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Reflexiones

Actitudes en la vida cristiana

junio 1, 2025 by Ferran Cots

Se suele decir que el sentido común es el menos común de los sentidos. Esto es palpable cuando vemos como actuamos, como nos comportamos. Lo más difícil parece ser actuar de una forma equilibrada y lo más fácil caer en extremismos. ¿Qué es mejor? ¿Pecar de tolerantes en exceso, permitiendo actitudes y formas de comportamiento contrarias a las Escrituras (que, no lo olvidemos, son la Palabra de Dios)?, ¿o sería mejor ser más estrictos, pero siempre sujetándonos a lo que las Escrituras nos enseñan de forma clara y contundente? Sinceramente pensamos que es mejor pasarse de cumplidor de la Palabra (algunos nos llamarán por eso legalistas), que ser excesivamente tolerantes o permisivos, lo cual entraña un gran peligro para la Iglesia.

Entre las actitudes o comportamientos inaceptables destacaremos ese aparente «exceso de celo», que no es más que un deseo exacerbado de exaltación (ambición) personal, enmascarado por una cierta espiritualidad, más o menos real. Curiosamente, esta actitud ciega el entendimiento de aquellos que rodean a este tipo de personas, de forma que los que la practican son defendidos por aquellos que conviven con ellos en la Iglesia. Nada que ver este falso «exceso de celo» con ese otro exceso de celo que lo único que busca es la gloria de Dios y el bienestar espiritual de su pueblo.

En la Biblia encontramos ejemplos de personajes que buscaban su propia gloria o beneficio. Tal vez el ejemplo más impactante sea el de Judas. Fue apóstol del Señor junto con los otros once elegidos para dicho cometido (es decir: escuchó el mensaje de salvación, aprendió directamente del Maestro, vio los milagros que Jesús hizo y convivió con él durante tres años). Sin embargo no era «trigo limpio» (ya sabemos que el Señor lo eligió sabiendo qué iba a suceder, pero eso no cambia nada de cómo era en realidad). Judas buscaba la instauración de un reino material que expulsase a los romanos de la tierra de Israel, un reino en el que él tenía puestas sus esperanzas, no sabemos con que posibles motivos personales. ¿Aspiraba acaso a un puesto de poder en dicho reino? ¿Esperaba enriquecerse? Esta última bien podría haber sido su motivación puesto que el evangelio de Juan (12:4-6) nos revela el corazón y las intenciones de Judas. ¿Quién de entre los otros apóstoles llegó siquiera a imaginar que Judas, despechado al ver que sus ambiciones personales no se cumplirían nunca, llegaría a entregar al Maestro, con el que había convivido durante aquel tiempo?

Ante la actitud de Judas nos sentimos indignados (es muy fácil juzgar los hechos cuando ya han sucedido), pero, ¿acaso no estamos tolerando actitudes similares (aunque las motivaciones, ambiciones y resultado final no sean los mismos) en nuestras iglesias? Si somos capaces de condenar a Judas por sus actos (algo que sólo Dios puede hacer en realidad), ¿por qué nos quedamos tan tranquilos cuando a nuestro alrededor, en nuestras iglesias, alguien, llevado por una desmedida ambición de honor y gloria personal, provoca verdadero daño espiritual a la comunidad de los creyentes, siendo piedra de tropiezo para algunos, con su actitud? ¿Por qué semejante exceso de tolerancia? ¿Por qué no ejercemos el discernimiento espiritual que Dios nos ha dado? ¿Por qué no somos capaces de ver más allá de nuestras narices y practicamos el buenismo más trasnochado como forma de vida?

El mismo Señor Jesús, el ejemplo por excelencia a seguir, era manso y humilde de corazón (Mateo 11:9), pero, sin embargo, criticó duramente a los escribas y fariseos, dando muestras de un talante poco tolerante según diríamos hoy en día (en realidad hoy se diría que no fue políticamente correcto) (Mateo 23:13-27) y, poco antes, no se le había ocurrido nada mejor que arrojar a golpes de látigo a los mercaderes que estaban en el Templo, haciendo sus negocios y ganándose «honradamente la vida», o por lo menos eso era lo que ellos querían hacer creer, cuando en realidad estaban profanando aquel lugar santo (Mateo 21:13). ¿Acaso seremos más misericordiosos que el mismo Señor, en lo tocante al cumplimiento de su voluntad, manifestado en las Escrituras? Lamentablemente es lo que estamos haciendo, por nuestro carácter débil y contemporizador, porque no queremos enfrentarnos al mal y, por lo tanto, al tolerarlo nos estamos convirtiendo en cómplices del mismo.

¿Cuántas iglesias locales han sufrido divisiones y verdadero daño espiritual por no haber atajado a tiempo a estos personajes? Y no olvidemos que no es necesario que se trate de personas con un cierto poder en la iglesia (en realidad el Poder está en manos de Dios, y la Iglesia es quien ejerce la Autoridad, pero esto es algo que parece que no interesa que se sepa); cualquiera puede caer en este gravísimo pecado, por un deseo de eminencia o, incluso, un malentendido deseo de servicio que anula y posterga a los demás miembros de la iglesia. La Palabra es muy contundente al respecto. Ya desde el principio de la Iglesia empezaron a aparecer individuos de dudosas intenciones de los que Pablo, inspirado por el Espíritu, dice: «También debes saber que en los últimos tiempos vendrán momentos difíciles, y que habrá hombres egoístas, amantes del dinero, orgullosos, altivos, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impuros, insensibles, implacables, calumniadores, sin dominio propio, salvajes, enemigos de lo bueno, traidores, impetuosos, engreídos, amantes de los deleites más que de Dios, que parecerán piadosos, pero negarán la eficacia de la piedad. A estos, evítalos» (2 Ti. 3:1-5).

¿Somos conscientes de que esto es verdad? ¿Qué es posible que haya entre nosotros personas como esas, aunque solamente sea en una o dos de las características negativas que se mencionan? Porque parecería claro que, si vemos según que actitudes (blasfemos, impíos, calumniadores…) a lo mejor hasta se nos ocurre denunciarlas; pero, ¿qué hay de aquellas que nos parecen menos graves (amadores de sí mismos, vanidosos, engreídos…)? De hecho, a los ojos de Dios, todas las actitudes son igual de graves y malas.

Hemos de estar alerta por dos motivos principales. El primero para no caer en esos mismos pecados que el apóstol está denunciando. El segundo, y no menos importante, para desenmascarar actitudes dañinas para la iglesia, antes que provoquen problemas irresolubles que conduzcan a cismas, enfrentamientos o, en el peor de los casos, aniquilamiento de la iglesia local (no necesariamente el cierre, pero sí el aniquilamiento espiritual). Es nuestra responsabilidad. ¿Seremos capaces de ejercerla?

Ferran Cots, junio 2025.

Publicado en: Reflexiones

Creencia o fe

junio 1, 2025 by Ferran Cots

El ser humano siempre ha vivido en confusión, tanto en el terreno de la política como en el religioso o en el de los valores éticos. Existen multitud de partidos políticos, y sus líderes buscan comprometernos con la izquierda, el centro o la derecha. Paralelamente proliferan las creencias más diversas; se busca que la gente acepte las doctrinas más extrañas y se una a los movimientos más novedosos que aparecen continuamente. El mundo, desorientado e inestable, busca su camino. ¿Quién sabrá mostrárselo?

Cuando se eleva una nueva voz en medio de esta confusión, la primera preocupación de la mayoría que la escucha, no es saber si lo que dice es verdad, sino buscar qué es lo que le inspira y cuales son sus intenciones. No se juzga objetivamente. Se juzga con prejuicios y espíritu de partido. Si afirmamos ser creyentes, automáticamente una parte de nuestros contemporáneos desvía la conversación y manifiesta abiertamente que las cosas de la fe no les interesan. Otros rehúsan el diálogo, que probablemente sería fructífero tanto para unos como para los otros.

Así que parece que no hay nadie capaz de retener la atención de todos y aportar un mensaje universal, que corresponda a las necesidades actuales de la raza humana. Sin embargo sí hay un mensaje, que proviene de una voz más autorizada que la nuestra, que espera que las personas, sin distinción alguna, lo reconozcan como fruto, no de una gran erudición humana, sino como el eco de la sabiduría eterna. Sí, nosotros sólo somos una voz; una voz que quisiera hacer conocer a todos el amor que Dios tiene por cada persona.

¿Creencia o fe? Los diccionarios consideran la palabra fe como un sinónimo de creencia, pero existe entre estos dos términos una diferencia muy clara que es importante que sepamos discernir. La creencia es una opinión pura y simple que uno puede haber heredado de sus padres, de la tradición o haberla adquirido a través de la educación recibida. Así hay creencias judías, musulmanas e hindúes; creencias cristianas católicas, ortodoxas o protestantes. Pero la fe es, ante todo, un acto de corazón que compromete la vida por completo, la creencia es un acto del espíritu sin gran influencia en la vida práctica.

La creencia es, en el fondo, una adhesión intelectual a una doctrina o a un conjunto de principios sin analizarlos, a veces sin definirlos, que no cambia nada en la persona. Por el contrario, la fe es una convicción firme, constante y completa. No se transmite hereditariamente, no sale de nosotros, sino que es creada en nuestra alma por el poder de Dios, por la inspiración del Espíritu Santo, al escuchar la Palabra de Dios. La fe tiene por objeto revelar a Dios y se manifiesta en una total confianza en el testimonio de Dios y en una obediencia implícita a sus mandamientos. Si bien el objeto de la creencia puede permanecer vago e indefinido, la fe, por el contrario, tiene como único objeto el testimonio indiscutible de Dios. Muchas personas afirman tener una creencia pero, sin embargo, carecen de fe ¿Tienes una creencia o tienes fe? Hay mucha gente que tiene una creencia. Son muchos los que piensan que es razonable creer en la existencia de Dios, incluso llegan a reconocer que «de la nada, nada puede nacer». Esta misma conclusión se encuentra en dos versos, citados a menudo por Voltaire: «El universo me desconcierta, y no puedo pensar que este reloj funcione y no tenga necesidad de relojero».

La existencia de Dios propiamente dicha no es un punto objeto de fe. Él aparece como la verdad mejor establecida, la Biblia no pretende demostrar su existencia. Simplemente la da por sabida, no en vano es la misma Palabra de Dios. ¿Quién escribiendo sus ideas o pensamientos empieza teniendo que demostrar su existencia? Pero la creencia en Dios, en un Ser supremo, en una causa primera perfectamente inteligente, no significa que se tenga la fe, esta virtud sobrenatural ofrecida por Dios a todos los hombres y por la cual tenemos por cierto todo lo que Dios ha revelado. El acto de fe presupone entonces la existencia de Dios y tiene como postulado una revelación trascendente.

Si no existiera la revelación divina, el hombre no podría tener ninguna certidumbre en cuanto a su origen y su destino. Abandonado a sus solos recursos no conocería al Creador, ni se conocería a sí mismo. Sin revelación el hombre se crearía su propio dios, un dios a su imagen. Lo confundiría con las fuerzas de la naturaleza y sería solamente un panteísta. El dios impersonal y monstruoso de los panteístas o el dios lejano de los deístas, no aportan nada al corazón. La necesidad de la humanidad es tener a Dios con ella, Dios interviniendo en la vida y las circunstancias de los hombres. Pero, desgraciadamente, Dios, el único, el verdadero, el viviente, no es conocido porque el hombre no le busca.

¡Crees en Dios! Bien, pero eso no salva. Las Escrituras dicen que «también los demonios creen, y tiemblan» (Santiago 2:19), algo que muchos hombres no hacen. Sí, tienes una creencia, pero te falta fe. Ahora bien, si las perfecciones no visibles de Dios, si el testimonio de su poder eterno y de su divinidad se disciernen y aparecen visibles a nuestro espíritu a través de las obras de la creación, el testimonio de su voluntad y de su amor de encuentra en la Escritura y se revela al corazón. Este libro contiene el testimonio que Dios nos da a nosotros y sobre su Hijo. De la fe en este doble testimonio depende nuestra salvación presente y eterna. Si no lees las Escrituras, si no haces nada para conocer este testimonio, permanecerás sin fe. El apóstol Pablo dijo: «Así que la fe proviene del oír, de escuchar la palabra de Dios» (Romanos 10:17). La conclusión final es que «¿tienes fe?», no quiere decir «¿crees en Dios?», sino «¿crees en lo que Dios dice?». ¿Ha hablado Dios realmente? De la respuesta que demos a esta pregunta dependerá nuestra creencia o nuestra fe.

Algunos afirman que Dios ha hablado y pretenden que su Palabra está al alcance de todos, que se encuentra en la Biblia. ¿Qué prueba tienen para proclamar de esta forma que la Biblia es la Palabra de Dios? Sabemos que este libro afirma de sí mismo su autoridad e inspiración divina. El apóstol Pablo destaca que «toda Escritura es inspirada por Dios» (2 Timoteo 3:16). El apóstol Pedro declara que «los santos hombres hablaron de parte de Dios inspirados por el Espíritu Santo» (2 Pedro 1:21). Pero nadie puede ser su propio testigo y tenemos el derecho de pedir pruebas. Nos centraremos en el mensaje que nos hace llegar a través de sus páginas. La Biblia es tremendamente realista. Su contenido, las afirmaciones sobre el hombre y sobre Dios son tan perfectamente válidas hoy como cuando se escribió.

• La Biblia explica que el hombre, creado por Dios, se separó voluntariamente de Él.

• Por su desobediencia, alejado de Dios, el hombre cayó bajo el poder del pecado y de la muerte.

• Abandonados a sí mismos, es decir sin ley, los pueblos degeneraron en anarquía.

• Los hombres confirmaron las afirmaciones de Dios y demostraron que el corazón del hombre es incurable. La Biblia nos enfrenta a una evolución regresiva.

• La Biblia nos enseña que, en el tiempo fijado por Dios, cuando la ley dio al hombre conciencia de su pecado y le reveló su impotencia para salvarse a sí mismo, Dios cumplió su promesa y envió a Jesucristo al mundo para rescatar a la humanidad.

Sí, Jesús vino. Los Evangelios nos cuentan su nacimiento, sus palabras, sus hechos, su muerte y resurrección. Los Hechos de los Apóstoles, que cubren un período de treinta años, dan testimonio de la resurrección de Cristo y de los frutos de su obra. En ese espacio de tiempo el Evangelio, anunciado por un puñado de hombres, pasó de Jerusalén, una ciudad judía, a Roma, la capital del mundo antiguo, pasando por Atenas, el centro de la sabiduría humana, y por Corinto, centro de lujuria de un mundo en decadencia. Por todas partes vieron la luz nuevas comunidades, formadas por judíos y paganos convertidos a Cristo, que se llamaban «hermanos», mientras que el mundo les llamaba «cristianos».

Jesús dio testimonio de todas las partes del Antiguo Testamento: la Ley, los Salmos y los Profetas. Él eligió los escritores del Nuevo Testamento, hombres como Mateo, Pedro y Juan, testigos oculares de su vida, muerte y resurrección; hombres como Lucas, un médico griego, o como Saulo de Tarso, judío, pero ciudadano romano, que había sido enemigo mortal de los cristianos. Así que cuestionar la Biblia, su mensaje, es cuestionar a Cristo, poniendo en duda su infalibilidad y su divinidad. Es por esto que quisiéramos invitar a todos aquellos que se contentan con tener una creencia, a examinarse y pensar si no será ya tiempo para ellos de tener fe y, para tenerla, volver a la Biblia.

Amigo, cree lo que la Biblia dice; es un libro santo, que santifica a los que la leen. Tú, que buscas la verdad, tú que no estás satisfecho de tu verdad ni de la de los otros, busca en las Escrituras siguiendo el consejo de Cristo, que dijo de sí mismo: «Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie viene al Padre sino por mí» (Juan 14:6). Cuando la Biblia no sea solamente un libro de cabecera, sino que inspire nuestros pensamientos, palabras y actos, el mundo incrédulo, al que Dios aun ama, podrá ver la diferencia entre la creencia y la fe, entre una religión formalista y la verdadera vida. Pero la decisión es tuya, debes creer en Cristo, Dios hecho hombre, y aceptar sus palabras como la única y absoluta verdad, para salvación y vida eterna a su lado. Cómo dijo Pablo a un hombre en Filipos: «Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo» (Hechos 16:31). No hay otro camino.

Ferran Cots, junio 2025.

Publicado en: Reflexiones

Rosas, espinas y capullos

junio 1, 2025 by Abigail Rodés

Después del «Dia de les roses» en abril y el concurso de «Roses Noves» en mayo, Barcelona hace tiempo que huele a rosas. Y aun sabiendo que hay más de 150 especies diferentes, cada año nos sorprenden por su aroma, a veces amaderado, a veces afrutado, almizclado… potente y rico, un aroma majestuoso así como sus diferentes formas y tamaños. Cuando pensamos en rosas, quizás nos viene a la mente una esencia maravillosa, siendo nuestra primera reacción inclinarnos a inhalar su perfume. Jardines, plazas, balcones, terrazas, azoteas, miradores, todos ellos con una explosión de rosas rojas, rosas, amarillas, fucsia, blancas, coral, magenta, salmón, etc. ¿Y qué decir de las rosas centifolias y las damascenas utilizadas en los perfumes? Colonias, aceites, fragancias, cremas, con aromas frescos, delicados o aterciopelados…

«Yo soy la rosa de Sarón» («Javetzelet hasharon») (Cantares 2:1a).

«El yermo se gozará y florecerá como la rosa» (Isaías 35:1b).

La rosa, en hebreo «jabaselet», simboliza la belleza, el amor y la esperanza.

Dicen que la rosa de Sarón tiene dos significados:

a) El Señor es la rosa de Sarón por excelencia

b) La rosa de Sarón es aquella flor que ha sido tomada, poseída y consagrada por el amor de Dios. Está vestida de eternidad y lleva en sí misma algo divino y eterno.

Pero las rosas tienen espinas. Las espinas de los rosales se llaman aguijones. Representan dolor y sufrimiento. En los Evangelios se cuenta que los soldados romanos colocaron a Jesús una corona de espinas con una doble función: humillarle y provocarle dolor.

«Y pusieron sobre su cabeza una corona tejida de espinas…» (Mateo 27:29a).

Ese símbolo de derrota y humildad, se convirtió en triunfo, victoria y grandeza real, mensaje de vida, esperanza y salvación para todos nosotros. El momento de la Pasión de Cristo, narrado en los Evangelios de Mateo, Marcos y Juan tiene lugar después de la flagelación y esa corona de espinas en su cabeza se convirtió en un instrumento de denigración, violencia, vergüenza y desprecio. Ese dolor, ese sufrimiento, Jesús lo sufrió por ti y por mi. El Rey, el Mesías, el Siervo de Dios de Isaías 53, se entregó a la muerte voluntariamente para salvarnos de la condenación eterna. Sufrió todo el escarnio y la burla, y aunque algunos vieron a un hombre roto, vencido, derrotado, en la cruz del Calvario… ¡Yo veo al hijo de Dios victorioso, vencedor, triunfante!

Y luego están los capullos, los botones de las rosas. Los capullos son la versión pequeña de la rosa antes de que brote y se convierta en una rosa adulta. Las rosas y los capullos se usan para muchas cosas.

Una dinámica que se usa a menudo para los grupos lleva este mismo nombre «Rosa, espino y capullo».

Consiste en pedir a cada miembro del grupo que comparta por ejemplo «dos rosas», es decir, un par de cosas positivas y bonitas que esté pasando en ese momento de su vida. Después de que todos hablen, deben compartir «una espina», es decir, algún tipo de problema que esté enfrentando en la actualidad en cualquier ámbito de su vida. Y para finalizar, deben compartir «dos capullos», algo que estén esperando en un futuro próximo (no excesivamente lejano). No deja de ser una idea para debates en grupo, pero también te puede hacer reflexionar a nivel personal y convertir tus espinas en rosas. Que así sea.

Abigail Rodés. Junio 2025.

Publicado en: Reflexiones

Oracions pel mes de juny

junio 1, 2025 by Abigail Rodés

Un dia sense pregar és un dia sense benedicció.

Una vida sense pregària és una vida sense poder.

Cap home és més gran que la seva vida d’oració.

L’oració canvia a aquell que prega en la voluntat de Déu.

El poder de l’oració és en Aquell que l’escolta, no en qui prega.

Déu parla enmig de l’oració. Escoltar Déu és l’inici de la pregària.

Pregar no és demanar, demanar, demanar… és posar-se a les mans del Senyor.

Preguem per:

1. Fortalesa i vigor.

2. Guia i direcció.

3. Dependència i supeditació.

4. Protecció i resguard.

5. Pau i serenor.

6. Plenitud de l’Esperit Sant.

7. Creixement espiritual.

8. Maduresa i prudència.

9. Posar el ulls només en Crist.

10. Fermesa i valentia.

11. Obediència i fidelitat.

12. Tenir un cor pur i agraït.

13. Servei i ajut al proïsme.

14. Compassió i misericòrdia.

15. Unitat.

16. Majordomia i economia.

17. Fidelitat .

18. Fam i set de justícia.

19. Família carnal i espiritual.

20. Salvació de familiars, amics i per a tots qui escolten el missatge de l’Evangeli.

21. Ser senzills i autèntics, amb un cor conforme a Déu.

22. Sensibilitat i preocupació pels germans.

23. Residència Infantil Emanuel (RIE).

24. Nou Hospital Evangèlic.

25. Ferede, CEC.

26. Ministeri cecs (Nueva Luz).

27. Escoles dominicals i campaments.

28. Esplais, casals d’estiu, clubs de Bones Noves.

29. L’església perseguida.

30. Israel i el poble de Déu.

Abigail Rodés. Juny 2025.

Publicado en: Reflexiones

Palabras deshonestas

mayo 2, 2025 by Ferran Cots

«Pero vosotros debéis comportaros como corresponde a los creyentes; por eso, ni siquiera habléis de inmoralidad sexual ni de ninguna clase de impureza o de avaricia. Tampoco digáis obscenidades, ni tonterías, ni palabras groseras, porque estas cosas no convienen; más bien, dad gracias a Dios» (Efesios 5:3-4-RV2020)

En la sociedad actual está de moda hablar utilizando lo que comúnmente llamamos «tacos», de forma que incluso algunos utilizan esas palabras de forma cariñosa, aunque en realidad son un insulto a la persona que las recibe.

No podemos olvidar que esta costumbre, aunque muy arraigada hoy en día, también viene de antiguo. Cuando el apóstol Pablo se dirige a los efesios ya les está advirtiendo sobre esta práctica, lo cual nos hace pensar que también era habitual en el mundo del siglo I.

No podemos evitar que la gente se exprese como se expresa, si no han sido regenerados por la conversión, pero sí podemos, y debemos, tener mucho cuidado con nuestra forma de hablar como cristianos. Pablo advierte a los creyentes de Éfeso que hablar sobre algunas cosas no conviene, ya que en cierta manera estamos ayudando a divulgar un estilo de expresión totalmente alejado de lo que Dios nos pide. La inmoralidad, del nivel que sea no es un motivo de conversación saludable para nadie, y mucho menos para los creyentes en Cristo.

Pero el peligro está en adoptar ese lenguaje moderno que disfraza las palabras para que parezca que somos más liberales y modernos. Pablo nos advierte, a través de su escrito a los efesios de tres tipos de expresiones a evitar:

1. Obscenidades. Esto está muy a la orden del día. Tener una conversación llena de obscenidades parece que hace al que la practica más liberal y desinhibido. Entre los incrédulos es difícil encontrar a alguien que no incluya alguna obscenidad en su conversación. Eso parece «ser moderno». Lo triste es que algunos cristianos también caen en esto, para parecer más contemporáneos y en consonancia con la sociedad actual.

2. Tonterías. Nunca pensaríamos que decir tonterías (necedades, estupideces) pudiera ser algo grave ante los ojos de Dios. Pero es así. El creyente debe ser alguien maduro espiritualmente, si es así nunca dirá una tontería. Y si en alguna ocasión comete ese error, lo reconocerá, pedirá perdón y rectificará a tiempo. Sin embargo conocemos a muchos creyentes que no paran de decir tonterías (y no nos referimos a las ocurrencias graciosas que a veces decimos) y no se dan cuenta. Eso puede ser un síntoma de una madurez espiritual muy pobre. La pregunta es, ¿a qué llamamos tontería? Generalmente pensamos en cosas de la vida común, opiniones descabelladas, fruto de una falta de cultura o de criterio y de la necedad. Pero también se refiere a emitir opiniones sobre temas espirituales, que se encuentran en la Biblia, que no tienen nada que ver con la realidad de la Revelación divina. El mismo Pablo, escribiendo a Timoteo le advierte sobre este tipo de personajes que «se han perdido en palabrería sin sentido. Pretenden ser doctores de la ley, cuando en realidad no entienden ni lo que dicen ni lo que afirman» (1 Timoteo 1:6b-7). Ojo con este tipo de personas que pueden pervertir el significado de la Palabra de Dios según su pobre, limitado y necio criterio.

3. Palabras groseras. La Real Academia define como groseras las cosas de mal gusto. Aquí entra en juego algo tan difícil de definir como lo que es de buen gusto o de mal gusto, porque cada persona tiene criterios diferentes. Tal vez algunos de los sinónimos del término grosero nos puedan ayudar a entender a qué se refiere el apóstol. Grosero es algo maleducado, desconsiderado, descortés, impertinente, descarado, insolente, irreverente, barriobajero… y algunos sinónimos más. A nadie con un mínimo de educación y consideración le parecerá que todas las palabras anteriores no sean ofensivas. Y de lo que se trata es de no utilizar palabras groseras por dos motivos básicos. El primero tiene que ver con el testimonio como cristianos (este principio es válido también para las obscenidades y las tonterías). En el texto del encabezamiento se nos dice que «estas cosas no convienen». El segundo tiene que ver con el respeto hacia los demás porque «están hechos a la semejanza de Dios» (Santiago 3:9b).

Un pasaje muy descriptivo sobre el mal uso del lenguaje lo encontramos en la carta de Santiago, que dice: «nadie ha podido domar la lengua, que es un mal que no puede ser refrenado, llena de veneno mortal. Con ella bendecimos al Dios y Padre y con ella maldecimos a los seres humanos, que están hechos a la semejanza de Dios. De una misma boca proceden bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así» (Santiago 3:8-10). Santiago se refiere a cómo hablamos y qué hablamos. Ofender a alguien con palabras groseras (o con críticas, mentiras…) es totalmente contrario a la voluntad divina. No podemos decir que somos cristianos y maldecir (hablar mal) de nuestros semejantes, para luego alabar a Dios como si nada hubiera pasado. Hemos de estar atentos a nuestra forma de hablar. No se trata de expresarnos de forma ininteligible para los demás, se trata sencillamente de utilizar las palabras que nuestro idioma tiene para expresar ideas y conceptos, sin necesidad de recurrir a obscenidades, ni tonterías, ni palabras groseras. Siempre hablando lo que es verdad y reconociendo que sólo con la ayuda de Dios podremos evitar caer en semejante pecado.

Ferran Cots, mayo 2025.

Publicado en: Reflexiones

Todo lo puedo…

mayo 2, 2025 by Ferran Cots

«Todo lo puedo en Cristo que me fortalece» (Filipenses 4:13).

En el mundo cristiano se produce un fenómeno curioso. Nos apropiamos de cualquier promesa que aparezca en las Escrituras y utilizamos algunas declaraciones a nuestra conveniencia, separándolas de su contexto.

Un ejemplo muy habitual es cuando Pablo y Silas le dicen al carcelero de Filipos: «Cree en el Señor Jesucristo y serás salvo tú y tu casa» (Hechos 16:31). Muchos creyentes han tomado esta declaración y la han hecho suya, pensando que la promesa del Señor es que si ellos creen, su casa (su familia) también lo hará. Sin embargo nada más lejos de la realidad. Cuando Pablo y Silas le estaban diciendo aquello al carcelero es posible que tuvieran algún tipo de revelación que les mostró cuál sería el resultado de su predicación. Pero si los miembros de la familia de aquel carcelero fueron salvos no se debía a la fe de él, ya que cada uno ha de creer por sí mismo. Más bien podemos intuir que se refería a que por el testimonio de aquel hombre y su conversión los demás en su casa serían impactados por el Evangelio, y ellos también creerían.

Cuántas veces, creyentes de toda condición, han hecho suya esta promesa y sin embargo su familia no se ha convertido al Señor. ¿Acaso la promesa no es real? Lo fue en el caso relatado en el libro de los Hechos, pero fue una promesa dirigida a una persona en concreto, y no a los creyentes en general. Sólo la parte que menciona la salvación personal («cree en el Señor Jesucristo y serás salvo») es aplicable a todos los que creen, ya que así lo mencionan otros pasajes de la Biblia.

Otro ejemplo típico es utilizar el texto del encabezamiento como una especie de talismán. Cómo Cristo nos fortalece, entonces podemos hacer cualquier cosa. Es bastante probable que en este caso también estemos sacando el texto de su contexto. En los versículos anteriores Pablo está hablando de sus necesidades materiales. Explica a los filipenses que ha aprendido a estar satisfecho sea cual sea su situación, ya sea de abundancia como de escasez. Y es entonces cuando dice «todo lo puedo en Cristo…». Es decir que gracias a la fortaleza que Cristo le da es por lo que puede soportar las situaciones que se le presentan, sean adversas o favorables. ¿Cómo pues podemos aplicar esto a nosotros? Desde luego no pretendiendo que ese «todo» sea aplicable a cualquier cosa, sino al hecho de que, en medio de las circunstancias, el poder de Cristo nos sostiene y nos da la fortaleza necesaria para superarlas. A veces las circunstancias favorables pueden ser peor que las adversas porque, en medio de la abundancia o la tranquilidad, corremos el riesgo de olvidar que todo se lo debemos al Señor, y relajar nuestra fe y dependencia de él.

Hay muchas otras promesas en las Escrituras, todas llenas de esperanza y valor, pero cuando nos encontremos con alguna de ellas hemos de tener en cuenta a quien iba dirigida y en qué circunstancias. Por ejemplo, Dios prometió a Abraham una descendencia como las estrellas del cielo (Génesis 22:17, 22:4), promesa sólo aplicable a él, que nadie se atrevería a aplicarse a sí mismo. También Dios prometió a Josué que estaría con él siempre, si cumplía ciertas condiciones (Josué 1:9), aunque esta promesa sí podría ser apropiada por nosotros, porque el Señor siempre nos acompaña, hemos de recordar que fue hecha a una persona determinada en un momento muy específico (la conquista de la tierra de Israel).

Hay muchísimas más promesas, hechas al pueblo de Israel o a personas en particular, pero las que hemos de mirar con verdadera atención son las que encontramos en el Nuevo Testamento, especialmente las mencionadas por el propio Señor Jesús. «Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá». «En la casa de mi Padre muchas moradas hay. Si así no fuera, yo os lo hubiera dicho. Voy, pues, a prepararos un lugar. Y una vez me haya ido y haya preparado lugar, vendré de nuevo y os llevaré conmigo, para que estéis también donde yo esté» (Juan 14:2-3). Encontramos otras muchas repartidas a lo largo de los escritos del Nuevo Testamento. Promesas dirigidas a los que son salvos por el sacrificio de Cristo en la cruz, lo que nos incluye a todos los que creemos a Jesucristo. Sólo si nos hemos arrepentido de nuestra vida vana y alejada de Dios, de nuestros pecados y ofensas a Dios, podremos apropiarnos de estas promesas para, a su debido tiempo, poder estar en la presencia del Señor por toda la eternidad.

Porque, no lo dudes, Cristo volverá.

Ferran Cots, mayo 2025.

Publicado en: Reflexiones

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