Los mensajes de los profetas del Antiguo Testamento tenían casi siempre dos partes. Una de carácter negativo: la denuncia de algún pecado o actitud que necesitaba ser corregida, y una segunda parte positiva, la de la oferta de Dios para superar aquel problema, mediante los infinitos recursos de su gracia.
Aunque es correcto y necesario denunciar el pecado, a veces dicha denuncia puede provocar que caigamos en una especie de pesimismo espiritual, que no nos deja “levantar cabeza”, y nos lleva cada vez a simas más profundas de desánimo y pesimismo. Pero el cristiano es alguien que debe vivir en victoria (a pesar del dolor y el sufrimiento). Veamos algunos textos al respecto:
“… gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo” (1 Corintios 15:57).
“Porque todo lo que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?” (1 Juan 5:4,5).
No es una victoria nuestra, personal, ya que si dependiera de nosotros nunca la hubiéramos logrado. Es una victoria conseguida por el Señor Jesucristo a un precio muy elevado y que nada ni nadie nos puede arrebatar. Consecuencia de esto es que debemos vivir en esa victoria, que no es otra que la victoria de nuestra fe, sin olvidar que la fe es un don de Dios. Así que, vemos que finalmente todo proviene de Dios. Otra consecuencia lógica es que no podemos vivir como si estuviéramos derrotados. El único que ha sido derrotado ha sido Satanás, y lo fue en la cruz del Calvario. Allí Cristo ganó la victoria, que hace extensible a todos los que en Él creen.
¿Que dice la Palabra de Dios sobre nosotros los cristianos?:
“Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 8:35-39).
El apóstol Pablo no deja lugar a dudas. Si hacemos nuestra la victoria de nuestro Señor, somos vencedores, y lo somos por medio de Él. Repetimos, nuestra victoria no ha sido conseguida por nosotros, no somos vencedores por méritos propios. Por ese motivo nada ni nadie puede apartarnos de Dios y de su amor manifestado en Cristo Jesús. Eso es una garantía más que suficiente, puesto que es el mismo Dios quien nos lo asegura, y Él es fiel y verdadero y cumple siempre sus promesas. Por ello recordemos en cualquier situación que somos más que vencedores. Algo que el mismo Pablo nos aclara:
“Mas a Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en Cristo Jesús, y por medio de nosotros manifiesta en todo lugar el olor de su conocimiento” (2 Corintios 2:14).
Puede parecer un contrasentido que, en medio de las dificultades de la vida, podamos decir que nuestra vida es llevada en triunfo. La verdad es que sufrimos las consecuencias inmediatas de nuestro pecado, de nuestra rebelión contra Dios. Si nos fiásemos de nuestras fuerzas no podríamos ser vencedores. Pero quien nos lleva en triunfo es Dios mismo, en nuestro Señor Jesucristo, quien lo obtuvo para nosotros. Nuestra salvación no depende de nuestro estado de ánimo o de nuestras fuerzas físicas o espirituales. Depende única y exclusivamente de aquel que dio su vida por nosotros, para salvarnos eternamente y no sufriéramos las consecuencias eternas de nuestra maldad
Si, como hijos de Dios redimidos, tenemos la victoria en Cristo, somos más que vencedores por medio de Él y, como consecuencia, nuestra vida es llevada siempre en triunfo, debemos preguntarnos cuál es el resultado de todo esto. De nuevo es la Palabra de Dios la que nos habla con claridad:
“Estad siempre gozosos” (1 Tesalonicenses 5:16).
“… como entristecidos, mas siempre gozosos; como pobres, mas enriqueciendo a muchos; como no teniendo nada, mas poseyéndolo todo” (2 Corintios 6:10).
“… gozosos en la esperanza; sufridos en la tribulación; constantes en la oración” (Romanos 12:12).
El gozo es algo inherente al cristiano. Ese gozo proviene de la seguridad de saber que Dios está cercano a nosotros. Que nos ha provisto de los medios para obtener la salvación y la vida eterna. Que toda esa seguridad reposa en su fidelidad, que es inmutable, por lo que no es algo que hoy se tiene y mañana no. Ese gozo, a través de la victoria obtenida por Cristo en la cruz, no puede ser apagado por nada, nos inunda con una sensación de paz que proviene del mismo Dios y nos da fuerzas para afrontar los problemas y las dificultades, por grandes que sean.
Caminemos confiados en la victoria del Señor, por la cual hemos sido hechos vencedores, llevados en triunfo permanente por nuestro Dios y Salvador. Experimentemos el gozo de la salvación y la esperanza de la vida eterna. Que el desánimo y el pesimismo no nos invadan; sino que recordemos que siempre tenemos a nuestro lado a nuestro Señor y amigo, motivo más que suficiente para estar siempre gozosos.
Ferran Cots, septiembre 2022.