¿Quién es el mayor entre nosotros? La pregunta ya fue hecha en su momento por los propios discípulos de Jesús (Marcos 9:34; Lucas 9:46), y sigue a veces apareciendo de forma repetitiva. Cuando perdemos el tiempo en consideraciones de este tipo, no sólo estamos haciendo eso, perder el tiempo, sino que estamos siendo un potencial foco de problemas en la iglesia. De ese anhelo de ser el mayor, o simplemente estar arriba (o eso creemos nosotros) han surgido tantas disputas y divisiones en la iglesia de Cristo, que debería permanecer unida, haciendo un frente común en la causa de su Señor.
Pero para Cristo el mayor no es el que ocupa un cargo más alto, no es el que cree tener un ministerio más brillante, o por lo menos más vistoso. No es el que sabe mucho de la Palabra, no es ni el pastor, ni los ancianos ni los diáconos de una asamblea; quien crea que esto es así está totalmente equivocado. Para Cristo el mayor es el que mejor espíritu de servicio muestra (Mateo 20:25-28). La grandeza del cristiano, como discípulo de Cristo, reside en su capacidad de servir a los demás. Los discípulos de Jesús discutieron acerca de quién sería el mayor y la respuesta que recibieron no era la que esperaban (Lucas 9:46-48). El deseo de prosperar y alcanzar cotas más altas en la vida es normal, los seres humanos hemos sido creados a imagen y semejanza divinas, y por eso mismo anida en nosotros un espíritu creativo que nos mueve a prosperar, a querer progresar, a avanzar en el conocimiento, las artes, la ciencia, en nuestra vida personal. Eso en sí no es malo. La equivocación está en el concepto que tengamos de la grandeza y en la forma en que pretendamos obtenerla. Los discípulos pensaban, como muchos hoy en día, que la posición y el cargo era todo lo que necesitaban para ser grandes. Jesús los saca de su error y les enseña que la verdadera grandeza pasa por un verdadero espíritu de entrega y servicio a los demás.
El mayor es aquél que siempre dirige la atención de los demás sobre Cristo, y no sobre sí mismo. Juan el Bautista dijo, refiriéndose a Cristo: «Es necesario que él crezca, y que yo mengüe» (Juan 3:30), eso es verdadera grandeza. Según las paradojas del Reino, para crecer hay que menguar, para realizarse (como se dice hoy, aunque este término jamás aparece en la Biblia) hay que negarse; para vivir plenamente y llevar fruto es necesario morir a uno mismo.
Las frecuentes divisiones en el cuerpo de Cristo son el resultado de situaciones en las que los servidores se convierten en el centro de atención (1 Corintios 1:11-13; 3:5-7). En estos textos Pablo llama la atención sobre el hecho de que él y otros como él son simples servidores, nada más. No es la iglesia la que pertenece a los ministerios, sino los ministerios a la iglesia. Desconfiemos de aquellos ministerios que ocupan de forma casi omnímoda las actividades de la iglesia, es decir que abarcan casi toda la vida de la misma y hacen que perdamos de vista el concepto de servicio equilibrado, llegando a depender de ellos casi todo, olvidando el mensaje central: Cristo (2 Corintios 4:5). El verdadero servicio es el que sale del corazón, lo demás es un ejercicio vano. El pretendido servicio a Dios que no sale del corazón es un mero humanismo. Pablo dejó escrito: «Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no como para la gente. Pues ya sabéis que del Señor recibiréis la herencia como recompensa, porque a Cristo el Señor servís» (Colosenses 3:23-24). Si aspiramos a servir con verdadera entrega debemos preparar nuestro corazón y ponerlo en todo lo que hacemos.
En el Antiguo Testamento se nos habla de un hombre que fue usado de una manera especial en un tiempo de crisis. Era un hombre que, ante todo, había preparado su corazón. Nos referimos a Esdras quien «… había preparado su corazón para estudiar la ley del Señor y para cumplirla, así como para enseñar en Israel sus estatutos y decretos» (Esdras 7:10). Esdras nos habla de aptitud, disponibilidad y servicio. Era un siervo apto, un obrero aprobado, porque había preparado su corazón, en otras palabras, había preparado su mente, sus sentimientos y su voluntad para el servicio al que Dios le había llamado. ¿Está preparado nuestro corazón? Esdras fue un siervo que preparó su corazón para la labor de restauración y renovación que llevó a cabo en Israel. Imitemos su ejemplo y preparemos nuestro corazón para el verdadero servicio a Dios y a su Iglesia. Que nuestra forma de vivir el servicio cristiano sea para la gloria de Dios.
Ferran Cots, marzo 2024.