«Al partir para Macedonia, te encargué que permanecieras en Éfeso y ordenaras a algunos supuestos maestros que dejen de enseñar doctrinas falsas y de prestar atención a mitos y genealogías interminables. Esas cosas provocan controversias en vez de llevar adelante la obra de Dios que es por la fe. Debes hacerlo así para que el amor brote de un corazón sincero, de una buena conciencia y de una fe honesta. Algunos se han desviado de esa línea de conducta y se han enredado en discusiones inútiles. Pretenden ser maestros de la Ley, pero en realidad no saben de qué hablan ni entienden lo que con tanta seguridad afirman» (1 Timoteo 1:3-7- NVI).
Uno de los mayores retos a los que se enfrenta el creyente es discernir si la enseñanza que recibe de parte de aquellos que dicen conocer la Palabra es realmente correcta y acorde con lo que Dios quiere transmitirnos por medio de ella. Si no sabemos discernir lo que se nos dice corremos el peligro de aceptar cualquier cosa que se nos presente con un cierto viso de verdad y erudición.
Este peligro ya existía en los primeros años de la iglesia. Es por eso que Pablo encomienda a Timoteo que velara por la iglesia de Éfeso, para impedir que se introdujeran en ella falsas enseñanzas, con apariencia de verdad. Cuando el apóstol se refiere a mitos —en otras traducciones se les llama fábulas— y genealogías se está refiriendo a algo que, desgraciadamente, empieza a ser bastante común.
Hay bastantes predicadores y falsos maestros de la Palabra que imparten enseñanzas falsas que, provocando discusiones y controversias, lo único que hacen es provocar un daño importante en las iglesias. La obra del Espíritu Santo en la iglesia es la de unir en amor a todos los creyentes, pero esas discusiones y controversias, esas especulaciones, provocan división. Matan el amor.
Aquellos falsos maestros estaban enseñando mitos y leyendas. Al parecer tomaban los nombres que encontraban en las genealogías y se inventaban historias sobre aquellos personajes. Curiosa, y lamentablemente, también hoy en día existe ese tipo de maestros que son capaces de inventarse una historia alrededor de un personaje, cuando la propia Biblia no dice demasiado sobre él. Tal vez como novela (y sabiendo que es eso, una historia inventada) sería aceptable, pero querer hacerlo pasar como Palabra de Dios es inaceptable.
Sin embargo hoy en día los que causan todo tipo de discusiones y especulaciones no lo hacen tanto en base a mitos o leyendas, a historias inventadas, sino que pretenden llenar lo que ellos llaman lagunas bíblicas con sus propias opiniones e ideas. Luego, una vez han hecho circular esa especulación insisten en que es «sana doctrina», demonizan a cualquiera que no esté de acuerdo con sus conclusiones y los tachan de seguidores de falsas doctrinas, negando cualquier tipo de comunión con ellos.
¿Cuál es el problema? Pues sencillamente la propia especulación, pretender impartir doctrina basada en pensamientos humanos y no en la revelación divina contenida en la Biblia.
Por supuesto que hay lagunas en la Biblia, Dios no ha querido explicarnos todas las cosas. Deja algunas, bastantes, sin explicar, no en vano es soberano para hacer lo que quiera en su perfecta voluntad. Dios ha revelado lo que es necesario para nosotros, de cara a la salvación de nuestras almas. Pero hay cosas que no ha revelado porque, con toda seguridad, no somos capaces de entenderlas. Entonces, si Dios no lo ha revelado todo, ¿quién es el hombre para intentar llenar esas lagunas con su imperfecta lógica y su mente alterada por el pecado? Dejemos lo que no entendemos, porque no ha sido revelado, tal como está. No inventemos doctrinas para explicar lo que Dios ha callado.
No debemos causar divisiones o tropiezos a causa de doctrinas que se prestan a varias interpretaciones. La verdadera doctrina nos lleva al amor y la unidad. Y el amor es sin duda lo más importante.
«Ahora permanecen estas tres cosas: la fe, la esperanza y el amor; pero la más importante es el amor» (1 Corintios 13:13-RV2020).
Ferran Cots, enero 2024.