Las personas siempre queremos encontrar explicación para todo lo que nos rodea. Gracias a esta curiosidad innata, y a este afán de saber como funciona el mundo que nos rodea, la ciencia y el arte han progresado de forma espectacular. Sin embargo este sentimiento de curiosidad y necesidad de saber, también ha llevado al hombre a pretender explicar aquello que no puede hacer por medios naturales, y lo hace a través de mitos, fábulas y leyendas, en vez de buscar la respuesta donde realmente se encuentra. El hombre natural busca respuestas donde no las puede encontrar, y por eso la experiencia resultante es, la mayoría de las veces, frustrante.
Para los cristianos esto no debería ser un problema. Tenemos una fuente fidedigna a la que acudir, donde podemos encontrar respuesta a las preguntas que el hombre natural no puede responder mediante el ejercicio de la razón y la inteligencia.
Sin embargo, a veces, pretendemos entender más de lo que debemos y ante algunos textos bíblicos conflictivos, buscamos una explicación más allá de lo que podemos y debemos. Hace tiempo leía un artículo de un pastor menonita de Burgos que expresaba sus dudas sobre un pasaje de la Escritura, concretamente Números 31, y pretendía que dicho pasaje podría no ser exactamente como allí estaba reflejado, que Moisés podía haberse equivocado pretendiendo que Dios le había dado orden de exterminar a los madianitas y no ser así. Por si fuera poco pretendía que tal vez ese pasaje no era tal como lo hemos recibido o que… Es decir intenta explicar humanamente, según la limitada percepción que nos caracteriza, algo que posiblemente cae fuera de nuestro entendimiento.
La Escritura nos deja bien claro que no está a nuestro alcance explicar todo aquello que la misma refleja, bien porque la revelación no sea completa (Si a Dios así le ha parecido conveniente no somos quien para recriminarle) o porque la explicación está más allá de nuestro entendimiento. Veamos varios textos que nos hablan al respecto:
«Deje el impío su camino y el perverso sus pensamientos, y vuélvase al Señor, el cual tendrá de él misericordia, porque nuestro Dios sabe perdonar con generosidad. Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos ni vuestros caminos mis caminos, dice el Señor» (Isaías 55:7-9).
En este pasaje encontramos dos diferencias básicas entre los pensamientos divinos y los nuestros. El profeta, inspirado por el Espíritu expresa con toda claridad que los pensamientos de Dios no tienen nada que ver con los nuestros. Por mucho que pretendamos esforzarnos, por mucho que pensemos e intentemos comprender el pensamiento divino no vamos a conseguirlo jamás, porque, y aquí aparece la segunda diferencia, los pensamientos divinos son infinitamente más altos que los nuestros, es decir están totalmente fuera de nuestro alcance. No podemos llegar ni siquiera a entender tan sólo una ínfima parte de los mismos. A la luz de este versículo ¿no queda claro que pasajes difíciles, que no podemos entender, deben ser simplemente aceptados, sin tratar de forzar una explicación o interpretación, que seguro será inadecuada?
Naturalmente nos gustaría poder tener explicación para todos los pasajes de la Escritura, puesto que esos pasajes difíciles, como Números 31, u otros aparentemente contradictorios, son utilizados por algunos para atacar la fe. Es realmente duro cuando alguien, un incrédulo, nos pregunta como explicamos esos pasajes que hablan de destrucción y guerra y matanzas. ¿Quién dijo que era fácil encontrar la respuesta? Pero no podemos dejarnos llevar por un afán de explicarlo todo, pretendiendo defender a Dios de los ataques de los incrédulos, tratando de suavizar ese tipo de textos. El hecho de que actuemos así nos pone en una situación peligrosa puesto que, si empezamos dudando de la veracidad de esos pasajes, como le pasa al citado pastor menonita, estamos a un paso de aceptar solamente aquello que nos conviene, eliminando lo que no nos interesa. Y eso es falsear la Escritura de forma inaceptable.
Pretender explicar aquello que no nos ha sido revelado es ir en contra de la misma Escritura. Corremos el riesgo de añadir cosas que no están en la misma, y esto es algo de lo que nos advierte la misma Palabra de Dios. Tres pasajes clave advierten sobre aquel que pretenda añadir o quitar de lo que está revelado, el primero lo encontramos en Deuteronomio 4:1-2, con una referencia inmediata a no añadir ni quitar a la palabra de Dios, transmitida a través de Moisés. El segundo lo encontramos en el mismo libro de Deuteronomio 12:32, con la advertencia de hacer lo que Dios requiere en su Ley, sin quitar ni añadir nada. Por último el libro de Apocalipsis en 22:19 advierte que a aquel que quitase algo de las palabras profetizadas sería apartado de la esperanza eterna. Aunque los pasajes se refieren a partes concretas de la Escritura, es perfectamente válido extender su advertencia a la totalidad de la misma. No es en absoluto lógico suponer que Dios va a permitir que retoquemos a nuestro antojo el resto de libros o pasajes de la Biblia; y si así lo hacemos deberemos responder de ello ante él.
El Señor Jesús apeló muchas veces al Antiguo Testamento, afirmando así la autoridad que tenía como Palabra de Dios revelada. Por eso es especialmente peligroso dudar de la veracidad o idoneidad de algunos pasajes, por muy escabrosos que nos parezcan. ¿Acaso pretenderemos que el Señor Jesús no tenía autoridad para refrendar el Antiguo Testamento? O peor aún, ¿supondremos que cuando se refería al Antiguo Testamento se refería solamente a ciertos pasajes? ¿A cuales? Cuando él confería al Antiguo Testamento la autoridad que tiene se refería a todo: la Ley (el Pentateuco, donde se encuentra el pasaje de Números 31), los Profetas y los Salmos. ¿Quién puede entonces arrogarse la pretensión de desautorizar al mismo Dios encarnado? Aquél que, como el citado pastor menonita, pretenda explicar las cosas de forma que tranquilice su conciencia (!) está variando el significado de la Escritura y está incurriendo en el grave peligro de llegar a verse apartado de la vida eterna, según Apocalipsis.
Si además tenemos el testimonio escrito del apóstol Pablo en su segunda epístola a Timoteo 3:16-17, que es también palabra inspirada por Dios, no podemos cerrar los ojos ante estos intentos de explicación humanista de ciertos pasajes difíciles de la Escritura. El Dios del Antiguo Testamento es el mismo que el del Nuevo Testamento, solamente han variado los métodos, de acuerdo con la sucesión de los tiempos por él marcada, y no podemos ni debemos entrar en vanas discusiones, que a nada conducen (Tito 3:9).
Finalmente hemos de llegar a una conclusión, por demás lógica; cuando encontremos un pasaje especialmente difícil no debemos intentar forzar una explicación o justificación del mismo. Debemos aceptarlo tal y como está, en la certeza de que Dios así lo ha querido revelar. Nos guste o no nos guste ahí está, y debemos aceptarlo tal y como sea. No tenemos elección; si creemos que la Biblia, la Escritura, es la verdad revelada por Dios, entonces ese será el único camino, aceptar lo escrito confiando en la omnisciencia divina. Si está escrito, hay un motivo para ello. Que dicho motivo no sea de tropiezo para los verdaderos creyentes. Recordemos el pasaje de 2 Timoteo 3:16-17: «Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir, para instruir en justicia, para que el hombre de Dios sea perfecto, perfectamente instruido para toda buena obra», y depositemos nuestra confianza en el Señor absoluto de cielos y tierra, de vidas y haciendas, Yahvé, el Señor Dios Todopoderoso, nuestro Salvador y Redentor. A el sea la gloria por todos los siglos. Amén.
Ferran Cots, julio 2023.