Leemos en el libro de los Jueces (capítulo 9) que tras la muerte de Gedeón, Israel entra en un período de apostasía, y la nación es castigada con guerras intestinas entre ellos mismos. Abimelec, hijo bastardo de Gedeón, se constituyó a sí mismo rey en Siquem1, aunque su final desastroso fue profetizado en un alegoría por Jotam, el menor de los hijos legítimos de Gedeón.
Abimelec se valió de medios ilegítimos para conseguir ser rey. En el libro de los Jueces se nos relata de qué forma llevó adelante su ambición, llegando incluso a exterminar a los hijos de su padre, excepto a uno, Jotam, que pudo escapar.
Este, Jotam, no se dedicó a reclutar un ejército para pelear contra Abimelec, sino que habló a los siquemitas con claridad y sinceridad, advirtiéndoles de las consecuencias de la decisión tomada. Jotam introduce su discurso de forma solemne, pasando a exponer una alegoría (que no parábola) sumamente ingeniosa. Dice que cuando los árboles quisieron tener rey, ofrecieron la corona a los más útiles, pero éstos rehusaron, ya que preferían servir a reinar. Puestos a elegir, los árboles no escogieron al cedro o al pino, que sólo servían de adorno y sombra, sino que se decantaron por los de mayor utilidad, a los frutales: la higuera, la vid y el olivo. La enseñanza que podemos extraer de esto es que quienes llevan fruto para el bien común, también deben ser honrados con el respeto de todos.
La razón que dan los árboles para declinar la oferta de ser rey es la misma. El olivo responde: «¿He de dejar mi aceite?». La vid lo hace en términos parecidos: «¿He de dejar mi mosto?». Ambos apelan a su utilidad y servicio, no sólo para los hombres, sino también para Dios, ya que el aceite y el vino se usaban en los altares de Dios, y también en las mesas de los hombres. También la higuera se se expresa de forma similar: «¿Habré de dejar mi dulzura?».
¿Qué conclusiones podemos sacar de esto? El gobierno comporta grandes preocupaciones y fatigas y quienes son puestos en puestos públicos de confianza deben dejar de lado sus intereses personales y ponerse al servicio total de la comunidad. Quienes son exaltados a esos puestos, corren el peligro de perder su utilidad (sus frutos), al verse tentados a la soberbia, la prepotencia y el orgullo. Quienes desean hacer el mayor bien posible sienten temor ante la posibilidad de ser exaltados a posiciones de grandeza y elevación social, precisamente a causa de estos peligros.
Vemos también como Jotam, mediante esta alegoría, expone a la luz la ridícula ambición de Abimelec, a quien compara con la zarza, planta indigna de figurar entre los árboles, no sólo por su inutilidad y su falta de fruto, sino porque sólo sirve para hacer daño.
Acaba Jotam haciendo una aplicación muy clara y certera. Trae a la memoria de los israelitas los servicios que su padre les había hecho, lo que hace destacar más la crueldad con la que habían tratado a su familia. Y les añade que el tiempo demostraría si habían obrado bien o mal. Si prosperaban por mucho tiempo, a pesar del mal cometido, podían decir que habían obrado bien. Pero si realmente habían obrado mal, como era el caso, no debían esperar ningún tipo de prosperidad. Cuando les hubo dicho todo esto, Jotam se vio obligado a huir, para salvar su vida, viviendo en el exilio por miedo a Abimelec.
Aunque al principio pudiera parecer que todo iba bien, ya que Abimelec reinó tres años sin mayores problemas, en ningún lado se dice que prestase al país ningún servicio útil, aunque disfrutó durante ese tiempo del título y dignidad reales. Pero su triunfo duró poco. Dios actuó y sembró la discordia entre aquellos hombres, de forma que se enemistaron completamente entre ellos. La situación desembocó en una cruel guerra civil, en la que Abimelec, al intentar destruir la ciudad de Tebes, encuentra la muerte de la forma más sorprendente. Por una piedra de molino, arrojada por una mujer, que le rompió el cráneo. Ante la muerte inminente la única preocupación de Abimelec fue que no se supiera que había sido muerto por una mujer, por lo que pidió a su escudero que lo rematara. Toda su preocupación en aquel momento fue salvaguardar su orgullo, y no pensar en absoluto sobre el destino de su alma tras la muerte, ni pedir a Dios misericordia, ni arrepentimiento alguno.
El resultado de esta aventura de los siquemitas acaba con la muerte de Abimelec, lo que permitió que la paz fuera restaurada en Israel y acabara aquella guerra civil, siendo además glorificada la justicia divina. Aunque a veces la perversidad pueda prosperar por algún tiempo, no lo ha de hacer para siempre. Ni siempre ha de prosperar necesariamente.
«El malvado pasa como un torbellino, pero el justo permanece para siempre» (Proverbios 10:25).
«Tarde o temprano, el malo será castigado, pero la descendencia de los justos se librará» (Proverbios 11:21).
Ferran Cots, marzo 2025.
1La antigua ciudad de Siquem se encontraba donde hoy está la ciudad de Nablús.
