Sursum corda (en latín: «arriba los corazones») es una expresión de los servicios religiosos cristianos de todas las liturgias antiguas de Oriente y Occidente, remontándose a los primeros testimonios históricos. Por ese motivo también forma parte del rito romano. En la versión actual de la misa católica en español se ha traducido como «levantemos el corazón». Cuando el sacerdote dice estas palabras los fieles responden: Habemus ad Dominum («lo tenemos levantado hacia el Señor»).
Pero, ¿realmente levantamos nuestro corazón hacia el Señor o más bien dejamos que se arrastre al nivel del suelo, sin apenas fuerzas para elevar nuestra mirada hacia el cielo?
Elevar (o levantar) el corazón al Señor es confiar en él plenamente, dejar que su gracia y paz nos inunden y nos guíen a través de las vicisitudes de la vida. Si mantenemos nuestro corazón apegado a las cosas pasajeras, terrenales, materiales, estaremos siempre en una continua disposición de ánimo negativa. Veremos que todo va mal, que no hay posibilidad de mejora, que el ser humano es totalmente incapaz de lograr un mínimo de paz en este planeta, ni siquiera por interés propio. Realmente somos una raza sobre la que pesa una maldición terrible, la maldición del pecado, de la separación voluntaria de Dios. Esto no podemos solucionarlo nosotros mismos. No podemos restablecer la comunicación con Dios por nuestros propios esfuerzos, llámense buenas obras, caridad hacia los pobres, penitencias autoimpuestas y un largo etcétera.
Ante esta situación que sin duda es catastrófica, porque está en juego nuestra eternidad, no hay otro remedio que elevar nuestro corazón a Dios. Sólo él puede solucionar el problema cósmico del pecado y, de hecho, ya lo hizo de una vez para siempre en su venida a este mundo y su posterior muerte en la cruz y su resurrección.
Esa es nuestra garantía de vida, de vida eterna. En medio de los problemas y sucesos de este mundo podremos tener paz en nuestro espíritu, sabiendo que Dios, por medio de Cristo, nos guarda y nos reserva para su reino eterno.
Así la expresión sursum corda cobra un nuevo sentido, ya que aquel a quien elevamos nuestro corazón (es decir nuestra personalidad completa) es nuestro creador y salvador. Si realmente hemos aceptado la obra de Cristo en la cruz, entonces hemos sido liberados de las consecuencias eternas del pecado y entramos en una nueva dimensión de vida, de vida verdadera, en la que la paz y el gozo de Dios estarán siempre con nosotros a pesar de las circunstancias adversas.
Si hemos sido salvos por la sangre de Jesús podremos responder con sinceridad habemos ad Dominum. Tenemos nuestro corazón elevado al Señor y él será nuestro guía y consolador en espera de aquel día en que «enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos [nosotros]; y ya no habrá más muerte, ni habrá más llanto ni clamor ni dolor» (Apocalipsis 21:4). Esta promesa se cumplirá porque fue hecha por el Salvador del mundo, Jesucristo, aquel que es «el Alfa y la Omega, el principio y el fin, el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso» (Apocalipsis 1:8).
Si no has dado todavía este paso reflexiona sobre que será de tu vida más allá de la muerte. Toma la decisión correcta, «cree en el Señor Jesucristo y serás salvo…» (Hechos 16:31).
Sólo a Dios sea toda la gloria.
Ferran Cots, septiembre 2024.