menor decide volver a casa
8. El padre decide esperar a su hijo perdido
9. El padre decide perdonar y ser compasivo
10. El hijo perdido decide pedir perdón
11. El padre decide hacer fiesta por la vuelta de su hijo perdido
12. El hermano mayor decide enojarse y no festejar la vuelta de su hermano
Todo proceso de decisiones es pensado desde el interior de la mente, algunas cuestiones son sopesadas, otras no. En todo caso, todas las personas tenemos la libertad de edificar o destruir nuestra vida.
El hijo menor se pierde en su viaje. Recorre un camino que le lleva a la perdición. Y cuando toca fondo, reflexiona, regresa al hogar y renace. El viaje le ha hecho madurar, se ha transformado, se ha convertido en alguien diferente. Ya nada será como antes.
Su experiencia ha dejado huella en él. El hijo menor ante su situación devastadora, hace un parón, recapacita y toma la decisión de volver a casa de su padre. La condición en la que está no es nada buena, desea ser como un jornalero de su padre. Tiene un monólogo interior consigo mismo, incluso ensaya el discurso que hará frente a su padre.
Apremiado por la necesidad, decide dejar atrás su hambruna y volver a la casa de pan. Ya ha vivido intensamente, ya ha experimentado todo lo que su herencia le había procurado. Su decisión es consecuencia de las circunstancias que está viviendo. Allí con los cerdos, tiene tiempo de meditar sobre su vida, tomar conciencia sobre lo vivido. Quizás pensar en las malas decisiones tomadas y las consecuencias que han tenido. Intenta desgranar sus opciones. Se examina a fondo y reconoce su frustración. Debe rehacer su vida ¡Ya!
Desde las emociones y sentimientos
ANGUSTIA:
a. Del padre:
– Angustia sin saber qué hace su hijo (aunque puede imaginarlo).
– Angustia por dónde y cómo está su hijo, si va a volver.
– Angustia por el fracaso o desengaño de su hijo.
– Angustia porque no podía obligarlo a quedarse, ni cuartar su libertad, a pesar de intuir cuál sería el fin de su hijo fuera del hogar porque le conocía bien.
b. Del hijo perdido:
– Angustia ante laposibilidad de haberse equivocado, de fallar en la decisión tomada.
– Angustia por no haber reconocido sus propios límites y posibilidades y hallarse en una situación límite.
– Angustia pensando en no tener que comer.
– Angustia sabiendo que en casa de su padre tendría suficiente de todo y ahora está dando de comer a los cerdos sin que él pueda probar bocado.
– Angustia por no tener opciones, ¿qué hacer? ¿me quedo o vuelvo?
– Angustia por perder la libertad que tenía en casa y trabajar para su sustento.
– Angustia por si puede volver o no a su hogar, la única morada de protección, seguridad, refugio.
– Angustia porque no sabe si será bien recibido por el padre.
– Angustia, intranquilidad, miedo, ansiedad, soledad, nostalgia…
AÑORANZA: La añoranza es nostalgia, es esa tristeza que le invade al pensar en su padre, en su casa, en los jornaleros, en la abundancia de pan… Le viene a la mente el recuerdo del placer gozado. Una tristeza propia de cuando uno está lejos de su hogar, de los suyos, de lo conocido, del amor paterno. Recuerda con nostalgia algo querido que ahora no posee y no quiere perder, ansía recobrarlo. El hambre activa la reflexión en él. Su vida ahora mismo es la experiencia de la miseria, de un corazón herido, de una existencia caótica. Reactiva su memoria pensando en sus vivencias en casa de su padre. Sus emociones afloran. El hijo perdido proyecta un cambio de rumbo desde la añoranza.
“Porque fuisteis contristados para arrepentimiento…” (2 Corintios 7:9)
REMORDIMIENTO: El remordimiento es la inquietud y el pesar internos que yacen en la conciencia después de haber cometido una mala acción. Es el reproche interior con el que la conciencia nos atormenta por haber hecho algo indebido. El hijo perdido está preocupado por todo lo que ha hecho mal. Siente pena por él mismo. Se ve a sí mismo hablando con su padre, implorando su perdón. Se imagina la escena y se dispone a hacerla realidad. No será fácil. Estará expuesto, quizás criticado y juzgado. Se hablará de él y no precisamente bien. Pero no se desanima. Siente remordimiento por su estado actual y toma una decisión. Se encuentra en una situación vulnerable. El remordimiento es un dolor moral causado por la conciencia de haber hecho una mala acción. El hijo perdido es consciente de sus malas decisiones y que debe cambiar. Piensa. Posiblemente “rasgara sus vestiduras” pensando que debería haber hecho las cosas bien diferentes. El remordimiento es un diálogo con uno mismo (un soliloquio). Lo que pasó, pasó. Es irreversible. Él desea abrir la puerta a una nueva vida, la que tenía antes en su hogar. Se llena de esperanza. No quiere enquistarse en el llanto, dolor, culpa o lamento. No va a vivir en la desesperanza. Se ve impotente, incapaz de cambiar nada si no va primero a su padre pidiendo perdón. El remordimiento puede llevarle a la desesperación, a pensar que no hay salida. Cada pensamiento al pasado, a lo que ha hecho mal, es como una punzada en el corazón.
“Y Pedro, saliendo fuera, lloró amargamente” (Lucas 22:62).
ARREPENTIMIENTO: Pero el hijo perdido se alimenta de una posibilidad, de un futuro distinto, visualiza la reconciliación con su padre. Se arrepiente de todo. Arrepentirse es volverse atrás en una intención, en una decisión, es lamentar haber actuado mal, o no haber hecho algo bueno. Volver atrás en lo hecho. Es sentir pena y lamentarse por las malas acciones y volver para reparar el daño. Enmendarse. El perdón es la única absolución posible, y el hijo lo espera. El remordimiento muta en arrepentimiento. El arrepentimiento, aunque es una forma primera de tristeza, luego se convierte en gozo. Ha llegado al convencimiento de lo mal que lo ha hecho hasta ahora, y lo bien que lo va a hacer a partir de ahora. Por lo que la compensación emocional le alegra la vida. Pedir perdón es fruto de una buena decisión y se anima. Ejercitar el arrepentimiento es vital para orientar de nuevo su vida. En su soledad, examina lo vivido y el resultado es un absoluto suspenso. Desde la compañía de los cerdos, entiende que hasta ahora solamente ha huido. Necesita volver y aspira a la reconciliación a través del perdón. Desea deshacer el camino andado, no puede cambiar el pasado, solamente el perdón es su meta y eso exige el retorno al hogar, para poner su vida en orden. Transformación, regeneración, conversión. El arrepentimiento es un proceso interior privado, íntimo.
En cambio, pedir perdón es un acto público, externo. Reconocer su fracaso, sus errores ante su padre.
“… anuncié que se arrepintiesen y se convirtiesen a Dios, haciendo obras dignas de arrepentimiento” (Hechos 26: 20)
HUMILDAD: El hijo perdido no se recrea en su error. Busca una salida. El arrepentimiento incluye humildad, sencillez, reconocerse falible, que se ha equivocado. Cuando el hijo perdido se reconoce como nada, sale a flote la humildad.
La humildad verdadera nace de la imperfección, de darse cuenta de que somos frágiles e impotentes. Es la ausencia del orgullo y la soberbia. Es verse uno mismo como nada. El hijo perdido se da cuenta de su fracaso, de su finitud. Ve las cosas tal como son. Se siente en deuda con su padre. Sabe que no merece su perdón, pero lo ansía. Deja atrás su orgullo, reconoce que no es un hombre bueno.
“ Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados… de humildad, de mansedumbre, de paciencia.” (Colosenses 3:12)
ARROGANCIA: El hijo mayor es el vivo ejemplo de la arrogancia. No es para nada humilde. Es prepotente, soberbio, satisfecho de sí mismo. Según él es un ejemplo de virtud porque nunca desobedeció a su padre, le ha estado sirviendo toda la vida, no ha transgredido las normas. Pero llega a un punto de celos, ira, enfado… Al compararse con su hermano menor se cree superior, le desprecia, le considera indigno. Cree que su hermano no debe ser tratado así, sino que merece un castigo, una sanción por parte de su padre. No quiere ponerse en la piel de su hermano, no es movido a la piedad, sino mas bien piensa en sí mismo, en las fiestas que no ha hecho con sus amigos. No tiene compasión manifestando así toda su arrogancia y altivez. Desautoriza lo que su padre ha hecho, exige una explicación o algún argumento. Sin comprender a su padre, lo menospreció y no aceptó su determinación a hacer fiesta grande por el hermano perdido y hallado. Su arrogancia se manifiesta tanto con su hermano como con su padre. En lugar de preguntarse si está equivocado, se ceba con todos los demás. Pero nadie sabe lo que viviría en un futuro pues que es incierto y no está escrito.
“Tuarroganciate engañó, y la soberbia de tu corazón” (Jeremías 49:16).
En cambio el padre ama incondicionalmente. Practica la compasión con su hijo, ejercita la bondad.
VERGÜENZA: El hijo perdido toma conciencia de que ha dilapidado la herencia de su padre. La vergüenza es el indicador del estado de la conciencia de las personas. Es el sentimiento de incomodidad que se tiene por temor a hacer el ridículo. Una persona con vergüenza actúa de forma correcta. El hijo mayor se avergüenza de su hermano y prefiere tomar distancia y no asistir a la fiesta. Es más, no se identifica como hermano, sino como un extraño. Pero el padre no tiene vergüenza ajena, no se avergüenza de su hijo menor porque le ama. Cada uno experimenta la vergüenza cuando su obrar entra en conflicto con sus convicciones. Uno siente vergüenza cuando los demás ven lo que uno quiere ocultar. Hay una vergüenza propia y una social, cuando los demás se enteran de tu transgresión porque no ha quedado en el plano de la intimidad. El hijo desea abandonar la vida perdida y sin sentido. Vence la vergüenza y se pone en camino.
“Confusión ha cubierto mi rostro” (Salmo 69:7b).
INDIGNACIÓN: El hermano mayor se enfada profundamente por algo que él cree injusto. Su enojo le lleva a enfrentarse con su padre y rehúsa participar de la fiesta. Cree que él no ha sido tratado con la dignidad que le correspondía, en cambio su hermano, es exaltado, y se indigna porque cree que no lo merece. No se resigna y cree que él tiene la razón. Cree que su padre hace discriminación y no se conforma a la desigualdad con que es tratado. ¡Quiere justicia! Encuentra la fiesta inaceptable y desproporcionada. Él se merece mucho más reconocimiento por todo lo que ha hecho hasta ahora. Se cree un hijo modélico. El padre no detiene la fiesta, no cambia nada de lo que ha dictaminado a pesar de la protesta del hijo mayor, por lo que su indignación crece. Le parece que ha sido tratado injustamente comparándose con su hermano, no ha recibido lo que le corresponde. La parábola no cuenta el desenlace. No sabemos lo que ocurrió después. No sabemos si el padre logró convencerlo.
“¿Hasta cuándo mostrarás tu indignación…?” (Salmo 80:4).
IRA: De todos los personajes de esta historia, solo el hermano mayor siente ira. Una fuerte emoción que apunta a la destrucción del otro. La ira es una potencia destructora que puede ser reprimida o liberada. La ira retenida se transforma en rencor y envenena el alma. La ira está relacionada con la indignación que mencionábamos antes. El mayor siente odio o aversión hacia el menor, y aunque no actúa con violencia, no reprime su ira. No está a favor del hermano, no se alegra de su vuelta, no está contento con las determinaciones de su padre. Uno odia cuando sufre algún tipo de ofensa o humillación, una injusticia o cuando es traicionado. El anillo en el dedo, el mejor vestido, la fiesta, el becerro engordado… nada pasa inadvertido y su corazón activa la ira. Se ve impotente, porque nada de lo que le dice a su padre revoca todo lo que ya está en marcha. El padre ama y perdona. El hermano mayor se hunde en el resentimiento.
“Pero yo os digo que cualquiera que seenojecontra su hermano, será culpable de juicio…”
(Mateo 5:22)
RESENTIMIENTO: Rencor, odio, antipatía, estar molesto con alguien por lo que le hizo en otro tiempo. Parece como si el hermano mayor estuviera fuera de sí. La parábola no termina con un abrazo entre hermanos. No sabemos si se dio la reconciliación. Lo que no puede ser es que alberguemos en nuestra alma esta clase de sentimientos porque hay consecuencias para los demás y para uno mismo. El hermano mayor se compara con el pequeño y se siente víctima, padece una gran injusticia. Eso le roba la paz interior. Frente al agravio comparativo siente resentimiento. El rencor le impide avanzar y seguir con su vida. Está herido y revivir en su mente todo lo que su hermano menor hizo, oscurece sus pensamientos y no puede perdonar. Surge un gran abanico de estados anímicos: enfado, rabia, cólera, furor, ira, hostilidad, resentimiento…). Toda esta constelación de vivencias empañan su alma. ¡Ojalá se nos dijera al final de la parábola que recapacitó y hubo paz en su alma, alejando de él todos estos malos pensamientos!
“¿Y porqué no juzgáis por vosotros mismos lo que es justo?” (Lucas 12:57)
VENGANZA: Un hermano comparándose con otro. ¡Error! Aunque es una práctica habitual en todo ser humano. Todo es objeto de comparación (riquezas, sueldo, dones, capacidades, casa, trabajo, hijos, salud…). Todo esto produce heridas. Comparar es examinar, contrastar, confrontar lo que uno tiene con lo de los demás. Es calcular lo que uno da con lo que recibe, lo que hace con lo que le hacen, en lugar de estar agradecidos por lo que tenemos, porque no todo es fruto de nuestro trabajo, esfuerzo o valía. Miramos alrededor y reivindicamos derechos, en lugar de agradecer lo que recibimos (muchas veces sin merecerlo). ¡Cuidado con compararse con los demás! Es fruto de la soberbia. El YO considera que lo merece todo, todo le debe pertenecer. La crítica que le hace a su padre no es para mejorar la visión del hermano, solo pretende mostrar su propia excelencia, su valor, sus méritos frente al hermano pequeño.
Es imposible saber si llegó a vengarse de alguna manera. Cabe la posibilidad de que lo sintiera. Posiblemente él tuvo que ocuparse de los quehaceres de su hermano en su ausencia, asumir las tareas familiares que no le correspondían. No podemos pensar que sucumbiera a la venganza. Lo que sí es cierto, es que el padre, siendo el principal agraviado, no lo hizo. El padre fue ofendido, perjudicado, sufrió el desprecio, pero ante todo, perdonó por amor. La venganza nunca restituye el mal causado. Humillar al que me ha humillado no es correcto. Agredir a quien me ha agredido no soluciona nada. La respuesta no es atacar al mal con mal, sino bien contra mal. El padre reacciona desde el amor, eso descoloca al hermano mayor porque no lo esperaba. El camino de la venganza solo lleva a más dolor y sufrimiento. La venganza nunca resarce el mal causado. El perdón y el amor es el camino que anula los bajos instintos y los malos impulsos. El padre no se venga sino que perdona; no destruye, sino que restaura.
“No paguéis a nadie mal por mal; procurad lo bueno delante de todos los hombres… No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal” (Romanos 12:17,21).
ENVIDIA: El hermano mayor no ha vivido la misma experiencia del menor. Está en un lugar privilegiado gozando de todos los bienes del padre. Cumpliendo con ser el primogénito. Éste juzga con severidad las debilidades de su hermano pequeño. Es incapaz de mostrar simpatía, amor, empatizar con todo lo que ha sufrido su hermano en la distancia, no es plenamente consciente porque él nunca ha experimentado el desamparo, el abandono, la soledad, la miseria o la hambruna. Desde su posición moral emite juicios de valor estrictos y rigurosos. Solamente quien experimenta en su propia piel todo ello puede hacerse una idea de los sufrimientos, o puede intentar comprenderlos. No concibe la fragilidad de su hermano, se forja su propia opinión, le juzga y siente envidia, desdicha por no poseer lo que tiene su hermano sin pensar que él mismo lo ha tenido siempre.
“Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas” (Lucas 15:31)
La envidia es una palabra latina que significa mirar con malos ojos. Es disgustarse por ver que a otros les pasan cosas buenas, o le quieren más, o son más felices… es ese deseo de tener o hacer lo mismo que otros. La envidia es una emoción corrosiva como la ira y el resentimiento. Donde hay envidia no hay felicidad.
“La envidia es carcoma de los huesos” (Proverbios 14:30b)
ESPERANZA: El padre espera que su hijo vuelva pronto. No solo espera, practica la esperanza, confía que en algún momento su hijo vuelva. Tiene buen ánimo, es optimista pensando favorablemente que pronto abrazará a su hijo perdido. El padre practica la fe, piensa en un futuro juntos. Quien ama, siempre espera que no todo está perdido, que hay posibilidades. No quiere aceptar que lo haya perdido para siempre porque le ama y eso le da fuerzas e ilusión. Padre e hijo podían estar separados, en diferentes provincias, pero el amor los mantenía unidos. El amor nunca se perdió.
“Tendrás confianza, porque hay esperanza” (Job 11:18)
PERDÓN: Perdonar es renunciar al derecho de tomar venganza. Cese de una ofensa o falta, eximiendo al culpable. El perdón es fruto de la madurez. Quien ama, perdona sin condiciones. Esta parábola es un gran elogio al perdón. Aunque solamente perdona el padre (el hijo mayor parece que no). Perdonar = per- donare significa dar algo valioso y el perdón es una forma de amar, de ser generoso, de caridad, de gracia. Es la posibilidad de comenzar de nuevo. Hubo ofensa, hubo heridas, hubo agravio… pero el perdón es el efecto de un corazón que ama. El perdón actúa sobre cualquier daño. El hijo quiere pedir perdón, reconocer su error, mostrar a su padre la intención de rectificar ese desliz. El padre perdona, se compadece y es generoso, quiere la reconciliación. No se perdona por error ni por casualidad, sino intencionadamente. Se perdona a quien pide perdón. El padre perdona espontáneamente, con alegría, le da la bienvenida a casa, y le da una nueva vida en abundancia como antes. Corre a buscarlo, le besa y le monta una fiesta. Pero eso descoloca a su otro hijo…
“No juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados” (Lucas 6:37)
COMPRENSIÓN Y RECONCILIACIÓN: El padre percibe cómo son las cosas, tiene una idea clara de cómo se siente su hijo menor. No entra a preguntar todo lo que ha hecho con sus bienes. No le aborda ni trata de buscar las razones por las que hizo todo. Desconocemos muchas cosas. Sabemos que se fue de casa pero no el por qué. No tenemos toda la información, pero tampoco del padre se nos dice que supiera todo. El padre no necesita explicaciones, quiere la reconciliación, el restablecimiento de la concordia entre ellos dos, un cambio en esa relación rota. Para perdonar no es necesario comprender ni entender, sino buscar la reconciliación para instaurar un nuevo inicio. El perdón no borrará lo sucedido, pero eso quedará atrás; lo prioritario es restablecer la relación perdida, recuperar la armonía perdida. Constituye un proceso y la suma de dos voluntades -padre e hijo-. En esta historia la reconciliación es posible porque los dos buscan lo mismo, es una relación dual: el hijo pide perdón, el padre otorga el perdón; el ofensor suplica perdón, el ofendido se lo concede. El padre no le impone ningún castigo, no le exige nada, no hace falta, el acercamiento se activa.
“…Nos gloriamos en Dios por el Señor nuestro Jesucristo, por quien hemos recibido ahora la reconciliación” (Romanos 5:11)
Hasta aquí hemos explorado un abanico de emociones que cualquiera de nosotros puede tener. En esta parábola no se habla explícitamente de los sentimientos pero podemos sentirnos identificados con ellos.
Me he tomado la licencia de escribir así la historia del hijo pródigo. Quizás una segunda lectura del texto después de leer este artículo te ayude (Lucas 15:11-32). Pero no quiero terminar sin llegar a la escena de la fiesta.
LA FIESTA: “Sacad el mejor vestido.. poned un anillo en su mano, calzado en sus pies, traed el becerro gordo, comamos y hagamos fiesta… y comenzaron a regocijarse” (Lucas 15:22-24)
Comida, música, cantos, danzas… el júbilo del reencuentro, la alegría del perdón, la celebración del abrazo… Aunque todo ello se convierte en causa de mayor rechazo para el hermano mayor, la fiesta continúa. Se rompe la rutina y por unas horas la euforia llena la casa. La fiesta fluye con naturalidad a pesar del enfado del hijo mayor. El padre intenta persuadirle para que se una a la fiesta pero no le obliga.
¿Y después? ¿Qué ocurre? No lo sabemos. Podemos pensar en futuros alternativos, pero lo cierto es que la Biblia no lo aclara. Quizás nos gustaría un final feliz, pero ahí queda la incógnita. ¿Te has reconocido en la figura del hijo mayor? ¿Del hijo menor? ¿O del padre?
El hijo menor es transgresor, el hijo mayor cumple con la ley y lo que se espera de él. Decimos que el menor es malo y el mayor es bueno, pero esta historia nos abre los ojos. Y el padre es todo amor. El hijo mayor no se ha marchado físicamente pero su corazón está lejos del padre. No se da cuenta de su propio pecado.
¿Cómo termina la parábola? Lucas lo deja en el aire. Sabemos que es una invitación a una celebración.
¿Te apuntas a la fiesta? Dios mismo nos invita a su fiesta, al gran banquete de perdón y amor sin condiciones. ¿Nos quedaremos fuera, enfadados o aceptaremos la invitación que nos brinda Dios?
La invitación está enviada, la fiesta preparada, ¿vas a ir? ¿o te la vas a perder? ¿nos vemos allí?
“Gocémonos y alegrémonos y démosle gloria porque han llegado las bodas del Cordero,
y su esposa se ha preparado… bienaventurados los que son llamados a las bodas del Cordero…
Venid y congregaos a la gran cena de Dios” (Apocalipsis 19:7, 9, 17)
Abigail Rodés. Junio 2022.