Las fiestas son algo que normalmente gustan a todos. Una fiesta es sinónimo de alegría y celebración. Así celebramos los cumpleaños, aniversarios y efemérides de todo tipo. Es tiempo de regocijo y recuerdo. En el fondo no deja de ser un memorial de algo que pasó.
Toda fiesta o celebración humana tiene un inicio en el tiempo. Todo tiene un comienzo; los cumpleaños el día del nacimiento; los aniversarios de boda, el día de la misma; la fundación de alguna entidad el día de su inicio… En el caso del pueblo de Israel las fiestas fueron instituidas por Dios mismo en un momento determinado de la existencia del pueblo elegido. Sin embargo hay una fiesta que existe desde antes de la creación de mundo. Sí, no es ninguna exageración. Esa fiesta existe y es la del nacimiento de Cristo.
Ya desde el capítulo 3 del libro de Génesis se anuncia la venida de un Salvador. A lo largo del Antiguo Testamento se van sucediendo las profecías de su venida. Algunas de ellas son:
• «Pues bien, será el propio Señor quien os dará una señal: La virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emanuel» (Isaías 7:14).
• “Porque un niño nos ha nacido, hijo nos ha sido dado, y el principado sobre su hombro. Se llamará su nombre «Admirable consejero», «Dios fuerte», «Padre eterno», «Príncipe de paz» (Isaías 9:6).
• «Pero tú, Belén Efrata, tan pequeña entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que será Señor en Israel; sus orígenes se remontan al inicio de los tiempos, a los días de la eternidad» (Miqueas 5:2).
Dios no improvisa. La rebelión del hombre no le pilló desprevenido. Él sabía qué iba a suceder y, ya desde antes de la creación del mundo, en su mente infinita, había provisto la solución. La venida del Salvador como uno de nosotros, como un ser humano. Eso es la Navidad. Este acontecimiento ya estaba en la mente de Dios en la eternidad. Como dice el apóstol Pedro en su primera carta:
«… sabéis que fuisteis rescatados de una vida sin sentido, … con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación. Ya destinado desde antes de la creación del mundo, pero ha sido manifestado en estos últimos tiempos por amor a vosotros…» (1 Pedro 1:18-20).
El clímax de este acontecimiento, el nacimiento de Cristo, fue el cumplimiento de todas las profecías y promesas de Dios. Fue algo que había planificado la mente de Dios allá en la eternidad, antes de la existencia del tiempo. Y, como dice Pedro, cuando llegó el momento, esos últimos tiempos, el Mesías, Dios hecho hombre, aparece en la historia de la humanidad.
Podemos leer lo relativo al nacimiento de Cristo en el primer capítulo del evangelio de Mateo y en los dos primeros capítulos del evangelio de Lucas.
Aquel niño que nació, profetizado por Isaías ocho siglos antes, lo hizo para darnos vida. Pero no solo fue un niño. Isaías afirma también que fue un hijo. Pero no podía ser un hijo nacido, porque se refería al Hijo eterno de Dios, la segunda persona de la Trinidad, que nos fue dado para reconciliación con Dios mismo. Solo semejante milagro podía abrir el camino de la salvación, que se consumó años más tarde en su muerte en la cruz y posterior resurrección.
¿Es o no Navidad una fiesta eterna? ¿Acaso no estaba ya en la mente de Dios antes del inicio de los tiempos? ¿Vamos a dejar pasar desapercibido semejante acontecimiento? ¿No lo celebraremos con alegría y gozo?
El ángel anunció a los pastores el nacimiento de Cristo con estas palabras:
«No temáis, porque vengo a traeros una buena noticia, que será causa de alegría para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es Cristo… Repentinamente apareció con el ángel una multitud de las huestes celestiales que alababan a Dios y decían: —¡Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz entre los hombres que gozan de su buena voluntad!» (Lucas 2:13-14).
Si los seres celestiales alabaron a Dios por semejante acontecimiento, no podemos pasar de puntillas sobre él. Debemos alabar a Dios con alegría y reconocimiento, recordando su venida al mundo para abrir las puertas de la eternidad a aquellos que estábamos perdidos y sin esperanza. A Él, y solo a Él, sea toda la gloria por toda la eternidad.
Ferran Cots, diciembre 2022.