«Entonces el reino de los cielos será semejante a diez vírgenes que tomando sus lámparas, salieron a recibir al esposo. Cinco de ellas eran prudentes y cinco insensatas. Las insensatas, tomando sus lámparas, no tomaron consigo aceite; mas las prudentes tomaron aceite en sus vasijas, juntamente con sus lámparas. Y tardándose el esposo, cabecearon todas y se durmieron. Y a la medianoche se oyó un clamor: ¡Aquí viene el esposo; salid a recibirle! Entonces todas aquellas vírgenes se levantaron, y arreglaron sus lámparas. Y las insensatas dijeron a las prudentes: Dadnos de vuestro aceite; porque nuestras lámparas se apagan. Mas las prudentes respondieron diciendo: Para que no nos falte a nosotras y a vosotras, id más bien a los que venden, y comprad para vosotras mismas. Pero mientras ellas iban a comprar, vino el esposo; y las que estaban preparadas entraron con él a las bodas; y se cerró la puerta. Después vinieron también las otras vírgenes, diciendo: ¡Señor, señor, ábrenos! Mas él, respondiendo, dijo: De cierto os digo, que no os conozco. Velad, pues, porque no sabéis el día ni la hora en que el Hijo del Hombre ha de venir» (Mateo 25:1-13).
En esta parábola se describe el regreso de Cristo. Ya en el Antiguo Testamento, Dios se muestra como el esposo (Oseas 2: 16- 23); y en el Nuevo Testamento se presenta como el novio de la Iglesia (Juan 3:29).
Una boda judía en los tiempos bíblicos era todo un evento social y religioso muy importante. Habían muchos días de fiesta, acuerdos y pactos entre la familias, rituales, promesas y bendiciones, intercambio de regalos, la ceremonia con la jupá (dosel nupcial), etc.
La novia se preparaba en su casa junto con su familia y amigas. El novio, acompañado de sus amigos, se preparaba para recibir a la novia en su casa. Una procesión festiva con música, cantos, muchos invitados… Eran días de mucha alegría. La ceremonia debía celebrarse en la jupá —símbolo que representaba el hogar que juntos iban a construir—.
El matrimonio era, y sigue siendo, una institución sagrada creada por Dios, un pacto de por vida entre un hombre y una mujer, para formar una familia, esencial para la continuidad del pueblo judío. Por ello, toda la comunidad se reunía para celebrar con los novios y sus familias. El futuro matrimonio solía ser muy joven. La edad del novio solía ser de 18 años y la de la novia, 14 años. En la mayoría de los casos, la unión era arreglada por los padres de los jóvenes. Durante el período de compromiso, la pareja vivía separada mientras los padres deliberaban y negociaban la dote. Una vez se ponían de acuerdo, ya se podían casar. La boda duraba una semana. Los amigos del novio estaban siempre con él ejerciendo de maestro de ceremonias. La novia estaba siempre con sus amigas que ejercían de damas de honor. En esta procesión se cantaban canciones de boda extraídas del Cantar de los Cantares: «¿Quién es ésta que sube del desierto como columna de humo, sahumada de mirra y de incienso y de todo polvo aromático?» (Cantares 3:6).
Es en esta «peregrinación» de casa de la novia a casa del novio que nos vamos a detener. Es el punto de la parábola de las diez vírgenes (Mateo 25:1-13). «El Reino de los cielos es semejante a diez vírgenes que tomando sus lámparas, salieron a recibir al esposo». Se esperaba que todos los invitados llevaran su propia antorcha para cuando anocheciera. La antorcha podía ser una lámpara con un tanque de aceite o un palo con un trapo empapado en aceite que debía mojarse de vez en cuando para mantener la llama. Esta parábola está centrada en la segunda venida del Señor a la tierra y expone dos formas de acogerle con el ejemplo de las cinco vírgenes prudentes y las cinco vírgenes imprudentes. Jesús cuenta a los apóstoles que deben esperar la segunda venida de forma atenta, vigilante, preparados para recibirle. Jesús les advirtió que habrán personas incautas, que tendrán sus lámparas pero no su aceite, y otras personas precavidas que tendrán sus lámparas preparadas con aceite suficiente por si el novio se tarda. En la parábola se describe que todas las vírgenes cabecearon y se durmieron (v. 5). Y cuando llegó el esposo… ¡Ay! Todas se levantaron, arreglaron sus lámparas pero algunas no tuvieron aceite para llegar.
—¡Dadnos de vuestro aceite!
—¡No! Id a comprar para vosotras.
Dice la Escritura que mientras ellas iban a comprar, vino el esposo, se llevó a las cinco vírgenes preparadas y cerró la puerta tras ellas. Nosotras no sabemos ni el día ni la hora en que volverá el Señor, pero me gustaría pensar que estáis en el grupo de las mujeres prudentes y sensatas, preparadas para la segunda venida del Señor.
No quiero pensar en que estáis en el grupo de las mujeres despreocupadas, indiferentes a la segunda venida. ¡El esposo viene! ¡Pronto! Y debemos estar listas para verle. ¿Tienes suficiente aceite? ¿Estás preparada? ¿O estás yendo a hacer la compra? Una gran historia con una gran lección espiritual. El novio no llegó en el momento esperado, se retrasó, y eso marcó la diferencia entre los dos grupos de vírgenes. «Velad, pues, porque no sabéis el día ni la hora en que el Hijo del Hombre ha de venir» (Mateo 25:13). «Velad, pues, porque no sabéis a qué hora ha de venir vuestro Señor» (Mateo 24:42).
¿Estamos preparadas? ¿Cuándo vendrá el novio? No sabemos, sólo sabemos que va a volver. Las vírgenes se durmieron porque la espera fue larga. El sueño no determinó si eran sabias o no. La única diferencia, el único detalle, es la cantidad de aceite que llevaron. Cinco no tenían suficientes reservas para la espera. Cinco tomaron su tiempo para prepararse bien. Las sabias podían esperar el tiempo necesario, las necias, no. ¡Velad! El aceite en la Biblia es símbolo del Espíritu Santo y esto no es algo que pueda ser transferido de una persona a otra. Marca la diferencia. ¿Cuál es tu medida de aceite? Es un recurso que no podemos compartir. ¿Tienes aceite de sobras? ¿O estás yendo a hacer la compra?.
Seguimos esperando… pero como Juan decimos: «Sí, ven, Señor Jesús» (Apocalipsis 22:20).
¡Ciertamente vengo en breve!…
Abigail Rodés. Septiembre 2025.
