«Acuérdate de tu Creador en los días de tu juventud, antes que vengan los días malos, y lleguen los años de los cuales digas: no tengo en ellos contentamiento» (Eclesiastés 12:1)
La Palabra de Dios no debe quedarse bloqueada en la cabeza, sino que debe alcanzar el corazón. Dios no se complace con un simple conocimiento intelectual. La meta es siempre nuestro corazón.
Una anciana muy enferma los últimos años de su vida, -había sido una talentosa profesora de idiomas y de música-, halló refugio en casa de unos parientes. Había quedado casi sorda y apenas podía ver. Pero quienes pensaban que iban a consolarla, se equivocaban. Por el contrario, los visitantes salían ganando. No dejaba de elogiar a todos los que la rodeaban, pero ante todo alababa la bondad de Jesús su Señor, se interesaba cordialmente por la salud de otros creyentes, y por el de las familias de los que la visitaban. Ella decía que necesitaba «temas de intercesión» para orar y ocupar sus largas noches de insomnio.
En su juventud había acumulado un capital espiritual cuyos ricos intereses eran una bendición no solo para ella, sino también para los demás.
La exhortación del texto del encabezamiento no se dirige sólo a los que aun no conocen al Señor Jesús como su Salvador, sino también a todos los hijos de Dios, a fín de que aprovechen su juventud para apropiarse de la Escritura, y así poder gozar de ella en su vejez.
«Sabiduría ante todo, adquiere sabiduría; y sobre todas tus posesiones adquiere inteligencia… Retén el consejo, no lo dejes; guárdalo, porque eso es tu vida.» (Proverbios 4:7-13)
Abigail Rodés. Julio 2019.