«Si el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los que la edifican; si el Señor no guarda la ciudad, en vano vela la guardia» (Salmo 127:1).
A lo largo de la historia el hombre ha edificado ciudades, castillos y fortalezas donde vivir y protegerse. ¿Qué queda hoy día de aquello? Lugares de interés histórico, que vale la pena visitar, pero que ya no cumplen el cometido para el que fueron construidos. Muchos fueron destruidos, otros abandonados y algunos, tras años de dejadez, reconstruidos para que hoy podamos ver como eran en sus momentos de esplendor. Pero, ¿qué ha sido de los que hicieron esas construcciones? ¿Con qué espíritu las levantaron?
El texto del salmo nos deja ver bien claro que sin la intervención de Dios los edificadores trabajan en vano, en el mejor de los casos podrán acabar la construcción, pero ésta está condenada al fracaso o a la destrucción. Y esto es válido no solamente para tiempos pasados, sino también para el día de hoy.
¿Y nosotros? Cómo estamos edificando espiritualmente. ¿Acaso lo estamos haciendo de la misma forma que esos edificadores que no tienen en cuenta a Dios en su obra?
La Palabra de Dios nos dice con mucha claridad como debemos edificar, sobre qué debemos edificar y qué debemos edificar.
«Por eso, ya no sois extranjeros ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, cuya principal piedra angular es Jesucristo mismo. En él todo el edificio, bien ensamblado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor. En Cristo vosotros también sois edificados en unión con él para ser la morada de Dios por medio del Espíritu Santo» (Efesios 2:19-22).
Los cristianos no podemos edificar nuestra vida espiritual sobre otro fundamento que el que ya está puesto, la Palabra de Dios dada a través de los apóstoles y los profetas, siendo la piedra principal, aquella que mantiene el equilibrio en el edificio, el mismo Señor Jesucristo, ya que sin él el edificio no se sostiene. Ya el apóstol Pedro en su discurso en Hechos 4 hacía mención a que Jesús era la piedra fundamental, puesto que fuera de él no hay posibilidad de salvación:«Este Jesús es la piedra rechazada por vosotros, los edificadores, y que, sin embargo, ha resultado ser la piedra angular. Y en ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre bajo el cielo dado a los hombres en que podamos ser salvos» (Hechos 4:11-12).
La pregunta que nos surge ahora es: ¿qué hemos de edificar sobre ese fundamento, el cual es Cristo? El apóstol Pablo lo menciona en su primera epístola a los Corintios: «Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, que es Jesucristo. Y si alguno edifica sobre este fundamento con oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, hojarasca, la obra de cada uno se hará patente, porque el día la pondrá al descubierto, pues por el fuego será revelada y la obra de cada uno, sea la que sea, el fuego la probará. Si la obra que alguno sobreedificó permanece, ese recibirá recompensa. Pero si la obra de alguno se quema, ese sufrirá pérdida, aunque él mismo se salvará como quien escapa del fuego» (1 Corintios 3:11-15).
El fundamento, como hemos visto, es Cristo, pero no olvidemos que nuestra es la obligación de edificar sobre ese fundamento y hacerlo con la ayuda de Dios, de forma correcta, según su voluntad, para que no nos suceda lo que nos advierte el versículo 15. Si bien es verdad que a pesar de eso el cristiano que se encuentre en esa situación será salvo, puesto que el fundamento permanece y es el mismo Señor, no corramos el riesgo de pasar por semejante mal trago, puesto que es nuestra obligación, en agradecimiento a Dios por su salvación, el obrar según su voluntad.
El Señor mismo lanza una advertencia muy seria a aquellos que dicen seguirlo, pero no tienen intención de hacer su voluntad: «¿Por qué me llamáis “Señor, Señor” y no hacéis lo que yo digo? Os indicaré a quién se asemeja aquel que viene a mí, oye mis palabras y actúa en consecuencia. Es semejante al hombre que al edificar una casa cavó y ahondó y puso el cimiento sobre roca. Cuando vino una crecida, el río golpeó con ímpetu contra aquella casa, pero no pudo moverla porque estaba fundada sobre roca. Pero el que oyó mis palabras y no actuó en consecuencia es semejante al hombre que edificó su casa sobre tierra, sin fundamento sólido. El río batió con ímpetu contra ella, la derribó y la dejó completamente en ruinas» (Lucas 6:46-49).
Pero no nos limitemos solamente a edificar, el salmo 127 también nos advierte que si no es Dios mismo el que vigila la ciudad, la guardia está velando en vano.
También en nuestra vida espiritual podemos cometer este error. Podemos estar vigilantes para evitar cometer errores, pecados; para evitar hacer cosas indebidas; pero por muy vigilantes que estemos, seguiremos cayendo ante los ataques de Satanás si nuestra vigilancia se basa únicamente en nuestras propias fuerzas. Es en vano que estemos vigilantes si no ponemos nuestra confianza en Dios, para que él, con su poder, nos aparte del mal, es decir que sea él el que vele por nosotros. Esto es un acto de nuestra voluntad, es cierto, pero también y en mayor medida es un acto de fe.
El apóstol Pedro nos exhorta en su primera epístola a estar vigilantes en este sentido: «Sed sensatos y estad atentos, porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar. Resistidlo firmes en la fe, pues sabéis que vuestros hermanos alrededor del mundo están experimentando los mismos sufrimientos» (1 Pedro 5:8-9).
Así que, la Palabra de Dios nos induce a:
»Edificar una vida basada en Dios mismo, en sus promesas y también en sus mandamientos, pero siempre sobre el fundamento principal, el único que podemos tener con plena garantía de seguridad: el Señor Jesucristo. Podremos edificar correctamente si somos humildes y buscamos su voluntad y dejamos que él nos guíe.
»Velar y vigilar, pero siempre apoyados en el poder infinito de Dios, para que el diablo no pueda hacernos caer en las muchas tentaciones que, sin duda, nos pondrá delante.
Los constructores antiguos y los modernos, edificaron, y edifican, sin contar con Dios por lo que sus obras son perecederas. Nosotros, los cristianos, debemos edificar siguiendo la dirección de Dios, y entonces lo que edifiquemos resistirá la prueba del fuego. No nos dejemos arrastrar por nuestra propia sabiduría, fuerza, inteligencia o pretendida espiritualidad. Tal vez podamos vivir engañados nosotros mismos y engañar a nuestros semejantes, pero no podremos engañar a Dios. Vivamos una vida para aquel que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable.
Sólo a él sea la gloria por siempre.
Ferran Cots, octubre 2024.