Hace muy buen día, la temperatura es excelente. Nos encontramos en las altas praderas, junto a arroyos de aguas cristalinas (Salmo 23:2). La hierba está fresca y el follaje tierno para las ovejas. Aunque el tiempo es caluroso, corre una fina brisa. Pero el verano es tiempo de moscas. Toda clase de parásitos molestan a los ganados, ya sean moscas, moscardones, tábanos, moscas nasales, garrapatas, mosquitos…
Suelen haber estrictos controles en el ganado, ya que las moscas transmiten patógenos que pueden generar enfermedades, contaminan alimentos, agua, pienso, salas de ordeño, etc; y también irritan a los pastores, vacas, terneros, caballos, cabras y ovejas. Para aliviar la picazón, las ovejas golpean sus cabezas contra árboles, rocas, arbustos o postes. Todo este desorden tiene efectos devastadores sobre el rebaño. Las ovejas pierden la salud y empiezan a perder peso. Las ovejas dejan de dar leche y los corderos dejan de crecer a buen ritmo. Solamente la atenta vigilancia del pastor puede evitar las dificultades en el «tiempo de las moscas». Al primer indicio, el pastor unge su cabeza con aceite (Salmo 23: 5b). Se nota un cambio inmediato en el comportamiento de las ovejas, cesa la irritación, la locura, la irascibilidad, la inquietud… Las ovejas vuelven a estar tranquilas, empiezan a pacer con normalidad, duermen sosegadamente.
También es nuestra experiencia que las cosas más pequeñas, como una mosca, son las que nos quitan la paz, nos molestan profundamente y no descansamos.
Al igual que con las ovejas hay que ir aplicando aceite para evitar que las moscas aniden en su cuerpo, en nuestra vida debe haber esa continua unción del Espíritu Santo para contrarrestar las constantes molestias de la vida cotidiana, los conflictos, la guerra espiritual. Necesitamos ser ungidos diariamente con el Espíritu de Dios. Solo Él puede contrarrestar y anular todo aquello que pulula a nuestro alrededor. Solo Él nos enseña a andar en quietud y calma. Solo Él mitiga nuestras dificultades y molestias.
Es la unción diaria del Espíritu Santo sobre nosotros que produce gozo, satisfacción, paciencia, paz, placer.
Si dejamos que las moscas estén en nuestro cuerpo nos volveremos irascibles, irritables, con un comportamiento nada adecuado a un hijo de Dios.
Pero para las moscas, el verano es más que el tiempo de las moscas, también es el tiempo de la roña. La roña es una sarna irritante y contagiosa común al ganado lanar de todo el mundo. Es suciedad adherida al cuerpo. Es porquería y mugre pegada fuertemente al cuerpo. Causada por un diminuto parásito, que prolifera en tiempo de calor, la roña se extiende en el rebaño mediante el contacto directo entre animales.
De nuevo, el único antídoto eficaz es aplicar aceite para dominar la enfermedad. En la vida cristiana, nuestra roña es el pecado, cuánto puede afectarnos y enfermarnos depende de nosotros mismos. De lo que entre en nuestra mente y corazón. Todo lo que entra sale, verbalmente, en actitudes, en palabras, en conceptos…
«Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias. Estas son las cosas que contaminan al hombre…» (Mateo 15:19,20).
Nuestro juicio, nuestras ideas, emociones, elecciones, impulsos, instintos, deseos… se conforman y moldean según lo que vemos y aprendemos.
«Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en ello pensad» (Filipenses 4:8).¿Es esta nuestra realidad? ¿Hacemos lo que nos enseña la Escritura? El Espíritu Santo es quien debe gobernar y controlar nuestra vida. Es simplemente cuestión de fe y de sometimiento al Señor.
Todo lo que les ocurre a las ovejas lo sabe el pastor y está atento a ellas. Todo lo que nos sucede a nosotros lo sabe el Buen Pastor y está atento a ello. El pastor sabe que con las moscas o con la roña, las ovejas saldrán mal paradas. Así ocurre con nosotros, que solemos dañarnos a nosotros mismos y a otros. A veces son bofetadas, otras veces tensiones, fuertes golpes o combates mortales. Persistimos en nuestro pecado y otros salen perjudicados o dañados. Para prevenir todo ello hace falta que nos apliquemos el precioso ungüento del Espíritu Santo. Pero a menudo no es así y somos intolerantes y poco caritativos unos con otros. Pero si nos dejamos ungir, el amor, la alegría, la paciencia y la generosidad se harán patentes en nuestra vida. ¿Dejaremos nuestra vida al cuidado del Pastor? ¿Seremos capaces de estar al amparo y protección del gran Pastor? ¿Te dejas ungir por el Señor?
«Unges mi cabeza con aceite; mi copa está rebosando» (Salmo 23)
Abigail Rodés. Noviembre 2023.