“Por tanto, ceñid los lomos de vuestro entendimiento, sed sobrios, y esperad por completo en la gracia que se os traerá cuando Jesucristo sea manifestado; como hijos obedientes, no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra ignorancia; sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo. Y si invocáis por Padre a aquel que sin acepción de personas juzga según la obra de cada uno, conducíos en temor todo el tiempo de vuestra peregrinación; sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación” (1 Pedro 1:13-19).
Una de las principales cuestiones que a menudo debemos afrontar es la de mantener un criterio firme en nuestra forma de pensar y actuar en todas las áreas de nuestra vida. Mantener un criterio que esté libre de cambios provocados por modas pasajeras, insustanciales, que acaban por desaparecer; aunque durante su vigencia es probable que hagan más mal que bien. Si esto lo aplicamos a nuestra vida como creyentes y a la Iglesia, entonces estamos ante algo realmente serio.
Las modas del mundo provocan, más veces de las que queremos reconocer, un daño muy grave a la Iglesia (entendida como el conjunto de los creyentes); y todo ello por querer adaptarlas en nuestras congregaciones. Modas sin fundamento ni base bíblica, pero que son adoptadas precisamente por eso, porque están de moda, son de actualidad, y no queremos que nos llamen retrógrados, anticuados, fundamentalistas (en el sentido peyorativo de la palabra)… y quien sabe que otras cosas más, olvidando lo que Pablo escribía a los romanos: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Romanos 12:2).
Es como si fuéramos incapaces de detectar el peligro que supone relativizar la Palabra de Dios en función de las modas y el supuesto progreso intelectual o como queramos llamarlo. Así, decidimos que lo que hoy es aceptable mañana tal vez no lo sea; que lo que hoy pensamos que está mal, mañana tal vez lo veamos bien. Olvidamos la seria advertencia que al respecto encontramos en el libro de Isaías: “¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo!” (Isaías 5:20) y no acudimos a la fuente del verdadero conocimiento, la Palabra de Dios, que nos marca pautas inmutables (que no estancadas, ni retrógradas), que nunca deberíamos transgredir en aras de una falsa libertad de pensamiento.
Uno de los mayores triunfos del sistema imperante es crear en estado de ánimo que podríamos llamar “horror a lo mismo de siempre”, de forma que se genera una especie de filosofía alrededor de esta idea, de tal manera que la falta de sentido o, mejor dicho, el sinsentido domine el intelecto y llegue a corromper la voluntad. El marcado carácter evolucionista de la sociedad es muy útil en este sentido.
La sociedad actual no sabe vivir sin el cambio continuo. Hace no tantos años la vida transcurría de forma más lenta, los cambios se sucedían ininterrumpidamente, pero de forma sosegada. Podían pasar años, decenios y hasta algún que otro siglo, sin que hubiera cambios realmentes revolucionarios en la sociedad. Pero hoy no es así. El cambio continuo, no solo a nivel tecnológico, sino a nivel de comportamiento y moral, es la norma. Permanecer firmes en unos ideales es, para muchos, símbolo de pobreza espiritual y de estar anclados en el pasado. Para ellos debemos estar a la moda, plantearnos continuamente nuestra posición, en función de si lo que se nos está proponiendo está de acuerdo con la tendencia actual, si es progresista o reaccionario y otras preguntas más, que nos lleven a abrazar los cambios, por muy malos que sean.
No debemos aceptar ningún cambio si no es para mejorar y, evidentemente, de acuerdo con la enseñanza de las Escrituras. En el caso contrario estaremos “conformándonos a este siglo”, como nos advierte Pablo. Cuando los creyentes se concentran en querer adaptar la fe a las corrientes y modas de este mundo, el camino está abierto para que reine la confusión y Satanás provoque un grave daño entre el pueblo de Dios.
En Mateo 24:35, Marcos 13:31 y Lucas 21:33 el Señor Jesús dice: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”. La Palabra de Dios es eterna e inmutable. Pasarán cielo y tierra, modas, costumbres, filosofías…, pero lo único que se mantiene firme es la Palabra de Dios. Así que, si nos hiciéramos unas sencillas preguntas tales como: ¿Es correcto? ¿Está de acuerdo a la voluntad de Dios?, sería más difícil equivocarse y dejarse arrastrar por las modas. Siempre encontraremos las respuestas en la Biblia, fuente de nuestra fe y norma de conducta. Si nos planteamos las otras preguntas antes mencionadas (si lo que se nos está proponiendo está de acuerdo con la tendencia actual, si es progresista o reaccionario…), no solamente no encontraremos respuestas fiables, sino que nunca estaremos seguros, ya que las modas cambian continuamente y esto provocará en nosotros zozobra y desorientación.
Como norma general de conducta deberíamos tomar muy en serio el consejo de Pablo en Colosenses 3:23: “Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres”.
Si fuéramos capaces de seguir esta pauta nos ahorraríamos muchos disgustos, sintiendonos seguros y experimentando esa paz que solamente Dios puede dar. Así que, cuando enfrentemos situaciones que requieren decisiones, a veces importantes, hagámonos las preguntas adecuadas, sin pensar en el qué dirán o en agradar a los hombres, aunque sean hermanos en la fe, sino en hacer lo correcto ante Dios “sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís” (Colosenses 3:24).
Pero no olvidemos la última parte del versículo mencionado de Romanos: “transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”. No ceder ante las modas pasajeras no significa que no evolucionemos ni avancemos. Debemos transformar nuestro entendimiento a la luz de la Palabra de Dios, para conocerle más y saber cual es su voluntad para su pueblo. Asirnos de los principios inmutables de la Palabra no es inmovilismo, es crecer en el conocimiento de Dios, quien es el principio y fin de todas las cosas y está por encima de cualquier moda.
El Señor, con su muerte en la cruz, en la persona de Cristo, ha empezado ya a renovar nuestra mente, si realmente hemos creído en Él. Ahora es nuestro turno seguir adelante, proseguir al blanco como decía Pablo, y dejar “que el que comenzó en nosotros la buena obra, la perfeccione hasta el día de Jesucristo” (Filipenses 1:6).
“Al único y sabio Dios, nuestro Salvador, sea gloria y majestad, imperio y potencia, ahora y por todos los siglos. Amén” (Judas 25).
Ferran Cots, septiembre 2020.