Hay quien opina que Dios es un dios dictador. Su argumentación se basa en que si no se aceptan las condiciones que Él pone, el resultado es la muerte eterna. Por eso dicen que si Dios fuera realmente amor y bondad no impondría unas normas irrevocables. Que es lo mismo que decir que debería pasar por alto todos nuestros actos y conceder una salvación universal, sin condiciones. Este argumento parte de una base errónea y desconoce totalmente el carácter de Dios y el del hombre.
Dios en el principio creó al hombre en perfección, y esa perfección incluía la libertad. El hombre no tenía límites, desconociendo el mal no podía hacer nada malo. Estaba en perfecta armonía con su Creador. Sin embargo es bien cierto que había un solo límite, que no podía ser traspasado. Una orden directa de Dios. Dada la estrecha relación entre Dios y el ser humano esa orden no necesitaba ser explicada. Se trataba de obedecer y no elegir. Pero todos sabemos cómo acabó todo. El hombre fue instigado a desobedecer a Dios, mediante engaños y medias verdades, que se convirtieron en mentiras. Ante la elección, la decisión fue desastrosa y llevó a la desobediencia, un grave pecado. Así el mal entró en la vida de los hombres, rompiendo la relación directa con Dios y provocando la corrupción, no solo de la humanidad, sino también de la naturaleza.
A partir de este momento la humanidad se encontró, y aún se encuentra, ante multitud de elecciones cada día, pero ninguna de ellas la puede acercar de nuevo a Dios. Y es por esto que el sufrimiento, la enfermedad, los crímenes, la muerte en definitiva, se adueñó de la raza humana. La pregunta que deberíamos hacernos es: ¿por qué Dios no destruyó a la humanidad rebelde en aquel momento? Él era su Creador y tenía todo el derecho. Sin embargo no lo hizo, y trazó un plan asombroso para que los hombres y mujeres que habitaban, y habitarían la tierra, pudieran volver a restablecer la unión con su Creador.
Cabe decir que el mal ya cometido había que pagarlo. La Escritura nos dice que: “la paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23a). Así que, ante semejante perspectiva, no había solución a la triste situación de los seres humanos. Dios ya había advertido en el principio de los tiempos que la desobediencia a su mandato ocasionaría la muerte. Y así fue, primero la muerte espiritual, de separación de Dios y, por otro lado, la muerte física. No había escapatoria posible. No podemos decir que Dios no lo había advertido. Si no queremos creer es asunto nuestro, pero no es responsabilidad de Dios.
Pero Dios no es un dictador. Ya tenía un plan preparado para aquella situación. Había que pagar por el pecado cometido y por los pecados de toda la humanidad a lo largo de los años que vendrían. Nadie podía haber llevado a cabo un plan tan extraordinario como aquel. Dios mismo iba a tomar nuestro lugar, iba a morir por nuestro pecado y nos iba a dar la vida eterna, es decir todo aquello que habíamos perdido. Realmente ¿si Dios fuera un dictador iba a llevar a cabo semejante obra?
Lejos de ser lo que algunos le acusan, Dios mostró un amor inmenso por el ser humano perdido y abandonado a su suerte. Dice el apóstol Juan en su evangelio: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él” (Juan 3:16-17). Así que el que se condena es porque quiere, porque no quiere aceptar el perdón y la salvación de Dios, ganada en la cruz por Jesucristo. Se trata finalmente de una elección, que tiene graves consecuencias. Y esto no puede ser de otra forma. El hombre pecó, desobedeció libremente, nadie le obligó a hacerlo.
Lo mismo sucede con la salvación de nuestra alma. Dios no obliga a nadie, nos muestra el camino, la solución, y nosotros hemos de elegir. No podemos acusar a Dios de nuestras elecciones, para bien o para mal. Hemos de afrontarlas con todas sus consecuencias. ¿Qué elegiremos? Dios, a través del profeta Jeremías dijo al pueblo de Israel: “Escuchad mi voz, y seré a vosotros por Dios, y vosotros me seréis por pueblo; y andad en todo camino que os mande, para que os vaya bien” (Jeremías 7:23). En vez de acusar a Dios por nuestra propia maldad y corrupción debemos escuchar su voz, seguir sus caminos y entonces hallaremos lo que tanto anhelamos. El apóstol Pablo le dijo al carcelero de la ciudad de Filipos: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo” (Hechos 16:31a).
Dios no quiere seres que le sigan y adoren como autómatas; Él quiere que la decisión sea personal y voluntaria; que en su reino, en la eternidad, estén todos aquellos que lo deseen y que hayan elegido voluntariamente ser sus hijos. No hay otra forma, solo a través de Cristo podemos salvarnos. Como dijo el apóstol Pedro a aquella multitud que le escuchaba: “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12).
El mensaje sigue siendo el mismo, porque es eterno. ¿Vas a escucharlo o elegirás alejarte de Dios, con las gravísimas consecuencias que eso comporta? Ríndete a Cristo y recibe su perdón y salvación. “He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación” (2 Corintios 6:2).
Ferran Cots, julio 2021.