En tiempos prehistóricos, el verano era una época alegre del año para quienes vivían en latitudes septentrionales. Volvían las temperaturas cálidas, los árboles se llenaban de hojas y las plantas florecían. Era más fácil conseguir el sustento y se cosechaba lo sembrado. Aunque el clima cálido se mantenía por unos meses, la realidad es que los días volvían a acortarse, por lo que el retorno de la temporada de frío era inevitable. El solsticio de verano marcaba precisamente el límite en que los días volvían a menguar, apuntando ya, aunque de forma lejana, al regreso de los días fríos y oscuros.
En Europa las distintas tribus celebraban el solsticio de verano con hogueras. Era la noche de festivales del fuego y de la magia, de oráculos para el amor y la adivinación. Tenía que ver con los amantes y las predicciones.Las parejas de amantes saltaban a través de las llamas ya que se creía que los cultivos crecerían tan alto como lo que las parejas fuesen capaces de saltar. A través del poder del fuego, al calor de la fogata las doncellas (supuestamente) se enteraban acerca de su futuro marido, con lo que espíritus y demonios serían expulsados de la relación venidera.
La noche de San Juan el 23 de junio es una festividad de origen pagano, que suele ir ligada a encender hogueras o fuegos como en las antiguas celebraciones en las que se festejaba la llegada del solsticio de verano (pese a que este es el 21 de junio en el hemisferio norte), cuyo rito principal consistía en encender una hoguera. La finalidad de este rito era dar más fuerza al Sol, que, a partir de esos días, iba haciéndose más débil —los días se van haciendo más cortos hasta el solsticio de invierno—. Simbólicamente, el fuego también tenía una función purificadora en las personas que lo contemplaban o saltaban sobre él. Se celebra en muchos puntos de Europa, aunque está especialmente arraigada en España.
A la luz de lo anterior vemos claramente que la celebración de lo que nosotros llamamos la verbena de San Juan tiene un origen totalmente pagano, manteniendo algunas de su tradiciones exactamente como antaño, como es el caso de las hogueras. Al enfrentarnos a este tipo de fiestas debemos reflexionar sobre el sentido de las mismas. Es bueno celebrar fiestas y disfrutar de ellas, pero hemos de ser cautelosos en el momento de juzgarlas como apropiadas o no apropiadas.
El cristiano debe aún más estar atento a qué celebra y cómo lo celebra. Es muy triste oír decir a muchos cristianos que no celebran la Navidad porque es una fiesta de origen pagano y que además se ha transformado en una fiesta puramente consumista. Ante estas razones no celebran el nacimiento de Cristo, no sólo en esa fecha, sino tampoco ningún día del año. Pero más triste aún es oír a los mismos cristianos que tan alegremente han renegado de celebrar la Navidad decir que se reúnen para comer su trozo de coca, tomar sus copas de cava, tirar los petardos de rigor y, si se presta, encender una buena hoguera. La pregunta es, ¿por qué sucede esto?
Si bien Navidad ocupó el lugar de la fiesta del dios sol, la verdad es que consiguió que la cristiandad olvidara los ritos paganos de aquella fecha para recordar la venida del Salvador. Es hoy, que parece que tenemos que complicarlo todo, cuando se lanzan dudas y mensajes negativos sobre el recordatorio del nacimiento de Cristo. Está claro que hay alguien, bastante poderoso, que tiene un gran interés en ello.
Sin embargo fiestas como la verbena de San Juan no parecen sufrir el mismo tipo de ataque. Y eso, mal que nos pese, también es normal. Si no se habla de Dios, entonces no hay porque desprestigiar la fiesta. Nadie tiene interés en eliminarla o denunciar su origen pagano, sobre todo si se siguen manteniendo algunos ritos paganos (como la hoguera), aunque se hayan despojado de su significado original.
La conclusión es que debemos ser muy cuidadosos con lo que decimos o hacemos. Criticar la fecha en que celebramos el nacimiento de Cristo y celebrar la verbena de San Juan no parece lógico. No se trata de no celebrar fiestas (el pueblo de Israel tenía un montón de fiestas a lo largo del año), se trata de ser coherentes y actuar en consecuencia. Cada uno debe decidir por sí mismo, la Biblia no nos dice qué fiestas debemos o no celebrar, pero sí nos dice claramente: «Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no como para la gente» (Colosenses 3:23). Ese «todo lo que hagáis» abarca todas las facetas de nuestra vida, incluyendo las fiestas y celebraciones.
Ferran Cots, junio 2024.