Una de las historias bíblicas más fascinante es, probablemente, la de la vida de José.
Desde su nacimiento hasta su muerte, José pasó por gran número de circunstancias, unas felices y otras manifiestamente malas. Podemos leer su historia en el libro de Génesis, capítulo 30 (su nacimiento) y más adelante desde el capítulo 37 hasta el 50.
“Entonces dijo José a sus hermanos: Acercaos ahora a mí. Y ellos se acercaron. Y él dijo: Yo soy José vuestro hermano, el que vendisteis para Egipto. Ahora, pues, no os entristezcáis, ni os pese de haberme vendido acá; porque para preservación de vida me envió Dios delante de vosotros” (Génesis 45:4-5).
La narración de la vida de José empieza a partir del momento en que tenía 17 años (Génesis 37:2). Se nos presenta como el favorito de Jacob, lo que hoy diríamos un niño mimado. Su padre lo utiliza para controlar a sus hermanos mayores, lo que a estos no les gusta nada. Además del favoritismo de Jacob por él (le hace una túnica de varios colores, como ninguno de sus otros hijos tenía), José tuvo dos sueños que luego se revelaron proféticos (Génesis 37:5-10), pero la forma en que los explicó a su familia sirvió para que sus hermanos le aborrecieran aún más de lo que ya lo hacían. Desde luego la familia de Jacob no era lo que pudiéramos decir una familia feliz. Había favoritismo y odio entre sus miembros. Jacob practicaba abiertamente la acepción de personas en su hijo José. ¡Cuánto dolor iba a traer esta actitud a su familia!
No debemos olvidar que la familia de Jacob era depositaria de la promesa que Dios había hecho a Abraham, y que luego volvió a confirmar a Jacob en Betel: “Yo soy Jehová, el Dios de Abraham tu padre, y el Dios de Isaac; la tierra en que estás acostado te la daré a ti y a tu descendencia. Será tu descendencia como el polvo de la tierra, y te extenderás al occidente, al oriente, al norte y al sur; y todas las familias de la tierra serán benditas en ti y en tu simiente” (Génesis 28:13-14). Era pues necesario que la familia perdurara en el tiempo, ya que de ella, en el futuro, nacería el Mesías, el salvador del mundo.
En uno de los encargos que José hizo para Jacob, el de vigilar a sus hermanos y después informar a su padre de lo que estaban haciendo, la paciencia de los hermanos llegó a su fin. El odio que le tenían les llevó a planear su muerte. Querían librarse de él a toda costa. Hablando claramente, estaban hartos de él. Y entre ellos se dijeron: “He aquí viene el soñador. Ahora pues, venid, y matémosle y echémosle en una cisterna, y diremos: Alguna mala bestia lo devoró; y veremos qué será de sus sueños” (Génesis 37:19-20). Sin embargo uno de ellos, Rubén, se opuso a este plan y así evitó que fuera asesinado. En aquel momento parecía que la acción de Rubén solo iba a tener una trascendencia limitada, evitar la muerte de José, pero no fue así.
Pero los demás hermanos seguían queriendo libarse de aquel soñador al que aborrecían y decidieron venderlo como esclavo a una caravana de mercaderes ismaelitas que iba camino de Egipto. ¿Cómo explicarían a Jacob por qué José había desaparecido? Ya sabemos que urdieron una mentira que hizo pensar a Jacob que su hijo había sido atacado y muerto por una fiera salvaje (Génesis 37:33). A su odio por José añadieron su poco amor a su padre, provocando en él un terrible sufrimiento.
Así que, vemos a José, el favorito de su padre, camino de Egipto como un simple esclavo. Cuando llegó a Egipto fue a parar a casa de un oficial de Faraón, Potifar (Génesis 39:1), y, en casa de éste, Dios le prosperó. Parecía que todo empezaba a pintar bien de nuevo para José, pero los planes de Dios eran otros. Por no ceder ante las insinuaciones de la mujer de Potifar, José fue denunciado injustamente por ésta y encarcelado. Las cosas volvían a pintar mal. Pero Dios, que tiene el control absoluto de todo, seguía adelante con sus planes eternos, incomprensibles para nosotros la mayoría de las veces. Recordamos cómo José luego, en la cárcel, interpreta los sueños del copero y el panadero y cómo, solo dos años más tarde, a causa de los sueños que tuvo Faraón, el copero se acordó de José. Vemos como José interpreta los sueños de Faraón, prediciendo 7 años de abundancia y 7 años de escasez. Parece que Dios volvía a acordarse de José, pues le hizo alcanzar el puesto más alto en todo Egipto. Por encima de él solo estaba Faraón. Tenía entonces 30 años. Había pasado 13 años de su vida como esclavo y en la cárcel. Pero Dios nunca se olvidó de José. Todo lo que le había sucedido estaba dirigido a un acontecimiento muy importante, el reencuentro de José con sus hermanos, cuando vinieron a comprar alimento en Egipto.
Cuando sus hermanos llegan a Egipto, José les hace pasar una serie de pruebas, entre ellas la de exigir que Benjamín fuera presentado ante él. Los hermanos se vieron en una situación muy comprometida, tanto que se dijeron entre ellos: “Verdaderamente hemos pecado contra nuestro hermano, pues vimos la angustia de su alma cuando nos rogaba, y no le escuchamos; por eso ha venido sobre nosotros esta angustia. Entonces Rubén les respondió, diciendo: ¿No os hablé yo y dije: No pequéis contra el joven, y no escuchasteis? He aquí también se nos demanda su sangre” (Génesis 42:21-22). Ellos no sabían que José les entendía cuando hablaban entre sí en hebreo, así que su declaración fue realmente sincera. Pero José siguió adelante con la prueba que les hizo, para comprobar si realmente había habido un cambio en su corazón. Solo cuando está seguro se revela a ellos como su hermano, y es entonces cuando les dice: “… no os entristezcáis, ni os pese de haberme vendido acá; porque para preservación de vida me envió Dios delante de vosotros”.
Si José no hubiera sido vendido como esclavo en Egipto y hubiera pasado todo lo que tuvo que pasar hasta llegar al puesto que tenía, el hambre en Egipto y en todos los países colindantes, entre ellos la tierra de Canaán, donde habitaban Jacob y su familia, hubiera sido terrible y probablemente la familia de Jacob hubiera perecido. Pero esto no era posible, Dios le había dado una promesa a Abraham, que pasó a Isaac y luego a Jacob. Y Dios siempre cumple lo que promete. Así que toda aquella amarga experiencia de José formaba parte del plan de Dios para preservar la vida del que era su pueblo, y del que iba a venir el Mesías. Cuando parecía que todo iba a acabar en desastre, vemos como Dios mantiene el control de todo y los acontecimientos, guiados por Él, acaban desembocando en el resultado por Él previsto.
Muchas veces nos parece que las cosas se nos escapan de las manos. Pudiera ser que en momentos de tristeza o debilidad lleguemos a pensar que Dios nos ha dejado de su mano o, peor aun, que los acontecimientos le han cogido por sorpresa y ha perdido el control por un momento. Pero eso jamás es así. Nunca debemos pensar esto. Seguro que José se pregunto en más de una ocasión por qué Dios parecía haberle abandonado a su suerte, pero nunca dejó de confiar en Él y, al final, pudo comprobar que Dios sabía perfectamente lo que estaba haciendo, que nunca dejó de tener el control de la situación y que todo fue encaminado al cumplimiento de sus planes.
Cuando el Señor Jesús vino a este mundo, los apóstoles no entendieron lo que había de suceder. Cuando Cristo murió se encontraron desamparados, como si todo aquello hubiese sido una desgracia. Que el Señor Jesús no había previsto aquel final a su presencia en este mundo, que todo había sido un terrible error, que aquello nunca debió suceder.
Pero Dios jamás dejó de tener el control de la situación. Cristo no vino al mundo solamente para dejar su Palabra y ejemplo. Vino con el propósito de morir por nosotros, así que nada de aquello fue pura casualidad o un error desgraciado. Él mismo dijo: “Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida, para volverla a tomar. Nadie me la quita, sino que yo de mí mismo la pongo. Tengo poder para ponerla, y tengo poder para volverla a tomar. Este mandamiento recibí de mi Padre” (Juan 10:17-18).
No hubo ninguna sorpresa, todo sucedió como estaba previsto en los planes de Dios. La obra prevista se realizó sin fallos. Cristo mismo dijo en la cruz: “Consumado es” (Juan 19:30). Por eso podemos estar confiados en su poder y su gracia.
Ferran Cots, mayo 2020.