Barcelona, Rubén Molina
Primavera 2020
Unas semanas perfectas
Unas semanas confusas
Durante las últimas semanas del mes de marzo, como pastor de una pequeña iglesia en el barrio de Les Corts, Barcelona, he acabado unos estudios bíblicos sobre la primera carta de Pedro, cuyo título era el siguiente: ¿Cómo vivimos como cristianos hoy? Pedro nos enseña y nos pregunta: ¿hasta qué punto estamos dispuestos a sufrir como cristianos, o por causa del Evangelio? Evidentemente, esta es una pregunta que debo hacerme, y no solo yo, sino todos los cristianos. Ahora debo evaluarme y no solo “teologizar”.
Durante esta semana compartí con dos parejas jóvenes el último tema de un discipulado matrimonial, “Un camino eterno”. El matrimonio es la mejor experiencia, es la oportunidad de vivir el evangelio aquí, es prepararnos para la boda con Cristo. El enemigo del matrimonio cristiano, en la práctica diaria, son todas las filosofías de la cultura que nos rodea, el individualismo, el despotismo, el hedonismo y el materialismo; sin embargo, el matrimonio, apunta a la eternidad. Curiosamente, acabamos hablando de experiencias matrimoniales, y de lo que estaba por venir, compartiendo en el libro de Apocalipsis.
El último domingo, me tocó a mí predicar casualmente (gracias a Dios varios hermanos nos turnamos en el ministerio de la Palabra los domingos). El título de la predicación fue La presencia de la gloria de Dios, basado en Deuteronomio 31. Allí, Moisés, se despide del pueblo de Dios, y los alienta para conquistar la tierra prometida, no como un “influencer cristiano”, sino que empieza hablando de la máxima necesidad del ser humano: la presencia gloriosa de Dios. ¿Cómo lo hace? Enuncia perfecciones de Dios; su soberanía, fidelidad, bondad y su presencia gloriosa, en medio de ellos. Moisés alienta, mediante la Palabra de Dios, que siempre revela la gloria divina. A continuación, da órdenes a todos los levitas y ancianos para que celebren el día de la Palabra de Dios, en el día de remisión. Una vez cada siete años, se leerá toda la ley frente a todos, extranjeros, esclavos y todos aquellos que han nacido en los últimos años. Todos van a tener que escuchar la Palabra de Dios, obligatoriamente, al menos cada siete años porque revela las perfecciones de Dios.
Sin lugar a dudas, lo más llamativo del texto es que hay una sucesión de liderazgo (título en negrita, en la mayoría de Biblias), en la que Moisés delega sus funciones a Josué, quien va a ser el encargado de tomar el mando, a partir de ese mismo momento. Aún así, el centro del texto, no está sobre el nuevo líder. En ese pasaje, el centro es Dios manifestando su gloriosa presencia. ¿Cómo sucede? Cuando van al tabernáculo de reunión, y la nube de la presencia de la gloria de Dios aparece, todos la ven, y el ambiente es lleno de la presencia de Dios. Entonces, Dios habla a Moisés y le dice que va a morir, tal como ya le había dicho, y que Josué será el nuevo líder. Pero, antes de fallecer, Dios le hace saber a Moisés: 1) que el pueblo se va a revelar contra Él 2) que Dios mismo les va a entregar la tierra 3) que Moisés debe componer y enseñar un cántico 4) que ese cántico será un testimonio de la fidelidad de Dios. En caso, que el pueblo de la espalda a Dios, Él les dará la espalda también, y al recordar ese cántico, les hablará en sus mismas caras.
Antes del confinamiento, el miércoles por la noche y hasta la madrugada del jueves, tuvimos que ir a urgencias, ya que mi hija Gràcia, de nueve años, tuvo una crisis muy curiosa. Quienes la conocen, saben de su vitalidad: no habíamos ido nunca, a urgencias por ella, desde el primer mes de su nacimiento. ¿Qué es lo que le sucedió el miércoles? Pues que en cuestión de dos horas empezó con vómitos y, luego de un desfallecimiento, no veía bien; empezó a sudar y a temblar. La llevamos a Can Ruti, un hospital de Badalona, donde, después de varias horas, se reanimó, y le diagnosticaron un virus “sin nombre”. El coronavirus, nos rodeaba en el hospital, que se encontraba prácticamente vacío, y los primeros enfermos del virus llegaban. Aún así, de madrugada, volvimos a casa y, al cabo de unos días, se recuperó. Ahora ya se encuentra bien.
El viernes, como de costumbre, ante las limitaciones de quedarse en casa, hice igualmente el discipulado que me tocaba, y compartí sobre la gloria de Dios, su persona y perfecciones. El domingo pasado, en un pequeño culto de oración, se leyó el Salmo 23, <<… aunque ande en valle de camino de muerte no temeré mal alguno>>.
¿Qué debemos aprender?
Humildad práctica
El texto clave del final de la carta de Pedro es un versículo que se repite en varias ocasiones en la Biblia <<Dios resiste a los orgullosos y da gracia a los humildes>> 1P. 5:5b. Luego, explica cómo aplicar esto mismo, en nuestras vidas, y empieza con un imperativo: ¡humillaos! Me temo que los primeros que hemos de humillarnos somos los pastores. Ahora, nosotros mismos estamos confusos, y hablamos, lo que hacemos siempre, para alentar al pueblo de Dios, mediante la forma que nos queda, con nuestro mejor empeño, y el conocimiento bíblico que tenemos. Pero, ¿es lo que realmente tenemos que hacer? Debemos humillarnos nosotros mismos y reconocer, que no tenemos, ni experimentamos, una vida espiritual práctica, que viva en la presencia de la gloria de Dios. Nuestro vivir cristiano es, muchas veces, presentarnos a nosotros mismos mediante la Palabra de Dios, alentar por su Palabra, pero sin acercar a las personas a la misma presencia de Dios. Nuestra percepción de Dios es pequeña, porque la mayoría no conocemos, el modelo del “cristiano que sufre”, que está confundido, que tiene dudas y que se humilla en dependencia frente al Dios de gloria. Tenemos que humillarnos, y decirle a Dios: ¿qué quieres que aprendamos? Dios quiere que nuestro conocimiento bíblico, teológico, sea una experiencia de su gloriosa presencia, y no que sigamos haciendo lo mismo que hasta ahora, por medios virtuales.
Humillarnos, porque nuestra percepción de Dios es muy pequeña, porque no hemos experimentado al Dios sufriente, al Dios que en Cristo, enfrentó la incertidumbre y la duda. En otras palabras, si no nos humillamos, estamos hablando de un Dios demasiado pequeño, seguimos intentando acercar a las personas a nuestra pequeña concepción de Dios. Pero permíteme decirte, que tenemos una gran oportunidad: la confusión, la duda y el temor deben acercarnos a Dios mismo, a su persona, a sus perfecciones, a su obra en medio del sufrimiento. ¡Dios da gracia a los humildes!, pero, Dios está en contra del orgulloso. Humillarse, por tanto, resulta ser la clave de todo esto. Y debemos empezar nosotros.
Entonces, en la humildad, toda ansiedad puede echarse sobre Dios; un Dios que lo puede todo, lo soporta todo, lo aguanta todo y lo sufre todo, porque nos ama. Hagamos que nuestra percepción aumente, en medio de la humildad: reconozcamos que nuestro conocimiento de Dios es pequeño, por no haber experimentado al Dios que sufre, al Dios que parece esconderse, al Dios al que no sabemos qué hacer o ofrecerle en momentos de incertidumbre. Así, por medio de nuestra humildad, acercaremos a las personas a Dios, para que Él mismo, y su gloria se haga más evidente, y más clara. Porque nuestro cristianismo depende de nuestra percepción de Dios: si no crece nuestra percepción de Dios, no hacemos nuestra labor, ni podemos acercar a nuestros amigos, vecinos y hermanos, al Dios de la gloria infinita.
Practicar la presencia de Dios
¿Cómo vivimos la práctica de la presencia de Dios? No es lo mismo, orar a Dios por nuestros hermanos, orar a Dios para que nos ayude a preparar un sermón, o un estudio bíblico, o para realizar un ministerio. Practicar su presencia, es vivir orando para experimentarle más allá de lo que hacemos, y en esto estamos muy débiles. Ahora, no sabemos por qué orar, porque no sabemos qué hacer, o porque simplemente, nos adaptamos a hacer lo que podemos. Nos sigue preocupando cuándo haremos el próximo culto presencial; quizás, preparamos el culto virtual, queremos consolar y alentar a todo el rebaño de Dios. Pero, practicar la presencia de Dios, y entender qué debemos hacer ahora… esto es algo muy distinto.
El gran enemigo del cristianismo, es y ha sido en los últimos años, el entretenimiento. Dicho de otra forma, la carne siempre es contraria al Espíritu, y la carne, hoy tiene su máxima expresión en el entretenimiento, incluidos los pastores. Y el error, es que podemos estar entretenidos con cosas de Dios, y a la vez con cosas de nuestra cultura. Dios no entretiene, ni le podemos entretener. Creemos que lo qué hacemos y cómo lo hacemos, le complacerá a Él y a los nuestros. El entretenimiento virtual es, en la mayoría de los casos, la demostración de la carne, y en su mayor expresión. El entretenimiento religioso no es Dios, porque no busca su presencia. Adoración y entretenimiento no son lo mismo: el entretenimiento no es compatible con la naturaleza de Dios, y tampoco es suficiente para nosotros mismos, ni para nuestras iglesias.
Entonces, ¿qué hacemos? Renunciar a la carne en la iglesia moderna, implicará detenerse en nuestros caminos, para dejar atrás la carne, y aprender a magnificar a Dios, esta vez, de verdad. Magnificar a Dios es engrandecer a Dios en nuestras vidas, la gran disciplina y necesidad de la vida cristiana. Magnificar a Dios, y encontrarnos en su presencia, no es hacer cosas, o orar por cosas, sino estar en la misma presencia de Dios. Debemos mortificar la carne y el entretenimiento cristiano, el entrenamiento cultural, porque necesitamos a Dios mismo, porque quien Él es, y por lo que Él mismo quiere revelarse por su gloriosa presencia en nosotros.
¿Cómo lo hacemos? Ahora, estoy frente al ordenador, como muchos días, los e-mails van entrando, y consulto la web para ver estadísticas de fallecidos, y para estar al corriente de las últimas instrucciones del gobierno. Obviamente, mi Biblia abierta, algún libro cristiano, algún comentario para preparar estudios. Tengo el móvil al lado, no paró de recibir y escribir WhattsApps. Me llegan las palabras de aliento de todos, (con perdón), de todos los “influencers” cristianos del mundo, noticias de forma graciosa, iniciativas de la gente confinada, informaciones confusas. Ahora me pregunto: ¿qué hago? ¡Muy fácil y difícil a la vez! No puedo salir. Tendré que salir dentro de un rato para comprar comida, tendré una reunión pastoral virtual y, mientras tanto, ¿me entretendré como siempre?
La mayoría me han visto y me ven como una persona radical, espero que sea, porque tengo buenas raíces, pero ¡no!, tengo que fortalecerlas más. Voy a desenchufar lo único que me queda, aquello que me entretiene: el móvil, el ordenador, la tablet; debo aislarme de todo lo que me entretiene, mortificar mi carne, para buscar la presencia de la gloria de Dios. ¿Qué pasaría si fuéramos capaces de hacer esto durante unas horas al día? Entonces, estaré humillándome verdaderamente, estaré volcando toda mi ansiedad en Dios, estaré presentándome frente a la gloriosa presencia de Dios, estaré mortificando mi entretenimiento, estaré creciendo en la percepción de Dios, oraré para experimentarle más, para crecer en su conocimiento, para que me dé discernimiento, <<porque si tu presencia no ha de ir conmigo, no me saques de aquí>>(Éx. 33:15). Lucharé con Dios, hasta que venza Él, en mi vida.
Hemos de aprender dos cosas para vencer nuestra carne y así practicar su presencia: primero, que Dios siempre vence; y, segundo, que Dios nunca pierde. Parecen lo mismo, pero no lo son. Para vencer, hay que perder, hay que rendirse, humillarse, sacar todo entretenimiento; eso nos acercará a la presencia de la gloria de Dios. Dios aparecerá de formas asombrosas e increíbles en nuestras vidas. Su presencia nos infundirá aliento, su presencia nos dará descanso. Su presencia aumentará nuestra percepción de Dios. Entonces, y solo entonces, tendremos palabras de vida, de luz. Entonces, sabremos qué hacer, y podremos decir y experimentar lo que Dios mismo nos dice: <<He aquí que yo hago cosa nueva, pronto saldrá la luz>> Is. 43:19.