Cuando esperas a un amigo y éste viene acompañado por otro al que no conoces sueles hacerte esta pregunta: ¿Quién es éste? Pues es un desconocido para ti, quieres enterarte y descubrir quién es.
En la Biblia se repite mucho esta pregunta ¿Quién es éste? refiriéndose a Jesús.
a) Se lo preguntaron los discípulos de Jesús cuando vieron que Jesús calmó la tempestad: “¿Qué hombre es éste, que aun los vientos y el mar le obedecen?” (Mateo 8:27).
b) Se lo preguntaron las multitudes cuando Jesús entró triunfal en Jerusalén: “Cuando entró Él en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió, diciendo: ¿Quién es este?” (Mateo 21:10).
c) Se lo preguntaron los discípulos de Jesús cuando éste reprendió al viento: “¿Quién es éste, que aun el viento y el mar le obedecen?” (Marcos 4:41; Lucas 8:25).
d) Se lo preguntaron los escribas y fariseos cuando Jesús sanó a un paralítico: “¿Quién es éste que habla blasfemias?” (Lucas 5:21).
e) Se lo preguntaron los que estaban sentados a la mesa en casa de Simón el fariseo: “¿Quién es éste, que también perdona pecados?” (Lucas 7:49).
¿Quién es éste para ti? ¿Un maestro, un profeta, un hombre que hacía milagros, alguien que dice que perdona los pecados?
a) No es un consuelo para aquellos pescadores que salen a la mar y pueden confiar en que Jesús les puede salvar de una gran tormenta. Jesús estaba durmiendo en ese momento para probar la fe de sus discípulos. Tenían temor de perecer, pero la Biblia relata que tuvieron mucho más temor al ver que el mar y el viento obedecían a Jesús (Marcos 4:41).
Todo cristiano espera tormentas en su vida. Las tentaciones rugen, los problemas nos llevan al borde de la desesperación, las enfermedades o muerte de seres queridos nos alteran y afligen… Somos dados a inquietarnos como los discípulos en días tempestuosos, nos vienen pensamientos desalentadores, pero con el Espíritu Santo en nosotros sabemos que habrá una calma maravillosa, una serenidad y una paz sorprendente. “Confiad en Jehová perpetuamente, porque en Jehová el Señor está la fortaleza de los siglos” (Isaías 26:4).
b) “¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas! (Mateo 21:9). De cuán escaso valor es el aplauso de la gente. Somos inestables, un día ovacionamos y festejamos con júbilo y al poco gritamos, censuramos, protestamos diciendo: ¡Crucifícale!.
Del gozo pasamos a la ira, del disfrute a la indiferencia… Así de variadas son nuestras motivaciones.
Los discípulos tampoco entendieron al principio… “ pero cuando Jesús fue glorificado, entonces se acordaron de que estas cosas estaban escritas acerca de él” (Juan 12:16).
La Palabra nos advierte: “El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo bueno; y el hombre malo, del mal tesoro de su corazón saca lo malo; porque de la abundancia del corazón habla la boca”
(Lucas 6:45).
c) Cuando no tenemos reposo en nuestra alma, cuando nuestras pasiones son incontrolables, acordémonos de la palabras de Jesús: ¡Calla, enmudece!
Cuando hay pleitos, enemistades, injusticias, temores, Jesús te dice: ¡Ten calma! Y el temor será vencido.
d) ¡Ojalá deseáramos más sanar nuestras almas que bendiciones terrenales! Sería mucho mejor que el Señor viera nuestra fe como la de los amigos del paralítico. (Una muestra de bondad para con su amigo postrado en el lecho). Pero conocían el poder de Jesús. El pecado es la causa de todos nuestros dolores y enfermedades y la manera de eliminar el efecto es eliminar la causa. El pecado es la enfermedad del alma y cuando es perdonado es sanada. Llevemos a nuestros amigos a Jesús para salvación. “En quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados” (Colosenses 1:14).
e) Sin perdón de los pecados, ninguno de nosotros puede escapar de la ira de Dios. Nuestro Salvador compró nuestra salvación con su sangre. Todos somos pecadores y deudores y nunca podremos pagar nuestra deuda. Pero Dios está dispuesto a perdonar y salvar a todo aquel que se arrepiente y viene a Él, creyendo por fe, en el sacrificio de la cruz. Demostremos dolor y pena por nuestro pecado, y amor a nuestro Dios y Salvador.
“Si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación” (Romanos 10:9,10).
Espero que tu respuesta sea como la del ciego en Juan 9:36 “¿Quién es, Señor, para que crea en Él?
Dios te bendiga.
Abigail Rodés. Noviembre 2020.