En esta parábola vemos que las recompensas por el servicio a Dios no dependen del tiempo durante el que se haya servido. Es cierto que el servicio al Señor debe existir siempre, pero las recompensas dependen del amor de Dios y no del tiempo que hayamos realizado este servicio.
Esto se ve claramente en el texto de la parábola. A los primeros obreros se les ofrece el salario habitual, un denario, por realizar su trabajo desde primera hora. A partir de aquí el señor de la viña va llamando a otros, a los cuales les promete pagar lo que fuera justo. Todos realizan el mismo trabajo, pero a medida que pasa el día los diferentes grupos trabajan menos horas, por la sencilla razón de que fueron llamados más tarde.
A la hora de pagar los salarios los primeros contratados reciben lo que el señor les había prometido, no pueden quejarse porque reciben lo justo. Sin embargo los demás reciben también el mismo pago, lo que a ojos de los primeros les parece injusto. Démonos cuenta que el señor empieza a pagar los salarios desde los que contrató más tarde a los primeros. De ahí que estos pensaran que recibirían más de lo acordado. Se establece un contraste entre los que iniciaron su trabajo en la primera hora del día y los que entraron más tarde. Los que fueron contratados en la primera hora convinieron en el pago. En cambio, todos los demás entraron a trabajar confiando en la justicia del dueño de la viña, no demandando una cifra exacta. Cuando llegó el momento para recibir el jornal, los primeros recibieron exactamente lo acordado, mientras que los otros fueron sorprendidos por la generosidad del dueño. Los primeros no tenían base para acusar al dueño de trato injusto. Por lo tanto su queja se dirigía más bien al trato generoso del dueño con los que trabajaron menos. Manifiestan así su envidia, su pretensión egoísta y sus celos.
Independientemente de qué pensaran al respecto, lo cierto es que, en estricta justicia humana, que no divina, cada grupo debería haber recibido una parte proporcional en función del tiempo trabajado. Pero Dios no obra así. La recompensa por servirle no depende más que de su gracia. La salvación no lo es en mayor o menor grado dependiendo del tiempo que haga que uno sea creyente y esté sirviendo al Señor. La salvación es idéntica para todos. Pero, ¿qué pasa con las recompensas? Dios otorgará recompensas no en función de la duración del servicio, sino de la calidad del mismo. Hay quien cree que por estar sirviendo al Señor toda la vida recibirá mejor recompensa que el que se convirtió mucho más tarde y, por lo tanto, su servicio será más corto. De hecho este era el argumento que utilizaron los primeros trabajadores.
Recordemos siempre que Dios promete recompensas para los que le sirven por amor, y no por interés de lo que creen que recibirán. En el reino de Dios todas las recompensas son expresión de la gracia de Dios y no de los méritos humanos. Jesús ya había advertido a sus discípulos que la duración del servicio no sería la base para determinar las recompensas en el reino de Dios. Parece ser que el énfasis en esta parábola es la libertad y generosidad del Señor de dar un jornal completo a los que habían trabajado relativamente poco tiempo. Es una defensa del evangelio de la gracia, o favor no merecido.
Debemos trabajar por amor a Dios, no a las posibles recompensas que podamos obtener (o, mejor dicho, las que él, en su gracia, nos quiera dar). Si hemos aceptado la salvación que Cristo nos ofrece en la cruz, la mayor recompensa ya la tenemos asegurada, la vida eterna en su reino. Esa es la esperanza, que nos debe mantener firmes mientras estamos en este mundo. Nos espera un futuro eterno y glorioso. ¿Podemos esperar algo mejor?
Ferran Cots, noviembre 2025.
