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Ferran Cots

Los últimos tiempos

octubre 6, 2025 by Ferran Cots

En estos tiempos que nos ha tocado vivir estamos oyendo de forma insistente que el mundo va de mal en peor, que la gente no busca a Dios, que cada uno quiere vivir a su manera, que no toleran que nadie les eche en cara su conducta… Y como consecuencia están apareciendo ideas un tanto peregrinas en el sentido de que ahora son los últimos tiempos y el Señor vendrá pronto a poner fin a este estado de cosas. Incluso se prodigan predicaciones alarmistas y, valga la expresión, apocalípticas que en vez de serenar los ánimos parece que no tengan otro propósito que el de crear un estado de miedo generalizado. Es cierto que este mundo se acabará, y lo hará de una forma terrible para aquellos que no han creído en el Señor Jesucristo, pero no tenemos derecho a presentar este hecho como algo horrible que nos pueda afectar a los cristianos.

Actualmente el cristianismo está realmente desprestigiado, no sólo porque le dice a la gente lo que esta no quiere oír —la verdad— sino también a causa de nuestro pobre testimonio. Y aún así sufrimos cuando vemos toda la maldad y las injusticias que nos rodean, y las críticas o las burlas de los demás a causa de nuestra cosmovisión bíblica del mundo. En nuestro país somos tratados de intolerantes y se nos ningunea o se nos relega y se nos critica por no ser tolerantes, o políticamente correctos.

En los primeros años del cristianismo sucedía exactamente lo mismo, pero en aquella época a los cristianos se les enviaba a la muerte directamente, a causa de su fe y su testimonio. Tal vez a causa de esto algunos, interpretando a su manera el mensaje bíblico, creían que todo se acabaría en su tiempo, con las consecuencias negativas que aquello trajo y que motivó que Pablo hiciera mención de ello en las dos epístolas a los tesalonicenses. Otro tema recurrente es el de la homosexualidad, como si fuera algo propio de nuestro tiempo solamente. Ya en la antigüedad esto estaba a la orden del día. Sodoma y Gomorra fueron destruidas por su corrupción moral, que llevaron a niveles altísimos. Pero si leemos y aprendemos algo de la historia del mundo veremos que esta actitud ya estaba más que presente en los antiguos imperios, y sobre todo en Grecia y Roma. A esto también se enfrentaron los cristianos del primer siglo, y por denunciarlo sufrieron el martirio. Es curioso como no nos afecta de la misma manera la corrupción política, la mentira y otras actitudes que, con la Biblia en la mano, son inaceptables. Debemos revisar nuestra forma de pensar y reconocer que cualquier cosa contraria a la voluntad divina, se llame como se llame, es pecado y recibirá su justo castigo.

Ya hemos dicho que los creyentes nos sentimos impresionados por los sucesos del mundo actual, sin pensar que la conducta de la humanidad sigue un mismo patrón de alejamiento de Dios, con todas sus consecuencias. Por eso oímos con asiduidad la frase «estamos en los últimos tiempos», sin ser conscientes de lo que significa esta frase en su contexto bíblico. Y para entender el significado hemos de acudir a la Biblia, que es útil para enseñar y corregir.

El texto bíblico en Hebreos 1:1-2 dice textualmente: «Dios, que había hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por medio de los profetas, en estos últimos días nos ha hablado por medio del Hijo, a quien constituyó heredero de todo y por quien asimismo hizo el universo». De esto se desprende que los últimos tiempos (o días) empezaron con la venida de Cristo al mundo. Y en 1 Pedro 1:20 leemos: «Ya estaba destinado (Cristo) desde antes de la creación del mundo, pero ha sido manifestado en estos últimos tiempos por amor a vosotros».

Si seguimos investigando en el texto bíblico nos encontramos con este pasaje que dice: «Ahora, en cambio, en la consumación de los tiempos, se presentó una sola vez y para siempre y, por su sacrificio, quitó de en medio el pecado» (Hebreos 9:26b). Demos también un vistazo a la advertencia de Pablo a Timoteo: «También debes saber que en los últimos tiempos vendrán momentos difíciles…» (2 Timoteo 3:1). Pablo advierte a Timoteo lo que debía evitar. Si creemos que la frase «los últimos tiempos» se refiere al final de la historia de este mundo, ¿cómo podía Timoteo evitarlos?

El apóstol Juan en su primera carta nos dice que los falsos maestros son una de las señales del nuevo período inaugurado por Cristo y que llama el «último tiempo» (1 Juan 2:18). Cuando pasamos del Antiguo Testamento al Nuevo vemos que hay un cambio, de las profecías sobre una nueva era, pasamos a su cumplimiento. Lo que Dios había transmitido a través de sus profetas se ha cumplido en parte, porque aún falta la verdadera consumación de los tiempos. La señal suprema del final es la resurrección de Cristo y la venida del Espíritu Santo sobre la Iglesia (ver Hechos 2:17).

Los «últimos tiempos» es, por lo tanto, la expresión usada para definir el período de tiempo que va desde la primera venida de Cristo, en Belén, hasta su segunda venida en gloria y majestad, a juzgar al mundo.

Sí, es verdad, estamos en los últimos tiempos, pero ya hace 2000 años que empezaron y aún no han terminado. Cuidado con los falsos maestros que pretenden saber lo que ni el Hijo de Dios, como hombre, sabía: «Pero nadie sabe cuando será el día y la hora, ni aun los ángeles que están en el cielo ni el mismo Hijo, sino sólo el Padre» (Marcos 13:32).

«De cualquier modo, amados, no ignoréis una cosa, y es que para el Señor un día es como mil años y mil años son como un día. El Señor no retarda su promesa, tal como algunos piensan, sino que es paciente con nosotros, pues no quiere que ninguno perezca, sino que todos se arrepientan» (2 Pedro 3:8-9).

Ferran Cots, octubre 2025.

Publicado en: Reflexiones

Interpretación alegórica

octubre 6, 2025 by Ferran Cots

Entre los diversos recursos empleados en el lenguaje encontramos las metáforas, las parábolas y las alegorías. Las metáforas son imágenes del lenguaje figurado, por ejemplo podemos hablar de la primavera de la vida. Las parábolas, recurso utilizado ampliamente por el Señor Jesús tal como narran los evangelios, son narraciones ficticias que representan o significan, por comparación o semejanza, una verdad importante o una enseñanza moral. Sin embargo las alegorías son una interpretación de un relato, de forma que represente o signifique otra cosa diferente.

En realidad la línea divisoria entre las alegorías y las parábolas es bastante fina y pueden confundirse. Ejemplos de parábolas las tenemos principalmente en los evangelios ya que Jesús solía usarlas a menudo para ilustrar una enseñanza espiritual. Un buen ejemplo de alegoría lo encontramos en el libro «El progreso del peregrino» de John Bunyan y el más actual «El regreso del peregrino» de C.S. Lewis. Podemos concluir que tanto las parábolas como las alegorías son útiles para enseñar verdades espirituales.

Sin embargo el problema aparece cuando se intenta alegorizar todo un texto. Entonces es posible hacer decir a un relato algo totalmente distinto a lo que realmente pretende decir. Alegorizar se convierte entonces en una desviación de la verdad, falseando el sentido real del texto, siempre que el mismo texto no sea ya una alegoría.

El peligro de la interpretación alegórica de la Biblia es precisamente lo anteriormente expuesto: se puede hacer decir al texto bíblico cualquier cosa, menos lo que realmente dice. En el tema de la interpretación de las Escrituras hay que ser sumamente cuidadoso y recordar lo que el apóstol Pedro dejó bien claro: «Pero ante todo entended que ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada, porque nunca la profecía ha tenido su origen en voluntad humana, sino que los santos hombres hablaron de parte de Dios inspirados por el Espíritu Santo» (1 Pedro 1:20-21).

No podemos alegorizar un texto en base a lo que creemos que significa espiritualmente, si la propia Palabra no da indicaciones de ello. Ejemplos de interpretación alegórica serían:

Cantares. Suele interpretarse alegóricamente como una referencia al amor que Cristo siente por la Iglesia.

Génesis 1:16. («E hizo Dios las dos grandes luminarias: la mayor, para que señoreara en el día, y la menor, para que señoreara en la noche; e hizo también las estrellas»). En la Biblia de Referencia Scofield, C. I. Scofield lo interpreta de forma alegórica. Aunque no niega el significado llano del versículo relativo a la creación, encuentra un significado espiritual más profundo (él lo llama tipológico). La luz/sol mayor es Cristo, y la luz/luna menor es la Iglesia, que refleja la luz de Cristo, y las estrellas son creyentes individuales.

Parábola del buen samaritano. Quizá el ejemplo más famoso de interpretación alegórica sea la explicación de Orígenes de la parábola del buen samaritano de Lucas 10. En la visión alegórica, el hombre al que roban es Adán, Jerusalén es el paraíso y Jericó es el mundo. El sacerdote es la Ley, y los levitas son los Profetas. El samaritano es Cristo. El asno es el cuerpo físico de Cristo, que lleva la carga del hombre herido (las heridas son sus pecados), y la posada es la Iglesia. La promesa del samaritano de volver es una promesa de la segunda venida de Cristo. Desde luego sobran los comentarios. El propósito original de esta parábola no era otro que dar respuesta a la pregunta de un doctor de la ley (pregunta bastante malintencionada) tal como aparece en Lucas 10:29. En vez de responder directamente Jesús le explica esta parábola, con la intención de hacerle reflexionar y que él mismo hallase la respuesta, además de servir de lección espiritual a todos los que la oyeron y los que la han leído y leerán a lo largo de la historia.

En estos tres casos, se atribuye al texto un significado espiritual que no aparece a simple vista. Entonces la pregunta que nos viene a la mente es: ¿quién puede atribuirse la autoridad o conocimiento para decir lo que realmente significa o no? Evidentemente, y como regla casi general, las interpretaciones alegóricas responden a la comprensión e ideas de una persona, y esto no es Palabra de Dios, son sólo opiniones personales. No podemos querer explicarlo todo, sin duda hay lagunas en la Palabra, pero son lagunas intencionales porque Dios ha querido limitar su revelación. No tenemos ninguna autoridad para querer rellenar esas lagunas a base de historias inventadas o alegorizando el texto según nuestro propio criterio, por muy válido que nos parezca. Reconozcamos que a lo largo de la historia de la Iglesia se han creado multitud de problemas precisamente a causa de alegorizar la Palabra de Dios y no querer entender que los pensamientos de Dios no son los nuestros, ni sus caminos los nuestros tal como lo revela el libro del profeta Isaías: «Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos ni vuestros caminos mis caminos, dice el Señor. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos y mis pensamientos más que vuestros pensamientos» (Isaías 55:8-9).

El problema del método alegórico de interpretación es que trata de encontrar una interpretación alegórica para cada pasaje de las Escrituras, independientemente de si se pretende o no que se entienda de ese modo. Los intérpretes que alegorizan pueden ser muy creativos, sin ningún control basado en el propio texto. Resulta fácil leer las propias creencias en la alegoría y pensar que tienen apoyo bíblico.

Siempre habrá algún desacuerdo sobre si ciertos textos deben tomarse literal o figuradamente y en qué grado, como demuestran los desacuerdos sobre el libro del Apocalipsis, incluso entre quienes tienen en alta estima las Escrituras. Para que un texto se interprete alegórica o figurativamente, tiene que haber una justificación en el propio texto o algo en el trasfondo cultural de los lectores originales que les hubiera llevado a entender el texto simbólicamente. El objetivo de todo intérprete que tenga una visión elevada de las Escrituras es descubrir el significado que se pretende dar al texto. Si el significado deseado es simplemente la comunicación literal de un hecho histórico o la explicación directa de una verdad teológica, entonces ese es el significado inspirado. Si el significado que se pretende es alegórico, entonces el intérprete debe encontrar alguna justificación para ello en el texto y en la cultura de los oyentes/lectores originales.

Ferran Cots, octubre 2025.

Publicado en: Reflexiones

Nuestra esperanza está en…

septiembre 2, 2025 by Ferran Cots

La frase se encuentra en el pedestal del monumento al rey don Pelayo, en Covadonga (Asturias). Completa dice lo siguiente: «Nuestra esperanza está en Cristo. Este pequeño monte será la salvación de España» (Crónica de Alfonso III de Asturias).

Don Pelayo frenó la expansión de los musulmanes hacia el norte, comenzó la Reconquista y se le ha considerado tradicionalmente como el fundador del reino de Asturias. Ante la invasión árabe, que amenazaba con dominar toda la península, imponiendo su religión y costumbres islámicas, en el pequeño reino de Asturias se fraguó el inicio de una larga guerra de reconquista para recuperar la península de manos árabes y restaurar el culto cristiano. No entraremos en debates sobre de qué manera se desarrollaba entonces la fe cristiana (estamos en pleno siglo VIII), pero el peligro de desaparición del cristianismo como tal, a causa de la invasión musulmana, era verdaderamente real. Don Pelayo inició la reconquista allá por el año 718-722, con la batalla de Covadonga (de ahí la inscripción mencionada) y finalizó en 1492 tras la conquista de Granada por los llamados reyes Católicos. Hay que mencionar que la franja de territorio al sur de los Pirineos fue liberado de los árabes por los francos del imperio carolingio, estableciendo el territorio que se llamó la Marca Hispánica.

La Reconquista fue un período convulso, de continuas batallas, alianzas y traiciones entre los diferentes gobernantes, tanto cristianos como árabes que, finalmente, acabó con la expulsión de las fuerzas musulmanas del territorio peninsular. También fue un período de prueba para la población cristiana, sobre todo la que se encontraba en territorio ocupado.

Lo importante es que el rey Alfonso III de Asturias escribió en su Crónica la frase mencionada al principio, atribuida al mismo don Pelayo: «Nuestra esperanza está en Cristo…». Era consciente que la esperanza de todo cristiano debía fundamentarse en aquel que había dado su vida por ellos. Don Pelayo creía que sólo podían depositar la confianza en Cristo, su Señor y Salvador para recuperar el país de manos musulmanas.

En estos tiempos modernos, también convulsos, aunque por diferentes motivos, ¿podemos seguir diciendo que nuestra esperanza está en Cristo? ¿O más bien depositamos nuestra esperanza en otras cosas: bienes materiales, cultura, un buen trabajo, una espiritualidad a medida que no nos comprometa a nada…?

La situación del mundo cristiano no es precisamente buena. Se ha dejado de lado a Cristo, se ha dado preeminencia a las obras sobre la fe en Jesús o, peor aún, se han añadido una serie de «accesorios» a la fe genuina que desvaloriza la obra de Cristo en la cruz. Como dijo un teólogo español: «Cristo más algo es menos Cristo».

La esperanza del cristiano no está en este mundo, en liberar naciones del yugo de la incredulidad, su esperanza está en Cristo, y por eso debe tener su mente fija en la esperanza del cielo. «El cristiano que no tiene la mente en la esperanza del cielo es inútil» (José de Segovia). Todo lo demás carece de valor.

El apóstol Pablo, dirigiéndose a los tesalonicenses les habla de su «constancia en la esperanza en nuestro Señor Jesucristo» (1 Tesalonicenses 1:3b). En otro pasaje del Nuevo testamento se habla de esta esperanza del creyente, y nuestra pertenencia a una nación celestial: «… nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo» (Filipenses 3:20).

¿Cuál va a ser nuestra posición? Podemos vivir con la esperanza puesta en Cristo, que nos prometió una vida más allá de la muerte, o podemos vivir sin esperanza, abocados a la ruina espiritual y la muerte eterna. Puede sonar duro y desagradable a los oídos actuales tan dados a contemporizar, pero es la verdad. La esperanza sólo se obtiene creyendo en Jesús, en su muerte y resurrección, en que Él puede (y quiere) perdonar nuestra maldad, nuestras malas acciones (Dios las llama pecado). La decisión es personal, nadie puede tener esa esperanza por nosotros. Y por eso mismo las consecuencias también son personales.

Decidámonos a vivir con nuestra esperanza depositada en Cristo, tal como hace ya más de 1200 años confesaba el rey don Pelayo, a través de la Crónica de Alfonso III de Asturias.

Ferran Cots, septiembre 2025.

Publicado en: Reflexiones

Herejías y otros errores

septiembre 2, 2025 by Ferran Cots

La herejía, en relación con una doctrina religiosa, es un error sostenido con pertinacia. Suele ser un error que socava las bases de la fe, generalmente la cristiana, arrastrando a muchos fieles al error e incluso a la apostasía. Ya durante los primeros años de la iglesia cristiana aparecieron una serie de personajes que defendían posturas totalmente contrarias a la doctrina bíblica que había sido transmitida por los apóstoles. Generalmente estas herejías eran cristológicas, es decir, se referían a la definición de la naturaleza y la persona de Jesucristo, y lo hacían totalmente en contra de la enseñanza bíblica. Algunas de estas herejías fueron: el docetismo, el arrianismo y el pelagianismo, aunque hubo bastantes más.

En los tiempos actuales también es posible que aparezcan herejías. Por ejemplo, los Testigos de Jehová niegan la divinidad de Cristo y su resurrección (¡y se hacen llamar cristianos!). Y no son los únicos, hay otras sectas o «corrientes de pensamiento cristiano» que también niegan la divinidad de Cristo y su obra redentora en la cruz. Sin embargo el propio Jesucristo dijo claramente: «El Padre y yo uno somos» (Juan 10:30). Y en respuesta a la petición del apóstol Felipe: «Señor, muéstranos al Padre. Eso nos basta»; Jesús respondió: «¿Tanto tiempo como llevo con vosotros y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a míha visto al Padre. ¿Cómo, pues, dices tú: “Muéstranos al Padre”? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Las palabras que yo os he dicho, no las he dicho por mi propia cuenta. Es el Padre, que está en mí, quien hace las obras. Creedme que yo estoy en el Padre y el Padre en mí. O si no, creedme por las mismas obras» (Juan 14:8-11). Cualquier cristiano reconocerá en estos textos que el Señor Jesús estaba diciendo que él era Dios, al igual que el Padre. Porque si no es así, ¿cómo puede uno llamarse cristiano y no creer lo que Cristo dijo? Esto no es cuestión de teología (que en el fondo no deja de ser una ciencia humana), si no de fe.

Pero hay otras cuestiones que nos podrían parecer menores y que están yendo en contra de lo que podríamos decir una buena comprensión de la Palabra de Dios. A veces se oye decir que la Biblia está mal traducida, y estos personajes, haciendo gala de una pretendida erudición, nos dicen que hay que acudir a los textos originales en hebreo y griego, como si los traductores que han trabajado incontables horas en traducir la Biblia no conocieran estos idiomas. Por si fuera poco otros añaden que la Biblia contiene la Palabra de Dios, no que sea la Palabra de Dios, y que sólo ellos nos pueden decir qué partes son inspiradas y cuales no. ¡Inaudito! ¿Habráse visto semejante presunción?

Otros, llevados por no se sabe que tipo de espíritu, se atreven a decir que el pecado lo transmite el hombre a través del semen, que la mujer no transmite el pecado. ¿Dónde quedan entonces aquellas palabras del apóstol Pablo: «Por tanto, del mismo modo en que el pecado entró en el mundo por un hombre y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a toda la humanidad, por cuanto todos pecaron» (Romanos 5:12). Está claro que todos significa eso «todos».

Hay multitud de errores que podríamos llamar menores, pero que son contrarios a la verdad bíblica. Por ejemplo decir que Jacobo y Judas eran medio hermanos de Cristo. Tal vez para los teólogos pueda ser así, aunque es dudoso. La misma Palabra nos aclara el concepto:«¿No es este el carpintero, hijo de María, hermano de Jacobo, de José, de Judas y de Simón? ¿No están también aquí con nosotros sus hermanas? Y se escandalizaban por él» (Marcos 6:3). El texto bíblico reconoce el parentesco, y creemos que es un texto inspirado por Dios (¿o no?).

Lo importante es que no intentemos hacer piruetas interpretativas de la Palabra, porque nos parezca que es razonable o lógico. No debemos olvidar que la lógica divina es perfecta y la nuestra no. No reinterpretemos los textos bíblicos en función de nuestro limitado conocimiento de Dios, conocimiento limitado solamente a lo que Él ha querido revelarnos. No debemos traspasar esa línea roja.

Y recordemos los mensajes de advertencia de los apóstoles de Cristo:

«No que haya otro evangelio, sino que hay algunos que os perturban y quieren alterar el evangelio de Cristo.  Pero si aun nosotros, o un ángel enviado del cielo, os anuncia un evangelio diferente del que os hemos anunciado, ¡que quede bajo maldición! Como antes hemos dicho, también ahora lo repito: Si alguien os predica un evangelio diferente del que habéis recibido, ¡que quede bajo maldición!» ( Pablo, epístola a los Gálatas 1:7-9).

«Pero el Espíritu dice claramente que, en los últimos tiempos, algunos renegarán de la fe y harán caso a espíritus engañadores y a doctrinas demoníacas, que actúan con hipocresía y mienten, pues tienen cauterizada la conciencia» (Pablo, primera epístola a Timoteo 4:1-2).

«Pero evita las discusiones sobre cosas sin importancia, como las genealogías; no pelees ni discutas sobre cuestiones de la ley; pues son discusiones inútiles y sin sentido» (Pablo, epístola a Tito 3:9).

«Ellos os decían: “En los últimos tiempos habrá burladores que vivirán según sus malvados deseos”. Estos son los que causan divisiones, viven según sus propios instintos y no tienen al Espíritu» (Epístola de Judas 18-19).

Debemos conocer más la Biblia, leerla y apropiarnos su mensaje con un espíritu sencillo y humilde, sin pretensiones. No olvidemos que la gloria sólo pertenece a Dios, y no a ningún ser humano. No nos envanezcamos.

Debemos hacer nuestro el lema que Johann Sebastian Bach escribía al final de sus partituras: «Soli Deo gloria» (Sólo a Dios la gloria).

Ferran Cots, septiembre 2025.

Publicado en: Reflexiones

Irreprensible

agosto 1, 2025 by Ferran Cots

«Señor, ¿quién habitará en tu tabernáculo?, ¿quién morará en tu monte santo? El que anda en integridad y hace justicia; el que habla verdad en su corazón; el que no calumnia con su lengua ni hace mal a su prójimo ni admite reproche alguno contra su vecino; aquel a cuyos ojos el indigno es menospreciado, pero honra a los que temen al Señor; el que no se retracta de lo que jura, aunque salga perjudicado; quien su dinero no dio a usura ni contra el inocente admitió soborno. El que hace estas cosas, no resbalará jamás» (Salmo 15).

El salmista, el rey David, se pregunta quién puede estar en la presencia de Dios y habitar en su compañía. La respuesta a estas preguntas es realmente sorprendente. Si las analizamos nos encontraremos con algo tan difícil de llevar a cabo que puede provocar en nosotros el desánimo.

1. Hemos de ser íntegros, es decir honestos, honrados, honorables, irreprensibles. Pero, ¿quién puede presumir de llevar una vida así, sin maldad alguna? ¿Quién puede decir que jamás ha cometido ninguna acción reprobable? La respuesta nos la da la misma Palabra de Dios: «Como está escrito: No hay justo, ni aun uno; no hay quien entienda, no hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; no hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno» (Romanos 3:11-12). Ante semejante declaración podemos estar tentados de arrojar la toalla. No tenemos ninguna posibilidad ante Dios. El propio Señor Jesús nos lo deja bien claro en su respuesta al joven rico que acudió a él en cierta ocasión: «Jesús le dijo: —¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno, sino uno solo: Dios» (Mateo 19:17 y pasajes paralelos en Marcos 10:18 y Lucas 18:19).

2. Hemos de ser veraces. No mentir. Decir la verdad en todo momento. Aquí también hemos de reconocer que en ocasiones, incluso sin pretenderlo, no somos estrictamente fieles a la verdad. Y eso en realidad es mentir. Dios en su ley nos advierte: «Seis cosas aborrece el Señor:… la lengua mentirosa,… el testigo falso, que dice mentiras…» (Proverbios 6:16, 17, 19a). Para Dios una mentira, sea del calibre que sea, incluso las que damos en llamar piadosas (¿?) es una mentira y va en contra de su ley.

3. Calumniar es algo realmente grave. Daña de forma terrible al que es calumniado. No debemos olvidar que una calumnia es una acusación falsa hecha con el propósito deliberado de hacer daño. Es una forma de hacer mal al prójimo, como tantas otras. No calumniar es salvaguardar la integridad de los demás, no hacerles mal de forma intencionada. Además no debemos hacer caso de las habladurías contra los demás, sencillamente no es ético. Nuestra forma de actuar debería ser la que dijo el Señor Jesucristo: «Y así como queréis que hagan los demás con vosotros, también haced vosotros con ellos» (Lucas 6:31 y pasaje paralelo en Mateo 7:12). No hacen falta más explicaciones, porque a nadie le gusta ser calumniado o que se haga mal contra él.

4. Por si fuera poco hemos de menospreciar a los que son indignos, aquellos que practican el mal por norma. Pero hemos de honrar a los que aman a Dios. Muchas veces nos dejamos llevar por una especie de buenismo y malinterpretamos el hecho de amar a nuestros enemigos. No significa que pasemos por alto sus indignidades y las aplaudamos, debemos menospreciar y reprobar sus acciones. Eso no impide que practiquemos con ellos el amor que el Señor nos pide, que en cuanto sea posible les hagamos el bien, aunque no sea de nuestro agrado. Leemos en el libro de Proverbios: «Si el que te aborrece tiene hambre, dale de comer pan, y si tiene sed, dale de beber agua; pues, al actuar así, harás que le arda la cara de vergüenza, y el Señor te recompensará» (Proverbios 25:21-22). Hacer esto no es nada fácil.

5. Acaba el salmo con tres cosas que debemos hacer. No retractarnos de nuestra palabra, dada como promesa, aunque salgamos perjudicados por ello. La Escritura nos advierte: «Sea vuestro hablar: «Sí, sí» o «No, no”, porque lo que es más de esto, de mal procede» (Mateo 5:37). No dejar dinero para cobrar un interés ilícito o manifiestamente excesivo y, sobre todo no aceptar sobornos para perjudicar a nadie (esto de los sobornos está a la orden del día, pero ha existido siempre). «No perviertas el derecho, no hagas acepción de personas ni tomes soborno, porque el soborno ciega los ojos de los sabios y pervierte las palabras de los justos» (Deuteronomio 16:19).

Ante estas exigencias podemos repetir las preguntas del salmista: «Señor, ¿quién habitará en tu tabernáculo?, ¿quién morará en tu monte santo?». Y la respuesta, si somos honestos, no será satisfactoria. La conclusión inevitable es que por nosotros mismos no podemos cumplir esas condiciones.

Sin embargo hubo uno que cumplió con creces todos los requerimientos que encontramos en la Escritura. Uno que vivió una vida intachable, es decir sin mancha, haciendo el bien a todos, denunciando el mal y la hipocresía, pero dando el perdón sin límites a los que reconocían sus carencias y su necesidad de ayuda. Uno que podía declararnos justos por el poder de su gracia. Que se entregó hasta el final, una horrible muerte en una cruz. Que resucitó y ahora vive para esperanza de aquellos que creen en él.

El Señor Jesucristo cumplió lo que a nosotros nos es imposible. Así que, la respuesta a las preguntas del salmista pueden contestarse de una manera sencilla y clara. Podrán ver a Dios y habitar en su presencia aquellos que le han reconocido como Señor y Salvador. Los que creen en el Señor Jesucristo y aceptan la salvación que él les ofrece por su gracia y misericordia, pero también por su justicia. No hay otro camino, no hay otra solución. Desecharla es condenarse a una vida sin esperanza y sin futuro. No esperes más, decídete ya, mañana puede ser demasiado tarde.

Ferran Cots, agosto 2025.

Publicado en: Música

El gran apagón

agosto 1, 2025 by Ferran Cots

El pasado 28 de abril nuestro país sufrió las consecuencias de un corte generalizado de energía eléctrica, al que se ha dado en llamar «apagón». Dada la dependencia actual de la electricidad para casi todo, el fallo afectó a todo lo que funcionaba con esta energía, y no sólo la iluminación, que en sí misma es muy importante para el desarrollo de la actividad humana. Solucionado el problema ahora muchos se preguntan cuándo volverá a suceder (como si fuera obligado que volviera a pasar) y multitud de expertos, agoreros y hasta la pretendida inteligencia artificial (que en realidad ha sido programada por un ser humano y actuará de acuerdo con las instrucciones programadas) ya están fijando fechas. Pero, ¿volverá a suceder? La verdad es que nadie lo sabe a ciencia cierta, pero parece una especie de placer malsano el atemorizar a la población con este y otros posibles hechos catastróficos. Es mucho más fácil controlar a la sociedad con el miedo que permitiendo una información equilibrada, no alarmista y nada tendenciosa1.

Sin embargo hay un apagón mucho más peligroso, con consecuencias irreversibles, si no se pone remedio al mismo. Este apagón es espiritual. El hombre decidió al principio de los tiempos que podía ser autónomo, en realidad quiso equipararse a Dios, su creador, y así abrió una brecha profunda e insalvable entre Dios y la humanidad. Se produjo el apagón espiritual que cegó el alma del hombre impidiéndole ver la verdadera realidad.

Desde entonces la humanidad vive en oscuridad, no quiere saber nada de Dios ni nada por el estilo. Se inventa sus religiones a su medida y vive en la más completa e impenetrable oscuridad espiritual. Sus actos son reprobables, por eso la luz no le conviene. Cómo dice el apóstol Juan en su evangelio: «Y esta es la causa de la condenación: que la luz vino al mundo, pero los seres humanos amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas» (Juan 3:19). ¡A tal extremo llega la ceguera espiritual!

Acercarse a Dios es vivir en la luz, sin temores ni miedos absurdos, pero eso requiere algo fundamental. Aceptar la luz que Dios nos concede y sus consecuencias en nuestras vidas. Pero, ¿cuál es la luz de Dios? ¿Cómo podemos situarnos bajo su influencia? La respuesta es muy sencilla, pero no por eso menos difícil de aceptar, porque supone desterrar nuestro orgullo y soberbia y reconocer nuestra incapacidad y ruina espiritual ante Dios.

En varios pasajes de la Escritura se nos habla de la luz que vino a alumbrar este mundo. En el evangelio de Juan se nos dice: «En ella [en la Palabra] estaba la vida y la vida era la luz de la humanidad. La luz resplandece en las tinieblas y las tinieblas no la dominaron… La luz verdadera, la que ilumina a toda la humanidad, venía al mundo» Juan (1:4-5, 9). Aquí el evangelista se refiere al mismo Señor Jesucristo, Dios Hijo. El mismo Jesucristo dijo: «Yo, la luz, he venido al mundo para que todo aquel que cree en mí no permanezca en tinieblas» (Juan 12:46). Así que, aquí tenemos la respuesta a las preguntas anteriores. La luz de Dios es el mismo Señor Jesús y sólo creyendo en él seremos liberados de las tinieblas espirituales que nos esclavizan.

Sí, la respuesta es sencilla. Pero, ¿es fácil aceptarla? Sólo hay una forma de hacerlo, y es por fe, por la fe en el Señor Jesucristo, por la fe en su muerte en la cruz para liberarnos de las tinieblas y la muerte eternas. No hay otro camino. Muchos ya lo han recorrido y se han rendido ante la verdadera luz del mundo. Otros no quieren creer, o dicen que no pueden hacerlo. El resultado en estos dos últimos casos será el mismo: la muerte eterna, apartados de la verdadera luz para toda la eternidad.

Hay una fascinante descripción en el libro de Apocalipsis sobre la vida en presencia de Dios: «Allí no habrá más noche; y no tienen necesidad de luz de lámpara ni de luz del sol, porque Dios el Señor los iluminará, y reinarán para siempre jamás» (Apocalipsis 22:5). Esta es la promesa para los que se acojan a la gracia de Dios y acepten la obra salvadora de Cristo. Los que no lo hagan sufrirán otro destino terriblemente trágico: la separación eterna de Dios y saber que ya no hay solución para su situación.

¿Cuál es tu posición? ¿Estás ya bajo la luz de Cristo o todavía sufres las consecuencias del gran apagón espiritual y andas en tinieblas? De ti depende cual sea tu destino aquí en este mundo y en el venidero porque, no lo dudes, las promesas de Dios siempre se cumplen.

Ferran Cots, agosto 2025.

1 Ver el artículo «Estado de miedo» de marzo 2020 en este mismo blog.

Publicado en: Música

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