Hace unos días vi un título en un periódico que decía: Salvemos la Navidad. Por un momento me quedé atónito. ¿Cómo puede que de forma tan clara se reconozca que la Navidad debe ser salvada. ¿Acaso se quiere volver a los orígenes de esta fiesta en la que celebramos la venida del Salvador al mundo? ¿Es realmente eso lo que se quiere decir?
Lamentablemente, al seguir leyendo, la realidad era otra completamente distinta. Al parecer lo que se quiere salvar es todo lo que el mundo ha ido acumulando alrededor de esta fiesta y no el significado de la fiesta en sí. Hay que salvar el consumismo desenfrenado, las tiendas y centros comerciales han de estar abiertos para que la gente pueda gastar su dinero en regalos, más o menos útiles o apreciados. Hay que salvar las grandes comidas, poder reunirse las familias solamente para comer sin moderación alguna, a pesar de que muchas veces los problemas entre familiares amargan totalmente la comida. Hay que salvar todo lo que realmente no es la Navidad. Sino lo que el mundo ha convertido en esta pantomima de celebración, puramente materialista.
Así que, vaya decepción. ¿Acaso nadie tiene interés en que la Navidad (la Natividad de Cristo) se celebre de una forma realmente correcta?
Partamos de una base fundamental, la Navidad no necesita ser salvada. Ese acontecimiento, que marcó un antes y un después en la historia de la humanidad, sucedió hace muchos años y nada, ni nadie, podrá hacer que desparezca. Ahora bien, si algo o alguien necesita ser salvado es la raza humana. Separada de Dios a causa del pecado, no hay forma humana de restablecer aquel vínculo roto con el Creador. Es por eso que hubo una Navidad. Dios hecho hombre para traer salvación y vida eterna. No hay otro sentido en la Navidad. Y de esta forma debemos celebrarla, con alegría al saber que Dios nos amó tanto, que se hizo hombre para cargar con nuestros pecados y reconciliarnos con Él. No es una leyenda, no es un cuento de hadas, es algo real que tiene trascendencia eterna.
Muchos años antes del nacimiento de Cristo el profeta Isaías escribía: “He aquí que la virgen
concebirá, y dará a luz un hijo, y llamará su nombre Emanuel” (Isaías 7:14). Esta profecía se cumplió debidamente en el nacimiento de Cristo, el cual fue anunciado a María por el ángel Gabriel: “María, no temas, porque has hallado gracia delante de Dios. Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre JESÚS. Éste será grande, y será llamado Hijo del Altísimo” (Lucas 1:30-31).
¿Celebraremos la Navidad cómo debemos? ¿Será una gran fiesta del alma en la que recordaremos con agradecimiento aquel nacimiento que nos trajo salvación? Por supuesto semejante celebración no puede ser hecha en soledad, hay que compartirla, compartir con los demás el verdadero significado de la Navidad. Como decía una antigua canción de Jordi Roig: “Navidad para mí, es decirle a Dios que sí, y gozar la vida eterna desde aquí”.
Ferran Cots, diciembre 2020.