Un niño se había portado mal, así que su madre lo castigó a su habitación. Después de estar encerrado en la habitación por algún tiempo, salió y fue a hablar con su madre. —Mamá, le dijo, he estado pensando sobre lo que hice y me puse a orar.
—¡Qué bien!, respondió su madre. —Si le pides a Dios que te ayude a ser mejor, él te ayudará.
Su hijo le dijo: —No le pedí a Dios que me ayudara a ser mejor. Le pedí que te diera paciencia para soportarme.
La oración de este niño nos hace pensar si su petición estaba de acuerdo con lo que Dios quería.
Tomando como referencia la oración modelo (Lucas 11:1-13) vamos a intentar extraer algunas conclusiones que puedan ayudarnos a saber cuál es la oración que Dios responde..
Si tuviéramos que describir que es la oración con una frase, ¿cuál sería? Para muchos, la oración sería un deber o una obligación. Para otros, la oración sería cuestión de repetir ciertas frases que han aprendido, como una especie de encantamiento o mantra que les dará gracia ante Dios o suerte en lo que pretenden. Obviamente, esto no es lo que Dios quiere. Sin embargo, para muchos la oración es simplemente algo que se repite porque saben que deben hacerlo (antes de comer, antes de acostarse o cuando tienen alguna necesidad en particular). Jesús menciona una realidad al principio y al final de este pasaje que puede guiarnos al pensar en la oración. En la oración modelo que da a sus discípulos, les enseña a dirigirse a Dios como Padre; en la última parte del pasaje, nuevamente compara a Dios con un Padre.
Cuando pensamos en la oración, debemos recordar que estamos hablando con el Padre, nuestro Padre. En esta simple realidad hay algo muy importante: el Dios del universo, el Dios que lo hizo todo, nos ofrece la oportunidad de ser sus hijos. Si hemos entrado en esa relación con Dios por medio de la fe en Cristo, entonces, tenemos este tremendo privilegio de hablar directamente con él, de la misma manera en que un niño que tiene una buena relación con su padre puede hablar con él.
I. Dios nos invita a presentarle nuestras peticiones confiadamente
Jesús cuenta una historia que ilustra esto. Un hombre va a casa de su amigo para pedirle pan, debido a la llegada inesperada de un huésped. En aquel entonces, en la cultura judía, era una gran falta de cortesía no poder ofrecer a un huésped un pan nuevo, es decir sin haber sido empezado. El hombre, entonces, va a la casa de su amigo para pedirle ayuda. Es tarde, y el amigo está acostado. Si se levanta, despertará a sus hijos. El amigo no tiene ganas de levantarse. Sin embargo lo hace. Lo hace a causa de la insistencia del amigo que se lo pide. Ahora bien, preguntémonos: ¿cuándo se encuentra Dios en una situación en la que le incomode responder a nuestras peticiones? O dicho de otra forma, similar al ejemplo expuesto, ¿cuándo se encuentra Dios acostado, dormido, y sin deseos de oírnos? ¡Jamás! Dios jamás se adormece ni duerme. Lo que el pasaje nos dice, entonces, es esto: el amigo se levanta, aunque no quiere, por la insistencia del que le pide. ¡Cuánto más nos responderá Dios, que siempre quiere!
Por eso, Jesús nos anima a pedir, a buscar, a llamar. No nos cansemos de orar por aquellas personas que queremos ver acercarse al Señor. No nos cansemos de orar para que Dios derrame su Espíritu con poder sobre esta iglesia. No nos cansemos de orar para que Dios nos use. Éstas son las peticiones que Dios quiere contestar.
II. Dios nos demuestra qué clase de peticiones le gusta conceder
Jesús nos enseña cuáles son las cosas que Dios quiere que le pidamos. Son las peticiones que a él le demuestran que nuestro corazón late con el suyo.
•En primer lugar, Dios se complace en conceder peticiones que exaltan su gloria. Por esto, en la oración modelo que nos deja Jesús, empieza diciendo: «santificado sea tu nombre. Venga tu reino».
Al pedir que se santifique el nombre de Dios, estamos pidiendo que sea respetado y honrado, tenido en la alta estima que se merece. Desgraciadamente, muchas personas hoy en día arrastran el nombre de Dios por el suelo. Sea usándolo en vano, como una grosería, o sea con sus actitudes y acciones, no le dan a Dios el respeto que él se merece. Como creyentes, debemos orar ante todo que Dios reciba este respeto. Cuando nosotros oramos, lo podemos hacer de formas muy específicas. Podemos orar, por ejemplo, por alguien en concreto que no conoce al Señor. Cada vez que un alma se doblega ante Cristo, el nombre de Dios es glorificado. Podemos orar por los gobernantes. Cada vez que la justicia se hace aquí en la tierra, el nombre de Dios es glorificado.
•Dios también quiere conceder peticiones que tienen que ver con nuestras necesidades. Jesús nos enseña a orar por el pan de cada día. En aquel tiempo, los trabajadores eran pagados por día, y no tenían ninguna seguridad laboral. Había que confiar en Dios para el pan de cada día. Vivimos en un mundo que a veces ofrece más seguridad mediante las leyes que protegen al trabajador y las formas de seguro; sin embargo, también nosotros debemos llevar nuestras necesidades ante el Señor. Como buen Padre, él cuida de sus hijos. Pero, cuidado, a veces confundimos un deseo con una necesidad. No es que no debamos o podamos exponer nuestros deseos ante el Señor. Recordemos, más bien, que al elevar a él nuestras peticiones, también estamos confiando en que responderá de la mejor forma posible. A veces, francamente, no nos gusta la forma en que Dios responde; pero él sabe mucho más que nosotros.
•El tercer tipo de petición que Dios se complace en conceder es la que nos acerca a él. Tenemos dos ejemplos de esto en este pasaje. Cristo nos enseña a orar por el perdón de Dios y su protección frente a las pruebas. Nuestra respuesta al pecado en nuestra vida tiene que ser un arrepentimiento sincero que nos lleva a confesárselo a Dios, y un deseo fuerte de no caer en la misma trampa, que nos lleva a pedir su ayuda para enfrentar la tentación. Si nuestras oraciones se centran en nuestras propias necesidades, pero ni le pedimos perdón a Dios por cada pecado, ni buscamos su ayuda para no pecar más, no debe sorprendernos que, aparentemente, no responda. Como dice el salmista: «Si en mi corazón hubiera yo mirado a la maldad, el Señor no me habría escuchado» (Salmo 66:18, RV2020)
El otro ejemplo de esta clase de oración es la oración por la presencia del Espíritu Santo. Esto lo vemos en el versículo 13. La mejor cosa que podríamos pedirle a Dios es más de su Espíritu en nuestras vidas. La frase del versículo 13 no debe darnos la impresión de que no tenemos ya la presencia del Espíritu Santo en nuestras vidas. Antes de que Jesús ascendiera al cielo, la presencia del Espíritu era algo irregular en la vida de sus discípulos. Ahora, cada creyente recibe al Espíritu en el momento de creer (Hechos 10:44, pasaje de Pedro y Cornelio el centurión), pero podemos, sin embargo, experimentar más o menos su obra en nuestras vidas. Cristo nos llama a pedir al Señor más de su presencia, más de su poder, más de su obra en nosotros. Esta petición, dice él, Dios la contesta.
Ferran Cots, abril 2024.