Hace unos años la revista Protestante Digital publicó un artículo de Antonio Cruz1 que llevaba por título “El gen del pecado”. Decía, entre otras cosas:
“La palabra sociobiología deriva de los escritos del biólogo norteamericano, Edward O. Wilson (1929-2021) y se refiere a la aplicación de los principios biológicos darwinistas al comportamiento de los animales sociales y del ser humano. Muchas actitudes propias de las personas se deberían, según este punto de vista, a la estructura de los genes que posee la especie humana… es menester señalar inmediatamente que no existen pruebas convincentes de que la herencia genética de las personas controle o determine pautas complejas de su conducta…”.
Al leer este artículo nos viene a la mente los intentos del hombre por desprenderse de su responsabilidad como individuo. Por un lado vemos como prefiere considerarse fruto de una evolución ciega, de la casualidad, descendiente de un simio antiguo, antes que ser el resultado de un acto consciente de creación por parte de una inteligencia superior y eterna, que es Dios. No es eso lo que vemos en las Escrituras, que nos dicen de donde venimos: “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (Génesis 1:27).
Para el hombre como individuo, el hecho de ser fruto de la casualidad le permite evadir cualquier responsabilidad sobre sus actos. Si somos lo que somos por la evolución de las especies y nuestra conducta está determinada genéticamente, entonces no solamente no debemos dar cuenta a nadie de nuestros actos, sino que podemos llegar a pensar que no somos responsables de los mismos. Por lo tanto somos dueños de nuestro destino y podemos hacer lo que queramos. Pero esto no es realmente así, ya que el hombre debe responder de sus actos ante el Creador, aunque no crea en Él. La Palabra de Dios nos dice con extrema claridad: “Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio, así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan” (Hebreos 9:27-28).
Pero, no contento con pretender ser fruto de la casualidad, el hombre intenta buscar aún más argumentos para obviar su responsabilidad. Se pretende que las conductas de cualquier tipo tienen su origen en la herencia genética y, por lo tanto, determinan el comportamiento de las personas, por lo que la conclusión vendría a ser que nadie es responsable de sus actos, porque estos están determinados por su herencia genética.
Hay muchas desviaciones de la conducta y de otro tipo de comportamientos que se intentan explicar mediante este argumento genético. En realidad, tal como decía Antonio Cruz en su artículo: “no existen pruebas convincentes de que la herencia genética de las personas controle o determine pautas complejas de su conducta”. Así que estamos ante un intento de desviar la atención sobre el verdadero problema, la rebeldía humana ante Dios, o dicho más claramente, el pecado.
Cuando vemos estos intentos de evitar todo tipo de responsabilidad nos viene a la mente el pasaje de Romanos 1:18-2:6: “Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad… Profesando ser sabios, se hicieron necios… Por lo cual también Dios los entregó a la inmundicia, en las concupiscencias de sus corazones, de modo que deshonraron entre sí sus propios cuerpos, ya que cambiaron la verdad de Dios por la mentira… y recibiendo en sí mismos la retribución debida a su extravío. Y como ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios, Dios los entregó a una mente reprobada, para hacer cosas que no convienen… Pero por tu dureza y por tu corazón no arrepentido, atesoras para ti mismo ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios, el cual pagará a cada uno conforme a sus obras…”.
¿Acaso este pasaje no es un vivo retrato de la humanidad caída? Cuando oímos hablar de evolución y justificación genética vemos claramente lo que significa el versículo 28: “Y como ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios, Dios los entregó a una mente reprobada, para hacer cosas que no convienen…”. El hombre erigiéndose en su propio dios.
No existe justificación por la genética, la única justificación posible la encontramos a través de la gracia de Dios: “Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), y juntamente con él nos resucitó… Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios” (Efesios 2:4-8). Sólo a través de la gracia divina nuestros pecados son perdonados y nosotros somos justificados, es decir considerados justos.
Pero claro, aquellos que tienen el entendimiento entenebrecido (no importa su coeficiente intelectual, nivel cultural…), los que el apóstol llama “el hombre (y la mujer) natural” no pueden entender estas cosas: “Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente” (1 Corintios 2:14). Solamente los que buscan sinceramente la verdad pueden llegar a hallar respuestas a sus preguntas y, lo más importante, esa verdadera justificación que nada tiene que ver con los tristes intentos del ser humano de quitarse de encima cualquier tipo de responsabilidad.
Como finalizaba el articulista : “El hombre y la mujer son responsables de sus actos ante la sociedad pero, por encima de todo, delante de Dios. Él es el único que conoce todos los secretos del alma humana y, por tanto, el único capaz de evaluar certeramente el uso o el abuso que cada cual ha hecho con su libertad”.
Y añade: “No podemos abusar de la genética para justificar los vicios humanos o la conducta pecaminosa”.
1 Antonio Cruz es doctor en biología por la Universidad de Barcelona.
Ferran Cots, octubre 2022.