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Reflexiones

Opiniones o convicciones

septiembre 21, 2021 by Ferran Cots

En nuestro país, donde el cristianismo se ha considerado religión oficial, bastaba con nacer en una familia católica o protestante para recibir oficialmente el título de cristiano. A causa de esto, este título, ostentado por la gran mayoría, ha perdido su verdadero significado.

No era así al inicio de la era cristiana. Solo los que se habían convertido al Señor, tras haber oído y creído el Evangelio, eran bautizados y añadidos a la iglesia (Hechos 2:41, 47). Ya fuera por haber abandonado el judaísmo o por haber roto con el paganismo y sus costumbres, mediante una verdadera conversión, los discípulos de Cristo manifestaron a los ojos del mundo un cambio total de vida. El cristianismo no era una simple etiqueta exterior, una sociedad en particular o la práctica de un nuevo culto, sino una vida nueva.

Hoy, a causa de un alejamiento progresivo de la verdad evangélica, se llega a atribuir el nombre de cristiano sin poseer la vida de Dios que está en su Hijo (1Juan 5:11). Así, personas cuya conducta es contraria a las enseñanzas de Jesús, llevan el nombre de cristianos como si fueran verdaderos creyentes. Esta fatal inconsistencia crea gran confusión y distorsiona el principio de verdadera pertenencia a la Iglesia. Perdiendo cada vez más la noción bíblica del cristianismo nos convertimos en cristianos por la fuerza de la costumbre, por tradición o por educación, como los hijos de padres budistas o musulmanes son budistas o musulmanes. Pero si el budismo o el islamismo pueden ser un privilegio de nacimiento, no sucede lo mismo con el cristianismo. No se nace cristiano, nos convertimos en cristianos por medio de un nuevo nacimiento (Juan 3:3).

Sea cual sea el nivel de piedad del ambiente en el que hayamos nacido, nacemos pecadores en este mundo. Nuestro gran privilegio es que tenemos la posibilidad de oír el Evangelio desde nuestra infancia. Esta ventaja también aumenta drásticamente nuestra responsabilidad. Debemos entender de nuevo el profundo sentido y carácter del cristianismo. No nos contentemos con vagas nociones. Hemos llegado a un tiempo de decisiones en el que la indiferencia y la neutralidad espirituales no pueden seguir subsistiendo.

Pero veamos ahora la diferencia entre opinión y convicción. Mientras que una opinión es un sentimiento particular que uno se forma de una cosa, considerándola por sí mismo; una convicción es la certeza que se tiene de la verdad de un hecho, de un principio. Como creencia probable o afirmación que no es cierta, la opinión tiene su lugar en las cosas sobre las que todos pueden pensar como les plazca.

Pero en el ámbito espiritual, el de nuestra relación con Dios, las convicciones son necesarias, porque siendo criaturas dependientes, no somos libres para pensar fuera de la Revelación divina. Creemos que demasiadas personas se han contentado con compartir puntos de vista comunes. Los propios hijos de los cristianos no han escapado a este peligro. Se limitan a compartir de una manera vaga y externa las convicciones de sus padres. Sin embargo, es sintomático encontrar entre ellos una falta de certeza, que se refleja en toda su forma de vivir y actuar en este mundo. Algunos todavía profesan opiniones religiosas, pero ya no confiesan su fe. La fe de muchos es tan débil, tan inconsistente, que en el momento del peligro se diluye. Si las opiniones parecen bastar en la vida, en los tiempos fáciles, sin embargo son desastrosas en los tiempos difíciles.

La vida basada en buenas o malas opiniones es como un edificio construido sobre la arena. Aguantará durante un tiempo, pero cuando llegue la prueba, los vientos contrarios, los torrentes de pasiones, esta casa se derrumbará porque no está cimentada sobre la roca. Esta roca es Jesucristo, la Palabra viva y la Biblia, la Palabra escrita, cuyas enseñanzas permanecerán eternamente cuando la apariencia de este mundo pase. Pero, ¿podemos estar seguros de algo, tener convicciones en un momento en el que todo es inestable, cuando todo se tambalea, cuando llega el mañana para desmentir las esperanzas de ayer y de hoy, cuando muchas afirmaciones parecen contradecirse con hechos a veces trágicos? ¿No es más prudente no pronunciarse sobre este conflicto? ¿No deberíamos ser neutrales o, por lo menos, no sería más seguro jugar a dos bandas? ¿No deberíamos esperar para no comprometernos?

Hay dos respuestas posibles:

Sí, si tenemos como fuente de convicciones solo las ideas humanas, hipotéticas y fragmentarias, susceptibles de cambio, de variación. Entonces tendríamos razón en buscar y hacer nuestra la opinión que actualmente parece ser la correcta, reservándonos la posibilidad de abandonarla si nuevos hechos llegan a invalidarla y se nos presenta una mejor opinión. ¡Y que perezcan entonces las doctrinas sectarias, fanáticas, consideradas inmutables! Seamos flexibles. ¡Vivamos el día a día con el paso del tiempo!

No, si tenemos una revelación divina, si la fuente de nuestras convicciones es la Palabra de Dios y el testimonio del Espíritu Santo. ¡Ahora tenemos una revelación divina! Jesús dio sin cesar testimonio de las Sagradas Escrituras. ¿No dijo: “Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido” (Mateo 5:18)?

La pregunta es demasiado crucial, el tema demasiado importante, la autoridad de la revelación demasiado evidente, para que permanezcamos indiferentes. No podemos negar la revelación divina sin haberla examinado. Para hacer esto tendríamos que ser insensatos o actuar de mala fe. Si tenemos dudas, indaguemos, seamos sinceros en la búsqueda de la verdad y, sin prejuicios, averigüemos si Dios ha hablado o no, si la Biblia es un libro como cualquier otro, o solo superior a otros, o si es verdaderamente la Palabra inspirada de Dios.

Leyendo la Biblia nos daremos cuenta de si es o no un libro que contiene todos los pensamientos de Dios y todos sus caminos en relación con el hombre, así como también su propósito acerca del Cristo y del hombre en Él. Un libro que da a conocer al mismo tiempo quién es Dios, cuál es la responsabilidad del hombre hacia Él, lo que ha hecho por el hombre y la nueva relación con Dios por medio de Cristo. Un libro que revela lo que Dios es moralmente en su naturaleza. Un libro que revela los secretos del corazón humano y pone al descubierto su condición y que, al mismo tiempo, descubre ante él las cosas invisibles. Un libro que comienza en el punto donde el pasado toca la eternidad y que nos lleva, a través del desarrollo y solución de todas las cuestiones morales, a la meta donde el futuro se pierde en la eternidad según Dios. Un libro finalmente que indaga en las cuestiones morales a la luz perfecta de Dios plenamente revelado, y nos da a conocer las bases de las nuevas relaciones con Él según lo que Él es en sí mismo y según lo que Él es en amor infinito.

Convencidos entonces, seremos llamados a posicionarnos, porque no podemos permanecer neutrales si Dios ha hablado, si Dios se ha revelado en Jesucristo. Y es de Cristo de quien todas las Escrituras dan testimonio (Juan 5:39). En virtud de la autoridad de Dios, tendremos entonces unas convicciones profundas. Ya no seremos sacudidos y arrastrados aquí y allá por todo viento de doctrina (Efesios 4:14). Los tiempos y las circunstancias cambiarán y también nos afectarán pero no alterarán nuestras convicciones. En medio de la tormenta estaremos sobre la Roca y no en un frágil esquife, juguete de las olas, en la barca que zozobra en las hipótesis y conceptos humanos. Advertidos por la Palabra de Dios, mantendremos la calma en medio de la angustia actual. Los acontecimientos ya no sacudirán nuestra fe, al contrario, la confirmarán dando testimonio de lo que la Biblia nos enseña sobre el futuro de un mundo que cree que puede vivir sin Dios, o al menos sin el Salvador que Dios le dio.

El cristianismo ha caído en la idolatría. Infiel, pisoteando el primer mandamiento del Decálogo: “No tendrás dioses ajenos delante de mí” (Deuteronomio 5:7). Nos llamamos cristianos, discípulos de Cristo, pero una multitud de ídolos gobiernan nuestros corazones en lugar del Señor. Para algunos es una idea, una filosofía, el arte, la música, la belleza, el amor; en otros el dinero, una persona, una pasión. Es idolatría. Aquí en verdad está, en todos los tiempos, la fuente de todas las miserias de los hombres. A lo largo de los siglos, las mismas causas producen los mismos efectos.

Solo hay un remedio. La misericordia de Dios no se ha agotado. Su llamamiento todavía resuena como en los días del profeta Jeremías. Dios se dirige a todos individualmente: “Ve y clama estas palabras hacia el norte, y di: Vuélvete, oh rebelde Israel, dice Jehová; no haré caer mi ira sobre ti, porque misericordioso soy yo, dice Jehová, no guardaré para siempre el enojo…” (Jeremías 3:12). Al igual que Israel, por haber abandonado el objeto inmutable de la fe, la cristiandad está hoy herida y dividida. Se ha dejado distraer por ideologías extrañas; ya no confiesa en voz alta la fe y ha caído presa de una filosofía efímera. Muchos han permitido que su fe se disuelva en todo tipo de doctrinas, ya sea el racionalismo, el liberalismo, el modernismo o el estatismo. Mientras tanto otros han reemplazado la fe, que obra a través del amor, por dogmas y formas sin vida.

Es hora de que redescubramos las características de la verdadera fe. Abandonemos nuestras ideas, nuestros ídolos; rechacemos todo lo que reina sobre nosotros y volvamos a Jesucristo, el único Señor de nuestros pensamientos, nuestros corazones, nuestras vidas. Despojemos la fe de todas las vestiduras eclesiásticas, ideológicas y filosóficas con las que la hemos disfrazado, y recobremos la fe pura y simple de los Evangelios, la fe que tiene por objeto el Dios de la Biblia manifestado en Jesucristo. Sólo entonces, en la confesión de una fe viva y pura, los creyentes, experimentarán una renovación de vida y recuperarán la conciencia de su maravillosa unidad, que no han podido mantener ni manifestar al mundo.

“Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído y conocemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (Juan 6:68-69).

Ferran Cots, septiembre 2021.

Publicado en: Reflexiones

Una mujer… un plan

agosto 22, 2021 by Abigail Rodés

¿Eres mujer? En la Biblia encontramos muchos ejemplos de mujeres de las que aprender importantes lecciones. Mujeres que marcaron la diferencia en su momento, destacaron por diferentes motivos demostrando que Dios nos usa para cumplir sus propósitos. Aquí tienes 6 ejemplos, pero no son las únicas.

EVA:

La primera mujer que se menciona en la Biblia, esposa de Adán, creada para ser su ayuda idónea. La “madre de todos los vivientes”. La “varona” como la llamó Adán. A pesar del castigo por la desobediencia a Dios, Eva pudo regocijarse cuando concibió a sus hijos, (“dadora de vida”). Su historia se encuentra en el libro de Génesis. Adán y Eva fueron echados del Jardín del Edén. La tentación les llevó a un lugar donde se sintieron desnudos, desprotegidos, avergonzados… pero Dios les consoló y vistió.

Aunque su nombre aparece pocas veces en la Biblia, ella vio el fruto vedado, lo tomó y lo comió. Y ambos conocieron la necedad de comer la fruta prohibida. Allí empezó una gran promesa: la liberación del hombre y la mujer caídos por el poder de Satanás. Dios proveyó el remedio de la redención. Fue el inicio de la esperanza del perdón. El Redentor saldría de su simiente.

SARA:

Esposa de Abraham, madre de Isaac, madre de Israel. Según Hebreos 11:11, modelo de fe, sumisa a su esposo. Aunque estéril y desesperada por no poder dar un heredero a su marido, Dios le dio ese hijo de la promesa:Isaac, tipo de Cristo. La misericordia de Dios llenó a Sara de gozo y asombro. Aunque se rió de la noticia de su embarazo por ser demasiado buena para ser cierta, y Dios le reprendió, su hijo fue el segundo de los patriarcas y Dios reiteró la promesa hecha a Abraham de que su descendencia sería innumerable.

EUNICE:

“Victoriosa”, “Buena victoria”. Fue la madre de Timoteo e hija de Loida. Una judía casada con un griego. Ella es mencionada en la Biblia porque supo transmitir a su hijo el amor por las Escrituras, la práctica de la verdad y el temor a Dios. Su hijo Timoteo fue de muy buen testimonio y condiscípulo en los viajes del apóstol Pablo. Fue encomendado a misiones especiales porque fue siempre un fiel compañero y colaborador. Ninguno de los otros compañeros de Pablo fue tan ardientemente elogiado por su lealtad.

Las epístolas de 1ª y 2ª de Timoteo son cartas pastorales.

Una madre de fe testificando a su hijo. Una mujer piadosa que supo enseñar a su hijo a ser útil en el ministerio.

MÍRIAM:

Hermana mayor de Moisés y Aarón. Familia perteneciente a la tribu de Leví. La primera mujer a la que la Biblia llama profetisa (Éxodo 15:20). Su primera mención en las Escrituras fue estando velando por su hermano Moisés, en una época en la que los israelitas vivían en Egipto como esclavos y el faraón decidió matar a todos los hijos varones que nacieran. Míriam, o María, interpela a la hija del faraón y le propuso una nodriza hebrea, salvando al futuro legislador del pueblo de Israel. Siglos después, en tiempo de Miqueas, Dios habló del importante papel que tuvo en Israel cuando dijo: “… envié delante de ti a Moisés, Aaron y a María”.

LIDIA:

Vendedora de púrpura de la ciudad de Tiatira. Tenía un trabajo honesto que el historiador registra para elogio de ella. Pero tuvo tiempo para reunirse con otras mujeres para la oración y para escuchar el mensaje por boca de Pablo. Mujer piadosa que fue bautizada con su familia, insistió en hospedar en su casa a Pablo y Silas antes y después de ser encarcelados. La hospitalidad caracterizaría después a la iglesia de Filipos. Lidia estableció un ejemplo poderoso del cual aprender. Ella aprovechó sus recursos, dones, talentos e influencia para la gloria de Dios.

JAEL:

Esposa de Heber. Mujer cananea que dio muerte a Sísara, general del ejército cananeo. Una mujer valiente que se puso de parte del pueblo de Dios. Cuando vio la oportunidad que se le presentaba, no dudó. Sísara había perdido la batalla y buscaba donde esconderse. Jael le invitó a entrar en su tienda para descansar. Le dio leche, le cubrió con una manta, tomó una estaca de la tienda, un mazo y lo clavó en tierra y, mientras dormía, lo mató. Se cumplieron así las palabras de la profetisa Débora: “en mano de mujer venderá Jehová a Sísara”. En el libro de Jueces, se describe a Jael como “muy bendita entre las mujeres”.

El cántico de Débora celebra su acción como digna de ser honrada por el patriotismo judío y como juicio divino.

Dios nos anima a que, como mujeres cristianas, reflejemos el carácter de Cristo. ¿Qué nos distingue?

¿Qué características nuestras alegran el corazón de Dios? ¿Nuestra obediencia? ¿Nuestra alegría? ¿Somos conocidas por nuestra paciencia, generosidad o humildad?

Una mujer llena del Espíritu Santo que busca la dirección de Dios en su vida, es una mujer que refleja el gozo y la paz del Señor. Que Dios nos ayude a infundir ánimo a los que lo necesitan y a llevar una vida que lo glorifique a Él.

Ojalá pueda decirse de cada una de nosotras:

“Fuerza y honor son sus vestiduras” (Proverbios 31:25)

“Abre su boca con sabiduría” (Proverbios 31:26)

“Alábenla en las puertas sus hechos” (Proverbios 31:31)

“Toda la gente de mi pueblo sabe que eres mujer virtuosa” (Rut 3:11)

“Tu mujer será como vid que lleva fruto a los lados de tu casa” (Salmo 128:3)

Abigail Rodés. Agosto 2021.

Publicado en: Reflexiones

Libre elección

julio 26, 2021 by Ferran Cots

Hay quien opina que Dios es un dios dictador. Su argumentación se basa en que si no se aceptan las condiciones que Él pone, el resultado es la muerte eterna. Por eso dicen que si Dios fuera realmente amor y bondad no impondría unas normas irrevocables. Que es lo mismo que decir que debería pasar por alto todos nuestros actos y conceder una salvación universal, sin condiciones. Este argumento parte de una base errónea y desconoce totalmente el carácter de Dios y el del hombre. 

Dios en el principio creó al hombre en perfección, y esa perfección incluía la libertad. El hombre no tenía límites, desconociendo el mal no podía hacer nada malo. Estaba en perfecta armonía con su Creador. Sin embargo es bien cierto que había un solo límite, que no podía ser traspasado. Una orden directa de Dios. Dada la estrecha relación entre Dios y el ser humano esa orden no necesitaba ser explicada. Se trataba de obedecer y no elegir. Pero todos sabemos cómo acabó todo. El hombre fue instigado a desobedecer a Dios, mediante engaños y medias verdades, que se convirtieron en mentiras. Ante la elección, la decisión fue desastrosa y llevó a la desobediencia, un grave pecado. Así el mal entró en la vida de los hombres, rompiendo la relación directa con Dios y provocando la corrupción, no solo de la humanidad, sino también de la naturaleza. 

A partir de este momento la humanidad se encontró, y aún se encuentra, ante multitud de elecciones cada día, pero ninguna de ellas la puede acercar de nuevo a Dios. Y es por esto que el sufrimiento, la enfermedad, los crímenes, la muerte en definitiva, se adueñó de la raza humana. La pregunta que deberíamos hacernos es: ¿por qué Dios no destruyó a la humanidad rebelde en aquel momento? Él era su Creador y tenía todo el derecho. Sin embargo no lo hizo, y trazó un plan asombroso para que los hombres y mujeres que habitaban, y habitarían la tierra, pudieran volver a restablecer la unión con su Creador.

Cabe decir que el mal ya cometido había que pagarlo. La Escritura nos dice que: “la paga del pecado es muerte” (Romanos 6:23a). Así que, ante semejante perspectiva, no había solución a la triste situación de los seres humanos. Dios ya había advertido en el principio de los tiempos que la desobediencia a su mandato ocasionaría la muerte. Y así fue, primero la muerte espiritual, de separación de Dios y, por otro lado, la muerte física. No había escapatoria posible. No podemos decir que Dios no lo había advertido. Si no queremos creer es asunto nuestro, pero no es responsabilidad de Dios.

Pero Dios no es un dictador. Ya tenía un plan preparado para aquella situación. Había que pagar por el pecado cometido y por los pecados de toda la humanidad a lo largo de los años que vendrían. Nadie podía haber llevado a cabo un plan tan extraordinario como aquel. Dios mismo iba a tomar nuestro lugar, iba a morir por nuestro pecado y nos iba a dar la vida eterna, es decir todo aquello que habíamos perdido. Realmente ¿si Dios fuera un dictador iba a llevar a cabo semejante obra?

Lejos de ser lo que algunos le acusan, Dios mostró un amor inmenso por el ser humano perdido y abandonado a su suerte. Dice el apóstol Juan en su evangelio: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él” (Juan 3:16-17). Así que el que se condena es porque quiere, porque no quiere aceptar el perdón y la salvación de Dios, ganada en la cruz por Jesucristo. Se trata finalmente de una elección, que tiene graves consecuencias. Y esto no puede ser de otra forma. El hombre pecó, desobedeció libremente, nadie le obligó a hacerlo. 

Lo mismo sucede con la salvación de nuestra alma. Dios no obliga a nadie, nos muestra el camino, la solución, y nosotros hemos de elegir. No podemos acusar a Dios de nuestras elecciones, para bien o para mal. Hemos de afrontarlas con todas sus consecuencias. ¿Qué elegiremos? Dios, a través del profeta Jeremías dijo al pueblo de Israel: “Escuchad mi voz, y seré a vosotros por Dios, y vosotros me seréis por pueblo; y andad en todo camino que os mande, para que os vaya bien” (Jeremías 7:23). En vez de acusar a Dios por nuestra propia maldad y corrupción debemos escuchar su voz, seguir sus caminos y entonces hallaremos lo que tanto anhelamos. El apóstol Pablo le dijo al carcelero de la ciudad de Filipos: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo” (Hechos 16:31a).

Dios no quiere seres que le sigan y adoren como autómatas; Él quiere que la decisión sea personal y voluntaria; que en su reino, en la eternidad, estén todos aquellos que lo deseen y que hayan elegido voluntariamente ser sus hijos. No hay otra forma, solo a través de Cristo podemos salvarnos. Como dijo el apóstol Pedro a aquella multitud que le escuchaba: “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12).

El mensaje sigue siendo el mismo, porque es eterno. ¿Vas a escucharlo o elegirás alejarte de Dios, con las gravísimas consecuencias que eso comporta? Ríndete a Cristo y recibe su perdón y salvación. “He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación” (2 Corintios 6:2).

Ferran Cots, julio 2021.

Publicado en: Reflexiones

Sabem que…

julio 13, 2021 by Abigail Rodés

SABEM QUE…

1. Jehovà és el nostre Déu

2. De Jehovà és la terra

3. El nostre Redemptor viu

4. Els vius han de morir

5. Els morts res no saben

6. El Déu etern és Jehovà

7. Déu és clement i misericordiós

8. Déu coneix les nostres necessitats

9. Per Déu no hi ha res ocult

10. Ningú sap el dia i l’hora en que Déu tornarà 

11. Jesús és el Sant de Déu

12. Déu no mira l’aparença de l’home sinó el seu cor 

13. Els dimonis tremolen davant Déu

14. La salvació ve dels jueus

15. Crist és el Salvador del món

16. El camí al cel és Jesús

17. No ens toca a nosaltres saber els temps o las saons

18. El judici de Déu aviat arribarà

19. Als que estimen a Déu totes les coses ajuden a bé

20. Toda la creació gemega a un

21. Déu intercedeix per nosaltres

22. Som temple de l’Esperit Sant

23. Tots tenim coneixement

24. Hem d’anunciar l’Evangeli

25. La nostra esperança està en Déu

26. A vegades allotgem àngels

27. La nostra vida és boirina

28. Quan Ell es manifesti, serem semblants a Ell.

29. Hem passat de mort a vida

30. Ell roman en nosaltres

31. Tenim vida eterna en Crist

32. Déu ens escolta

33. Tenim les peticions que li hàgim fet

34. Tot aquell que ha nascut de Déu, no practica el pecat

35. Som de Déu

36. El món sencer està sota el maligne

37. El Fill de Déu ens ha donat enteniment

38. El nostre testimoni és veritable

Totes aquestes cites les pots trobar en la Paraula de Déu. Totes elles són versets bíblics. És més, potser t’animes a ampliar la llista…

Diuen que el saber no ocupa lloc. Nosaltres sabem moltes coses. Tenim un gran conjunt de coneixements amplis i profunds que hem après mitjançant l’estudi de la Bíblia o per la nostra experiència cristiana.

Adquirir informació, coneixement o saviesa no serveix de res si no la transmetem a uns altres. Tenim una tasca important: passar el testimoni del que sabem de les Escriptures a aquesta generació.

T’apuntes?

Abigail Rodés. Juliol 2021.

Publicado en: Reflexiones

Com un lliri entre els cards

julio 13, 2021 by Abigail Rodés

Nasqué a principis del segle XV. Fill de metge i nét de notari, estudià Medicina i Arts i obtingué un gran prestigi com a metge. Morí a Benimàmet (València) el mes d’abril de 1478.

Parlem de Jaume Roig, nom del passatge on s’ubica l’Església Evangèlica de Les Corts. 

Hi ha una petita referència d’ell a un altre article (agost 2018). Un dels temes que te en el seu únic llibre, una gran obra de la literatura medieval en valencià, i situat en un lloc d’honor dins les lletres catalanes, «Espill» (en castellà Espejo) o també conegut per el «Llibre de les dones», pertany a un verset bíblic, Càntic dels Càntics 2:2:

«Sicut lilium inter spinas

sic amica mea inter filias».

«Com un lliri entre els cards és la meva estimada entre les donzelles».

I en el tercer llibre «De la lliçó de Salamó» diu: «Salomó, rei de l’antiga llei, gran savi, rei i senyor molt ric, potent. En la seva joventut va prendre moltes dones, va replegà fins a 700, i 300 concubines, 1000 enemigues» (referit a 1Reis 11:3).

En aquest petit passatge de Jaume Roig, ara per als vianants, fa poc van inaugurar un outlet de plantes. 

Un viver de barri on trobar plantes decoratives, aromàtiques, d’interior, orquídies, falgueres, palmeres, llimoners, substrats, palmeres, buguenvíl·lees i molt més…

Quan la botiga obra al públic i exposen les plantes al carrer, el cor i la ment va directament a lloar al Senyor per la seva gran Creació, tot recordant els grans poemes del rei David:

«Vetlles la terra i la regues, l’enriqueixes a mans plenes»…

«Prepares els sembrats fecundant la terra»…

«Jubilen els camps amb tot el que hi ha, criden de goig els arbres del bosc»…

«Fas néixer l’herba per al bestiar i les plantes que l’home conrea»…

«El Senyor assaona els arbres més alts, els cedres del Líban que ell plantà»…

A la Bíblia s’esmenten plantes de diferents classes, arbres i flors, entre les que destaquen:

palmera, ametller, figuera, magrana, rosa, murta, lli, cedre, alzina, lliri, mirra, menta, anet, comí, encens, xiprer, banús, vinya, nard, sicòmor, àloe.

Prosternem-nos i adorem-lo, agenollem-nos davant el Senyor que ha creat totes les coses. 

Lloem-lo per la multitud de la seva grandesa!

Abigail Rodés. Juliol 2021.

Publicado en: Reflexiones

El sufrimiento

junio 28, 2021 by Ferran Cots

En la sociedad actual todo está supeditado al éxito, leemos noticias de los que se llaman “emprendedores”, y parece que si no eres uno de ellos y no tienes éxito, eres un fracasado, una nulidad. Este éxito, generalmente, se mide en función de los resultados económicos. Hoy, más que nunca, está vigente aquella expresión de “tanto tienes, tanto vales”. Resumiendo, si no tenemos éxito, y este éxito va acompañado de una gran prosperidad económica, estamos perdiendo el tiempo. No tenemos más que pasearnos por alguna librería, por la sección de “auto ayuda”, y encontraremos multitud de libros en los que se nos pretende explicar las claves del éxito personal, en el trabajo, en las negociaciones… Está claro que para los que los han escrito y los que los publican es un negocio muy lucrativo.

Pero antes de criticar estos métodos hagamos un auto examen de la literatura llamada cristiana. ¿Acaso estamos exentos de semejantes ideas? ¿O caemos en los mismos errores? ¿Nos dejamos llevar por teorías de marketing y auto ayuda en la vida de la fe? ¿Estamos creando una subcultura cristiana tomando elementos externos a la fe? Hay muchos libros escritos, enfocando la condición del cristiano como vencedor, como alguien por encima del desaliento y la derrota, inasequible al desánimo y al que todo le sale bien. Y si no es así, ¡cuidado! De ahí a decir que tal vez es que no somos verdaderos creyentes puede no haber más que un paso. Estamos de acuerdo que un cristiano puede y debe tener una vida de victoria, pero también es cierto que esos libros pueden llegar a producir un efecto contrario al deseado si no somos capaces de enfocar correctamente el asunto. La vida del cristiano no tiene nada que ver con lo que nos está intentando inculcar la peligrosa teología que pregona la prosperidad y salud tanto física, material, económica y espiritual, como la experiencia constante y natural del cristiano. Esta ideología, manipuladora de la enseñanza bíblica, pierde de vista que el sufrimiento es una parte esencial de la experiencia cristiana.

La pregunta que inquieta a la gran mayoría es: ¿Por qué permite Dios el dolor, el sufrimiento…? La respuesta es, en el fondo, bastante sencilla. Todo el sufrimiento y el dolor que hay en el mundo es fruto del pecado y está relacionado con él. El sufrimiento tiene una relación directa con la corrección divina aplicada al ser humano. C.S. Lewis, en su libro titulado “El problema del dolor” decía al respecto: “El dolor como el megáfono de Dios es, sin duda alguna, un terrible instrumento. Pero también puede ser la única oportunidad del malvado para salvarse. El dolor quita el velo y coloca la bandera de la verdad en la fortaleza del alma rebelde”.

El sufrimiento nunca es accidental, no es fruto de la casualidad ni del destino, no es porque sí. Si como hijos de Dios creemos, tal como dice su Palabra, que este mundo está bajo su mano soberana, comprenderemos que todo lo que sucede, bueno o malo, está bajo su control. No siempre podremos llegar a saber la razón del sufrimiento, pero sabemos que Dios, en su voluntad, lo permite y de esta manera nuestra fe es probada. Si nuestra vida fuera siempre una vida de prosperidad, tal y como pretenden hacernos ver algunos “teólogos” actuales, es muy probable que acabáramos relajándonos de tal forma que nuestra fe se debilitara y nos apartásemos cada vez más y más de Dios. El sufrimiento no es ajeno a la condición humana caída, y por lo tanto los cristianos no son excepciones a esta regla.

En las Sagradas Escrituras encontramos ejemplos de fieles siervos de Dios, sin dudas en cuanto a su fe y, sin embargo, en su vida hubo sufrimiento y dolor.

Cuando hablamos de sufrimiento generalmente viene a nuestra mente el ejemplo de Job. De éste dice la Escritura (Job 1:1): “Hubo en la tierra de Uz un varón llamado Job; y era este hombre perfecto y recto, temeroso de Dios y apartado del mal”. Conocemos la historia de Job, cómo Satanás pretende que la fidelidad de Job es a causa de las bendiciones recibidas y cómo Job sufre una serie de calamidades y tres dolorosas pérdidas: sus bienes y criados (Job 1:13-17), sus hijos (Job 1:18-22) y su salud (Job 2:7-10). La experiencia de este hombre, en ese período de su vida, no pudo ser más terrible; y con todo él nunca reniega de Dios, aunque las dudas inundan su mente y se lamenta de su condición. Al final de tan terrible prueba recibe una enseñanza tremendamente enriquecedora espiritualmente. En los capítulos 38 a 40, Dios responde a Job y le hace entender la realidad. El sufrimiento por el que ha tenido que pasar ha servido para fortalecer su fe, su confianza y dependencia del Altísimo “De oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven” Job 42:5. Humanamente puede parecer un contrasentido, pero esa fue la realidad.

Tomemos ahora el ejemplo de David. El ungido del Señor como futuro rey en Israel, tuvo que sufrir la persecución de manos de aquel a quien iba a suceder en el trono. Saúl, lleno de envidia, porque David se iba ganando el favor del pueblo, se enciende en un odio profundo contra él, y le persigue para matarlo (1 Samuel 19). La experiencia de David fue muy dura. Él, el elegido de Dios para gobernar Israel, se veía perseguido como una alimaña, y debía huir, esconderse para preservar su vida. Aquellos fueron años muy duros, de aprendizaje, de confiar por completo en la misericordia divina. David sabía que solamente por la gracia de Dios continuaba vivo. Si bien tenía la promesa de Dios de que sería rey, y además había recibido la unción a través de Samuel, también es bien cierto que su vida fue purificada en la escuela del sufrimiento, y su fe en Dios salió fortalecida. Gracias a los momentos de angustia que David tuvo que padecer, tenemos hoy una colección de Salmos que nos hablan muy directamente a nuestro espíritu y son de ayuda y bendición.

En el Nuevo Testamento también encontramos muchos ejemplos. En el libro de los Hechos encontramos narrados los sufrimientos que los discípulos tuvieron que padecer. Ellos, que habían vivido junto a Jesús durante tres años, que habían sido testigos de su muerte y resurrección, que habían recibido el poder del Espíritu y habían realizado milagros en el nombre de Jesús, también sufren tribulaciones y dolor. Esteban es detenido y ajusticiado por apedreamiento (Hechos 7). El sufrimiento de los primeros cristianos en la persecución llevada a cabo por Saulo (Hechos 8:3), la muerte de Jacobo y el encarcelamiento de Pedro (Hechos 12:1:19) son otros tantos momentos de sufrimiento.

Pablo, que había sido perseguidor de la Iglesia y causa de no pocos sufrimientos al pueblo de Dios, tras su conversión pasa a engrosar las filas de aquellos que sufren por causa del testimonio del Evangelio. Sus propios compatriotas intentaron asesinarle (Hechos 9:23), fue apedreado en Listra (Hechos 14:8), encarcelado y azotado en Filipos (Hechos 16:22-40), arrestado (Hechos 21:17) y tras muchas más vicisitudes enviado a Roma, donde encontraría la muerte. Sin mencionar la enfermedad que le acompañó los últimos años de su vida y de la que rogó al Señor que le fuera quitada, como vemos en 2 Corintios 12:7-10. La respuesta del Señor a su petición es perfectamente válida para cada uno de nosotros en nuestra situación particular. Un compendio de los sufrimientos de los apóstoles en el desempeño de su ministerio nos es dado por el mismo Pablo en 1 Corintios 4:11-13.

A través de la historia más reciente vemos como el pueblo de Dios, la Iglesia, ha tenido que sufrir persecución, desprecio o indiferencia. Remontémonos a las persecuciones de los primeros años del cristianismo, a la Inquisición española, a la historia de los hugonotes por no mencionar la situación actual de incredulidad y pretendida tolerancia del mundo occidental o la actitud intransigente y de persecución abierta del mundo islámico y oriental. Si somos realistas veremos que el sufrimiento, en sus múltiples facetas, está a nuestro alrededor y nos afecta de forma más o menos directa.

No podemos por menos que manifestar perplejidad ante todo este compendio de sufrimiento que, en mayor o menor grado, afecta a todos por igual, pero que se nos hace más difícil aceptar en el caso de fieles creyentes. Recordemos entonces que la causa está en el origen, en la separación de Dios, cuando el hombre decidió vivir de espaldas a Él. Y estas son las gravísimas consecuencias. Si el hombre decide vivir sin Dios, entonces ya no queda nada más. ¿Es esto acaso el fin? ¿Está todo perdido? ¿No hay absolutamente ninguna solución? Fuimos capaces de dar la espalda a Dios, pero ahora no tenemos la capacidad de volvernos a Él, de recuperar nuestra situación como lo que éramos al principio de los tiempos, cuando la raza humana estaba en perfecta comunión con su creador.

Pero ni es el fin, ni está todo está perdido, y sí hay una solución a esta separación. Esta solución pasa por un sufrimiento único y capaz de alcanzarnos a todos en sus consecuencias. Es una solución que solo la mente de Dios pudo preparar. Tenía que ser Él mismo quien volviera a restablecer el camino de regreso al hogar. Y debía hacerlo de forma que no hubiera dudas sobre su capacidad de comprensión de nuestra situación de caída, dolor y sufrimiento. Dios mismo se hizo hombre y vivió en este mundo ejerciendo su ministerio de salvación, durante el cual tuvo que soportar burlas, afrentas, dolor, tortura y, finalmente, la muerte, para darnos a nosotros la vida y restablecer la relación con Él. Aquel a quien habíamos despreciado y afrentado es el que da el primer y más importante paso para obtener la plena restauración. Parece un contrasentido que para darnos la vida y librarnos del sufrimiento eterno, que no el pasajero aquí en esta tierra, Él tuviera que sufrir y dar su vida por nosotros. Pero gracias a ello tenemos la esperanza de una vida más allá de la muerte, una vida sin sufrimiento, con la comunión plenamente restablecida con nuestro creador y salvador.

Llegados a este punto podemos preguntarnos, ¿todo lo escrito sobre la vida victoriosa del cristiano está equivocado? La respuesta es no. Porque aun en medio del sufrimiento hay victoria. El sufrimiento no tendrá la última palabra (Romanos 8:28, 37). A través del sufrimiento Dios nos está perfeccionando, está operando en nuestras vidas para hacernos mejores, está completando la obra iniciada en nosotros, aunque no seamos capaces de verlo a través del dolor de la prueba. Citando de nuevo a C.S. Lewis: “He visto gran belleza de espíritu en personas afligidas; he comprobado cómo, por lo general, los hombres mejoran con los años, en vez de empeorar; he observado que la enfermedad final produce tesoros de entereza y mansedumbre”. 

En la batalla contra el dolor y el sufrimiento no estamos solos, Dios está con nosotros. Mediante su poder podemos seguir adelante aun en las circunstancias más adversas. Nuestra mente debe aferrarse a las promesas de Dios, las cuales tienen un cumplimiento real y efectivo. Y, lo más importante, estamos seguros que nada ni nadie nos puede apartar de Dios y su amor en Cristo Jesús: “Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 8:38-39).

Cristo mediante su muerte consiguió triunfar sobre ella, mediante su resurrección nos abre las puertas a la vida eterna. Y volverá a poner fin a este mundo, que ha decidido darle la espalda, para instaurar su reino eterno. De nosotros depende donde estaremos toda la eternidad. Si alguien aún no ha experimentado el perdón divino que no espere más. Cristo dio su vida por él, así como por cada uno de los que ya hemos creído. Pero los efectos de la salvación dependen de nuestra aceptación del sacrificio de Cristo y nuestro reconocimiento de Él como Señor y Salvador, como Hijo de Dios y como Dios todopoderoso.

Ferran Cots, junio 2021.

Publicado en: Reflexiones

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