“Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” Romanos 5:1.
Uno de los acontecimientos más importantes en la historia de los últimos 5 siglos fue sin duda el que inició un monje agustino allá por el siglo XVI. Fue el mes de octubre del año 1517 cuando Martín Lutero clavó las 95 tesis en la puerta de la iglesia del castillo de Wittemberg, dando inicio de forma oficial a este movimiento, que recibió el nombre de Reforma Protestante, por su intención inicial de reformar el catolicismo con el fin de retornar a un cristianismo primitivo. Comenzó con la predicación del sacerdote agustino, que revisó la doctrina de la iglesia católica según el criterio de conformidad a las Sagradas Escrituras. Rechazó la teología sacramental católica, que, según él, permitía y justificaba prácticas como la venta de indulgencias, un secuestro del Evangelio, el cual debía ser predicado libremente, y no vendido.
En el siglo XVI se produjo una gran crisis en la iglesia católica, debido a numerosas acusaciones de corrupción eclesiástica y falta de piedad religiosa. Fue la venta de indulgencias para financiar la construcción de la Basílica de San Pedro en Roma, lo que dio inicio a la Reforma Protestante, que acabaría provocando que la cristiandad occidental se dividiese en dos partes, una liderada por la Iglesia católico-romana, que tras el Concilio de Trento se reivindicó a sí misma como la verdadera heredera de la cristiandad occidental, expulsando cualquier disidencia y sujetándose a la jurisdicción del Papa, y la otra parte que fundó varias comunidades eclesiales propias, generalmente de carácter nacional para, en su mayoría, rechazar la herencia cristiana medieval y buscar la restauración de un cristianismo primitivo más acorde con el modelo del Nuevo Testamento. Esto dio lugar a que Europa quedara dividida entre una serie de países que reconocían al Papa, como máximo pontífice de la iglesia católico-romana, y los países que rechazaban la teología católica y la autoridad de Roma y que recibieron el nombre de protestantes. Esta división acabo provocando una serie de guerras religiosas en el continente europeo.
Martín Lutero (1483-1546), el principal iniciador, fue sacerdote en la ciudad alemana de Wittemberg. Aquella comunidad apreciaba al popular predicador, quien había demostrado una capacidad de expresión más que notoria. Lutero era un asiduo lector de la Biblia. Muy a menudo se quedaba absorto durante horas ante la Palabra de Dios, intentando encontrar en ella la forma de relación entre Dios y los hombres. Recordemos que la iglesia católico-romana de aquel entonces ya había establecido claramente que Dios se dirigía a los hombres mediante el Papa y sus representantes, los obispos y el clero; pudiendo de esta forma arrogarse la exclusividad universal de la interpretación de las Escrituras y atribuirse la potestad de castigar a aquellos que fueran en contra de sus normas.
Lutero, mediante el estudio de las Escrituras halló una interpretación de las mismas más acorde con la verdad revelada en los Evangelios. Según él no había “mediación apostólica” que pudiera intervenir en la relación entre Dios y los hombres. Para Lutero lo único que valía eran las Escrituras (sola Escritura), Jesucristo (solo Cristo), y la gracia divina (sola Gracia) a través de la fe en el Hijo de Dios (sola Fe). Estos cuatro principios fueron, y siguen siendo, la bandera del cristianismo reformado, en oposición a todo el cuerpo doctrinal añadido por la iglesia católico-romana a través de los tiempos. Cuerpo doctrinal que, en muchas ocasiones, entraba (y sigue haciéndolo) en franca oposición con el mensaje revelado por Dios en su Palabra.
En ese contexto, como ya hemos mencionado, estalló un gran escándalo en Alemania a causa de la cuestión de las indulgencias, concepto de la teología católica, consistente en que ciertas consecuencias del pecado pueden ser objeto de una remisión o indulgencia, concedida por determinados representantes de la iglesia y bajo ciertas condiciones. Esta práctica fue considerada un abuso escandaloso y la culminación de una serie de prácticas anticristianas fomentadas por el clero católico; pero será Lutero el primero que expondrá públicamente su opinión contraria a la doctrina de las indulgencias. Para Lutero, las indulgencias eran una estafa y un engaño a los creyentes con respecto a la salvación de sus almas. En 1517, Lutero clavó en la puerta de la iglesia de Wittenberg sus 95 tesis, en las que atacaba las indulgencias y esbozaba lo que sería la doctrina sobre la salvación sólo por la fe. Este documento es conocido como “Las 95 tesis de Wittenberg” y se consideró el comienzo de la Reforma Protestante.
Las 95 tesis se difundieron rápidamente por toda Alemania gracias a la imprenta y Lutero se convirtió en un héroe, para todos los que deseaban una reforma de la iglesia católica. En algunos lugares hasta se iniciaron asaltos a edificios y propiedades de la misma iglesia católica. Por sus 95 tesis, Lutero se había convertido en el símbolo de la rebelión de Alemania contra lo que ellos consideraban prepotencia de la iglesia católica. Lutero arriesgaba además su vida, ya que podía ser declarado hereje por la jerarquía eclesiástica y ser condenado a la hoguera. Cuando escribió sus tesis, su intención era impulsar una reforma de la iglesia católico-romana. Buscaba únicamente detener lo que él consideraba errores de la iglesia, pero nunca estuvo en su intención entrar en conflicto con el Papa, ni tampoco fundar una nueva confesión cristiana. Por eso envió las tesis a colegas y amigos para discutirlas. En realidad aquel día Lutero no fue un revolucionario sino un sacerdote preocupado por la salvación de sus feligreses. Sin embargo la reacción a dichas tesis, que se divulgaron muy rápidamente, originó un poderoso movimiento de reforma y regreso a los orígenes de la fe cristiana que provocó grandes cambios en la época y cuyos efectos en la historia han sido muy profundos.
El estamento oficial de la iglesia católico-romana, con el Papa León X al frente, intentó frenar aquel movimiento que se iba extendiendo por Alemania, amenazando a Lutero con la excomunión y el anatema. En abril de 1521, en la famosa Dieta de Worms, ante el mismo emperador Carlos V, se intentó que Lutero se desdijera de sus tesis sin conseguirlo, por lo que fue declarado fuera de la ley. En su huída de los inquisidores Lutero gozó con el apoyo, no sólo de un amplio sector del pueblo, sino también del príncipe elector de Sajonia, Federico III. Éste escondió a Lutero en el castillo de Wartburg, donde inició la traducción de las Escrituras al alemán, para poner al alcance de todos el mensaje divino. Las ideas reformadoras de Lutero se propagaron ampliamente por Europa, pero el conflicto abierto con la iglesia católico-romana fue cada vez más violento, llegando a desembocar finalmente en la llamada Guerra de los Treinta Años (1618-1648), tras la cual fueron establecidos tratados que consagraban la libertad religiosa en Alemania y otros países de Europa.
La Reforma Protestante fue (y sigue siendo) un movimiento que buscaba la práctica de una fe más acorde con los principios bíblicos emanados del Nuevo Testamento, tanto de los Evangelios como de las epístolas novotestamentarias.
La salvación es solamente por fe y todo lo que debemos saber se encuentra en la Biblia, que debe ser leída con entera libertad por todos los creyentes, sin que ninguno pueda imponer al resto su opinión o interpretación particular de la misma (“… entendiendo primero esto, que ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada…” 2 Pedro 1:20). Esto entraba en franco conflicto con la práctica católica de la época, en la que la Escritura no estaba al alcance de todos y, además, el estamento oficial se arrogaba la capacidad de interpretar correctamente los escritos sagrados y añadir a los mismos lo que ellos dieron en llamar el “magisterio de la iglesia” que, en muchas ocasiones, entraba en contradicción con la enseñanza bíblica.
Los principios emanados de la Reforma son los que se ha dado en llamar las 5 “solas”:
1. Sola scriptura (“Solo la Escritura”). Solamente podemos llegar al conocimiento de la voluntad divina y de la salvación a través de las Sagradas Escrituras.
2 Timoteo 3:16-17:“Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia…”.
2. Sola fide (“Solo por fe”). Dios salva solamente por la fe, no por obras ni nada que el ser humano pueda hacer por sí mismo.
Efesios 2:8-9: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe”.
3. Sola gratia (“Solo por gracia”). La salvación viene solo por la gracia de Dios; es decir, por un “favor inmerecido”, no como algo que el pecador haya conseguido por sus propios méritos.
Romanos 3:24: “… siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús…”.
4. Solus Christus (“Solo Cristo”). Jesucristo es el único mediador entre Dios y el hombre, y no hay salvación por medio de ningún otro.
1 Timoteo 2:5: “Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre”.
5. Soli Deo gloria (“Solo a Dios la gloria”). Toda la gloria es sólo para Dios, puesto que la salvación sólo se lleva a cabo a través de su voluntad y acción; no sólo el don de la redención todo-suficiente de Jesús en la cruz, sino también el don de la fe en esa redención, creada en el corazón del creyente por el Espíritu Santo.
Romanos 11:34-36:“… ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero? ¿O quién le dio a él primero, para que le fuese recompensado? Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén”.
Apocalipsis 4:11: “Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas”.
Lutero, con la guía de Dios, inició un movimiento reformador que pretendia nada más y nada menos que restituir la fe cristiana a su justo enfoque. Solo la fe en Cristo, en su muerte en la cruz en expiación por nuestros pecados puede salvarnos de la condenación eterna. Solo la gracia de Dios pudo llevar a cabo semejante obra de amor. Y solo a través de la Escritura podemos conocer a nuestro Salvador y Señor, Dios eterno hecho hombre. Solo Cristo tiene poder para librarnos del poder del pecado y la muerte espiritual. Todos ellos motivos más que suficientes para exclamar: ¡Sólo a Dios la gloria!.
Por ello aquellos que hemos sido salvados por Cristo Jesús nos unimos a las palabras del apóstol Pablo: “… al único y sabio Dios, sea gloria mediante Jesucristo para siempre. Amén” (Romanos 16:27).
Ferran Cots, noviembre 2020.