Escribo esto aún quebrantado por la emoción de haber podido rescatar el vestigio de la fe de mi bisabuelo (ahora lo quiero decir sin esquivo alguno).
Me gustaría ofrecerle mi sentida y sincera gratitud al periodista Sr. Rodrigo Pérez Barredo, que me ha facilitado el acceso del testimonio de hace 84 años y al que también Dios ha utilizado para que este artículo publicado en las remarcadas hojas centrales del diario LUZ el 14 de Abril de 1933, en el que el periodista de la época Sr. Eduardo de Ontañón entrevistó a mi bisabuelo MIGUEL BÁRCENA.
Este diario Luz, fue un periódico español editado en Madrid, que surgió como sucesor del diario Crisol. Su primer ejemplar se publicó el 7 de enero de 1932. En sus inicios estuvo relacionado con la figura de Ortega y Gasset y la Agrupación al Servicio de la República, además del republicanismo liberal. Estos datos son recogidos por la Enciclopedia Digital Wikipedia. La información completa del diario LUZ no tiene desperdicio, pensando en los momentos que vivimos y a la cual te animo que leas en su página Web.
https://es.wikipedia.org/wiki/Luz
Bisabuelo Miguel, me siento tan orgulloso de ti… de tu fe; la cual yo también abrazo por la Gracia de Dios mismo, nuestro mismo Señor… que cuando vaya al encuentro de su Hijo Jesucristo en el lugar preparado y prometido y ya empezado en mí interior sin yo merecerlo y pueda abrazarle… luego pueda buscarte y abrazarte a ti también.
No te conocí, pero te conoceré… es mi esperanza, gracias a la Esperanza viva en Jesús.
VISITA DE CASTILLA
LA «BIBLIA» EN LA ALDEA DE MOZONCILLO DE JUARROS
¿Cuántas veces habrá que decir de Castilla que es el país de las grandes sorpresas? Muchas, muchas todavía tantas como se la observe.
Y aquí ya no es cosa del paisaje, que le pintan austero y es ubérrimo, ni del folklore, que, siendo exuberante, la cuentan perdido. Y menos de la arqueología, que eso está extendido por los cuatro vientos.
Aquí se va a descubrir ahora un hallazgo más sutil: cosa de creencias, al decir de las gentes. Se va a hablar de unos hombres y unas mujeres y unos niños que, aparentemente, son como todos los demás. Los hombres con boina y traje de pana y manos amplias, propicias a abarcar el terrón en la heredad. Las mujeres con pañuelo a la cabeza y actitud tan dispuesta a manejar la azada como a la labor que el evangelio doméstico las ha asignado: llevar el peso de la casa. Los niños tan corretones e inquietos. Pero todos ellos —
—Protestantes nos llama el vulgo, pero no protestamos de nada, que nosotros sólo queremos la paz de Cristo y no nos metemos con nadie.
Esto mismo, dicho por una mejeruca aldeana, de ampliar sayas y encasquetado pañuelo, tiene ya un tono desusado en los pueblos, no de Castilla, sino del mundo. Según la versión manual, las mujeres de los pueblos tienen un vocabulario de poco más que treinta palabras. Los hombres pueden llegar a las cincuenta siendo «políticos», qué si no, tampoco.
Pues ahora va a hablar el hombre, un viejo tranquilo y pando, fiel también a la estampa. Sale de sus oscuridades de casa aldeana con un libro entreabierto en las manos, y dice:
—Aquí están todos nuestros instrumentos y la verdad eterna, aquí…
El libro que manotea se titula, con dorada letra: «Biblia».
Llegado a esto, uno piensa inmediatamente en las andanzas de Jorge Borrow por los campos de España. «Don Jorgito», o «Don Jorge el inglés», como llegó a llamarle la lengua cordial de los
campesinos, sabido es que recorrió nuestros caminos extendiendo la «Biblia». Su libro de viajes, que conocemos gracias a la magnífica traducción de Manuel Azaña, da cuenta de las pintorescas peripecias que hubo de hacer—y sufrir, naturalmente—dentro de nuestro medio clerical. Teniendo en cuenta que sus viajes datan de 1835, los resultados no fueron todo lo desagradables que hay que suponer. En las más embozadas aldeas pudo dejar, a cambio de Dios sabe qué sacrificios, algunos convencidos. De ahí que al encontramos frente a frente de este buen aldeano que se llama Miguel y vive en un pueblecillo escondido, Mozoncillo de Juarros, se piense en él, en su posible influencia por los más muertos caminos de España.
Pero nada de eso. El tal Miguel él nos lo cuenta—ha llegado a su verdad casi por el solo. Nunca fue un convencido de las otras prácticas, pero no llegó a descubrirse a sí mismo hasta que un familiar suyo, «uno de los hombres espirituales que haya»—y sigue contando—volvió «del servicio», que había hecho en Barcelona.
—Ese nos trajo la buena nueva en este libro sencillo que todos debíamos conocer de memoria.
Y vuelve a empuñar la «Biblia» como un tesoro de intimidades y alegrías. Tan convencido venía el licenciado qué a los pocos días, dio una conferencia sobre sus creencias en plena Casa Consistorial. Va para veinticuatro años de todo esto. ¡La que allí se armó! Los hombres de entonces no supieron transigir con ‘la Palabra», que así, con mayúscula y todo, lo pronuncia el buen Miguel…
—Viendo que yo y mi familia estábamos llenos de la Verdad, empezaron a perseguimos. Primero me llamó el párroco; tuve unas palabras con él, y no pude convencerle. Después nos echaron del pastor y el médico y el veterinario, como si fuéramos casta aparte.
Un día le rodearon la casa. Cuando trataban de apedrearla, Miguel asomó en la puerta con sus ojos tranquilos y dirigió a todos unas palabras casi evangélicas.
—¡Cuarenta vecinos somos, si vuestra tranquilidad depende de mí, aquí me tenéis!
Ante aquella actitud beatifica, los vecinos retrocedieron, ni más ni menos que sucedía en los dramas patriarcales. De entonces a acá las persecuciones continuaron, pero Miguel supo imponerse con su gran bondad.
—Es que nos lo enseña la Palabra, señor. Hay que hacer bien al que haga mal; ascuas le pones sobre la cabeza… El equívoco más grande es tu mal corazón… Durante siete años sufrimos mucho: nos apedreaban las casas, nos amenazaban con darles fuego; pero el Señor nos tenía elegidos, y eso nos salvaba.
Hay que darse cuenta de la gravedad que tienen estas palabras frente a las tierras labrantías, por donde caminamos en busca del cementerio civil en que les hicieron enterrar sus cadáveres. Casi es una corraliza. Piedra sobre piedra y una mala puerta de madera le cercan. Fueron a ponerlo en el sitio más alejado del pueblo, en lo que llaman «La Loma», junto al horizonte, sobre los cerros más azules de distancia.
—Aquí tenemos a seis mujeres de nuestras familias, que fueron enterradas por su propia voluntad, aunque tal cual trabajaron con ellas.
Lo curioso, si todo esto no lo fuera ya, es que el pueblo, todo Mozoncillo de Juarros, ha llegado a rectificar su opinión de tal manera, que ahora nos dicen en la taberna: —¡Lo que hay que decir es que «los protestantes» son los mejores del pueblo!
A tanto, llega esta buena opinión, que «endenantes» — según cuenta un viejo sentencioso—había que dejar a los pastores para que cuidaran las casas mientras las gentes estaban en misa y ahora son ellos los que quedan de guardianes.
—Nos quedamos aquí, atentos a lo que pase, y leyendo la «Biblia» en el entretanto.
Así usan de su placidez y de su clara alegría hasta sus mujeres, que, pareciendo unas aldeanas de vocerío y dicharacho, se explican con un habla culta, reposada y cristiana que asombra.
—Mucho hemos padecido—dice ahora una—, pero la gran cosa es saber perdonar. ¿Es posible oír en un pueblo terroso palabras tan claras? ¿Se puede creer que unos labios resecos de aldeana dicten tan excelente lección?
Pues ahí está, esa aldea que se llama Mozoncillo de Juarros, provincia y partido de Burgos, donde hemos hallado a estos protestantes, conocidos por los pueblos de diez leguas a la redonda, en una mañana de domingo, leyendo la «Biblia» y cuidando del pueblecillo, rebosante de sol y paz evangélica.
- Eduardo de Ontañón
Isaac Cantero Bárcena.