Sea cual sea el sentido que se le dé, “vivir” es una palabra de actualidad. Vivir es la aspiración legítima de todos los seres humanos, sin distinción de sexo, raza o religión.
Si a veces la existencia es amarga y si algunos, en momentos de desánimo, suspiran por lo que ellos llaman el descanso eterno, no es menos cierto que el ser humano ama la vida y desea disfrutarla el mayor tiempo posible.
Algunos, durante mucho tiempo, han seguido de forma inconsciente las palabras del Eclesiastés “Alégrate, joven, en tu juventud, y tome placer tu corazón en los días de tu adolescencia; y anda en los caminos de tu corazón y en la vista de tus ojos…” (Eclesiastés 11:9). Magnifica cita, pero ¡ay! incompleta. Muchos parecen olvidar la conjunción “pero”, que introduce el final de la misma: “pero sabe, que sobre todas estas cosas te juzgará Dios.”
Estos mismos nos dirán que no es momento para hablar de muerte y juicio; dirán ¡queremos vivir!
Para ellos siempre será demasiado pronto para prepararnos para morir y estar listos para el juicio. Teoría peligrosa e ineficaz, ya que para vivir verdadera y plenamente, sería necesario no solamente no pensar en la muerte, si no vivir sin pensar en la vida ni en uno mismo.
Pero, ¿qué es vivir? Para unos es luchar, trabajar y sufrir. Para otros es comer, beber, divertirse, no negarse ninguno de los deseos de su corazón, ninguna mirada de sus ojos, ninguno de los apetitos materiales. Vivir es no tener amo, libre para hacer lo que uno quiera. Los que razonan de esta forma están cegados de tal manera que creen empezar a vivir cuando se arrojan de cabeza al pecado. Para ellos vivir es estar en el mundo y obtener el máximo posible antes de abandonarlo, porque habrá que abandonarlo algún día
Pero no hay solamente materialistas y grandes hedonistas en el mundo. Hay otros para los que vivir es seguir un ideal científico, filosófico, artístico, moral o religioso. Para ellos también la muerte será una pérdida, ya que ésta pone fin a nuestra búsqueda, nuestro talento y nuestros sentimientos.
Sin embargo para otros vivir es algo completamente diferente. Afirman no haber empezado a vivir realmente el día de su nacimiento, si no el día en el que encontraron personalmente a Jesucristo. Encuentro que les cambió la vida. Desde ese instante Jesucristo se convirtió en su vida y su objetivo, de tal manera que pueden decir, como el apóstol Pablo: “Porque para mí el vivir es Cristo, y el morir es ganancia” (Filipenses 1:21), ya que como dijo el mismo Jesús “Yo soy la vida” (Juan 14:6).
Esta vida, que Jesús ofrece apenas se manifiesta en este mundo, porque el hombre tiene la pretensión de poder vivir sin Dios, fuera del plan de Dios y sin conocer el don de Dios.
¡Quiero vivir mi vida!, eso es lo que oímos decir a tanta gente a nuestro alrededor.
Frase que ilustra la voluntad decidida que tienen los hombres de ser los dueños absolutos de su destino. Se preocupan bien poco de Dios. Mientras que el Creador debería ser el centro de todo, es el hombre quien está en el centro. Y, sin embargo, el ser humano, que se cree tan importante y fuerte, manifiesta día a día, de mil maneras, que es totalmente incapaz de hacer otra cosa que sufrir el tiempo y las circunstancias, o seguir la corriente de sus pasiones y la locura de este tiempo.
Sí, el hombre ha abandonado a Dios y le ha dado la espalda. Los hombres no siguen a Dios ni le toman en serio. Y no hablamos de los ateos, de todos aquellos que niegan sin pruebas la existencia de un Creador, de un Ser personal, que se revela a la conciencia y al corazón. Pensamos más bien en los que afirman tener una creencia, pero no tienen fe, que dicen creer en Dios pero no se preocupan de sus leyes y viven como si Él no existiera. Pensamos en esa multitud de personas que incluso practican la religión y hasta conocen algo del mensaje de Cristo, pero que no viven de acuerdo a lo que dicen creer. En realidad han conservado una forma de piedad, pero han negado lo que realmente tiene importancia. Van de negación en negación y ya no distinguen el bien del mal. Se han adaptado a las costumbres de un mundo corrompido. Creen poder adaptar Jesús a nuestro tiempo.
Se dice que se cree en Dios, pero nadie se preocupa de Él, de sus Palabras. Jugamos con lo que Dios llama pecado y nos deleitamos en él, olvidando que nadie se burla impunemente de Dios, y que lo que cada uno siembra eso recogerá. Esta es la realidad, Dios ha hablado y el hombre viola sus leyes. El hombre quiere vivir independiente. Quiere ser libre y no acepta ningún yugo. Se cree libre y, sin embargo, si se detuviera a reflexionar, debería reconocer rápidamente que vive en una ilusión y que es esclavo de su codicia.
La vida que Dios quería para su criatura era una vida de libertad y de amor, bajo la mirada del Creador. La actitud actual del hombre hacia Dios prueba claramente que la relación se ha roto. Mientras que la cercanía de Dios debía llenar el corazón de los hombres de respeto, alegría y adoración, a muchos solamente les inspira miedo servil o burla. La confianza filial ha desaparecido, nada les atrae a Él, ya no quieren tratar con Él; huyen de su presencia; quieren estar lo más lejos posible de Él.
En este estado, el hombre se cree libre y capaz de elegir entre el bien y el mal. Pero la corrupción invade su corazón; una vez cometido el mal, el hombre ya no es su propio dueño, no puede eliminar las consecuencias de sus actos, su corazón se aleja más y más de Dios y experimenta la verdad de aquellas palabras de Jesús “De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado” (Juan 8:34). Desde la caída el hombre ya no es realmente libre y, sin una intervención de la gracia de Dios, sin la redención a través de Jesucristo sucede que, como dice el apóstol Pedro, “el que es vencido por alguno es hecho esclavo del que lo venció” (2 Pedro 2:19).
¿Por qué entonces negarse por más tiempo a experimentar lo que Jesucristo dijo a los que creyeron en Él? “Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan 8:31-32).
¿Por qué buscar siempre vanas excusas para justificarnos a nosotros mismos y tratar de ocultar nuestra culpa? ¿No sería más leal y, sobre todo, más saludable, confesar nuestro pecado e impotencia frente a Aquel que tan generosamente promete perdón y liberación? “Si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres”, dijo Jesús (Juan 8:36), porque, añadió, “sin mí nada podéis hacer” (Juan 5:5). Ciertamente, lejos de Jesús uno puede tener la impresión de vivir y hacer muchas cosas. Pero cuando se acerca la hora de franquear el umbral de la muerte y la eternidad, uno se da cuenta de la vanidad de su vida y de las cosas de este mundo. Los que reciben a Cristo en su corazón son los únicos que viven una vida verdadera.
Si de repente entiendes que algo va mal entre tú y Dios, que no todo está en orden en tu vida y que es importante que cambie, ¡ve a Jesús!
Solamente llámalo, pídele que te revele quien es Él, y confiésale tus faltas y tu pecado. Lee, escucha y cree su Palabra, y no tardarás en conocer su gracia y su gran amor.
Frente al pecado, tendrás su liberación. Frente al sufrimiento tendrás su gozo. Frente a la muerte tendrás su paz.
Recibirlo y amarlo es verdaderamente vivir y prosperar.
“Y en ningún otro (Cristo) hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos.” (Hechos 4:12).
Ferran Cots, noviembre 2018.