Poco sabemos de los sabios que adoraron a Jesús, tan solo lo que nos narra Mateo en su Evangelio. Se ignora cuantos eran y de donde procedían y en ningún caso se les menciona como reyes.
Aquí hemos de hacer una aclaración de la palabra con que los define Mateo (mago). Parece contradictorio que practicantes de magia (lo cual es severamente reprobado tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento) fueran admitidos como adoradores del Mesías. Sin embargo el término griego utilizado en el texto (magoi) no era utilizado únicamente para referirse a los hechiceros. En este caso se utiliza para referirse a hombres sabios (de hecho en la versión Reina-Valera 95 está traducida así, al igual que en varias versiones inglesas). El origen de la palabra “magoi” procede del viejo persa “magav” que significa “grande”. Se suele aceptar que estos sabios pertenecían a una casta sacerdotal seguidores de las doctrinas de Zoroastro. En lo que nos deja ver el relato bíblico es imposible determinar su número por la mera mención de su triple regalo ni tampoco se les puede denominar reyes. También está en pie la cuestión de si pudieron ser de origen persa, como podría indicar un uso estricto del término “magos” o si podría tratarse de caldeos de Babilonia, como pudiera ser con un uso más amplio del mismo término. La espera, por parte de los judíos, del Mesías llamado a reinar sobre todo el mundo, era en aquella época conocida en todo el Oriente; es posible que fuera ello lo que llevara a unos astrólogos paganos a viajar a Jerusalén al haber visto una señal prodigiosa en el cielo.
El pasaje de Mateo nos explica la turbación de Herodes al saber a quien estaban buscando, así como el aviso en sueños a los sabios para que regresasen por otro camino a su tierra. A partir de este corto relato la iglesia primitiva fue elaborando una leyenda sobre estos personajes y sus hechos. La tradición más difundida dice que eran tres e incluso les puso nombre a cada uno de ellos (Melchor, Gaspar y Baltasar). Parece ser que, solo por el hecho de que el relato evangélico indicara que trajeron tres dones (oro, incienso y mirra), se dio por sentado que eran tres los personajes que los traían. Aunque también en algún momento las distintas tradiciones han señalado que eran dos, cuatro, siete y hasta doce. Pero la más extendida es la que fija el número en tres. Poco a poco se han ido añadiendo otros detalles a modo de simbología: se les ha hecho representantes de las tres razas conocidas en la antigüedad, representantes de las tres edades del hombre y representantes de los tres continentes (Asia, África y Europa).
Una leyenda cuenta que, después de la resurrección de Jesús, el apóstol Tomás los halló en Saba. Allí fueron bautizados y consagrados obispos. Después fueron martirizados en el año 70 y depositados en el mismo sarcófago. Los restos fueron llevados a Constantinopla por Santa Elena. Posteriormente, Federico I, en el siglo XII, los trasladó a Colonia, donde hoy reposan con las coronas que supuestamente llevaron durante su existencia. Miles de peregrinos empezaron a llegar a Colonia, lo que propició que en 1248 se iniciara la construcción de la catedral de Colonia, que tardaría más de 600 años ser terminada.
Pero la realidad es que no hay nada seguro respecto a ellos, excepto lo narrado en el Evangelio de Mateo. Y a ello vamos a atenernos para extraer alguna enseñanza de lo que aquellos hombres hicieron.
Primeramente vemos que, una vez quedó establecido el significado de la aparición de la estrella, no dudaron en ponerse en camino. No nos importa en este momento como llegaron al conocimiento de aquella revelación, lo que sí nos importa es que, una vez lo tuvieron, se pusieron en marcha en busca del rey de los judíos, para adorarle. También nosotros tenemos una revelación más fiable que la que posiblemente pudieron tener ellos. Contenida en la Biblia esa revelación nos debe guiar también a adorar a Aquél que se hizo hombre, naciendo de mujer como uno de nosotros, pero que seguía siendo Dios eterno.
Luego siguieron aquella estrella que les condujo hasta el mismo lugar en que estaba Jesús. Podían haber dudado de la fiabilidad de aquella luz que les guiaba, pero no lo hicieron. Por nuestra parte nosotros tenemos también una luz que nos guía, la Palabra de Dios, a la que el salmista dice: “lámpara es a mis pies tu Palabra, y lumbrera a mi camino” (Salmo 119:105). Podemos seguirla, y nos conducirá hasta la misma presencia de Dios, o podemos ignorarla y perdernos para siempre. Los magos decidieron seguir la estrella y hallaron al Mesías. ¿Qué haremos nosotros?
Finalmente, cuando encontraron a Jesús, le hicieron entrega de tres regalos: oro, incienso y mirra. No sabemos que pasó por las mentes de aquellos hombres en aquel momento, pero los regalos que hicieron a aquel recién nacido tenían un tremendo significado simbólico:
• El oro honraba a Jesús como rey. Y efectivamente Él es el rey de la gloria que volverá a recoger a su Iglesia y reinar eternamente.
• El incienso honraba a Jesús como Dios. El incienso era utilizado en el servicio del Templo y era una parte integrante de la adoración a Dios (ya establecido en la ley dada a Moisés). Aquellos hombres ofrecieron a Jesús incienso como muestra de reconocimiento por su divinidad, pero nosotros podemos ofrecer un incienso mejor, nuestras oraciones, adoración y alabanza (en Apocalipsis se nos dice también que el incienso son las oraciones de los santos).
• Finalmente le ofrecieron mirra, una sustancia perfumada que se usaba, entre otras cosas, para preparar el cuerpo para la sepultura (Juan 19:39). La mirra fue una señal de que Jesús era hombre y moriría. ¿Reconocemos nosotros a Jesús como Dios-hombre, con todo lo que ello representa? Su sacrificio en la cruz fue válido en tanto que era hombre, y por lo tanto podía representar a la raza humana, pero hombre perfecto y Dios al mismo tiempo. No es posible comprender esto a través de la razón pura, sólo mediante la fe se puede llegar a aceptar este hecho.
No sabemos que fue de ellos una vez regresaron a su tierra, ni cual fue su destino, si creyeron en Cristo o si siguieron con sus prácticas paganas. Pero nosotros no debemos permanecer indiferentes ante Aquél que es la luz (Juan 1:9) que vino a este mundo a salvar lo que se había perdido: nosotros. Como los sabios de Oriente honremos a Jesús como Rey, Dios y Salvador.
Ferran Cots, enero 2022.