“Cuando entró Él (Jesús) en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió, diciendo: ¿Quién es éste? Y la gente decía: Éste es Jesús el profeta, de Nazaret de Galilea” (Mateo 21:11).
El llamado domingo de ramos, se hace memoria de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Ese día marcó el inicio de los acontecimientos que trastornaron al mundo y culminaron con el más vil de los crímenes, la crucifixión de Cristo.
Jesús entró en Jerusalén tal como había profetizado Zacarías: en un pollino hijo de asna (Zacarías 9:9). Mientras entraba en la ciudad todas las personas allí congregadas lo aclamaban diciendo “Hosanna” (espresión hebrea que significa “salva ahora”.Equivaldría a la expresión “Dios salve al rey”). Aquella gente lo recibió como rey, poniendo sus mantos por donde Él pasaba, y levantando las palmas, tal como se recibía a un rey cuando regresaba victorioso de una batalla. Es por eso por lo que la pregunta que toda la ciudad se hizo cuando Jesús entró es relevante: ¿Quién es éste? La pregunta es importante, porque aquellas personas lo aclamaban, lo seguían, lo recibían como rey pero, en realidad, no sabían quien era Él. De hecho la respuesta que ellos mismos dan muestra la poca o nula comprensión que tenían de quien era Jesús en realidad.
Hoy en día pasa exactamente lo mismo, millones de personas en el mundo recuerdan la llamada Semana Santa y participan en celebraciones religiosas pero, al igual que los judíos, no saben verdaderamente quien es Jesús. Por ello esta es una pregunta que es importante saber responder; cada uno de nosotros debemos tener bien claro quien es Jesús.
¿Quién es éste?: Es el Salvador del mundo
Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12).
Se ha hablado mucho sobre Jesús. Unos afirman que fue uno de los grandes maestros y pensadores de la historia, otros dicen que fue uno de los grandes profetas pero, aunque todo esto no deja de ser cierto, la realidad es que Él es mucho más que todo eso. Jesús es el único Salvador de este mundo.
La palabra de Dios es clara, ¡en ningún otro podemos ser salvos! En el mundo podrá haber muchas religiones, las personas podrán tener muchos dioses, podrán haber existido muchos profetas, pero hemos de tener muy claro que solamente hay un Salvador: Jesucristo.
Podemos tener muchos conocimientos, mucho dinero, muchas propiedades, pero si no tenemos a Jesús como nuestro Salvador, no tenemos nada: “Porque ¿qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma?” (Marcos 8:36). Jesús es el Salvador, no es un salvador, es el único.
¿Quién es éste?: La única puerta hacia la vida eterna
“Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos” (Juan 10:9).
Hay muchos que quisieran ser salvos, pero están llamando a la puerta equivocada. Puertas que no llevan a la salvación, sino a la perdición, la condenación eterna.
Muchos quieren entrar en el cielo por medio de la religión, cumpliendo ritos y obras para ganar por méritos propios esa entrada en el cielo. Pero lo único que encuentran es una pesada carga de normas y leyes que son incapaces de cumplir.
Otros quieren entrar en la vida eterna por medio del conocimiento, pero ese conocimiento lo único que ha hecho es envanecerlos, no salvarlos: “El conocimiento envanece, pero el amor edifica” (1 Corintios 8:1b). Son personas que saben mucho, han leído mucho, conocen mucho, pero la letra ha aniquilado su fe: “porque la letra mata, mas el espíritu vivifica” (2 Corintios 3:6b).
La palabra de Dios es clara. La única puerta que lleva a la salvación es nuestro Señor Jesucristo.
¿Quién es éste?: El único camino hacia Dios
“Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14:6).
Mucha gente cree que son ellos quienes pueden decidir como llegar a Dios. Están convencidos que conocen el camino correcto para llegar al cielo. Se justifican diciendo que son buenos, que no hacen daño a nadie, que hacen buenas obras, que no son tan malos como los demás.
Sin embargo Dios, en su Palabra, dice bien claro que aunque algunos proclamen su propia bondad, no hay nadie bueno: “Muchos hombres proclaman cada uno su propia bondad, pero hombre de verdad, ¿quién lo hallará?” (Proverbios 20:6) y que nuestras obras son como inmundicia delante del Señor: “Si bien todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia” (Isaías 64:6a).
A los hombres les puede parecer que su propio camino es correcto, que les llevará a la vida, sin embargo su final es de muerte: “Hay camino que al hombre le parece derecho; pero su fin es camino de muerte” (Proverbios 14:12).
No hay otro camino para llegar a la vida eterna que Jesucristo (Juan 14:6).
¿Quién es éste?: La única verdad
“Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14:6).
En una cultura en la que ya no hay verdades absolutas, en las que todo es relativo, es difícil encontrar el camino hacia Dios. Incluso en el mundo cristiano se cuestionan las mismas Escrituras y se les despoja de parte de su autoridad. Es como si cada uno decidiera qué parte es verdad y qué parte no, en función de sus preferencias.
En medio de esta inseguridad resuenan las palabras de Jesús, en las que nos dice que Él es la verdad. No una verdad, sino la única verdad real. Él mismo afirma que la palabra de Dios es verdad: “Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad” (Juan 17:17) y se cumplirá en su totalidad: “Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido” (Mateo 5:18).
¿Quién es éste?: La única vida verdadera
“Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Juan 14:6).
Todos anhelamos vivir. De hecho nadie querría morir si pudiera vivir eternamente y en perfectas condiciones. Sin embargo la realidad es que la muerte nos alcanza a todos. Después de la caída del primer hombre, la muerte se enseñoreó de la raza humana. No había solución para este problema.
Al dar la espalda a Dios el mal entró en la humanidad y, por eso mismo, también entró el pecado con todas sus consecuencias, incluida la muerte, tanto física como espiritual: “Porque la paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23a). Ante tan gran problema solo el que es el autor de la vida, el que vive por sí mismo, el Creador, podía darnos la solución. Cristo es la manifestación física de Dios. Él es la verdadera vida: “En Él estaba la vida…” (Juan 1:4).
Solo Él puede darnos esa vida que tanto necesitamos, la vida eterna, en sus vertientes espiritual, pero también física. Y lo hizo de una forma inimaginable para nosotros, dando la suya por nosotros: “Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Marcos 10:45).
Su muerte en la cruz nos da vida, y vida en abundancia. Él es la vida eterna: “De cierto, de cierto os digo: El que cree en mí, tiene vida eterna” (Juan 6:47); “mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 6:23b).
¿Quién es éste?: El Cordero de Dios
“El siguiente día vio Juan a Jesús que venía a él, y dijo: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29)
Cristo se entregó a sí mismo para rescatarnos de la condenación y darnos salvación y vida eterna. Se ofreció voluntariamente para llevar a cabo este sacrificio, del que eran figura los antiguos sacrificios de la ley. Por ello Juan el bautista exclama cuando ve a Jesús que Él era el cordero de Dios que quitaba el pecado del mundo. Esto ya había sido profetizado por Isaías cientos de años antes: “Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue llevado al matadero” (Isaías 53:7a).
Jesús entregó su vida, su sangre por nosotros: “sabiendo que fuisteis rescatados… con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación” (1 Pedro 1:18-19), pero hoy está a la diestra del Padre. Aunque fue menospreciado y humillado, torturado hasta la muerte, la tumba no pudo retenerlo y resucitó al tercer día.
Este Cristo, el Cordero de Dios, tiene ahora toda la gloria y el poder: “Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos” (Apocalipsis 5:13).
Así que si no has contestado aún esta pregunta ahora es momento de hacerlo. Cristo es el único camino hacia Dios, la salvación y la vida eterna. Fuera de Él no hay más que la perdición y la muerte eterna. Para muchos la respuesta es que Cristo es su Salvador y Señor.
Y tú, ¿qué vas a responder?
Ferran Cots, abril 2021.