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Reflexiones

Y la historia continúa…

noviembre 15, 2020 by Abigail Rodés

“Pasado el día de reposo, al amanecer del primer día de la semana, vinieron María Magdalena y la otra María, a ver el sepulcro. Y hubo un gran terremoto; porque un ángel del Señor, descendiendo del cielo y llegando, removió la piedra, y se sentó sobre ella. Su aspecto era como un relámpago, y su vestido blanco como la nieve. Y de miedo de él los guardas temblaron y se quedaron como muertos. Mas el ángel, respondiendo, dijo a las mujeres: No temáis vosotras; porque yo sé que buscáis a Jesús, el que fue crucificado. No está aquí, pues ha resucitado, como dijo. Venid, ved el lugar donde fue puesto el Señor. E id pronto y decid a sus discípulos que ha resucitado de los muertos, y he aquí va delante de vosotros a Galilea; allí le veréis. He aquí, os lo he dicho. Entonces ellas, saliendo del sepulcro con temor y gran gozo, fueron corriendo a dar las nuevas a sus discípulos. Y mientras iban a dar las nuevas a los discípulos, he aquí, Jesús les salió al encuentro, diciendo: ¡Salve! Y ellas, acercándose, abrazaron sus pies, y le adoraron. Entonces Jesús les dijo: No temáis; id, dad las nuevas a mis hermanos, para que vayan a Galilea, y allí me verán” Mateo 28:1-10.

(Para más detalles lee también Marcos 16:1-8; Lucas 24:1-12; Juan 20:1-18).

Ningún hombre puede poner fin a la historia, solo Dios. El hecho es que aun continúa hasta que Él quiera y nosotros formamos parte de ella, al igual que las dos Marías y otras mujeres del texto bíblico formaron parte de la resurrección de Jesús. Y esta historia continúa en ti y en mí y en cada vida que el Espíritu Santo está tocando al oír su Palabra y conociendo las Buenas Nuevas de Salvación. 

Las dos Marías se acercan al sepulcro y, ¿qué pasa?

1. Sienten el mensaje: un gran terremoto (versículo 2).

2. Ven un mensajero: un ángel del Señor (versículo 2).

3. Oyen el mensaje: ¡No temáis! (versículo 5).

Dice la Palabra de Dios que hubo un gran terremoto (de índole tectónico no volcánico). Nos cuentan las Escrituras varios terremotos tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento.

Un terremoto acompañará la aparición de Jehová para el juicio (Apocalipsis 6:12). Es uno de los terrores escatológicos (Marcos 13:8).

A continuación ven un mensajero divino, un ángel del Señor, que desciende del cielo y remueve la piedra del sepulcro. 

Finalmente oyen el mensaje: “¡No temáis! No está aquí pues ha resucitado, venid y ved” (versículos 5 y 6).

Este primer mensaje es el primero de una cadena de mensajes. El ángel les manda diciendo: “… id pronto y decid a sus discípulos que ha resucitado de los muertos” (versículo 7). Y las mujeres cumplen el mandamiento: “fueron corriendo a dar las nuevas…” (versículo 8). Mientras lo hacían, el mismo Jesús les salió al encuentro. Y más adelante vemos como los once discípulos fueron a Galilea donde estaba Jesús y le adoraron (Mateo 28:16,17).

Simplemente… Jesús había resucitado tal como lo anunció. La muerte no tiene poder sobre Él. El futuro está preparado. Un día le veremos cara a cara, no en Galilea sino en el cielo. Y le adoraremos. Caminamos por fe no por vista. El Evangelio anuncia, no explica. El mandato ha sido dado: “Id y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” (Mateo 28:19)

Y la historia continúa… en ti y en mi. ¡Pásalo!

Tanto si eres niño, joven, hombre o mujer estás en esa cadena de mensaje. Dile al mundo: Dios no está muerto. Ha resucitado. Está en su Gloria. Pero pronto volverá. Una promesa: lo veréis.

 Amén; si, ven, Señor Jesús.

ORACIÓN: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino, porque tuyo es, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Te damos las gracias porque resucitaste al tercer día como habías anunciado. Gracias porque el primer día de la semana de las tinieblas brilló la luz. Reconocemos que tu resurrección es gozo para tus hijos pero terror para tus enemigos.

Gracias por el ejemplo de las mujeres. Que tu Espíritu nos estimule a hacer lo mismo: dar a conocer a los demás tu vida, tu muerte y tu resurrección. Gracias Dios por ese sepulcro vacío.

Abigail Rodés. Noviembre 2020.

Publicado en: Reflexiones

La Reforma Protestante

noviembre 11, 2020 by Ferran Cots

“Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” Romanos 5:1.

Uno de los acontecimientos más importantes en la historia de los últimos 5 siglos fue sin duda el que inició un monje agustino allá por el siglo XVI. Fue el mes de octubre del año 1517 cuando Martín Lutero clavó las 95 tesis en la puerta de la iglesia del castillo de Wittemberg, dando inicio de forma oficial a este movimiento, que recibió el nombre de Reforma Protestante, por su intención inicial de reformar el catolicismo con el fin de retornar a un cristianismo primitivo. Comenzó con la predicación del sacerdote agustino, que revisó la doctrina de la iglesia católica según el criterio de conformidad a las Sagradas Escrituras. Rechazó la teología sacramental católica, que, según él, permitía y justificaba prácticas como la venta de indulgencias, un secuestro del Evangelio, el cual debía ser predicado libremente, y no vendido.

En el siglo XVI se produjo una gran crisis en la iglesia católica, debido a numerosas acusaciones de corrupción eclesiástica y falta de piedad religiosa. Fue la venta de indulgencias para financiar la construcción de la Basílica de San Pedro en Roma, lo que dio inicio a la Reforma Protestante, que acabaría provocando que la cristiandad occidental se dividiese en dos partes, una liderada por la Iglesia católico-romana, que tras el Concilio de Trento se reivindicó a sí misma como la verdadera heredera de la cristiandad occidental, expulsando cualquier disidencia y sujetándose a la jurisdicción del Papa, y la otra parte que fundó varias comunidades eclesiales propias, generalmente de carácter nacional para, en su mayoría, rechazar la herencia cristiana medieval y buscar la restauración de un cristianismo primitivo más acorde con el modelo del Nuevo Testamento. Esto dio lugar a que Europa quedara dividida entre una serie de países que reconocían al Papa, como máximo pontífice de la iglesia católico-romana, y los países que rechazaban la teología católica y la autoridad de Roma y que recibieron el nombre de protestantes. Esta división acabo provocando una serie de guerras religiosas en el continente europeo.

Martín Lutero (1483-1546), el principal iniciador, fue sacerdote en la ciudad alemana de Wittemberg. Aquella comunidad apreciaba al popular predicador, quien había demostrado una capacidad de expresión más que notoria. Lutero era un asiduo lector de la Biblia. Muy a menudo se quedaba absorto durante horas ante la Palabra de Dios, intentando encontrar en ella la forma de relación entre Dios y los hombres. Recordemos que la iglesia católico-romana de aquel entonces ya había establecido claramente que Dios se dirigía a los hombres mediante el Papa y sus representantes, los obispos y el clero; pudiendo de esta forma arrogarse la exclusividad universal de la interpretación de las Escrituras y atribuirse la potestad de castigar a aquellos que fueran en contra de sus normas.

Lutero, mediante el estudio de las Escrituras halló una interpretación de las mismas más acorde con la verdad revelada en los Evangelios. Según él no había “mediación apostólica” que pudiera intervenir en la relación entre Dios y los hombres. Para Lutero lo único que valía eran las Escrituras (sola Escritura), Jesucristo (solo Cristo), y la gracia divina (sola Gracia) a través de la fe en el Hijo de Dios (sola Fe). Estos cuatro principios fueron, y siguen siendo, la bandera del cristianismo reformado, en oposición a todo el cuerpo doctrinal añadido por la iglesia católico-romana a través de los tiempos. Cuerpo doctrinal que, en muchas ocasiones, entraba (y sigue haciéndolo) en franca oposición con el mensaje revelado por Dios en su Palabra.

En ese contexto, como ya hemos mencionado, estalló un gran escándalo en Alemania a causa de la cuestión de las indulgencias, concepto de la teología católica, consistente en que ciertas consecuencias del pecado pueden ser objeto de una remisión o indulgencia, concedida por determinados representantes de la iglesia y bajo ciertas condiciones. Esta práctica fue considerada un abuso escandaloso y la culminación de una serie de prácticas anticristianas fomentadas por el clero católico; pero será Lutero el primero que expondrá públicamente su opinión contraria a la doctrina de las indulgencias. Para Lutero, las indulgencias eran una estafa y un engaño a los creyentes con respecto a la salvación de sus almas. En 1517, Lutero clavó en la puerta de la iglesia de Wittenberg sus 95 tesis, en las que atacaba las indulgencias y esbozaba lo que sería la doctrina sobre la salvación sólo por la fe. Este documento es conocido como “Las 95 tesis de Wittenberg” y se consideró el comienzo de la Reforma Protestante.

Las 95 tesis se difundieron rápidamente por toda Alemania gracias a la imprenta y Lutero se convirtió en un héroe, para todos los que deseaban una reforma de la iglesia católica. En algunos lugares hasta se iniciaron asaltos a edificios y propiedades de la misma iglesia católica. Por sus 95 tesis, Lutero se había convertido en el símbolo de la rebelión de Alemania contra lo que ellos consideraban prepotencia de la iglesia católica. Lutero arriesgaba además su vida, ya que podía ser declarado hereje por la jerarquía eclesiástica y ser condenado a la hoguera. Cuando escribió sus tesis, su intención era impulsar una reforma de la iglesia católico-romana. Buscaba únicamente detener lo que él consideraba errores de la iglesia, pero nunca estuvo en su intención entrar en conflicto con el Papa, ni tampoco fundar una nueva confesión cristiana. Por eso envió las tesis a colegas y amigos para discutirlas. En realidad aquel día Lutero no fue un revolucionario sino un sacerdote preocupado por la salvación de sus feligreses. Sin embargo la reacción a dichas tesis, que se divulgaron muy rápidamente, originó un poderoso movimiento de reforma y regreso a los orígenes de la fe cristiana que provocó grandes cambios en la época y cuyos efectos en la historia han sido muy profundos.

El estamento oficial de la iglesia católico-romana, con el Papa León X al frente, intentó frenar aquel movimiento que se iba extendiendo por Alemania, amenazando a Lutero con la excomunión y el anatema. En abril de 1521, en la famosa Dieta de Worms, ante el mismo emperador Carlos V, se intentó que Lutero se desdijera de sus tesis sin conseguirlo, por lo que fue declarado fuera de la ley. En su huída de los inquisidores Lutero gozó con el apoyo, no sólo de un amplio sector del pueblo, sino también del príncipe elector de Sajonia, Federico III. Éste escondió a Lutero en el castillo de Wartburg, donde inició la traducción de las Escrituras al alemán, para poner al alcance de todos el mensaje divino. Las ideas reformadoras de Lutero se propagaron ampliamente por Europa, pero el conflicto abierto con la iglesia católico-romana fue cada vez más violento, llegando a desembocar finalmente en la llamada Guerra de los Treinta Años (1618-1648), tras la cual fueron establecidos tratados que consagraban la libertad religiosa en Alemania y otros países de Europa.

La Reforma Protestante fue (y sigue siendo) un movimiento que buscaba la práctica de una fe más acorde con los principios bíblicos emanados del Nuevo Testamento, tanto de los Evangelios como de las epístolas novotestamentarias.

La salvación es solamente por fe y todo lo que debemos saber se encuentra en la Biblia, que debe ser leída con entera libertad por todos los creyentes, sin que ninguno pueda imponer al resto su opinión o interpretación particular de la misma (“… entendiendo primero esto, que ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada…” 2 Pedro 1:20). Esto entraba en franco conflicto con la práctica católica de la época, en la que la Escritura no estaba al alcance de todos y, además, el estamento oficial se arrogaba la capacidad de interpretar correctamente los escritos sagrados y añadir a los mismos lo que ellos dieron en llamar el “magisterio de la iglesia” que, en muchas ocasiones, entraba en contradicción con la enseñanza bíblica.

Los principios emanados de la Reforma son los que se ha dado en llamar las 5 “solas”:

1. Sola scriptura (“Solo la Escritura”). Solamente podemos llegar al conocimiento de la voluntad divina y de la salvación a través de las Sagradas Escrituras. 

2 Timoteo 3:16-17:“Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia…”.

2. Sola fide (“Solo por fe”). Dios salva solamente por la fe, no por obras ni nada que el ser humano pueda hacer por sí mismo.

Efesios 2:8-9: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe”.

3. Sola gratia (“Solo por gracia”). La salvación viene solo por la gracia de Dios; es decir, por un “favor inmerecido”, no como algo que el pecador haya conseguido por sus propios méritos.

Romanos 3:24: “… siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús…”.

4. Solus Christus (“Solo Cristo”). Jesucristo es el único mediador entre Dios y el hombre, y no hay salvación por medio de ningún otro.

1 Timoteo 2:5: “Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre”.

5. Soli Deo gloria (“Solo a Dios la gloria”). Toda la gloria es sólo para Dios, puesto que la salvación sólo se lleva a cabo a través de su voluntad y acción; no sólo el don de la redención todo-suficiente de Jesús en la cruz, sino también el don de la fe en esa redención, creada en el corazón del creyente por el Espíritu Santo.

Romanos 11:34-36:“… ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero? ¿O quién le dio a él primero, para que le fuese recompensado? Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén”.

Apocalipsis 4:11: “Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas”.

Lutero, con la guía de Dios, inició un movimiento reformador que pretendia nada más y nada menos que restituir la fe cristiana a su justo enfoque. Solo la fe en Cristo, en su muerte en la cruz en expiación por nuestros pecados puede salvarnos de la condenación eterna. Solo la gracia de Dios pudo llevar a cabo semejante obra de amor. Y solo a través de la Escritura podemos conocer a nuestro Salvador y Señor, Dios eterno hecho hombre. Solo Cristo tiene poder para librarnos del poder del pecado y la muerte espiritual. Todos ellos motivos más que suficientes para exclamar: ¡Sólo a Dios la gloria!.

Por ello aquellos que hemos sido salvados por Cristo Jesús nos unimos a las palabras del apóstol Pablo: “… al único y sabio Dios, sea gloria mediante Jesucristo para siempre. Amén” (Romanos 16:27).

Ferran Cots, noviembre 2020.

Publicado en: Reflexiones

¿Quién es éste?

noviembre 4, 2020 by Abigail Rodés

Cuando esperas a un amigo y éste viene acompañado por otro al que no conoces sueles hacerte esta pregunta: ¿Quién es éste? Pues es un desconocido para ti, quieres enterarte y descubrir quién es.

En la Biblia se repite mucho esta pregunta ¿Quién es éste? refiriéndose a Jesús.

a) Se lo preguntaron los discípulos de Jesús cuando vieron que Jesús calmó la tempestad: “¿Qué hombre es éste, que aun los vientos y el mar le obedecen?” (Mateo 8:27).

b) Se lo preguntaron las multitudes cuando Jesús entró triunfal en Jerusalén: “Cuando entró Él en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió, diciendo: ¿Quién es este?” (Mateo 21:10).

c) Se lo preguntaron los discípulos de Jesús cuando éste reprendió al viento: “¿Quién es éste, que aun el viento y el mar le obedecen?” (Marcos 4:41; Lucas 8:25).

d) Se lo preguntaron los escribas y fariseos cuando Jesús sanó a un paralítico: “¿Quién es éste que habla blasfemias?” (Lucas 5:21).

e) Se lo preguntaron los que estaban sentados a la mesa en casa de Simón el fariseo: “¿Quién es éste, que también perdona pecados?” (Lucas 7:49).

¿Quién es éste para ti? ¿Un maestro, un profeta, un hombre que hacía milagros, alguien que dice que perdona los pecados?

a) No es un consuelo para aquellos pescadores que salen a la mar y pueden confiar en que Jesús les puede salvar de una gran tormenta. Jesús estaba durmiendo en ese momento para probar la fe de sus discípulos. Tenían temor de perecer, pero la Biblia relata que tuvieron mucho más temor al ver que el mar y el viento obedecían a Jesús (Marcos 4:41).

Todo cristiano espera tormentas en su vida. Las tentaciones rugen, los problemas nos llevan al borde de la desesperación, las enfermedades o muerte de seres queridos nos alteran y afligen… Somos dados a inquietarnos como los discípulos en días tempestuosos, nos vienen pensamientos desalentadores, pero con el Espíritu Santo en nosotros sabemos que habrá una calma maravillosa, una serenidad y una paz sorprendente. “Confiad en Jehová perpetuamente, porque en Jehová el Señor está la fortaleza de los siglos” (Isaías 26:4).

b) “¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas! (Mateo 21:9). De cuán escaso valor es el aplauso de la gente. Somos inestables, un día ovacionamos y festejamos con júbilo y al poco gritamos, censuramos, protestamos diciendo: ¡Crucifícale!.

Del gozo pasamos a la ira, del disfrute a la indiferencia… Así de variadas son nuestras motivaciones.

Los discípulos tampoco entendieron al principio… “ pero cuando Jesús fue glorificado, entonces se acordaron de que estas cosas estaban escritas acerca de él” (Juan 12:16).

La Palabra nos advierte: “El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo bueno; y el hombre malo, del mal tesoro de su corazón saca lo malo; porque de la abundancia del corazón habla la boca” 

(Lucas 6:45).

c) Cuando no tenemos reposo en nuestra alma, cuando nuestras pasiones son incontrolables, acordémonos de la palabras de Jesús: ¡Calla, enmudece!

Cuando hay pleitos, enemistades, injusticias, temores, Jesús te dice: ¡Ten calma! Y el temor será vencido.

d) ¡Ojalá deseáramos más sanar nuestras almas que bendiciones terrenales! Sería mucho mejor que el Señor viera nuestra fe como la de los amigos del paralítico. (Una muestra de bondad para con su amigo postrado en el lecho). Pero conocían el poder de Jesús. El pecado es la causa de todos nuestros dolores y enfermedades y la manera de eliminar el efecto es eliminar la causa. El pecado es la enfermedad del alma y cuando es perdonado es sanada. Llevemos a nuestros amigos a Jesús para salvación. “En quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados” (Colosenses 1:14).

e) Sin perdón de los pecados, ninguno de nosotros puede escapar de la ira de Dios. Nuestro Salvador compró nuestra salvación con su sangre. Todos somos pecadores y deudores y nunca podremos pagar nuestra deuda. Pero Dios está dispuesto a perdonar y salvar a todo aquel que se arrepiente y viene a Él, creyendo por fe, en el sacrificio de la cruz. Demostremos dolor y pena por nuestro pecado, y amor a nuestro Dios y Salvador. 

“Si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación” (Romanos 10:9,10).

Espero que tu respuesta sea como la del ciego en Juan 9:36 “¿Quién es, Señor, para que crea en Él?

Dios te bendiga.

Abigail Rodés. Noviembre 2020.

Publicado en: Reflexiones

Influencer

noviembre 4, 2020 by Abigail Rodés

Un influencer suele ser una persona con credibilidad sobre un tema concreto. Destacar en canales digitales y redes sociales. El marketing de influencer va enfocado a individuos o grupos específicos (música, videojuegos, moda, estilo, viajes, cocina y nutrición, belleza, fitness, deportes, asesores profesionales, analistas de la industria, etc).

Los influencer tienen incidencia sobre los compradores potenciales de cualquier edad. Tienen un séquito de prosélitos en Instagram o Youtube donde todo el mundo puede escuchar su mensaje, sus recomendaciones y sugerencias. Ahora mismo de todas las áreas la que tiene más salida y gran número de seguidores es el campo de la moda, complementos y estilo de vida.

Puedes entrar en su página web y puedes convertirte en uno de los millones de simpatizantes, seguir al pie de la letra sus instrucciones y ¡listo! Tu identidad, tu personalidad, tu singularidad… anuladas, porque te vas a parecer a miles de personas que igualmente siguen las instrucciones de una persona que ni te conoce ni te comprende, pero si te domina sibilinamente.

Aún así, yo te recomiendo un influencer, el mío propio. No le he visto nunca cara a cara, ni tengo su móvil ni correo, pero es el mejor en todo. 

Tiene toda la credibilidad y legitimidad para hablar de cualquier tema. Conoce mi personalidad porque Él me ha creado. Aprovecha mis aptitudes, habilidades, capacidades para hacer de mi algo genial. Solo debo ser como barro en manos del alfarero. 

La capacidad de mi influencer es ilimitada. Tiene el éxito asegurado en todo aquello que se propone porque es santo y perfecto, y porque todo es suyo. No publica contenido cada día… Escribió un libro, la Biblia, y allí es donde puedes encontrar las directrices para todo. El libro más traducido de toda la historia, en 2500 lenguas. No le interesa tener fans o simpatizantes, solo discípulos. Es un entusiasta y apasionado de la vida, porque Él la da. No es un youtuber ni instagramer ni tik toker (por cierto la app de moda en el confinamiento). No es una nueva celebrity del siglo XXI, porque Él es el Alfa y la Omega, el principio y el Fin. 

Si los influencers de internet quieren marcar las pautas de qué hacer o qué usar, mi influencer, en su libro la Biblia, marca las pautas de cómo ser. 

¿Es una figura mediática? ¡No! No lo necesita. Tiene millones de seguidores por todo el mundo, los cristianos.

¿Seguir a un hombre como líder de opinión? No, para nada.

¿Seguir a Jesús como ejemplo a obedecer? ¡Sí! Por supuesto.

Jesús de Nazaret, el mayor influencer del mundo y de la historia. Un gran referente en cualquier temática 

(y no cobra nada por post o video).

Consejo: Lee la Biblia y busca en ella lo que necesites:

– Moda y complementos. Vestimenta y apariencia.

– Viajes.

– Matrimonio e hijos.

– Amor.

– Relaciones. Compromisos.

– Comida.

– Administración de dinero, posesiones y bienes. Consejos financieros. Deudas.

– Astrología y brujería.

– Belleza interior y exterior. Cuerpo sano.

– Consejos y decisiones importantes.

– Divorcio.

– Enseñanza.

– Empleo.

– Hospitalidad.

– Gobierno. Impuestos. Injusticia.

– Honestidad. Justicia. Ecuanimidad.

– Infierno y Cielo.

– Liderazgo. Leyes.

– Milagros.

– Homosexualidad y prostitución.

– Muerte y vida. Vida eterna.

– Tolerancia. Venganza.

– Música.

– Profecías. Promesas bíblicas.

– Resolución de problemas.

– Salud. Sueño.

– Satanás. Tentaciones.

– Trabajo.

– Salvación. Santidad.

– Naturaleza.

– Orgullo.

– Fe. Oración.

– Pecado. Perdón. Reconciliación.

– Resurrección.

Y un largo etc…

Abigail Rodés. Noviembre 2020.

Publicado en: Reflexiones

Gracia asombrosa

octubre 29, 2020 by Ferran Cots

“Gracia asombrosa, que dulce sonido…”. Así empieza uno de los más conocidos himnos de todos los tiempos, conocido en español como “Sublime gracia”. El autor de estas palabras fue John Newton, el autoproclamado miserable que una vez estuvo perdido, pero fue hallado, salvado por la gracia asombrosa de Cristo.

John Newton nació en Londres el 24 de julio de 1725; hijo de un capitán de un barco mercante que navegaba por el Mediterráneo. A la edad de once años empezó a navegar junto a su padre e hizo seis viajes con él, antes de que se retirase. En 1744 John se incorporó al servicio de un buque de guerra, el H.M.S. Harwich. Debido a las intolerables condiciones a bordo desertó, pero fue capturado, flagelado públicamente y degradado a un puesto inferior al que tenía. Finalmente, a petición propia, fue destinado al servicio en un barco de esclavos, que le llevó hasta la costa de Sierra Leona. Allí entró al servicio de un tratante de esclavos que abusó brutalmente de él. Recién iniciado el año 1748 fue rescatado por un capitán de barco que había conocido a su padre. Finalmente, John acabó siendo el capitán de su propio barco, en el que ejerció el comercio de esclavos.

A pesar de haber tenido una previa instrucción religiosa por parte de su madre, que murió cuando él era aún un niño, tardó en manifestar alguna convicción religiosa. Sin embargo, en un viaje de regreso a casa, mientras intentaba gobernar el buque a través de una violenta tempestad, experimentó lo que el llamó más tarde su “gran liberación”. Recordaba en su diario que cuando todo parecía perdido y el barco se iba a pique, exclamó: “Señor, ten misericordia de nosotros”. Más tarde, en su camarote, reflexionó sobre aquellas palabras que había dicho y empezó a creer que Dios le había dirigido a través de la tormenta y que aquella gracia había empezado a trabajar en él. Durante el resto de su vida celebró el día 10 de mayo de 1748 como el día de su conversión, un día de humillación en el cual sujetó su voluntad a un poder más alto. Continuó en el comercio de esclavos durante algún tiempo después de su conversión; sin embargo los esclavos encomendados a su cuidado eran tratados humanitariamente.

Casado con Mary Catlett en 1750; tras una grave enfermedad en 1755 abandonó definitivamente la navegación. Durante su tiempo de marino había empezado a estudiar por sí mismo, aprendiendo latín entre otras materias. Entre 1755 y 1760 fue vigilante de mareas en Liverpool, donde conoció a George Whitefield, predicador evangelístico y pastor de la Iglesia Metodista Calvinista. Newton se convirtió en un entusiasta discípulo suyo. Durante aquel período también conoció a John Wesley, fundador del movimiento metodista. Además, continuó con su autoeducación y aprendió griego y hebreo.

Newton quería ser ministro y solicitó al arzobispo de York la ordenación. Éste rechazó la petición, pero Newton persistió en su empeño y fue finalmente ordenado por el obispo de Lincoln, y encomendado a la parroquia de Olney. La iglesia empezó llenarse tanto de fieles durante los servicios, que fue necesario ampliarla. Newton predicó no solamente allí, sino también en otros lugares del país.

En 1767 el poeta William Cowper se estableció en Olney, iniciando una duradera amistad con John Newton, ayudándole en sus mensajes y en sus viajes a otros lugares. Además del servicio semanal, también iniciaron una serie de reuniones de oración, con el objetivo de escribir un himno para cada una. Colaboraron en varias ediciones del himnario “Olney Himns”, cuya primera edición, publicada en 1779, contenía 68 himnos escritos por Cowper y 280 por Newton. Entre las contribuciones de éste último, apreciadas y cantadas aún hoy día, se encontraba “Gracia asombrosa” (o “Sublime Gracia” en su versión en castellano). Escrito entre 1760 y 1770, en Olney, fue posiblemente uno de los himnos compuesto para el servicio religioso semanal. Originalmente no tenía título y es más que probable que fueran añadidas a la versión original estrofas de otros himnos de Newton. El origen de la melodía es desconocido. Aunque muchos la atribuyen a una melodía popular americana, especulando incluso sobre su posible origen en la tonada de una canción que cantaban los esclavos, otros, sin embargo, consideran que la melodía es de origen popular escocés.

Newton no sólo fue un prolífico compositor de himnos sino también escribió multitud de cartas. Una serie de cartas devocionales le sitúa en la línea del avivamiento evangélico reflejando los sentimientos de su amigo John Wesley y el metodismo. Nombrado rector de la iglesia de St. Mary, en Londres, en 1780, atrajo allí a una gran congregación de fieles e influenció a muchos de ellos, entre otros a William Wilberforce, uno de los precursores de la campaña para la abolición de la esclavitud. Newton continuó predicando hasta el último año de su vida, a pesar de haber quedado ciego. Murió en Londres, el 21 de diciembre de 1807. Aquel infiel y libertino, convertido en ministro de la Iglesia de Inglaterra, estuvo firme en su fe: que la gracia asombrosa de Dios lo conduciría a su hogar final. La inscripción de su tumba dice: “John Newton, que fue un infiel y libertino, sirviente de esclavos en África, fue, por la rica misericordia de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, preservado, restaurado, perdonado y dedicado a la predicación de la fe que intentó durante tanto tiempo destruir.”

Estas son las seis estrofas publicadas, con pequeñas variaciones, en las ediciones de 1779 y 1808 de “Olney Himns”. Apareció bajo un encabezamiento con una referencia al primer libro de Crónicas, capítulo 17:16-17. “Y entró el rey David y estuvo delante de Jehová, y dijo: Jehová Dios, ¿quién soy yo, y cuál es mi casa, para que me hayas traído hasta este lugar? Y aun esto, oh Dios, te ha parecido poco, pues que has hablado de la casa de tu siervo para tiempo más lejano, y me has mirado como a un hombre excelente, oh Jehová Dios”.

¡Gracia asombrosa! Que dulce sonido

que salvó a un miserable como yo.

Estuve perdido, mas fui hallado,

estuve ciego, mas ahora veo.

Fue esta gracia la que enseñó a mi corazón a temer,

y esta gracia la que mis miedos alivió.

¡Qué preciosa se mostró esta gracia,

cuando empecé a creer por primera vez!

A través de muchos peligros, lazos y trampas,

he pasado.

Esta gracia me ha conducido a salvo hasta aquí,

y me conducirá al hogar.

El Señor me ha prometido el bien,

su Palabra asegura mi esperanza.

Él será mi escudo y mi porción,

mientras la vida dure.

Sí, cuando esta carne y este corazón desfallezcan,

y la vida mortal cese,

pasaré a través del velo,

a una vida de gozo y paz.

La tierra pronto se deshará como la nieve,

el sol dejará de brillar;

pero Dios, que me llamó aquí abajo,

estará por siempre conmigo.

Ferran Cots, octubre 2020.

Publicado en: Reflexiones

¿Justificación por obras o por fe?

octubre 18, 2020 by Ferran Cots

“… el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley” (Romanos 3:28). “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2:8-9).

“Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle?… Pero alguno dirá: Tú tienes fe, y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras” (Santiago 2:14, 18).

Uno de los debates más importantes entre las diferentes ramas de la cristiandad tiene que ver con la justificación, la forma en que uno puede ser salvo del pecado y ser reconciliado con Dios. Mientras algunos, entre ellos el catolicismo romano, sostienen que podemos ser salvos mediante las buenas obras y, de esa forma, ganarnos el favor de Dios, otros, principalmente el protestantismo, sostienen que solamente la gracia divina, manifestada en el Señor Jesucristo, puede salvar al pecador de la condenación eterna.

Hay muchos textos bíblicos que nos hablan en contra de la salvación (justificación) por las obras, pero vamos a considerar algunos que parecen entrar en contradicción y que, en ocasiones, forman parte del debate. A la luz de los textos del encabezamiento nos da la impresión de que los dos autores de los mismos, Pablo y Santiago, escriben cosas distintas que se contradicen entre sí. Sin embargo no debemos olvidar que ambos escribieron inspirados por el Espíritu Santo, lo cual nos debería hacer pensar que cualquier contradicción es imposible, ya que Dios nunca se contradice. ¿Cuál es entonces la explicación más plausible? No se trata de hacer juegos malabares para armonizar las declaraciones de ambos autores si no, simplemente, analizar los textos e intentar entender qué dice cada uno de ellos.

Ambos escritores toman el ejemplo de Abraham para ilustrar su declaración. Pablo tomó un suceso al inicio de la historia de éste, no mucho tiempo después de abandonar Ur, en el que Dios le promete que sería el padre de muchas naciones. A ese respecto (y citando Génesis 15:6) Pablo dice: “Porque si Abraham fue justificado por las obras, tiene de qué gloriarse, pero no para con Dios. Porque ¿qué dice la Escritura? Creyó Abraham a Dios, y le fue contado por justicia” (Romanos 4:2-3). Sin embargo Santiago toma otro acontecimiento de la vida de Abraham, el contenido en Génesis 22, cuando Dios le pide que sacrifique a su único hijo. Así Santiago menciona: “¿No fue justificado por las obras Abraham nuestro padre, cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar?” (Santiago 2:21). ¿Cómo se explica esta aparente contradicción?

Hemos de entender que Pablo y Santiago estaban hablando de diferentes aspectos de la justificación. Pablo nos enseña que el pecador inconverso jamás podrá salvarse por muchas buenas obras que haga. Solo la fe en Cristo puede salvar (justificar = ser considerado justo ante Dios). Así lo manifestaron Pablo y Silas ante el carcelero de Filipos: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo…”. No le imponen ninguna otra condición. ¿Por qué entonces Santiago insiste en que las obras son esenciales? ¿Por qué dice: “Pero alguno dirá, tú tienes fe, y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras” (Santiago 2:18)”? La explicación es que Santiago se dirige a aquellos que ya habían sido justificados por la fe en Cristo y que debían manifestar esa fe mediante buenas obras, que no servían para ser justificados pero sí para mostrar la fe del creyente.

Vemos pues que cada uno de los escritores tenía en mente una perspectiva diferente. Pablo explica como el pecador puede salvarse y Santiago explica como un creyente puede mostrar que su fe es real. Si bien es cierto que ambos utilizan la palabra obras debemos tener en cuenta lo anteriormente dicho. Pablo enseña que las obras son innecesarias e inútiles para obtener la salvación. Las obras de las que habla Santiago son las que hace una persona salva, que ya ha sido justificada por la fe. Hagamos mención aquí de que Pablo está de acuerdo en este tipo de obras, fruto de la fe verdadera, tal y como leemos en algunos pasajes de sus epístolas: “… y en estas cosas quiero que insistas con firmeza, para quelos que creen en Dios procuren ocuparse en buenas obras” (Tito 3:8); “Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (Efesios 2:10).

Finalmente, ¿somos justificados por la fe o por las obras? La enseñanza de Pablo es que solo podemos ser justificados por la fe en Cristo Jesús, pero esa fe no puede estar sola, debe ir acompañada de buenas obras, consecuencia de dicha fe. La fe sola salva, pero la fe que salva no está sola. Debe ir acompañada de una manifestación externa para testimonio a los no creyentes. Debe ser una fe viva que actúa en medio de la sociedad en la que vivimos.

Ferran Cots, octubre 2020.

Publicado en: Reflexiones

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