Este salmo se sitúa en el contexto del primer libro de Samuel 8:1-8 y 10:1-9 y del primer libro de Crónicas 18:11-13 cuando el rey David estaba en guerra contra Aram-Naharaim y contra Aram de Soba.
Las batallas descritas en estos textos no hacen ninguna referencia a las derrotas citadas en este salmo. Esto nos recuerda que el registro histórico a menudo condensa los hechos, y que aunque los sucesos fueron reales, no siempre fueron inmediatos en el tiempo.
A. Un ruego por misericordia de parte de Dios vv. 1-3
Oh Dios, tú nos has desechado, nos quebrantaste; te has airado; ¡vuélvete a nosotros! Hiciste temblar la tierra, la has hendido; sana sus roturas, porque titubea. Has hecho ver a tu pueblo cosas duras; nos hiciste beber vino de aturdimiento.
Los ejércitos de Israel lucharon contra ejércitos extranjeros y experimentaron una amarga derrota. David sabía que cuando el Señor peleaba por y con Israel la victoria estaba asegurada; si había derrota, era probablemente debida al desagrado de Dios. Si de alguna manera Dios había causado la derrota de Israel esto no desanimó a David para pedirle que su favor fuera restaurado. Este clamor, ¡vuélvete a nosotros!, trae esperanza en medio de la derrota.
El salmista sintió como si toda la tierra hubiera temblado con la derrota de Israel, pero ese mismo Dios que podía hacer temblar la tierra, también podía sanar sus roturas.
Finaliza esta sección reconociendo que la derrota fue dura de entender y hubieron muchos otros aspectos de la situación que causaron el aturdimiento, no solo a David, si no a todo el pueblo. No obstante, había consuelo en entender que Dios era el autor de todo ello, ya que lo que Él hace en juicio o disciplina, puede restaurarlo en amor y misericordia.
B. Esperanza en la liberación vv. 4-5
Has dado a los que te temen bandera que alcen por causa de la verdad. Para que se libren tus amados, salva con tu diestra, y óyeme.
Dios había desechado y quebrantado a Israel, pero esto no detendría al rey David en hacer ondear la bandera de la alianza y confianza en Dios (lo que Él es y lo que Él ha hecho) y por eso dice que dicha bandera debía ser alzada. Clamando al Señor, como amado suyo, a pesar de la derrota, David entendió que su rescate, su salvación, llegaría en una mayor alianza con Dios, y no menos.
C. El triunfo de Dios sobre las naciones vv. 6-8
Dios ha dicho en su santuario: Yo me alegraré; repartiré a Siquem, y mediré el valle de Sucot. Mío es Galaad, y mío es Manasés; y Efraín es la fortaleza de mi cabeza; Judá es mi legislador. Moab, vasija para lavarme; sobre Edom echaré mi calzado; me regocijaré sobre Filistea.
Hablando como un profeta inspirado, David entendió las palabras que Dios mismo dijo: que se alegraría en su señorío sobre Israel y en su victoria sobre las naciones.
Dios proclamó cómo la tierra de Israel era su posesión especial. La mención específica de Siquem, el valle de Sucot, de Galaad, de Manasés, de Efraín, y de Judá muestran que Dios no habló de manera simbólica, sino real, en términos geográficos. Aunque Él es Señor sobre toda la tierra, tiene un especial cuidado y consideración por la tierra de Israel.
Pero también dijo que se exaltaría a sí mismo sobre las naciones circundantes. Tanto Moab como Edom eran notables por su orgullo (Isaías 16:6, Abdías 3). Aquí Dios les relega a una posición de humilde servicio, derrotando su orgullo y soberbia.
D. Una confianza renovada en Dios vv. 9-12
¿Quién me llevará a la ciudad fortificada? ¿Quién me llevará hasta Edom? ¿No serás tú, oh Dios, que nos habías desechado, y no salías, oh Dios, con nuestros ejércitos? Danos socorro contra el enemigo, porque vana es la ayuda de los hombres. En Dios haremos proezas, y Él hollará a nuestros enemigos.
David sabía que la derrota fue debida a que Dios no peleó por ellos,(y no salías, oh Dios, con nuestros ejércitos). Confiaba en que Dios volvería a llevar a Israel a la victoria.
David había visto a muchos valientes llevar a cabo grandes hazañas en el campo de batalla. Pero para él e Israel, la ayuda del hombre no era suficiente; en verdad que era vana. Solamente la ayuda de Dios les conduciría la victoria. Entendió que Israel debía ir a la batalla y confiar en lo que Dios haría. Pelearían, sí, pero pelearían por medio de Dios. Su lucha con la ayuda de Dios sería valiente y esforzada, y así verían como el Señor pisoteaba a sus enemigos.
Este salmo que comenzó con una derrota termina con una victoria, no debida al esfuerzo del ejército de Israel, sino debida a la ayuda divina.
En este salmo podemos encontrar un paralelismo con nuestras vidas. Las derrotas sufridas en nuestro caminar diario no son más que la indicación de que estamos peleando la batalla con nuestras propias fuerzas, que Dios no es el que va delante de nosotros, para llevarnos a la victoria. No obstante la misericordia divina es tan grande que, aún en medio de estas derrotas, su amor y su gracia son manifiestas.
Muchas veces nos sentimos atemorizados por los enemigos que nos rodean (ya sean materiales o espirituales) sin pensar que su final será similar al que David menciona en este salmo: serán derrotados por Dios mismo.
¿Cómo debemos encarar las situaciones comprometidas? Todos lo sabemos, aunque se nos hace difícil llevarlo a la práctica: hemos de ejercitar nuestra confianza en Dios, ya que solo en Él podemos obtener la victoria (en Dios haremos proezas). ¿Por nuestras fuerzas y méritos? En absoluto. El poder y los méritos son solo de aquél que dio su vida por nosotros, en el que tenemos salvación y una esperanza real de futuro. Cristo es el que obtuvo la victoria; así que nuestras derrotas serán en el fondo derrotas parciales, porque la guerra contra el mal y el pecado ya fue ganada en la cruz del Calvario. Como dice la Palabra: “Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo” (1 Co. 15:57). A nosotros nos toca seguir a Cristo en nuestras vidas y darle a Él toda la gloria.
Ferran Cots, febrero 2020.